PREÁMBULO
-¡Señor
diputado de cultura!, ha llegado Carmelo Chinchilla. El licenciado en Historia
y Geo
PRIMER ITINERARIO
Aquel fin de semana, Carmelo preparó todos los efectos
personales que iba a necesitar durante la primera semana de viaje. De ese modo,
el lunes cuando despertó, siendo aún de noche, lo único que tuvo que hacer fue
prepararse un zumo de naranja, poner la cafetera y tostar unas rebanadas de
pan. Para a continuación bajar el equipaje del séptimo piso de la calle Pío
Baroja, donde había alquilado un pequeño estudio cuando llegó a Granada.
El 4L se encontraba en el mismo lugar que lo había
aparcado la noche anterior. Afortunadamente, “los chorizos” no le habían
prestado mucha atención, Carmelo supuso que esa era la suerte de poseer una
birria de coche. Y estaba en lo cierto,
pues dos aparcamientos más abajo, el Fiat Punto que había estacionado tenía las
lunas traseras hechas añicos.
Tras colocar muy ordenadamente todo el equipaje en la
parte trasera del coche, Carmelo arrancó y emprendió el camino. Su primer
destino iba a ser ATARFE, un pueblo muy cercano a Granada que conocía por
encontrarse en la carretera de Córdoba, la misma que utilizaba en sus
desplazamientos a Lucena, su pueblo natal.
El
tráfico en aquellas horas de la mañana era intenso, por lo que tardó cerca de media hora en recorrer los
diez kilómetros que separaban al pueblo de la ciudad.
-Empezamos bien –pensó, mientras continuaba detenido en
la confluencia con la autovía de Málaga. Cuando se le acercó un vendedor de
cupones de la ONCE y le ofreció un décimo.
-Es para hoy amigo, seguro que le tocan doce mil euros y
se puede comprar un coche decente. No me explico-seguía señalando el “tullido”,
pues el hombre renqueaba de la pierna izquierda-, como siguen permitiendo que
estos cacharros circulen. Yo tengo un SEAT Toledo, que dispone de todos los
extras. Mire, aquel que está aparcado en la rotonda.
Cuando el 4L reemprendió la marcha, Carmelo llevaba unos
euros menos en el bolsillo. Había adquirido un par de décimos al “tullido”,
acontecimiento que le animó el espíritu y le hizo soñar por algunos instantes
en la posibilidad de hacerse millonario. Así, alcanzó la carretera N432,
irrumpiendo en la que fuera la Vega más importante del Al-Andalus.
Entonces recordó algunos datos recogidos del libro de
José Salobreña, sobre Atarfe: << El municipio granadino de Atarfe,
situado en la Vega Alta, está asentado en las faldas de Sierra Elvira, cuyos
terrenos están construidos principalmente por calizas, yesos y molasas del
Terciario. Cuenta con una población cercana a los once mil habitantes
repartidos en tres núcleos y sus dos anejos de Caparacena y Sierra Elvira.
Atarfe tiene una situación privilegiada dentro de la Vega, al poseer tres
elementos fundamentales como son vega, secano y sierra>>.
En estas cavilaciones se hallaba Carmelo, cuando un
letrero le indicó que tomara la desviación de la derecha, pues a quinientos
metros se localizaba el pueblo.
Tras el corto camino, el 4L llegó a la calle principal,
que resultó llamarse Real. Y en la puerta de una notaría, con cierto esfuerzo y
mucha pericia el joven funcionario logró aparcar el automóvil en batería.
Comprobando al bajarse, que el día era algo
fresco, por lo que se puso una trenca de color azul marino, se abrochó los
huesos que hacían de botones y se acercó hasta un viejo, que pasaba por allí.
-¿Sabe usted de algún café cercano?
- Claro que sí –le indicó el anciano que fumaba a la par
que hablaba-, allí tras el árbol hay uno muy bueno.
“Chicote” se
llamaba la cafetería y tenía trazas de haber estado en el pueblo desde los
tiempos de los romanos. Carmelo entró a través de una puerta lateral de cristal
y pidió un café con leche.
-¡Oiga! –le
inquirió al camarero, una vez le había servido el café -. Usted debe conocer
con seguridad al cronista del pueblo. Pues indiscutiblemente, que este es el
bar más concurrido de Atarfe.
- Pues sí que
lo conozco, ¿pero dígame, para qué lo quiere usted?, si no es mucho
preguntar...
Así, a los
pocos minutos Carmelo conocía a un hombretón cercano a los setenta años
y de grandes orejas, que respondía al nombre de don Antonio Orejón López y que
según rezaba en su tarjeta de visita era Cronista Oficial de Atarfe.
Don Antonio, a
pesar de su altura y volumen, era tierno como un niño en su trato y desde
un primer momento se puso al servicio
incondicional de Carmelo. Eso sí, siempre que fuera convidado a un “carajillo” para entrar en
calor, le indicó sonriéndole.
-
Pues usted dirá don Carmelo por donde le apetece que empecemos. Este pueblo es
una fuente inagotable de la historia de Andalucía, en donde se mezclan las
diversas culturas habidas a lo largo de los siglos. Personalmente, me gustaría
mostrarle en primer lugar la iglesia de
Nuestra Señora de la Encarnación, que se encuentra un poco más “abajo” en la misma calle Real. Si
le parece vamos caminando y de ese modo conoce algo más del pueblo. Además, que
tengo el gusto de que me invite en el Casino de Labradores a otro “carajillo”.
El casino se
encontraba a unos minutos de la cafetería en la
misma calle Real, y era una espléndida casa señorial del anterior siglo.
Había sido lugar de encuentro durante muchos años de los labradores más
pudientes del pueblo. Y actualmente, se hallaba restaurada por el Ayuntamiento,
sirviendo como centro socio-cultural del pueblo. En la parte baja se había
abierto un bar donde se reunían muchos vecinos para conversar y relacionarse.
-¡Buenos días,
Manuel y compañía! Ponnos unos “carajillos” y dime que te debo.
-Para usted, don
Antonio son dos euros.
-¡Manda huevos!
-señaló el cronista-, con esto del Euro además de no enterarnos de lo que pagamos todo está más caro. Pero, en
fin así es la vida y hay que saber sufragar la modernidad que nos conduce a Europa. Así que pague don Carmelo y hágalo
por la nueva Europa.
Tras los
“carajillos”, que fueron más de uno, Carmelo y don Antonio Orejón, cruzaron la
calle y se acercaron hasta la plaza de la Iglesia, donde se ubicaba el templo
de Nuestra Señora de la Encarnación, una bella construcción del siglo XVIII y
que como su nombre indicaba está dedicada a la Virgen.
Don Antonio
Orejón que estaba suspirando por servir de mecenas a su anfitrión, subió con la
agilidad de un galgo los escalones de la entrada, mientras hacia señas a
Carmelo para que lo siguiera.
-Dese prisa
hombre y sígame. Vamos aprovechar ahora que no se encuentra el cura –señalaba
el cicerón, en un intento por dejar al párroco a un lado y así llevarse la
gloria de la explicación que tanto anhelaba-. La iglesia es de planta
rectangular, como podrá observar, y dispone de tres naves heterogéneas
afirmadas sobre pilares con arcos de medio
punto. La obra fue realizada, como era habitual en la época, con
materiales de ladrillo y mampostería. En su distribución apreciaremos siete
altares, y en la Capilla del altar mayor –seguía narrando el señor Orejón, como
si se hubiera tragado una moneda y le fuera imposible darse un respiro- podemos
ver un magnífico tabernáculo.
>>¡Pero sígame hombre de
Dios!, parece mentira que sea incapaz de alcanzarme, si por edad puede ser mi
hijo. Pues, el tabernáculo –continuaba diciéndole a Carmelo, mientras llegaban
a la Capilla- está tallado en mármol de piedra jaspeada y resultó ser tan
grandioso, que cuando las autoridades eclesiásticas del siglo XVIII lo
conocieron, intentaron llevárselo a Granada para ubicarlo en la iglesia del
Sagrario. Afortunadamente, se tuvieron que joder y dejarlo donde está, pues los
atarfeños a punto estuvieron de correr a gorrazos al deán de la catedral que
tuvo tan certera idea.
>>En fin, aquí dentro está
todo visto. Vayamos al exterior y echemos un vistazo a la portada principal,
que como verá es de parca hermosura, y
según pienso, se debe, por encontrarse enmarcada a ese arco de medio punto
de ladrillo y adornada por la hornacina
que podemos valorar.
A la par, el
señor Orejón y Carmelo iban rodeando el edificio, y el primero sin dejar de
hablar por un instante, explicaba a un Carmelo abrumado, que el resto de los
pórticos laterales también se asentaban sobre arcos de medio punto, pero soportados por pilastras.
Tras aquella
primera información sobre la iglesia, fue Carmelo quien tuvo necesidades de
echarse algo al cuerpo, circunstancia que agradó a su acompañante, que ya
añoraba otro carajillo.
Una vez
terminaron de sacudirse un par de copas, ya con nuevos ánimos, don Antonio
Orejón le dijo a Carmelo que el próximo lugar que le mostraría sería la ermita
de Santa Ana. Pero, que antes sería aconsejable ir por el 4L.
-Es para que no
se le vaya a enfriar el motor, al “haiga” que trae usted. Es broma, lo que
ocurre es que tenemos que bajar hasta el Camino de la Monjas a casa del
sacristán, que tiene las llaves de la ermita. Así, de camino lo conoce usted,
pues es un hombre muy ilustrado que tiene facilidad para los refranes.
De este modo,
volvieron sobre sus pasos y llegaron hasta el 4L que les esperaba en el mismo
lugar donde quedara horas antes.
El sacristán
vivía en una modesta casa en los ramales del pueblo. Era un hombre muy mayor,
tanto que era difícil imaginarlo vivo.
- Soy del año
10 –comentó, nada más presentarse. Y viendo la cara de estupor de Carmelo,
siguió diciendo-. Pero después de Cristo. Nací, en esta misma casa el 19 de
octubre de 1910.
Entonces, el
cronista que parecía tenerle mucho aprecio, le informó sobre el motivo de la
visita.
-¡Escucha,
Hemérito!, nos complacería mucho, que antes de darnos las llaves nos deleitaras
con alguno de los refranes que sabes.
- Con mucho
gusto, le voy a dedicar dos a tu acólito. El primero dice: “Ara en enero y
harás a tu amo caballero”. Y el siguiente me lo enseñó un señorito del pueblo,
y dice: “Ni buey blanco, ni mujer que se siente en el tranco”. Ahora, toma las
llaves y déjame en paz que eche un sueñecito en el “tranco” mientras me fumo
este “cardo de gallina”.
La ermita de
Santa Ana se encontraba en un lugar muy céntrico del pueblo y para llegar hasta
ella, tan solo tuvieron que caminar unos pasos por la acera que lleva su
nombre.
-Esta preciosa
ermita –comenzó diciendo don Antonio Orejón- ocupa el terreno donde se encontraba
el convento de la Orden de San Pablo de la Cruz. Pero, cuando los monjes
marcharon, ni se sabe por qué. Una parte de la abadía se dedicó a Cementerio
Municipal. Parece ser, que por aquel entonces esto era simplemente una colina
solitaria. Entonces, la antigua capilla del convento la convirtieron en cripta
del cementerio.
>> A principios del siglo XIX,
la población de Atarfe se fue haciendo numerosa, sobre todo gracias a la
introducción del cultivo de la remolacha y su posterior molturación. Cuentan que
se llegaban a moler ciento quince toneladas de remolacha al día. Esa
circunstancia hizo que el pueblo creciera en varios sentidos. Uno de ellos, fue
en dirección al antiguo cementerio. Circunstancia por el que se trasladó al
lugar que actualmente ocupa. A raíz del cambio, la capilla sufrió grandes
reformas en su conjunto, resultando configurada tal y como hoy la conocemos. Y
lo que es más importante, consagrándose al culto de nuestra patrona Santa Ana.
Una vez finalizada la visita a la ermita de Santa Ana,
era ya casi mediodía, y don Antonio Orejón reclamó la “cervecita”.
-Pero mire, ya que disponemos de vehículo, nos vamos a
acercar al “Mesón de la Mosca”, que seguramente usted conoce aunque sea de
oídas. Ponen las mejores tapas de “asadura” de toda la provincia. Así, que
arreando.
“La Mosca” se encontraba en la carretera nacional a unos
cuantos kilómetros del pueblo, justamente donde surgían las primeras naves del
polígono industrial capitaneadas por la grandiosa cooperativa de COVIRÁN, la
asociación de supermercados más
importante de Andalucía.
-Cuando yo era joven “La Mosca” era una tasca de
carretera –iba contando el cronista- y estaba situada un poco más abajo, pero
con la llegada de la “modernidad” se
reformó convirtiéndose en un restaurante de carretera. De todas formas, sigue
siendo un lugar donde se come bien y barato.
Una vez en el interior, Carmelo y don Antonio Orejón,
solicitaron al camarero que les pusiera unas “cervecitas” acompañadas de
“asadura”, que no es otra cosa que hígado de cerdo encebollado y revuelto de
una exquisita salsa de tomate aderezada de picante.
-Cuando nos tomemos tres de éstas, seguro que se tira un
“peo” y enciende un fuego.
Y llevaba razón el cronista, aquella “asadura”, además de
estar primorosamente cocinada, picaba como un panal de avispas. Enfrente del
restaurante se hallaba el complejo empresarial de “Mercagranada”, donde años
atrás se agruparon un sinnúmero de
empresarios mayoristas para hacerse fuertes y poder mejorar las
condiciones de comercialización de los productos de alimentación.
-Sabe usted, don Carmelo, que en “Mercagranada” están
instaladas más de ciento veinte empresas, de las que un cincuenta por ciento
son mayoristas de frutas, hortalizas y pescados; mientras que el cincuenta por
ciento restante realizan actividades de distribución complementarias o prestan
servicios de atención a usuarios, incluidas entidades financieras y
establecimientos de hostelería. Todo un acierto para la mediana empresa
granadina. Muchas “Mercagranadas” harían falta en otros sectores. Pero en fin,
a usted lo que verdaderamente le interesa es la cultura. Y de eso, sé un poco.
>>¡Bueno,
cambiando de tema!, es hora de almorzar, que le parece si lo invito a mi casa y
después nos acercamos a la ermita de “Los tres Juanes”.
-Pues mire, no quisiera molestar don Antonio –le apuntó
Carmelo, que en el fondo estaba encantado por la invitación-, pero si usted
insiste no tendré más remedio.
-¡Hecho!, llamo ahora mismo a mi “señora” y que ponga un
cubierto más.
La casa de don Antonio Orejón se hallaba situada en una
de las bocacalles paralelas a la calle Real, era una vivienda de dos plantas, fachada blanca y balcones enrejados.
-Fue la herencia que recibimos de mi suegro Paco “el del
Coo y la Caera”. Un buen hombre que falleció ya va para veinte años. Pero,
que parece que fue ayer.
>> Paco, mi
suegro, fue ilustre en todo Atarfe, no
por lo buen labrador que era. Si no por la costumbre que tenía de
cagar subido en lo alto de una higuera
que tenía en el corral de su casa. Todos le conocían por Paco “el del Coo y la
Caera”, pues contaban que en cierta ocasión, mientras daba de vientre subido en
las ramas de la higuera, éstas se partieron y el pobre cayó al suelo con la
mala fortuna, según contaba todo escayolado en el hospital, de romperse el
“coo” y la “caera”.
La mujer del cronista se llamaba Patrocinio y en nada se
parecía a su esposo. Ella era bajita, algo patizamba y sobre todo muy pizpireta, también se le notaba algo de “mala
leche” que Carmelo supuso debido a la baja estatura o al problema de las
piernas, tipo desbravador de caballos. Pero, la verdad, es que con Carmelo fue todo cortesía y gracia. Hacía
muchos años, pensaba la buena mujer, que su esposo no tenía a bien, en invitar
al almuerzo a un personaje tan “distinguido”.
Patrocinio era buena cocinera, de eso no había duda,
Carmelo lo supo nada más entrar a la casa. Un olor que levantaba a los muertos
envolvía todo el ambiente, como el más delicado de los perfumes. El matrimonio Orejón vivían solos y
parecían felices, sobre todo Patrocinio.
-Siéntese don Carmelo a mi lado, verá que sopita de
almendras le he preparado –doña Patrocinio hablaba a Carmelo como si fuera un
conocido de mucho tiempo atrás-, uno de
los platos más típicos del pueblo, que
estoy segura que le hará chuparse los dedos.
En efecto, la sopa estaba riquísima. Pero, lo que más
agradó a Carmelo fue el segundo plato: “morcilla de lustre” con tomate. Un
presente inolvidable realizado a base de sangre de toro cocida y perfectamente
condimentada.
Tras el almuerzo, que fue “regado” con un mosto de
“Espadafor” pues en aquella casa -según doña Patrocinio- no entraba el alcohol
-ni falta que hacía pensaba su marido, pues para eso están los bares con los
“carajillos”-, Carmelo fue invitado a sentarse en un butacón y “echarse una
cabezadita”.
-Es que mi Antonio –explicaba doña Patrocinio- sin un
sueñecito después de almorzar no es nadie.
Así que, con el
documental de la tres y media, ambos durmieron roncando como niños.
El 4L parecía que iba a entregar el pellejo, cuando
surgió la primera rampa que llevaba hasta la ermita de los “Tres Juanes”,
Carmelo hubo de detener el vehículo y cambiar a primera. No había otra forma de
subir hasta la cima.
-Imagínese, si ahora le cuesta trabajo subir en primera, lo
que va a ser dentro de unos metros que es cuando empieza la carretera empinarse
–explicó don Antonio Orejón, con cierto retintín.
-Pues si es de ese modo tendremos que subir caminando.
No hizo falta, el 4L logró llegar hasta la cima. Lo hizo como los bueyes, paso a paso.
Pero llegó hasta lo más alto, como si de un Indurain se tratara.
El paisaje que ofrecía la cúspide era realmente
sobrecogedor. Por un lado, se podía distinguir a Sierra Nevada al fondo,
rodeada en su base de la esplendorosa ciudad y parte de la Vega. En otra parte,
la de la zona Sur, se advertía otro recoveco inmenso de la Vega con sus pueblos
lindantes, el Puerto del Suspiro del Moro y las sierras de la Mora y Águila. En
la parte opuesta, además de multitud de cuadriformes hazas con la autovía de
fondo se podía apreciar el desarrollo industrial de la provincia con algunos
desordenados polígonos industriales.
- Seguro que no se imaginaba que iba a contemplar algo
tan grandioso desde este cerrillo del “Castillejo”, no lo digo por todos los
trabajos realizados en el conjunto, que como apreciará son muchos, sino por el
entorno que podemos ver. Es fascinante. Personalmente habré visitado el cerro,
a lo largo de mi vida, un centenar de veces. Pues cada vez que subo me
sobrecojo. Hace muchísimos años, subía a pie unas veces, otras, lo he hecho en
bestias y siempre he pensado igual: “Los Tres Juanes” son únicos.
>> ¿Sabe que el
lugar, además de ser un tanto atractivo, es de gran importancia arqueológica?
-Pues no, lo desconocía –le respondió Carmelo, que mientras caminaba en dirección a la ermita
pudo reparar en un restaurante nuevo y
perfectamente acondicionado -.
- “Los Tres Juanes” se construyeron en 1941 por don Juan
de Dios Sánchez Pozo. De este señor se cuentan muchas historias, la mitad de
ellas supongo que serán inciertas, pero alguna imagino que será verdadera. De
entre todas, la más conocida es la que dice que recibió un encargo directo de
la propia Virgen, para que erigiera una ermita en este lugar y ofrendara su culto a San Juan Evangelista,
San Juan Bautista y San Juan de Dios. De ahí, el nombre del santuario.
>>Pero una cosa
es la ilusión de los santos y sus feligreses. Y otra, es la realidad económica.
Y ésta era, que don Juan de Dios Sánchez no tuvo los suficientes duros para
finalizar la obra, a pesar de recibir ayuda por parte de muchos vecinos del
pueblo, que sufragaron muchos gastos, aportando materiales y otros enseres.
Cuando murió don Juan de Dios, la faena se
paralizó y tuvimos que esperar muchos años para su conclusión, llevada a
cabo por la Escuela-taller, que además organiza este complejo turístico y
recupera el entorno natural, muy deteriorado por la multitud de canteras
existentes.
>>Ahora, que ya
conoce algo más de “Los Tres Juanes”, pasemos al interior de la ermita. Seguro
que se
va a recrear con la visión del artesonado de madera de estilo mudéjar y
el suelo de mármol de las canteras que ha visto anteriormente. Todo ello, es obra
de los alumnos de la Escuela-taller. Es para sentirse orgulloso de esos muchachos.
Con la visita a “Los Tres Juanes”, Carmelo dio por
finalizada su estancia en Atarfe. Estaba anocheciendo cuando se despidió de don
Antonio Orejón López y tras un fuerte
apretón de manos, reemprendió el viaje hacia Pinos Puente. Para hacer noche en
el hotel “Montserrat”, una hostería contigua al pueblo con excelentes vistas a
la Vega y limítrofe al río Cubillas.
Desde su habitación, que disponía de todas las
comodidades habidas y por haber, llamó a don Manuel Marina, un librero retirado
que ocupaba su tiempo libre llevando la corresponsalía del pueblo a un
prestigioso periódico.
-¿Don Manuel Marina?, le llamo de parte de don Antonio
Orejón, que me ha facilitado sus datos...
Sin darle
tiempo a finalizar la frase, el señor Marina, le comentó a Carmelo que ya le
había llamado su colega de Atarfe y que desde ese preciso momento se ponía a su
disposición. De este modo, quedaron para la siguiente mañana para tomar café en
el restaurante “La Cruz de Granada”, que se hallaba saliendo del hotel y cruzando
la carretera.
El siguiente
día despuntó muy nublado y a las nueve de la mañana parecía que, aún estaba
amaneciendo. El frío era intenso, sobre todo
por la proximidad de la Vega.
Cuando Carmelo
entró en el restaurante-café, se topó con una de los mostradores de mayores
dimensiones que recordara. Una tropa de camareros servían café a toda velocidad
a diestro y siniestro. Antes de que hubiera podido desprenderse de la “trenca”,
un camarero le colocaba ante sus narices un platillo con cucharilla y azucarillo.
-¿Qué va
ser?-le dijo el gentilhombre-.
- Pues...,
póngame un café con leche y una tostada de tomate con aceite.
El camarero que
resultó llamarse José Luis y era uno de los
propietarios del restaurante, sin moverse del lugar, gritó con toda su
fuerza.
-¡Micaela!, una
de tomate y un café con leche.
Así, antes de
que pudiera despabilar un poco, Carmelo se metía entre pecho y espalda una
soberbia tostada rebosante de un magnífico aceite que le resbalaba por entre
los dedos y que a punto estuvo de mancharle los pantalones.
-¿Un
cigarrito?-era nuevamente José Luis, que muy amablemente por su parte deseaba
congraciarse con el cliente, más que nada para ganarlo para próximas
ocasiones-.
-Muchas
gracias, a propósito estoy esperando a don Manuel Marina, imagino que le
conoce. Podría indicarle cuando llegue que estoy aquí.
-Con mucho
gusto, pero no hará falta, pues es el del peluquín rubio que acaba de entrar.
Un buen hombre, a pesar de ser “mariconcete”.
Don Manuel Marina rondaría los sesenta años, pero en su
afán por parecer joven, vestía de unas
formas tan extravagantes que le hacían parecer un “bicho raro”. Como prenda de abrigo llevaba puesto una gabardina
de hombros tan abultados como los de un culturista, que acompañaba con un
chaleco de lana multicolor que le llegaba cerca de la rodilla. Además,
utilizaba unas desfasadas gafas graduadas y de pera con cristales verdes que en
nada conjuntaban con el peluquín rubio metalizado que cubría su oblonga cabeza.
Transitar por la calle con él debería
ser todo un poema.
A Carmelo, el señor Marina le hizo recordar una vieja
historia que su madre le había contado en su niñez. El protagonista era un
mozalbete parisino, que viajaba todos los veranos a casa de los “Écija”, una de
las familias más pudientes de Lucena, para intercambiarse por uno de los hijos.
Gerard era el nombre del joven francés, que en aquellos años de la posguerra
recorría las llanas calles del pueblo,
vestido con unos pantalones cortos y una camisa de flores. Todo un poema para la mentalidad de aquellas gentes
rústicas, que le tiraban piedras a su
paso y lo insultaban con todo tipo de improperios que el muchacho desconocía.
Para más “Inri” de la situación, las criadas de la casa
“Écija” contaban que no utilizaba calzoncillos blancos sino unas bragas con
orificio parecida a las empleadas por las mujeres. Aquello era inadmisible, y
por ello, los jóvenes del pueblo decidieron hacerle “una putadilla”,
consistente en darle a probar un higo chumbo, algo normal si se lo hubieran
ofrecido pelado. Contaban las malas lenguas, que tras “comerlo” y comprobar en
sus propias carnes las espinas de la fruta, don Leovigildo, el “practicante”,
se pasó gran parte de aquélla noche extrayéndole, con la paciencia del santo
Job, todas las púas que le fueron posible de la lengua y del cielo de la boca.
Carmelo y don Manuel Marina se saludaron afectuosamente y
el primero invitó al segundo a tomar un café cortado.
-Es
que he de vigilar el peso, sabe usted –le explicó Marina-. Uno se debe a su
imagen y debe estar presentable en todo
momento. Y por esto vigilo el peso
siempre que puedo. Nunca se sabe.
Tras el café y el conocimiento
recíproco habitual, ambos “investigadores” dejaron el café-restaurante Cruz de
Granada y tomaron el 4L para visitar “El Puente Árabe”. Monumento erigido en el
siglo VI y que se encontraba enclavado a la entrada de Pinos Puente, sobre las
aguas del río Cubillas. El puente estaba compuesto
por tres magníficos arcos realizados en sillería y cada uno de ellos era de
diferente tamaño en el total de la prolongación de su herradura, menor en el de
mayores dimensiones, que iba acrecentándose en los restantes. Advirtiéndose,
una predisposición a las formas visigóticas, es decir, menor herradura en los
arcos de mayor tamaño y aumento en los menores. De él diría el ilustrado Gómez
Moreno: «...su aparejo es de sillería, atizonada normal, descentradas sus
juntas de hilada a hilada, resultando como el de la ampliación de la mezquita
de Córdoba, obra de Abderramán II»
A
Carmelo le agradó la construcción, sobre todo cuando la fotografió desde la
orilla del río. Entonces pudo percibir todo su esplendor y reparar en la
desigualdad de los arcos. Momento que aprovechó don Manuel Marina para informar
a Carmelo de una serie de datos que ostentaba en su poder.
-La
longitud del pasadero de este vetusto puente alcanza los 46 metros –empezó
exponiendo-, estando compuesto por tres arcos desiguales, que en el central
logra unas dimensiones de 9 metros y 80 centímetros de diámetro. Siendo la
curva que forman en herradura, dilatada en razón inversa de su cuerpo, con
desarme radial y refuerzos de pedestal. El arco de mayor tamaño tiene
engatillados los bloques en que se cimentaron. Entre los arcos florecen pilas
con tajamares redondeados contra la corriente, en la antigüedad existió en una
de ellas una torrecilla defensiva que sucumbió en 1431.
>>Los tajamares son de estructura singular, unos redondos sitos en
dirección a la corriente y el resto cuadrados puestos en el lado inverso,
conforme al uso romano. Los arcos surgen acentuándose del haz del muro mediante
una espontánea moldura de pedestal con formas medievales. En la bóveda interior
son apreciables los mechinales al estilo romano, en los que se tuvieron que
apoyar las cimbras.
>>De la arquitectura de este puente prepondera su aparejo que se
realizó con sillares colocados a soga y tizón, propios de las construcciones
romanas. Y que se halla oculto por el repasado de todos los haces de los muros
que disponen de un encadenamiento de fajas poco profundas, cuyos ensamblajes no
ajustan con el real.
>>La obra data posiblemente del siglo VI, así lo atestiguan los
innumerables textos musulmanes que lo mencionan. Es importante resaltar que la
garita destruida durante el siglo XV, fue rehecha en el siglo XVIII. Y que en
su interior alberga una capillita con arco de paso y remate de almenas y
capitel, en la que se venera a la Virgen de las Angustias, patrona del pueblo.
¿Qué le parece si subimos y la visitamos?
Tras
atravesar el célebre Puente Árabe, a igual que lo hiciera Cristóbal Colón unos
siglos atrás, cuando fue en su busca un emisario Real con el mandamiento de que
volviera a Santa Fe, pues sus majestades los Reyes Católicos habían cambiado de
opinión, otorgándole los caudales necesarios para navegar hasta las Indias. Carmelo
y don Manuel Marina encaminaron sus pasos hacia la Plaza de la Constitución,
donde visitaron la iglesia parroquial. Una construcción de mediados de siglo
XV, en la que destacaba una nave con siete altares, dos de ellos de madera, el
mayor dorado y con manifestador. Esta nave central de formas rectangulares, disponía a su vez de tres recintos
separados de la principal por pilares
con arcos de medio punto.
-Como
podrá advertir –le explicó don Manuel
Marina a Carmelo- esta nave central está cubierta por un valioso artesonado,
al igual que la capilla mayor.
Mientras
tanto, el cronista dejaba el recinto e indicaba a Carmelo que le siguiera.
-Ahora
si le parece, vamos a subir al campanario. Seguro que se alegrará al contemplar
las vistas que desde él se divisan.
Tuvieron
que remontar más de quinientos escalones para llegar a la torre del campanario,
Carmelo pensaba, mientras ascendía, que en el siguiente recodo el corazón le
iba a estallar. Cuando llevaba subido algo más de la mitad del recorrido se
desabrochó la trenca y se detuvo para tomar aliento, hecho que aprovechó don
Manuel Marina para deshacerse del peluquín –no sin anterioridad haberle pedido
su beneplácito a Carmelo, que no tuvo inconveniente en concedérselo- y secarse
el frío sudor de su lustrosa calva.
Llevarían
cinco minutos trepando como saltimbanquis cuando una pequeña puertezuela surgió
entre la oscuridad. Como pudieron la abrieron y una maraña estridente de luz
les cegó por unos instantes. Entonces sintieron como unas palomas revoloteaban por encima de sus
cabezas, levantando nubes de polvo.
-
La madre que las parió, el susto que me
han dado –gritó don Manuel Marina, mientras se secaba nuevamente la calva e
intentaba colocarse el peluquín-.
Las
panorámicas desde el campanario eran en verdad sorprendentes, sobre todo si
asomabas el cuerpo a través de uno de los enormes miradores, desde lo que se
podían distinguir la espléndida Vega, las Sierras de Parapanda y las altas
cumbres de Sierra Nevada.
-Bueno
Carmelo, verá que ha valido la pena el tremendo esfuerzo de subir a la torre.
No creo que pensara igual el desaparecido Luis Miguel, el funerario del pueblo,
que tuvo la osadía de pedirle las llaves de la iglesia prestadas al cura para
subir hasta aquí y hacer como las palomas: volar. Sólo que al pobre se le
olvidó pensar, que no tenía alas.
Por
la tarde, Carmelo, después de despedirse de don Manuel Marina, ya con el
peluquín de nuevo bien colocado, y almorzar en el restaurante “El Avellano”
unas migas con chorizo y panceta, acompañadas
de una buena jarra de cerveza, que le sirvió para hidratarse del esfuerzo del
día. Arrancó el 4L para dirigirse al “Cerro de los Infantes”, una célebre
necrópolis cercana al río Velillos, donde además se ubican los restos de una
fortificación árabe.
Para
llegar hasta el sitio, tuvo que dejar atrás el pueblo y circular por la
carretera nacional de Córdoba durante algo más de dos kilómetros, hasta llegar
a una gasolinera, donde preguntó a un labrador si sabía por donde se subía al
“Cerro de loa Infantes”.
-Pues
mire, lo tiene ahí enfrente. Es el “peñón” que sobresale. Pero, para subir
hasta el baluarte que desea, deberá tomar el sendero que se ve al fondo. Sabe,
que cuando yo era un niño iba con mis
amigos a buscar monedas y piezas de hierro. Y que normalmente hallábamos alguna
que otra, que después vendíamos por algunos duros a los coleccionistas que
venían de Granada. Una pena, pues si hubiera ocurrido en estos tiempos, con
seguridad que poseeríamos un museo en el pueblo. Pero, en el pasado la ignorancia
no nos hacia apreciar las riquezas de nuestro patrimonio.
Tras
la grata charla con el campesino, Carmelo se quitó los zapatos para calzarse
unas viejas “chirucas”, que siempre le acompañaban. Y así, dejó el viejo 4L
bien aparcado y emprendió la marcha hacia el cortijo de “Los Ángeles”, próximo
al Cerro y al Castillo de Velillos.
No
llevaría media hora de caminata, cuando se encontró con un rebaño de cabras y
su pastor, que vigilaba apaciblemente a los animales, a la par que ojeaba una revista de “Interviú”,
en la que se mostraba de portada a la
difamada Carmina Ordóñez.
-¡Buenas
tardes, amigo! –saludó Carmelo, mientras se aproximaba hacia el pastor, que no
dejaba de mirar los pechos de Carmina-
¿Voy bien encaminado hacia el “Cerro de los Infantes”?
-Si
señor, pero mal día ha elegido para subir. No se da cuenta, que dentro de poco
va a comenzar a llover. Yo si no fuera por las putas cabras, ya estaría en mi
casa al amparo de la chimenea. Pero, que se le va hacer, me tendré que calentar
mirando esta “guarrindonga”.
Y
en aquel momento, deslizó la revista a Carmelo, para continuar diciendo.
-Pocas
“filipinas” que me he hecho con esta tía, desde que era una moza, siempre me ha
puesto como una moto. Y en más de una ocasión alguna cabra ha pagado el pato.
Carmelo
que se sintió incómodo por el rumbo que había tomado la conversación, se
despidió del hombre como mejor supo y reanudó el atajo, que ahora se hacía más
prominente.
De
este modo, llegó hasta la ladera donde se encontraba el “Cerro de los
Infantes”, terreno muy próximo a la antigua ciudad de Ilurco. En aquel lugar,
posiblemente, se habrían hallado años
atrás, restos de materiales prehistóricos, iberos, romanos y árabes.
Testimonios que indicaban que el emplazamiento era de considerable importancia.
Carmelo,
tras detenerse durante unos minutos y observar la necrópolis con respeto, como
era su costumbre en estos casos. Alcanzó su mochila, que había dejado sobre una
roca, y extrajo una libreta donde tomó algunas notas. Para a continuación,
seguir caminando hasta el cortijo de “Los Ángeles”, que se observaba a corta
distancia.
No llevaría ni veinte pasos dados cuando una
suave llovizna empezó a caer sobre el campo, por lo que Carmelo efectuó una
rápida carrera hasta las ruinas de la fortaleza, que se hallaban apostadas
sobre los derruidos muros de algunas
viviendas. En el interior de una de ellas se protegió de las inclemencias del
tiempo, a la par que sacaba nuevamente de la mochila un chubasquero y un
librito verde en el que se podía leer: El castillo de Velillos por Mariano
Martín García y José María Martín Civantos.
Abriéndolo por una de sus páginas comenzó a leer: >> Allá por el año 1073, nos cuenta el
historiador árabe Abd Allah en su manuscrito “Al-Tibyan”, cómo fue y el por qué
de la construcción del castillo de Velillos. Parece ser que el último rey zirí
entró en litigio con el rey Alfonso VI, al que se negaba pagarle tributo. Acto
que impulsó al castellano a aliarse con
al-Mu’tamid de Sevilla para combatir en el Reino de Granada, con el fin de
hacerse con la capital y adueñarse de los tesoros existentes.
>>Tras
llegar a sendos acuerdos, ambos monarcas acordaron como primera iniciativa la
edificación de un castillo en un lugar propicio para emplazarse oportunamente y
lograr poner en aprieto siempre que fuera necesario a sus adversarios
granadinos. Se eligió un emplazamiento cercano al río Velillos, construyéndose
una fortaleza en la que se dejaría una guarnición encargada de hostigar
continuamente las alquerías y pueblos cercanos a la capital.
>>Al retirarse de Velillos las tropas
cristianas y los soldados de al-Mu´tamid, que habían custodiado la construcción
de la fortaleza, el rey zirí emprendió acciones de guerra y sitio para
apoderarse del castillo. Circunstancia que le fue adversa por encontrarse muy
bien guarnecido y por recibir ayudas constantemente. Las fuerzas de ambos
ejércitos eran muy similares y el granadino comprendió que convenía más aceptar
las estipulaciones económicas de vasallaje que le había solicitado el rey Alfonso,
a involucrarse en una reyerta que terminaría por aniquilar el Reino de Granada.
Años más tarde, concretamente en el 1075 pasaría la fortaleza a ser del Reino
de Granada y serviría para que los arquitectos musulmanes de la ciudad de Granada
pudieran estudiar las mejoras que posteriormente realizarían en la Alcazaba de
Granada.
>>En un futuro cercano, la fortaleza de Velillos conocería, según
nos cuenta Ibn al Jatib, a las tropas del Rey Castellano Fernando III, que en
una incursión por tierras de Granada sufrirían una espectacular derrota a manos
de Muhammad I en el contorno de la fortificación.
>>En 1319, según nos cuentan las crónicas
cristianas, fueron derrotados y muertos los infantes de Castilla don Pedro y
don Juan, que habían sido tutores del rey Alfonso XI en una irrupción realizada
a “Val de Velillos”. Años más tarde, en 1361, siguen contándonos los
historiadores cristianos en la “Crónica del Rey Pedro I” que, al llegar a Velillos, derrotaron a las tropas
granadinas del que fuera rey Muhammad, y que, no conformándose continuaron
hasta el pueblo de Pinos Puente en el que se establecieron.>>
La
vuelta hasta la gasolinera fue para Carmelo algo penosa, pues la suave lluvia
se transformó en aguacero y un viento cortante como cuchillos de Albacete
empezó a azotar el altozano, lo que convirtió la excursión en una aventura muy
desagradable, sobre todo cuando las nubes ocultaron el día, haciéndose de noche
cuando aún faltaban un par de horas de sol. Cuando Carmelo llegó hasta el 4L,
se encontraba totalmente empapado a pesar del chubasquero de guardia civil que
le debería de haber protegido de la lluvia la totalidad del cuerpo.
Aquella
noche, no se encontraba para nuevos lances, ni siquiera culinarios, por lo que
volvió tan rápido como pudo al hotel “Montserrat” y tras darse una ducha
reparadora, leerse el periódico y ver las noticias de Antena 3, bajó al
restaurante del hotel y pidió la cena.
El
camarero, que era gordo como una vaca,
le coreó todos los platos disponibles en menos que canta un gallo, mientras le
servía una copa de vino tinto de marca desconocida.
-Pues
me va a poner de primero una sopa de
picadillo y de segundo una “tortillita francesa” con lechuga. De postre un café
con leche. A ver si entro en calor.
-Muy
bien señor, enseguida le traigo la “sopita”, espero que le guste y que no le ocurra como al representante de
zapatos.
-¿Qué
le ocurrió al representante?- le inquirió Carmelo-.
-
Muy fácil, que nada de lo que le servía era de su agrado. Yo con mucha calma,
le fui cambiando los platos uno a uno y a la vez sirviéndole otros. Lo que no
sabía el desgraciado era que la nueva sopa iba acompañada de un salivazo y que
el filete de ternera había sido pisoteado por todos los cocineros.
-
Conmigo, no va a tener ese problema, le aseguro de antemano, que todo lo que me
traiga estará exquisito. Le doy mi
palabra.
-
Pues no sabe lo que me alegro –le confesó el gordo camarero-, ya que me cae
usted simpático y no es agradable hacerle feos al cliente.
A
la siguiente mañana y tras pagar la cuenta del hotel y desayunar en el
restaurante “La Cruz de Granada”, Carmelo reemprendió nuevamente el camino. En
este día iría hasta el pueblo de Moclín y visitaría su castillo y otros
significativos lugares. La carretera que llevaba hasta la población, era una
comarcal que transcurría paralela al río Velillos y que se hallaba en muy buen
estado, y además, las vistas que se podían distinguir en el recorrido eran
verdaderamente admirables.
El
día había amanecido para suerte de todos muy abierto y conducir por aquellos
parajes resultaba ser hasta
gratificante. Cuando el 4L ascendió el primer repecho y salió de una curva muy
cerrada y dificultosa que rodeaba un sembrado de olivos, Carmelo advirtió a un
motorista parado en el arcén, que le hacía señas para que se detuviese. El
motociclista resultó ser un marchante que se dedicaba al negocio de las
legumbres y que se llamaba Rodolfo Martín Martín, era vecino del pueblo de
Tiena y por lo que contaba a Carmelo, mientras se desprendía de un casco de
motocicleta de color amarillo, iba de vuelta a su domicilio cuando la moto se
detuvo en seco.
-Imagino
que será “cosa” eléctrica, pero es que yo entiendo poco de mecánica, sabe
usted. Para eso está mi sobrino que es mecánico y tiene un taller en el pueblo,
donde arregla desde bicicletas hasta máquinas cosechadoras. Un artista el
muchacho de la mecánica.
>> Me contaba, que se dirigía hacia Moclín. ¿Alguna promesa al
Cristo del Paño?
-No
es que estoy recorriendo la zona haciendo una catalogación de todos los monumentos
y edificios históricos.
-Pues
por aquí –le expuso el motociclista- no va a encontrar nada más que cuatro
piedras, que no sé por qué no las han quitado de en medio. Imagínese hay en Moclín, un castillo moro que
no es más que ruina. Pues bien, una parva de muchachos no hace más que perder
su tiempo en intentar arreglarlo, cuando lo más fácil es barrenarlo y edificar
algo útil en el terreno.
Carmelo,
ante la tosquedad del motociclista no hizo oídos y se centró en la carretera y
en el paisaje, que transcurría entre campos de olivos y tierras en “barbecho”,
pues aún no había llegado el tiempo de la siembra.
En
una revuelta de la carretera, el río Velillos se aproximó tanto al asfalto que
el agua se podía escuchar desde el automóvil.
-Esa
pequeña cascada que ve enfrente –apuntó Rodolfo Martín Martín, que deseaba
reemprender nuevamente la conversación-, la llamamos “La Media Luna”, pues si
se fija tiene la forma del satélite. Más allá, en lo alto de la cima que viene,
se encuentra la residencia de los propietarios del cortijo de Búcor. Unos
señores que viven casi todo el año en Madrid y que vienen a visitar la tierra nada más que por vacaciones. Si yo
fuera el dueño de tal hermosura, no faltaría ni el día de mi muerte.
En
efecto, a los pocos kilómetros hallaron un enorme cortijo que dividía el río en
dos poblados y que respondía al nombre de Búcor. Las tierras de la hacienda
eran tan espaciosas que se perdían en todas las direcciones de vista.
Cuando
dejaron atrás el cortijo, Rodolfo Martín volvió a tomar la palabra para indicar
a Carmelo, que la próxima propiedad que atravesarían era el conocido cortijo de
“Enmedio” y que se anduviese con cuidado pues un par de kilómetros más allá
debería desviarse para tomar la carretera que los llevaría hasta Tiena y Moclín.
Un
indicador amarillento señalaba el cruce, Carmelo redujo la velocidad del 4L y
tras poner el intermitente, giró hacia la izquierda e inició la subida de una
empinada rampa que se abrió en la carretera como por sortilegio.
-No
se asombre amigo de la cuesta –expuso Rodolfo Martín-, pues es la misma que
años atrás utilizaban las bestias para remontar al pueblo. Cuando construyeron
la carretera, supongo que no tendrían más alternativa que ensancharla y darle
asfalto. Ahora con los vehículos se puede medio subir, pero tendría que haber
visto a los borricos como sacaban la lengua y agachaban las orejas en mis años
mozos.
Tiena
era un pequeño pueblo, que se encontraba en mitad de la formidable ladera,
donde surgía un collado en sentido opuesto a la calzada. Sus viviendas eran
todas rústicas y de perfil similar.
Rodolfo
Martín quiso invitar a Carmelo a tomar una copa de aguardiente con pasas e
higos secos en su casa.
-Verá
que la vivienda es muy humilde, pero no falta ni una buena tripa de salchichón ni
una buena botella de vino.
La
casa del motociclista y tratante se encontraba en la calle Queipo de Llano, que
paradójicamente se situaba en una “pendiente”, que daba cabida a la “Casa del
Pueblo” y a la sede del “PC”. Era una vivienda de dos plantas, la primera se
utilizaba como recibidor, comedor y atajo por donde meter a los animales hacia
los corrales.
-En
mi caso, a la única bestia que hago pasar es a la “Montesa”, que hemos dejado
en el balate. ¿Por cierto, le apetece probar esos higos y el aguardiente?
Sería cerca de mediodía cuando Carmelo, algo achispado y
más contento que unas pascuas, reemprendió de nuevo el camino. Ahora, era un
trayecto muy corto el que debería realizar. Simplemente, conducir por una
empinada cuesta, de vista algo más que impresionantes, que lo enclavaría en la
villa de Moclín. Una vez en el pueblo, debería presentarse a don Claudio Cueva,
un rico comerciante ya retirado y amigo de Rodolfo Martín.
Así lo hizo, encontrando a don Claudio en el “Café
Moreno”, una bar cercano al Ayuntamiento, donde el displicente acaudalado
consumía las horas entre cafés, cervezas y partidas de dominó. El antiguo
comerciante, resultó ser un hombre encantador, a pesar de tener un aspecto
apagado de tonos pajizos y estar más descarnado que un pabilo de maíz rosetero.
Carmelo, tras las presentaciones de rigor, le informó que
lo había llevado hasta Moclín y si podía servirle de ayuda.
- Más que de ayuda, amigo mío. Me voy a convertir, si
usted me lo permite en el conspicuo panegirista que le narre la historia y
monumentalidad de mi pueblo. Por el que dejado la capital, el negocio, los
hijos y hasta la mujer para confinarme en sus calles, plazas y bares.
Así, Carmelo emprendió su tarea en el histórico pueblo,
que se ubica en los denominados Montes Orientales y que durante la dominación
musulmana adquirió gran importancia.
-De aquella época –le refería don Claudio Cueva- nos
queda la fortaleza, cuya historia se remonta a la segunda mitad del siglo XI,
aunque se desconoce con exactitud la fecha de su construcción. Pero si tenemos
en cuenta que durante el año de 1246 se perdió Jaén y que en 1280 surgen las
primeras citas por parte de Esteban
Garabay, hemos de suponer que durante ese lapso intermedio se construyó la
fortaleza de Hins al – Muklin o castillo de las dos pupilas.
Todo estos acontecimientos los narraba, el canijo de don
Claudio, mientras atravesaban un corredor en forma de recodo situado en
extramuros, y construido por los
almohades, que sirvió para impedir el
paso a personas no gratas en el recinto amurallado.
-Para poder acceder al ámbito fortificado –seguía
narrando don Claudio-, primeramente vamos a recorrer el sistema defensivo y nos
deleitaremos observando el corredor, que dota espléndidamente a la puerta de
entrada, que como usted verá se encuentra flanqueada por dos torres y el escudo
nazarí.
>>Ahora, si
le parece, entremos al albarcar –que es
un espacio existente entre las murallas y la alcazaba-, que es de formas
singulares, y sufre una leve inclinación al ocupar solamente una vertiente del
castillo. Mire usted, como lo protegen las murallas y como se alternan las
torres cilíndricas y cuadrangulares.
Tras la inspección del albarcar, Carmelo y don Claudio,
atravesaron el camino real que los llevaría hasta la alcazaba. Para ello,
cruzaron una puerta que se hallaba protegida por una estructura en forma de
recodo de características similares a la principal, pero más pequeña. Una vez
en el interior, ambos visitantes anduvieron por entre el aljibe y se recrearon
soñando en la Torre del Homenaje.
-Este aljibe, es uno de los de mayor tamaño que se han
conservado de las fortalezas hispano-musulmanas. Fue realizado mediante el
sistema de “tabiya”, que consistía en colocar unos palos unidos a unas tablas laterales y entre
ellos se introducía argamasa. El aljibe era de vital importancia para la
población de Moclín en tiempos de asedio. El agua llegaba a su interior,
mediante el acarreo de las bestias y por canalizaciones provenientes de los
desagües de los tejados.
>>¿Sabe usted?,
que este castillo fue utilizado como cárcel en tiempos de los Reyes Católicos.
Y que entre estos muros vivió prisionero el hijo de Boabdil, al que se utilizó
como garante.
>> Bueno
–continuó diciendo don Claudio-, le invito a comer, si no le importa en mi casa.
Manuela, una viuda que me cuida, ha preparado unas manos de cerdo y unas tortillas de collejas que despiertan a
los muertos. Después, cuando hayamos dormido la siesta, visitaremos la Iglesia
de la Encarnación donde se venera la imagen del Cristo del Paño.
Serían las
cuatro de la tarde, cuando emprendieron la subida hacia la antigua parroquia de
la Encarnación, no sin antes hacer una
parada en el “Café Moreno” donde Carmelo se tomó un café solo, que
amargaba como los rayos, y don Claudio una infusión de manzanilla con una
gotita de “Anís del Mono”.
La iglesia se
sitúa a los pies de la fortaleza y cuentan que fue erigida sobre la que fuera
mezquita musulmana, datando de época de los Reyes Católicos, que según cuentan
las leyendas fueron sus fundadores.
-La iglesia en tiempo de la guerra
civil del treinta y nueve fue totalmente destruida –refería don Claudio con
cierto pesar-, los daños que se
practicaron han sido casi insalvables. Se destrozaron paredes, puertas, techos,
retablos, confesionarios, imágenes... Hasta el artesonado mudéjar de la sacristía que era de un valor
incalculable. Todo quedó hecho polvo.
>>Después de la guerra se
rehizo totalmente el templo, quedando como se puede apreciar: con una sola
nave, que está yuxtapuesta al campanario
y una magnífica portada en la que destaca un arco rebajado sobre el que se iza
una espadaña, el ábside sigue siendo el original.
>>Pero la verdadera joya de la
iglesia de la Encarnación se halla en aquel lienzo, conocido en el “mundo
entero”, es el Cristo del Paño. El paño representa, como puede apreciar, a
Jesús Nazareno con la cruz al hombro y punto de
perder el equilibrio. Cuentan las crónicas que el cuadro fue utilizado
por las tropas de los Reyes Católicos como estandarte de guerra. Y que tras la
conquista de Moclín fue regalado al pueblo.
>> Sin embargo, no llegaría a
ser objeto de culto hasta bien entrado el siglo XVII, cuando un sacristán con
cataratas recuperó la vista, tras realizarle una limpieza al lienzo y rezarle
enfervorecidamente, a la par que le besaba los pies. De ahí, el apelativo del
“paño” nombre que se daba a la enfermedad ocular en el pasado.
Aquella tarde, tras la visita a la iglesia y pasear por
las calles del pueblo, don Claudio
ofertó a Carmelo una amable invitación
para que pasara la noche en su compañía. Asimismo, le mostró en su recorrido el edificio
emblemático del “Pósito del Pan”. Una construcción mandada a levantar por el
cardenal Cisneros, que reglamentaba el regular abastecimiento de semillas,
alimentos y dinerario.
-De esta
manera, ponían nuestros antepasados el barro antes de que picara la avispa y se
precavían ante las malas cosechas, el acaparamiento y los altos precios. Todo
un ejemplo de solidaridad y buena vecindad.
A la siguiente mañana, el cielo volvió a estar encapotado
y Carmelo tras despedirse muy agradecidamente de don Claudio Cueva, que le
ofrendó con una bolsa llena de higos secos, para que se entretuviese por el
camino. Arrancó el 4L, que se estaba comportando como un verdadero campeón, y
puso dirección a Íllora.
Lo hizo a través de la comarcal que unía los pueblos de
Moclín y Puerto Lope, que era una carretera estrecha y serpenteante, aunque se
hallaba muy bien asfaltada. Cuando llevaba realizados los primeros kilómetros,
una tromba de agua comenzó a asolar los campos y Carmelo notó que el frío
empezaba a ser intenso. Probó el mando de la calefacción, y a los pocos minutos
el vehículo se volvía tan confortable como la mejor de las “suites” de un
hotel. Así, avistó entre caños de agua indelebles para los limpiaparabrisas, el
cruce de la carretera nacional
Granada-Córdoba. Giró en dirección a Granada y a los pocos minutos atravesaba
el pueblo de Puerto Lope, en donde hizo un
alto para repostar y desayunar.
Tras la habitual tostada de aceite con tomate y el café
reanudó el viaje, ya con otros ánimos a pesar de la lluvia, que seguía siendo
intensa. Un cartel indicador le sirvió de contraseña para que tomase una nueva
carretera comarcal, que le internaría en unos ejidos de olivares de dimensiones
interminables. La carreterita era tortuosa e interminable. Y a pesar de ser
corta la distancia, los kilómetros parecían no tener fin. De vez en cuando, el
4L se cruzaba con tractores con sus remolques que escupían el barro de las ruedas a diestro y siniestro.
Serían las once de
la mañana, cuando divisó en la lejanía el pueblo de Íllora, una larga
recta precedía la entrada. Circunstancia que aprovechó Carmelo para detener el
automóvil en la cuneta y sacar el “Alcatel” de
la mochila y ponerse en contacto
con Antonio Salinas, un amigo natural del pueblo vecino de Alomartes y que
conoció a los pocos días de su llegada a
Granada.
-¡Antonio!, soy Carmelo Chinchilla, ¿dónde andas? Yo me encuentro a la entrada de Íllora y voy a
pasar el día aquí. ¿Podemos quedar?
- Mira, da la casualidad que hoy tengo el día libre. Así,
que dentro de media hora estoy contigo. Espérame en la cafetería Arte Nova.
No habrían transcurrido veinte minutos cuando Antonio
Salinas, un viejo “rokero” de “chupa” de cuero y gafas negras se presentaba en
la cafetería y abrazaba efusivamente a
su amigo Carmelo.
-Que alegría me das. Al último que hubiera imaginado por
estos parajes es a ti. Dime que te trae por el pueblo.
Tras una rápida explicación por parte de Carmelo, Antonio
“se puso al loro”, quedando muy ilusionado de poder servir de ayudante de
mecenas para algo tan importante como la realización de “un inventario sobre
la monumentalidad en la provincia de
Granada”.
-Como sé, querido amigo, que tu pasión son los castillos
–le explicó a Carmelo, mientras tomaban un café-, vamos a empezar subiendo a la
fortaleza nazarí. Pero si no te importa, primero recojamos al vigilante de las ruinas.
Simón era como se llamaba el personaje, un viejo que
debería andar más cerca de los ochenta que de los setenta años de edad. Pero
que se movía con la agilidad de un gamo y que los subió por pendientes
imposibles, hasta llegar a las murallas, donde un transformador de “Sevillana”
ocupaba el espacio que antaño sirviera de garita a los guardianes moros.
La entrada a la fortaleza la realizaron a través de la
puerta principal, situada junto a una torre de planta cuadrada y considerable
tamaño.
-La fortificación es de época nazarí y como podrán
observar está totalmente destruida –les indicó Simón, mientras saltaba un
enorme socavón-, solamente algunos restos de murallas y torres nos hacen
imaginar el castillo colosal que pudo existir hace unos cientos de años.
>>Estoy
completamente seguro, que esta fortaleza fue en su tiempo uno de los
principales bastiones musulmanes del territorio. Cuentas las crónicas que fue
construida durante el siglo IX, y era conocida en todo el Reino por “ el ojo
derecho de Granada”.
Caminaron pausadamente por entre las que fueran
dependencias y en una prominencia, que debió ser la zona residencial, Simón se
detuvo para sentarse en una piedra cuadrangular y liar un cigarrillo.
-Imagino que no querréis fumar un “cardo de gallina”,
pero es lo mejor que hay para la tos –señaló el viejo entre risas, mientras
liaba el cigarro-, me lo recetó el médico hace cincuenta años y me ha ido muy
bien con ellos. Entretanto fumo, podéis echarle un vistazo a este libreto que
siempre llevo en el bolsillo. En él, copié un artículo, que escribió don
Alfonso Gámir Sandoval en 1956, en el que describía muy acertadamente al
castillo.
Carmelo cogió el libreto, que ya tenía las hojas algo
rancias y amarillas, y observó la escritura infantil y de las letras redondeada
que decían: << ... en la actualidad el recinto del castillo abarca en
su diámetro mayor la muralla del castillo, dirección Este a Oeste, unos
doscientos setenta metros y en su diámetro menor, Norte a Sur, ochenta metros.
Se conservan cuatro torres semiderruidas, de las cuales tres parecen macizas y
una hueca. En el centro del cuadrilátero se conserva un muro de argamasa que
formaba parte de la iglesia de San
Gabriel, destruida por Sebastián y en la que había una lápida que según un libro de memorias que se conserva en la
actual iglesia parroquial decía: gánose esta villa del poder de los moros por
los señores Reyes Católicos el 14 de junio de 1486, viernes a las tres de la tarde, día de San Anacleto Papa y mártir y
dejaron por Alcaide de este castillo a don Gonzalo Fernández de Córdoba, señor
de la Casa de Cabra, Duque de César y Baena. La iglesia se adjudicaba la
propiedad del castillo y por cuenta de la
primera se realizaron pequeñas separaciones en el recinto del segundo,
hasta muy entrado el siglo XVIII>>.
Tras la visita al castillo, que duró algo más de una
hora. Antonio Salinas y Carmelo tuvieron que invitar al redicho de Simón a unas
“cañas” en el “Mesón la Terraza”, mientras hacían tiempo para la hora del
almuerzo.
Una vez estuvieron bien entonados de cerveza y algún que
otro vino, se despidieron de Simón y subiendo al 4L se dirigieron al cercano
pueblo de Alomartes. A la entrada de esta bellísima localidad, que más que un
pueblo parecía un “Belén” al que le faltaba la nieve y los pastores, hallaron
la “Venta de los Galgos”, un mesón de lo más animado en donde Antonio Salinas
tuvo el “gusto” de invitar a su amigo Carmelo a almorzar algo tan original
como: huevos a la Parapanda, unas chuletas de cerdo a la brasa y unas raciones
de choto al ajillo. Todo esto, regado por un buen vino de la Ribera del Duero y
una agradable conversación, en torno a la música rokera, de la que Antonio era
un devoto.
Al finalizar el almuerzo, ambos comensales tenían pocas
ganas de reemprender la “excursión”, pero el deber estaba ante todo y no era
cosa de que el motor del 4L se enfriara. Por lo que retornaron de nuevo hacia
Íllora, pero antes de visitar la iglesia de la Encarnación, Antonio Salinas le
planteó a Carmelo la posibilidad de conocer los alrededores del cortijo de los
Duques de Wellintong, una donación que realizó el rey Fernando VII al aristócrata
inglés por las ayudas prestadas durante la Guerra de la Independencia.
-Cuenta la tradición que el rey español le concedió a
Wellintong –explicaba Antonio Salinas- todas las tierras que fuese capaz de
recorrer en un caballo durante un día. Como verás, más que a caballo tuvo que
hacer el trayecto en helicóptero, pues la propiedad es interminable.
De nuevo en Íllora se dirigieron finalmente a la iglesia
de la Encarnación. Una edificación de mediados del siglo XVI, mandada a
construir en recuerdo de los Reyes Católicos y erigida sobre los cimientos de
una antigua mezquita. La estructura del templo era de formas rectangulares,
disponiendo de una nave muy extensa, de altura proporcionada y gran solidez.
Junto a la nave principal se podían apreciar seis capillas laterales,
realizadas por el insigne maestro Juan de Riofrío, soportadas por arcos de
medio punto con las dovelas ornamentadas. La Capilla Mayor, junto con la torre
cuadrangular, fueron cimentadas por Martín Bolívar, disponiendo la capilla de
un sencillo tabernáculo de mármol de diferente colorido. La cubierta de la
iglesia se erigió en forma de bóveda de crucería con lunetas, disponiendo para
su apoyo de muros, que reposan sobre una cornisa, que los recorre en toda su
línea y que se cimentan sobre unas pilastras de gran esbeltez en sus perfiles.
La construcción de esta insigne obra se debió al acreditado Diego de Siloé.
Aquella noche Carmelo pernoctó en la casa de Antonio
Salinas, que como sabemos vivía en Alomartes. Y a la siguiente mañana, cuando
comenzaba alborear se despidió de sus amigos, para reemprender el camino en
dirección Montefrío, uno de los pueblos que conforman la comarca granadina de
los Montes Occidentales y que linda con la provincia de Córdoba.
Para llegar hasta Montefrío, Carmelo circuló a través de
una carretera serpenteante y peligrosa, de abrupta vegetación e intrincadas
lomas, que le puso el corazón al límite de sus pulsaciones en más de una
ocasión. Sobretodo cuando la dirección del 4L no respondía como debiera a causa
de la escarcha que cubría ciertas zonas umbrías de la
calzada.
Aquel desplazamiento fue el más aventurado, que Carmelo
recordara. Por eso, cuando llegó a la entrada de Montefrío, lo primero que
hizo, a pesar de no tener costumbre, fue pararse en el “Mesón Curro-Lucena” que
se hallaba en la misma carretera y pedir una copa de “coñac”, ya habría tiempo
para el desayuno.
-Mal día para viajar, supongo que la carretera debe estar
helada en la mayoría de los recovecos –le manifestó un individuo de unos
cuarenta años, tan rubio como un irlandés y que parecía ser hombre ilustrado y
de medios económicos-. Me llamo Florencio Figueras, aunque todo el mundo me conoce en el pueblo por Floren.
-Encantado, Carmelo Chinchilla, soy funcionario de
Diputación y me encuentro haciendo un estudio sobre los más importantes monumentos de
la provincia de Granada.
-Ah, muy interesante –le dijo don Florencio Figueras-, mi
trabajo en nada se parece al suyo, aunque también es muy sugestivo, por lo
menos para mí. Pues me dedico a la cría de ganado caprino y estoy intentando,
con la raza murciana-granadina, incrementar la producción de leche de cada
unidad. Fíjese, yo que me hice ingeniero agrónomo porque mi vocación eran las
plantas y ahora termino de “pastor de cabras”. Pero bueno, no le quiero dar la
tabarra con mis cosas. ¿Le importaría que
le acompañara durante la visita que realice a Montefrío? Aunque no soy
un licenciado en arte e historia, si le podré ser de mucha ayuda, pues mis
ratos libres en el pueblo son muchos y los dedico a estudiar su historia y
costumbres. Seguro, que si no fuera ingeniero y ganadero, me habrían hecho
cronista. ¿Qué le parece si empezamos nuestra gira, visitando el núcleo urbano
y deponemos los arrabales para más adelante?
-Pues por mí, encantado y muy agradecido.
Así, dejaron el “Mesón Curro-Lucena” y se dirigieron
hacia el pueblo en el “todoterreno” de Floren, que era como le agradaba al
ingeniero que le llamaran.
La primera parada la hicieron en la calle Enrique Amart,
donde dejaron aparcado el “Toyota”, para dirigirse bordeando alguna calleja
hasta el convento de San Antonio, una construcción de estilo barroco, que había
servido de panadería hasta que el Ayuntamiento en fechas recientes lo había
adquirido.
-Una pena, amigo mío, que
una joya como esta haya estado tan desprotegida durante tantos años. El
edificio perteneció a la orden franciscana y se cree que data de la segunda
mitad del siglo XVIII.
Mientras Florencio Figueras relataba los infortunios de
la abadía, se habían introducido hasta el claustro que era de estilo sobrio y
de estructura cuadrada y constituido por arquerías de medio punto que reposaban
sobre fornidas columnas dóricas. En el centro del patio una fuente adornaba el
conjunto de la dependencia. Carmelo se acercó hasta ella e introdujo una mano,
lo que casi le cuesta un constipado por la frialdad del agua.
A continuación, a través de una oscura puerta
se introdujeron en la iglesia del convento y Floren, en voz casi imperceptible,
por respeto al lugar, entabló un discurso del que Carmelo apenas si podía
escucharlo.
-Esta iglesia es de estilo barroco, a igual que el resto
del convento, como podrá apreciar. La planta es rectangular establecida sobre
una nave central y dos capillas laterales que se comunican entre sí. Junto a ellas,
hay una Capilla Mayor de estructura rectangular que exalta el resto de la
construcción.
>>Además, la
iglesia dispone de una sacristía, que se encuentra allá, en el lateral derecho
del crucero. La distribución de todas las estancias es representativamente
jesuítica, como se puede comprobar en esas capillas construidas entre firmes
puntales que sujetan la nave central. El alzado, en cambio, se logró por medio
de pilastras dóricas que se izaron sobre pedestales.
>>Ahora,
sentémonos en uno de los bancos de la nave central y veremos en el centro una
gran cúpula sujeta por arcos de medio punto y pilastras dóricas. Esta cúpula se
decoró con formas de ópalos y enjutas disposiciones. El tambor se encuentra
fraccionado en ocho paños, por medio de pilastras, entre las que destacan los
adornos circulares sin ornamentos y las ventanas esféricas que dan luminosidad
al conjunto.
Tras la visita al
interior del convento, ambos salieron a la calle y caminar unos pasos para
tomar perspectiva del edificio, continuaron recreándose en la obra.
- La fachada principal del convento está formada
–continuó explicando Floren, que parecía haberse olvidado de las cabras y de la
productividad de la leche de éstas-, por dos cuerpos horizontales de formas
diferentes, tanto en las dimensiones como en su decoración, que se hayan
separados por una cornisa. La portada está diseñada en forma de arco de medio
punto establecida sobre pilastras, que alternan con barras.
>>Si observa la clave, podrá
comprobar que está guarnecida del escudo franciscano y las enjutas portan
angelitos con las alas extendidas. Medias columnas de orden dórico rematan la
portada. Fíjese en los pedestales y en su decoración, que por desgracia está
muy deteriorada.
>>En fin, el convento se puede
considerar un primor del arte barroco, impar para un pueblo como
Montefrío. Una maravilla que no supimos
apreciar en su tiempo esplendoroso y que ahora deseamos “enfervorecidamente”
rescatar por todos los medios económicos y humanos del “cajón desastre” en que
se encuentran tantos prodigios de nuestra cultura.
>>Bueno, mejor
será que vayamos a tomar un café, y nos dejemos de demagogias baratas, que no
conducen a nada y ponen a uno de “mala leche”.
De este modo se dirigieron, caminando entre automóviles
que habían aparcado sobre las aceras, a un café muy pequeñito donde servían
churros y que se hallaba atiborrado de clientes.
-¡Mario, pon dos de churros con chocolate! –apuntó Floren
a voz en grito-. Verá que churros tan exquisitos “da el Mario”, pero si lo he
traído hasta aquí, es para que pruebe el chocolate que está elaborado con la
leche de las cabras de mi propiedad, algo inusual pero extraordinario.
En efecto, los churros y el chocolate supieron a gloria a
los comensales, sobre todo, después del frío pasado durante toda la mañana
recorriendo conventos. En la cafetería, mientras se relamían de gusto, Floren
presentó a Carmelo a don Sabino Rebollo, un “aristócrata” natural de Montefrío
venido a menos y que presumía de las hazañas sexuales de uno de sus
antepasados, que por lo visto era un magnífico “desbravador de doncellas” y que
imaginó durante toda su vida haber sido el primer caballero que se había
beneficiado a la reina Isabel II, en una de las ocasiones que visitó Madrid.
Todo un bulo que servía al desventurado don Sabino, para continuar viviendo de
un recuerdo familiar caduco.
-Don Sabino es uno de las cabezas más ilustradas de
Montefrío, seguro que tiene la amabilidad de
acompañarnos durante parte del recorrido y explicarnos cosas sobre la
Casa Ayuntamiento, que perteneció a sus antepasados.
Muy dignamente, don Sabino los condujo por la calle hasta
llegar al Ayuntamiento. Lo hizo caminando muy estirado y cediendo el paso ante las damas que se le cruzaban. Verlo
transitar era una verdadera delicia, sobre todo, por la soltura que empleaba en
llevar un viejo paraguas de varillas de madera y de tonalidades grises que en
su día debieron ser negras.
Al llegar frente al consistorio, don Sabino apoyó el
paraguas entre sus piernas y mirando a Carmelo con aires de superioridad, le
apuntó:
-Esta obra
arquitectónica data de 1787, y fue construida como casa solariega. Como podrá
observar es un edificio de tres pisos, en cuya fachada se advierten ventanas
con rejas y un exquisito balcón volado en el segundo cuerpo. A ambos lados de la fachada, apreciará, unas torres
adosadas que encuadran a la portada de perfiles dintelados. Una edificación en
conjunto de una concordancia inusual y sencillo estilo, propia de las grandes
familias que rigieron la zona durante siglos.
>>Durante la
Guerra Civil –continuó explicando don Sabino, que ahora había encendido un
cigarrillo de la marca “Goya”- el
edificio fue saqueado y desvalijado. La fortuna quiso que en 1942 se redactara
un proyecto de adaptación y restauración para emplearlo como Ayuntamiento,
inaugurándose como tal el 25 de mayo de 1947.
Después de la visita al Ayuntamiento, don Sabino se
ofreció para acompañar a sus insignes amigos hasta la iglesia parroquial de la
Encarnación, una muestra del Neoclásico realizada, posiblemente por el
madrileño arquitecto Ventura Rodríguez.
-Esta obra data de principios de 1786 hasta finales de
1802 -comenzó diciendo don Sabino a Carmelo y compañía-, se sabe que para su
construcción se emplearon “dineros” de la Cuarta Decimal, para que posteriormente
fueran devueltos por la Fábrica Mayor de Montefrío.
>>Si se fijan bien, podrán
darse cuenta que el diseñador, don Ventura Rodríguez, tomó como modelo para la
obra las construcciones llevadas a cabo durante el período de la Baja Edad
Media, que se determinaban por su luminiscencia, simplicidad y pureza,
utilizándose planos geométricos básicos.
A la par que
disertaba el recalcitrante don Sabino, no dejaba de recorrer y mostrar todas
las partes del edificio. Así, caminaron por la zona exterior y vieron la sólida
mampostería que la acordonaba por medio de simples perfiles, muros desnudos y
vanos sin armazón.
-Esta fachada
que es la principal –señalaba don Sabino
con su descolorido paraguas- se halla encuadrada por dos compactos
contrafuertes y un frontón triangular. Sobre la puerta, que está dintelada,
observarán, una ventana semicircular con reja que sirve para dar luz al
interior. En la clave, parte superior, se descubre un escudo.
>>A continuación, pasemos al
interior –Ahora don Sabino al igual que le ocurriera a su paisano Floren en el convento, bajó el tono
de voz y siguió refiriendo lo que observaba- y veamos la planta rectangular
inscrita dentro de un círculo que conforma el templo y que se abriga con la
enorme cúpula que tenemos sobre nuestras cabezas.
>>Allá en el fondo, se
encuentra la capilla mayor que es también de formas rectangulares y de cubierta
semicircular. Junto a ella, se encuentra la sacristía. A la que no vamos a
visitar, pues es más interesante recrearnos en los distintos altares con sus
arcos rehundidos y rematados por unas hornacinas.
>>Para finalizar el recorrido
por esta iglesia de la Encarnación,
iremos hasta el Altar Mayor, que está realizado en mármol y se compone por de
dos columnas dóricas al frente, un entablamento corrido y una cúpula de remate.
>>En fin, esto es todo. Ahora
si me lo permiten voy a ir almorzar, pues es la hora.
Y en diciendo
estas palabras, don Sabino miró la hora en un viejo reloj de bolsillo, que con
seguridad había pertenecido a alguno de sus antepasados, y desapareció tal y
como llegó: sutilmente, como es norma de cualquier caballero que se lo precie.
Floren y
Carmelo almorzaron juntos, en el “Mesón Curro-Lucena”, donde se deleitaron
primeramente bebiendo un “vermouth”, para a continuación pasar a degustar una
tabla surtida de salchichón, morcilla, chorizo y jamón, que alegraron con un
vino tinto de Jumilla, que era tan espeso como la sangre y que resucitaba a
los propios muertos.
-Ahora, después
de las tapitas –dijo Floren, que ya empezaba a estar contento- nos vamos a
tomar unos “sesos al mojeteo”, que ya verás como te sientan, perdona que te
tutee, pero es que después de este vino, soy capaz de hablar de tú al mismo
Papa de Roma.
>>Para a continuación,
pedirnos un “conejo al ajillo”, que la mujer de Curro prepara como nadie. Por
último, finalizaremos poniendo el broche
de oro, tomándonos unos borrachuelos y el cafelito. Verás como todo esto te
anima para seguir visitando el castillo.
Los restos de
la fortaleza de la villa de Montefrío se levantaban sobre la parte más elevada
de una roca, que posteriormente serviría
de base a la hora de construir el pueblo. Este castillo, ya en vías de total
extinción, fue uno de los más importantes bastiones que protegieron el Reino de
Granada de las incursiones cristianas desde mediados del siglo XIV, época a la
correspondería su construcción.
-Hoy en día,
-relataba Floren a Carmelo, que no sabía donde colocar sus posaderas tras el
brutal almuerzo realizado- entre estas murallas abandonadas es fácil poder
imaginar la historia de la fortaleza que levantó Yüsuf I para la mejor
protección de su reino en el territorio occidental. El rey granadino confió la
tarea de elección del lugar y su futura edificación al Alarife Mayor de la
Alhambra, que tras recorrer detenidamente la zona fronteriza eligió el ámbito
del actual pueblo de Montefrío como lugar más apropiado para erigir la
fortaleza.
>> El castillo fue dotado, a
conciencia, de un triple recinto, de vastos torreones, de almacenes, de aljibes
para el agua y de una formidable plaza de armas. Todo lo necesario para poder
resistir con desahogo de las acometidas de las huestes cristianas.
>>Durante mediados del siglo
XV, la fortaleza sirvió como refugio del príncipe y Caudillo de los
abencerrajes Ismail. En los años que albergó su corte en la zona, la
convertiría en uno de los más importantes baluartes del reino nazarí. La
fortaleza sirvió de escenario de trascendentales combates por parte del rey de
Granada que pretendía expulsar del territorio al caudillo de los abencerrajes,
aunque los resultados no fueron nunca los deseados y, años más tarde, el
príncipe Ismail de Montefrío se convertiría en uno de los más importantes
monarcas de la dinastía nazarí.
>>En fin, me parece que te
estoy durmiendo con el rollo que te he marcado, por qué no te vas al “Toyota” y
te echas un sueñecito. Mientras, yo me fumaré un par de pitillos, y en media
hora te despierto para que vayamos a visitar la iglesia de la Villa, que se
encuentra ahí mismo.
Carmelo, no se
hizo de rogar y se fue hasta el “todoterreno”, se quitó los zapatos y con la
bufanda se tapó los ojos para dormir más cómodamente. Al instante se quedó tan
dormido, que cuando pasó media hora y Floren fue a despertarlo hicieron falta
varios zarandeos para que recuperara el sentido.
-Sabes tú, que
el “Toyota” es más cómodo que el sofá de mi casa.
-Pues me
alegro, pues me ha costado un huevo y
parte del otro. Pero anda, espabílate y vamos a la iglesia.
La iglesia de
la Villa o de la Encarnación, se encontraba situada en el recinto del castillo,
sobresaliendo en lo más elevado de la
población. Se construyó durante el siglo XVI y se puede decir que
simbolizaba el triunfo cristiano sobre el musulmán. Parece ser que fue obra de
Diego Siloé, que trabajó en ella de modo incansable durante los años de 1543 a
1552.
El aparejo de
los muros era de sillería, y la planta rectangular, disponiendo de una nave que
acomodaba capillas laterales. Asimismo, cabía destacar una capilla mayor de
formas poligonales y una torre campanario en cuya base se hallaba la sacristía.
-La nave
central –relataba Floren, ya desde el interior del templo- se encuentra
cubierta con una sencilla obra de crucería que está dividida en cuatro ramales
similares. Las capillas laterales, se ensamblan dentro de los contrafuertes de
los muros, y como podrás comprobar son tres a cada lado. Todas ellas, están
cubiertas por bóvedas de casetones. La iluminación de la iglesia se obtiene a
través de dos ventanales de medio punto,
que se sitúan en el lateral izquierdo, y
por otro que se halla en la fachada principal.
>>Salgamos de nuevo al
exterior y observa la austeridad de su fachada principal, que se encuentra
enmarcada por dos enormes puntales y dividida por dos cuerpos horizontales
separados por una cornisa.
>>Fíjate en ella, y verás un relieve
realizado en piedra que representa a la Encarnación. Está algo deteriorado,
lo que no impide que se aprecie su
elegancia y la perfección con que fue
realizado.
>> Veamos ahora las fachadas
laterales, que están divididas, una y otra, por dos cuerpos separados por una
cornisa corrida a lo largo de todo el frente. El cuerpo superior se compone de
grandes apoyos de formas góticas, en cambio, en el cuerpo inferior los
contrafuertes quedan interiores entre capillas hornacinas.
>>La circunstancia de que las
portadas fueran realizadas con arcos de
medio punto, se debió a que las portadas religiosas se construían,
durante el siglo XVI en formas renacentistas, mientras que las que las civiles
eran dinteladas.
Cuando
finalizaron el recorrido de la parte alta de Montefrío, la noche se venía
encima. Y Carmelo, muy previsor, indicó a Floren que le hacía falta encontrar
un lugar donde hospedarse, pues deseaba descansar ya que el día había sido
intenso.
-Pues el mejor
lugar que yo conozco es mi casa, siempre que no te importe. Además, si te
quedas vamos a cenar a base de queso de cabra y un buen vino de la Ribera del
Duero. Seguro estoy que te agradará.
Carmelo no
sabía que decir, desde que había salido de Granada para desarrollar su trabajo,
todas las personas que había encontrado en el camino eran de una hospitalidad y
gentileza inusual.
-Estaré
encantado –fue lo único que se le ocurrió decir-, pero siempre que me dejes
poner los postres.
A la siguiente
mañana, tras desayunar unos churros en la cafetería de Mario, Floren y Carmelo
se despidieron, no sin antes intercambiarse teléfonos y direcciones. Carmelo,
nuevamente introdujo su equipaje en la parte trasera del 4L y tras darle un
fuerte apretón de manos a Floren, reemprendió el viaje en dirección a Loja.
La distancia a
recorrer no era muy larga, unos treinta y tantos kilómetros y el día
afortunadamente, en nada se parecía al anterior, lucía un espléndido sol que
iluminaba la comarca con mil matices. A la salida del pueblo, un lugareño hacía
“autostop”. Era éste, un hombre de unos cuarenta años de rostro muy curtido y
que vestía ropas de esas que utilizan los pueblerinos en los días festivos.
Carmelo, nada más verlo detuvo el 4L y le indicó que subiese.
-A la paz de
Dios amigo –le dijo el hombre mientras se apoyaba en la puerta del automóvil-,
voy hacia Huétor Tájar, pero parece ser
que he perdido la “Alsina” y estoy aquí esperando que alguna alma caritativa
tenga a bien llevarme.
-Pues nada, yo
voy a ser el alma caritativa, suba que le llevo.
El autostopista
se llamaba Anacleto Zamora y era natural de Montefrío, aunque vivía en una cortijada próxima al pueblo, en donde se
dedicaba al pastoreo de cabras.
-Perdone que
huela de este modo –comentó el pastor algo azorado, al darse cuenta del aspecto
repulsivo que había puesto Carmelo, cuando éste se acomodó-, pero es que el olor a macho cabrio lo lleva uno
incrustado hasta en los poros más profundos de la piel. Ese hecho ha dado motivo en el pueblo
para que todos me conozcan, no por mi nombre sino por el apodo del “Macho”.
-Pues que le
vamos a hacer, no se preocupe, que todo se soluciona abriendo la ventanilla y
echando un cigarro –dijo Carmelo, que acababa de arrepentirse de haberse
detenido-.
El viaje hasta
Loja fue realmente distraído, primeramente por lo sinuoso de la carretera, que
no dio un momento de respiro al
conductor y también por la simpatía de “Macho”, que a parte del olor era un
hombre recurrente y abierto. Cuando llegaron a Huétor Tájar el pastor le indicó
a Carmelo que detuviese el coche en una venta que había a la entrada del pueblo
y que se dejara convidar.
-Qué menos
puedo hacer por usted, que ha tenido la amabilidad de traerme y aguantar el
pestazo a cabra. Así, que vamos a echar un trago de “aguardiente”, que seguro
que le dará fuerza para el resto del día.
Tras el
lingotazo de “Machaquito”, que les supo a gloria, se despidieron. Pero, no
llevaría Carmelo doscientos metros recorridos, cuando hubo de parar el 4L en la
cuneta y buscar una “mata” en donde bajarse los pantalones y limpiar el intestino.
El “aguardiente” había hecho un efecto laxante como no recordaba. Ahora, con el ánimo nuevo y la ropa interior
algo deteriorada se dirigió hasta Loja que se hallaba a tan sólo unos
kilómetros.
Los orígenes de
la ciudad de Loja se remontaban unos mil doscientos años antes de Cristo. Allá,
cuando finaliza la Edad de Bronce y surge
un contacto comercial con colonizadores de índole fenicia y
posteriormente romanos.
Pero, cuando
verdaderamente el lugar adquirió una verdadera dimensión fue tras la llegada del
Islam, llegando a convertirse en una ciudad de relevante importancia militar,
que protegería a la Vega de Granada de cualquier tipo de incursión.
Antes de que
tan ilustre bastión cayese en manos de las huestes de Isabel y Fernando, Loja
había contribuido a la historia con personajes tan ilustres como el polígrafo Ibn al Jatib, el capitán
general Alí al-Attar y su hija Moraima que llegaría a ser esposa del afligido
Boabdil.
Una vez el 4L
se adentró en el pueblo, recorrió unos cientos de metros, a través de una
amplia avenida con multitud de pequeños comercios a ambos lados y en la misma
puerta de uno de ellos, Carmelo aparcó el automóvil, a la par que extraía de su
mochila una vieja guía que le habían regalado meses atrás sobre Loja. Buscó el
índice y comprobó que la ciudad se hallaba repleta de construcciones de índole
histórica. Por una parte observó la monumentalidad religiosa y por otra las edificaciones civiles. Ambas
parecían interesantes. Así que comenzó
preguntando a un transeúnte por la Iglesia de Santa María de la
Encarnación, que era la primera que aparecía en el libro.
Tuvo suerte, la
iglesia no se encontraba muy lejana y pudo recorrer la distancia caminando.
Cuando llegó, pudo leer que su construcción era del finales del siglo XV, y que
se construyó por iniciativa del obispo de Málaga don Pedro de Toledo.
Dos partes desigualadas y ensambladas conformaban
el conjunto arquitectónico. La más
antigua era de estilo gótico-mudéjar y se correspondía con el principio
de la obra. En su interior se podía
apreciar una nave que iba desde el Sagrario hasta la unión con las bóvedas de crucería.
En cambio, la
parte más moderna se había comenzado a construir en 1620. Y de ella cabía
destacar la cabecera que se unía con la planta basilical, junto con la gran
torre octogonal, cuyo campanario finaliza en un frontón triangular, acabado en
una cúpula y linterna.
Mientras leía
Carmelo esta información, unos niños se le acercaron y le preguntaron si era un
“guiri”.
-No “bonicos”
soy cordobés, ¿qué os pensáis que todo el que lee un libro delante de una
iglesia es extranjero?
Y en espantando
a los niños, que se fueron cantando una melodía famosa de David Bisbal, reanudó
la lectura a la par que observaba la fachada principal de la iglesia con
su puerta de formas clásicas y el
altorrelieve que representaba a la Anunciación.
Después de la visita a
la Iglesia Mayor o de la Encarnación, Carmelo condujo sus pasos hacia el
Ayuntamiento, el que fue Palacio del General Narváez. Y que se trataba de un
hermoso edificio del siglo XIX, construido
por un arquitecto francés, que disponía de dos plantas y un ático. La
fachada tenía forma irregular y acomodaba dos puertas de acceso casi contiguas.
Una de ellas, la principal estaba escoltada por dos columnas que descansaban
sobre pedestales de mármol. En el frontispicio de esta puerta se podía observar el escudo de Loja tallado en piedra
con el Corazón de Jesús en blanco sobre fondo de mármol rosáceo.
El interior del Ayuntamiento ubicaba un ancho zaguán, a
través del cual se accedía al patio, donde una hermosa escalinata de mármol
dividida en dos tramos servía para coronar el piso superior.
Un guardia municipal se le acercó a Carmelo,
preguntándole qué necesitaba.
-No necesito nada, muchísimas gracias, estoy haciendo
algo de turismo y tenía curiosidad por ver el Palacio del general Narváez.
>>Pero ya que ha
sido tan amable, me gustaría preguntarle si se encuentra cercana la Iglesia de
San Gabriel.
-Pues no se halla muy lejos, pero llegar hasta ella es
algo complicado. Así que le voy a presentar a Artemio el “Hojalata”, para que
le acompañe. Es aquel gitano, que se encuentra sentado en el banco que hay en
el zaguán. Es un buen hombre, aunque está algo trastornado, pues cree ser
científico.
Artemio el “Hojalata” era un gitano de esos que
imaginamos en los libros. Alto, apuesto, sencillo y sobre todo con una gracia
inusual. A los dos minutos de conocer a Carmelo, lo trataba con la misma
familiaridad que si lo hubiera conocido durante toda la vida. Entre tanto le
contaba los chascarrillos del pueblo y hasta del resto del mundo. Más que un
hojalatero parecía un “periódico hablante”. Igual conocía cuáles eran los
gustos culinarios del presidente de gobierno, como la nueva novia de Antonio
David Flores.
-Y es que el cometido de un hombre de ciencia, no es tan
sólo crear naves espaciales y hallar virus malignos. Yo, en toda mi vida, nada
de ello he descubierto. Pero sí, he logrado arreglar los agujeros a las
cacerolas dándoles tan solo un punto de
estaño, cuando lo habitual es suministrar varios.
>>En fin, ahí
tiene la iglesia de San Gabriel. Mientras la visita, lo espero sentado en aquel
banco, pues no me gusta tratar con el de arriba. Vaya que se acuerde antes de
tiempo de mí.
Esta edificación era uno de los ejemplos más originales
del Renacimiento granadino, según rezaba la guía de Carmelo. Fue construida
durante el siglo XVI por el célebre Diego de Siloé.
El interior del templo era de una sola nave, sobresaliendo la capilla mayor
que se encontraba aderezada de una cubierta con bóveda baída, en la que se observaba una representación policroma
de Dios, los Apóstoles y varios santos.
Del conjunto destacaba, su portada lateral, que se
encontraba dividida en dos cuerpos: el inferior, con dobles columnas jónicas,
que se yuxtaponía sobre pedestales y que franqueaban a un arco de medio punto
sobre pilastras con imágenes en las enjutas. Un friso nos trasladaba al cuerpo
superior, en donde se apreciaba una hornacina que representaba la Anunciación.
Cuando finalizó la visita al templo renacentista, Carmelo
se dirigió hasta Artemio el “Hojalata”, que lo esperaba resarciendo una
cacerola en el portal de una casa, a la par que daba charla a una anciana
señora, vestida toda ella con una bata de “guatiní” de color rosado.
-¿Qué, ya ha terminado con la visita a San Gabriel?, pues
ahora si quiere lo llevo hasta la calle Caridad para que conozca la ermita de
nuestra patrona la Virgen de la Caridad. Después podía invitarme a comer, y
mientras lo hacemos le comentó las nuevas invenciones de los científicos más
afamados del momento.
La ermita de la Virgen de la Caridad era de arquitectura
barroca y disponía de tres naves separadas por arcos apoyados sobre columnas
dóricas cubiertas por bóvedas de medio punto. La nave central mostraba sobre el
altar una cripta con óculos que iluminaban el interior y un camarín de la
Virgen.
El santuario fue erigido a finales del siglo XV,
construyéndose sobre la que fuera Torre de Basurto y dentro del Hospital
de Peregrinos. La fachada era de estilo
clásico y mostraba una puerta de arco de medio punto acabada con un frontón
triangular y espadaña de campana.
-¿A que no sabe por qué esta Virgen de la Caridad es la
patrona de Loja? –preguntó Artemio el “Hojalatero” con cierta sorna a Carmelo.
-La verdad, lo desconozco.
-Pues muy fácil, porque en el año de 1753 la Virgen libró
al pueblo de una terrible plaga de langosta que asolaba a toda Andalucía.
Ahora, cumplamos lo pactado y vayamos a llenar la tripa. Que no sólo de cultura
y ciencia vive el hombre.
Fueron a almorzar al restaurante “El Sol”, que se hallaba en la Avenida Andalucía, y en
el que “El Hojalatero” era más conocido que en su propia casa. Artemio presentó
a doña Rosario la dueña y ésta muy orgullosa por todos los honores dispensados
por el gitano, recitó la carta como si de un poema del propio Lorca se tratara.
Al final, decidieron pedirse para comenzar unos caracoles “menuillos”
primaverales con su caldo de nueces, hierbabuena y guindilla, que la señora
preparaba como nadie en Loja, y un “remojón” de naranjas, para terminar con un
“cuchifrito” de chivo.
Ya en los postres, doña Rosario se acercó hasta la mesa
secándose las manos en un inmaculado
mandil blanco y les ofreció un surtido
de dulces de “gloria o bienmesabe”.
-A los roscos de Loja y el café invita la casa. Imagino
que los conoce –dijo la buena mujer a Carmelo-. Por si no lo sabe, yo se lo
explico. Estos dulces están hechos de pan de bizcocho, que se rellena de huevo, además de lustrarse
con merengue. Tan ricos están que existen fabricantes que los llevan hasta
Madrid y Barcelona, donde se venden en restaurantes de mucho postín.
Una vez finalizado el almuerzo, Carmelo se dio cuenta que
no había tiempo que perder si deseaba terminar de ver las obras restantes, así
que se despidió de doña Rosario y le dijo a Artemio que hiciera el favor de
llevarlo hasta el castillo, que se hallaba en la parte más elevada de una
colina denominada Cerro de la Alcazaba. Las murallas que la rodeaban,
recordaban lo que hubo de ser la fortaleza. Un enclave privilegiado a lo largo
de la historia como lugar de asentamiento de diferentes culturas. Poblaciones
que fluctuarían desde la propia prehistoria, la popular Cultura Algar, hasta
el período musulmán, sin olvidar los
asentamientos romanos y la colonización fenicia.
De nuevo Carmelo recurrió a su guía y pudo leer, a la par
que ascendía por entre piedras: << Las excavaciones arqueológicas
del cerro exponen la presencia de
diversos bastiones defensivos trabajados en mampostería, aunque con
anterioridad existieran otras fortificaciones más primitivas realizadas en piedra y barro. En este cerro surgirá el
embrión de lo que es actualmente el pueblo de Loja. Aunque no tendremos
testimonios escritos de su emplazamiento hasta el año 893, durante el Emirato
Omeya. Durante los siglos X y XI, la ciudad de Loja desempeñó un importante
papel en la defensa de la independencia califal Omeya frente al movimiento
rebelde encabezado por Ibn Hafsun. Circunstancias que se aprovecharían para
erigir el núcleo central de la Alcazaba.
>>Ya en las
postrimerías de Al Andalus (siglo XIII), la ciudad de Loja se vería envuelta en
el continuo ajetreo bélico fronterizo del
momento, así lo demuestra el asalto y la destrucción de su fortaleza por
parte del rey Fernando III el Santo. Hecho que debió de suponer un importante
golpe para el posterior desarrollo de la
ciudad.
>>Las torres que
en la actualidad se conservan de la quebrantada fortaleza fueron construidas en
forma de planta cúbica, semicircular y
octogonal. La técnica que se utilizó para su levantamiento fue el mampuesto
calizo con restos de ladrillos a modo de niveladores. La Torre del Homenaje fue
una excepción, haciéndose con materiales a base de tapial de cal y canto; ésta
dispone de dos plantas en su interior y debió ser el principal reducto de la fortaleza medieval.
>>De las dos
torres octogonales con que contó la fortaleza, solamente se conserva una, la
denominada Torre Ochavada que se halla en uno de los extremos del recinto. El
resto de las torres son meramente referencias encontradas en los legajos del
Archivo Histórico Municipal>>.
-¡Bueno!, creo
con la visita a la fortaleza se puede dar por concluido el trabajo del día
–dijo Carmelo, mientras miraba con ojos de asombro a Artemio el “Hojalatero”,
que se había entretenido en componer uno de los paragolpes del 4L, entre tanto
él había recorrido el castillo-.
-Ni mucho menos
–fue la respuesta que le dio el gitano-. Ahora voy a tener el gusto de llevarle
hasta los Jardines de Narváez, que se encuentran a unos cuantos kilómetros del
pueblo y son un primor.
Para llegar
hasta el lugar tuvieron que transitar
por la antigua carretera de Córdoba y tomar un desvío por el viejo camino de
los Yeseros. Un lugar bellísimo regado por las aguas del río Plines, un
afluente del río Genil.
-Cuentan que
estos jardines fueron realizados al estilo francés durante el siglo
XIX–relataba Artemio, mientras bajaba del 4L y se encaminaba hasta la cancela
de entrada-, pero yo desconozco si es verdad, pues nunca he estado en Francia y
mucho menos he visto sus jardines. Lo que si le puedo decir, y usted tendrá
ocasión de comprobarlo, si nos deja pasar “Paco el Casero”, es que son de
ensueño.
En efecto,
cuando dejaron atrás la cancela y tras saludar al vigilante, Carmelo se topó
con un vergel precioso, donde una gran fuente con surtidores y rodeada de un
foso octogonal, componía una estructura de espaciosas calles rodeadas de
cipreses, pinos, magnolios, tilos y laureles que acogían diversos macizos de
boje.
-Todos estos
árboles, los trajeron de los jardines de la Granja y de Aranjuez –le explicaba
Paco el Casero a Carmelo, que no daba crédito a lo que veía-. Nosotros a lo
largo de varias generaciones los hemos cuidado hasta ser lo que se ve. Y es que
el señor duque tenía gran gusto, sobre todo a la hora de conjugar el estilo
romántico de la época en las plantas con las singularidades árabes de los
canales y surtidores.
Tras esta
última visita a los Jardines de Narváez, el sol comenzaba a declinar por el
horizonte y llegaba el momento de recogerse, sobre todo por el frío imperante
en la comarca. Además, a Artemio el “Hojalatero”, le entró la prisa que suele
dar a los desocupados.
-Sería bueno
que me llevase hasta mi casa, siempre que no le importe –le apuntó a Carmelo-,
llevo todo el día fuera y mis “churumbeles” y la mujer estarán inquietos.
De este modo,
volvieron nuevamente hasta Loja, adentrándose por el camino que llevaba hasta
la estación de ferrocarril, que era donde vivía el gitano.
No sin antes,
atravesar el río Genil por su puente, que según le indicaba la guía, a la que
volvió a consultar, era la pieza arquitectónica más representativa de la
ciudad, y no en balde lustraba una parte del escudo heráldico, junto a dos
montañas, una llave y un río.
El puente databa de 1503, año en que el
Ayuntamiento decidió construirlo en
piedra sobre cuatro arcos. Pero en 1533, comenzó a resentirse la obra,
circunstancia por la que se utilizó durante muchos lustros como paso peatonal.
Después de numerosos arreglos, se desplomó a finales del siglo XVIII, quedando
interrumpida la comunicación entre el Barrio y la ciudad.
Sería el conde
de Floridablanca quien podría remedio al entuerto, encargando una
reconstrucción al arquitecto don Domingo Lois de Monteagudo, que le daría la
actual fisonomía, de tres arcos con contrafuertes en forma de quilla.
Una vez en la
explanada de la estación, Carmelo y Artemio el “Hojalatero” se despidieron,
quedando en llamarse algún día para volver ir a almorzar al restaurante “El
Sol”.
-Un último
encargo, si va a Alhama de Granada, pregunte por un gitano llamado Serafín
Maya. Es constructor y uno de los hombres más ricos de la comarca. Además de
ser compadre mío. Seguro que le atenderá como usted se merece.
A
la mañana siguiente, Carmelo no madrugó mucho. La habitación del “Hotel Los
Abades” en donde había pasado la noche
era confortable y se encontraba perfectamente aclimatada. Así, que tras darse
una gustosa ducha, afeitarse y recoger todas sus pertenencias, bajó hasta el
comedor donde le esperaba un suculento desayuno inglés.
-Hoy, -pensó,
mientras se sentaba en un confortable silloncito verde que conjuntaba con el
mantel de la mesa- me olvidaré de las tostadas de tomate y aceite y desayunaré
como el más elegante aristócrata inglés.
Con estos
pensamientos se dirigió hasta las mesas que conformaban el “autoservicio” y
tomando un plato empezó a servirse todo
tipo de “delicateses”. Mezclando, tocino frito con huevos revueltos, salchichas
cocidas con lomos de trucha ahumados y hasta algún que otro pastelillo. Todo esta mezcolanza regada con un
enorme vaso de zumo y un café con leche.
Un camarero que
lo observaba pensó para sus adentros, que el mozo no había comido desde tiempo
de los Reyes Católicos. Y que tres más como ése y el negocio se iba al traste.
Tras el
pantagruélico desayuno, Carmelo revisó los niveles del aceite y del agua del 4L
y se puso en marcha tomando la autovía
que se encontraba en las inmediaciones. Condujo muy rápido hasta llegar al
cruce de Loreto, donde tomó una carretera comarcal que le llevaría hasta su
destino, no sin antes atravesar los pueblos de Moraleda de Zafayona,
Buenavista, Valenzuela y Santa Cruz del Comercio.
Ya en Alhama de
Granada, detuvo el 4L en el “Bar Gregue”, preguntando al dueño que si conocía a
don Serafín Maya.
-Por supuesto
que sí, es amigo de esta casa y de vez en cuando nos honra con su visita. Si lo
desea, le dejo el número de su teléfono. Con seguridad que está en su despacho.
Don Serafín
Maya esperaba la llamada de Carmelo, su compadre el “Hojalatero” ya lo había
llamado y comunicado la llegada de éste. Y el buen hombre no se hizo de rogar y
a los pocos minutos de colgar el
teléfono aparcaba en la explanada del restaurante su impresionante Mercedes
Benz 500 SL de color gris metalizado y biplaza.
El rico gitano
rondaba la edad de cincuenta años y era de una cortesía exquisita. Vestía
de un modo elegante, haciendo resaltar
su vestimenta con un pañuelo de seda natura de vivos colores anudado a su
cuello.
Tras tomarse un
café solo en compañía de Carmelo, se ofreció para acompañarlo durante el resto
de la jornada y mostrarle a su pueblo, al que denominaba “el nido del águila”.
-Lo primero que
vamos a ver, será el castillo. Suba usted a mi “utilitario” –le dijo a Carmelo-
que será algo más cómodo que su viejo 4L, automóvil del que guardo gran
nostalgia. Pues cuando yo era marchante de ganado, recorrí muchas veces
Andalucía en uno de ellos. Recuerdo, que el
pobre no tenía ni batería y tenía que arrancarlo a racha. Y es que en
aquellos tiempos andaba muy mal de “cuartos”.
El castillo de
Alhama de Granada se puede considerar uno de los baluartes más estratégicos que
hubo en el Reino de Granada durante la dominación musulmana. Su trascendencia
fue esencial en las zonas que conformaban la contienda. Hemos de recordar su
notable emplazamiento, tanto a la hora de servir de defensa de un territorio
como de ser la punta de lanza
conquistadora. Motivo que llevó a los árabes
a construir una excelente fortaleza, que aunque era de dimensiones
relativamente pequeñas, no por ello menos inaccesible.
-La importancia
del castillo de Alhama –contaba ya, de un modo apasionado don Serafín Maya-
estribó en que su historia navegó paralela a la reconquista de Granada. En ese
sentido, los monarcas cristianos se plantearon desde un primer instante la
importancia que tenía para la corona poder disponer de una fortaleza fronteriza
que les sirviera como núcleo de conexión con otros territorios tomados. Las
labores que hubieron de desempeñar las huestes cristianas fueron de simple
estrategia a la hora de su conquista, pues aunque la necesidad de hacerse con
el territorio era grande, su mantenimiento definitivo era altamente costoso.
Por ello, apostaron por la conquista, el saqueo y la retirada.
>>La primera expedición contra
esta plaza estuvo capitaneada por don Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz,
que la condujo en el mayor de los secretos. La sorpresa fue total y en el
empeño murieron cerca de un millar de moros y tres mil fueron hechos prisioneros.
>>Un hecho anecdótico en el
asalto, fue el descuido que tuvieron los militares de la alcazaba, que se
dejaron sorprender mientras dormían. Cuentan que, tras la toma del pueblo, los
cristianos se dedicaron al saqueo y el pillaje, así como hacerse con botines
preciosos y no preocuparse de la réplica que le preparaban los granadinos. Por
lo que fueron sitiados por las tropas de Muley Hacén y que, de no haber sido
por la proximidad del rey Fernando V, hubieran perecido irremediablemente en la
fortificación.
>>Las incursiones por uno y
otro bando en el pueblo y el castillo se estuvieron produciendo a lo largo de
toda la década, cesando cuando la ciudad de la Alhambra pasó a ser
definitivamente dominio de los reyes castellanos.
>>En la actualidad la
fortaleza, como podrá apreciar, es una
triste ruina, que parece sustentar aquellas torres que un día, hace más de
quinientos años, pudieron observar como Juan Ortega de Carrión trepaba por sus
muros, convirtiéndose en un héroe de tantos que conforman la historia de
nuestro país.
>>Pero en fin, no nos pongamos
melancólicos y sigamos nuestro recorrido. ¿Qué le parece si vamos a la Iglesia
de la Encarnación? Seguro que le va a agradar. Los alhameños nos sentimos muy
orgullosos de ella.
La iglesia era
un templo de estilo gótico que fue construido entre los siglos XV y XVI. En
cuyo interior destacaba el púlpito de estilo gótico mudéjar y la sacristía,
donde don Serafín Maya se presentó al párroco, que fumaba un cigarro habano de
grandes proporciones.
-Esta sacristía
es famosa por albergar un conjunto de capas y casullas de gran valor, con una
serie de bordados que posiblemente fueron realizados de manos de Isabel la
Católica.
>>Pero la verdadera joya de la
Encarnación es este lienzo, que se atribuye al mismísimo Alonso Cano.
Tras despedirse
del cura, que seguía fumando impertérrito, como si la historia no fuese con él.
Se dirigieron hacia las mazmorras, que se encontraban en la parte antigua del
Barrio Árabe y que se remontaban a la época nazarí.
-Todas estas
callejuelas –decía don Serafín Maya-, como podrá comprobar conservan el mismo
aire de hace quinientos años. Y los rincones y plazuelas, en más de una
ocasión, cuando paseo de noche, me invitan a soñar con los tiempos pasados.
>>¡Mire!, aquella es la calle
del Caño de Wamba. Si se fija en la fuente, podrá observar labrados los escudos
de armas de los Reyes Católicos y de Carlos I.
Después de
dejar la fuente, emprendieron la marcha hacia la Plaza de los Presos, donde se
encontraba el Pósito. Un edificio renacentista de formas circunspectas, en el
que sobresalía su fachada de sillería y
sus columnas de piedra. Y que fue en su origen sinagoga allá por el
siglo XIII.
-Ahora, nos
dirigiremos hasta el Hospital de la Reina, que según me he informado fue el
primer hospital de sangre del Reino. La construcción como observará es
renacentista.
>>Para terminar el paseo, visitaremos a la Iglesia del Carmen.
Que fue construida a mediados del siglo
XVI y, que como observará, posee una planta de maneras manierista y
decoraciones barrocas.
Una vez
concluyeron de ver la iglesia, la rodearon y llegaron a una solana, desde donde
don Serafín mostró a Carmelo las sorprendentes vistas de los tajos de Alhama,
una impresionante panorámica digna de ser observada y que en nada desmerecía a
la del pueblo de Ronda, a la vez que lo invitaba a almorzar en el restaurante
“Los Caños de la Alcaicería”. Para lo que tuvieron que tomar de nuevo “El
Mercedes”, pues el mesón se hallaba en la carretera Alhama-Vélez.
Diego Rivera
era el propietario del restaurante, que nada más ver a don Serafín Maya se le
acercó para saludarle afectuosamente, a la par que le ofrecía la mejor de las
mesas, cercana a la chimenea.
-Don Serafín,
parece como si alguien me hubiera dicho que iba
usted a venir. Por ello me he dicho: ¡Vamos a prepararle su plato
favorito! Y así le hemos guisado una “Olla jameña”.
-Pues no sabes
lo que te agradezco la atención. Pero seguro, que nuestro invitado no sabe de
que se compone la “olla”.
-Muy fácil
–apuntó Diego como si tuviese un resorte en la garganta-. La “Olla jameña” se
prepara con garbanzos de las tierras de Alhama, que se cuecen con tocino añejo,
morcilla, “coillo” y patatas. Eso, acompañado del “vino del terreno”, el
favorito de don Serafín, resucita a los muertos del cementerio que han dejado
ustedes ahí al lado.
-¿Y de segundo,
con qué nos vas a sorprender?
-Pues si Dios
quiere, con un conejito al ajillo. Después les invito a los cafés.
De ese modo
transcurrió la comida y parte de la sobremesa, a la que se unieron unos conocidos de don Serafín que
estaban tomando “las aguas” en el balneario.
Estaba
oscureciendo cuando abandonaron “Los Caños de la Alcaicería” y don Serafín
llevó a Carmelo hasta el 4L. Y aunque era ya de noche, se despidió de su nuevo
amigo y reemprendió el viaje en dirección a Santa Fe.
La carretera se
le hizo larga hasta llegar a la autovía, pero una vez en ella fueron tan solo
unos minutos lo que tardó en llegar hasta su nuevo destino, en donde encontró
la pensión de “Reina Josefina”. Un modesto y confortable albergue en la que
pasó la noche durmiendo de un tirón. Eran muchos los días que llevaba viajando
y ya lo único que deseaba era poder dormir y dejarse de tantos monumentos y
sobre todo comidas pantagruélicas.
A la siguiente
mañana, Carmelo madrugó bastante, como era su costumbre y se fue a desayunar a
la conocidísima cafetería de “Casa Ysla”, donde se tomó su habitual tostada de
tomate y aceite y que, en esta ocasión, remató con el “pionono” más exquisito
que podamos imaginar.
A continuación
se dirigió hasta la cercana plaza del Ayuntamiento, que se acertaba a un
centenar de pasos y visitó el consistorio. Un edificio de arquitectura
neomudejar, construido en tiempos del rey Alfonso XIII. Desde él, pudo
deleitarse con la magnánima iglesia de la Encarnación, una obra iniciada en
1744 bajo la batuta de Ventura Rodríguez y de estilo neoclásico. Junto a ésta
se encontraba la Casa Rectoral que fuera Casa Real de los Reyes Católicos. Una
placa ubicada en uno de sus muros le recordó que en esta residencia se firmaron
las Capitulaciones entre Cristóbal Colón y los Reyes Católicos.
Y es que la
historia de Santa Fe corre a la par de la Historia de España, sirviendo de
campamento provisional a los reales monarcas antes de dar el paso definitivo
para la total conquista del Reino de Granada, corría el año de 1483. Años más
tarde, en 1491 establecerían un reducto en piedra y ladrillo. De este modo,
germinarían los primeros cimientos de la
actual e inconfundible ciudad de Santa
Fe que, según los cronistas de la época, “fue orgullo y motivo de jactancia
para sus constructores”.
El pueblo, una
vez torreado y murado, dispondría de una fosa alrededor. Además de cuatro
puertas que son las que actualmente subsisten. Cuentan las crónicas que esta
trascendental construcción se realizó en el
plazo de ochenta días y que la propia reina Isabel ideó el plano,
fijándose en el modelo de campamento romano, que solían ser de formas
rectangulares, cruzados por dos calles principales y en la intersección de
ambas una vasta plaza de armas. En los extremos de la cruz se situarían cuatro
reductos con sus respectivas puertas.
Después de
visita a la Casa Rectoral, se recreó inspeccionando el edificio del Pósito, un
ejemplo de construcción civil del reinado de Carlos III. Y de este modo tan
simple dio por finalizada su visita al lugar, que siglos atrás se denominara “Ojos de Huécar”.
Iba siendo hora
de volver al apartamento de la calle Pío Baroja en Granada y preparar el
“segundo itinerario”. Pero con anterioridad, debería lavar la ropa, zurcir los
calzoncillos y dormir entre sus sábanas, como cualquier hijo de cristiano que
se lo precie.
SEGUNDO ITINERARIO
Tras unos días de asueto, que Carmelo aprovechó para
descansar, ordenar toda la documentación recavada e informar a su superior,
señor López, de todos los logros habidos. El joven funcionario se hizo
nuevamente a la carretera con el perseverante 4L.
Había programado su primera jornada en dirección a El
Padul, un pueblo cercano a la capital, situado una vez pasado el Suspiro del
Moro, donde según cuenta la leyenda
Boabdil contempló por última vez y
entre llantos la ciudad de Granada. Y es que el pobre moro sabía mejor
que nadie lo que dejaba a sus espaldas.
Cuando Carmelo introdujo el 4L por la bajada que llevaba
al centro de El Padul, lo primero que se encontró fue con una yunta de mulos
que tiraban de un carro y que transitaban por en medio de la calzada como si el
mundo fuera de ellos, pero que a punto estuvieron de llevárselo por
delante.
Para quitarse el “sobresalto” de encima, detuvo el
automóvil en el primer restaurante que
se encontró, que respondía a las
siglas televisivas de CNN y pidió un café con leche. Mientras la camarera, se
lo servía, tomó asiento en una mesa cercana a una ventana y extrajo de una carpeta cierta información de interés del
pueblo.
>>
Etimológicamente el nombre de Padul –decía el manuscrito que Carmelo llevaba y
que había logrado a través de Internet - tiene su origen en el vocablo latino
palus-dis que significa laguna o charca. Posteriormente, ya en tiempo de los
árabes, el nombre derivaría a Al Badul, que daría origen al actual nombre de El
Padul.
>>Al ser paso
obligado entre la Vega de Granada, la Costa y la Alpujarra, en El Padul dejaron
su impronta diversos pobladores, como certifica los notables yacimientos
arqueológicos encontrados en sus inmediaciones.
>>La estratégica
situación del Padul queda demostrada en momentos cruciales de la historia,
aunque desgraciadamente nunca hubo constancia escrita, pero sí en formas
iconográficas como lo atestigua el relieve que figura en el coro de la Catedral
de Toledo, en el que se muestra el sitio del Padul a manos de los monarcas
católicos.
-Aquí tiene usted el café con leche que me ha pedido,
¿desea alguna cosita más? –le susurro la camarera con modales muy profesionales.
-Nada más, muchas gracias. ¡Bueno sí! -le expresó Carmelo
algo azorado-, ¿me podría indicar donde se halla la Casa Grande?
La Casa Grande se descubría en el mismo centro del pueblo
y era una construcción palaciega del
siglo XVI de perfiles civiles, edificada sobre la estructura de una lejana
fortaleza. La disposición de este edificio era de estilo barroco. Y como
Carmelo comprobó, carecía de ostentaciones ornamentales, lo que le
proporcionaba un aire elegante y equilibrado en su conjunto.
El inmueble se encontraba circunscrito dentro de los
denominados Palacios de Asiento, que eran aquellos que disponían de asientos
enclavados en su zaguán, para ser utilizados por los pobres que pedían alimento
y ayuda.
Una vez finalizó la visita palaciega, Carmelo que seguía
helado de frío, se dirigió a grandes zancadas hasta la plaza de la Iglesia,
donde se topó con el cura, al que conoció al momento, no por su sutileza sino
porque iba vestido a la vieja usanza:
con sotana. Don Amado, que era el nombre del sacerdote, era todavía un hombre joven, al que Carmelo le fue imposible determinar la edad. Igual podía
tener treinta y tantos como algo más de cincuenta años. Y es que la edad en los
pontificios suele ser indeterminada, como la propia alma.
Tras una sencilla presentación, don Amado se brindó en
mostrarle la Iglesia de Santa María la Mayor a Carmelo.
-Lo que usted está haciendo, por lo que me cuenta
–comenzó diciéndole el cura- es verdaderamente encomiable. Un informe sobre
todos los monumentos de la provincia. Muchos funcionarios harían falta como
usted. Ya está bien de que sus compañeros se dediquen a ganarse el pan de
maneras fáciles e improductivas. Usted, sí es un funcionario de verdad.
-Muchísimas gracias, don Amado. No sabe los ánimos que me
proporcionan sus palabras.
-En fin, ya
estamos en la iglesia, que es lo que debe interesarle a usted. ¿No es cierto?
Pues bien, esta casa de Dios es el resultado de diversas intervenciones y
ampliaciones realizadas durante los pasados siglos. Estas reformas, si bien
alteraron sus perfiles originales, acrecentaron en gran medida su potencia monumental
y espacial. Así, el templo durante los primeros años solo dispuso de la nave
principal, posteriormente y en tiempos venideros se fueron construyendo nuevas
plantas en consonancia con la concepción cristiana del momento. La iglesia de Santa María la Mayor,
si se fija bien, y estoy seguro de que
lo hará, es una de las de mayor tamaño de la diócesis. Según mis averiguaciones debió de erigirse a
principios del siglo XVI, pues en el año de 1541 se construyó la torre
campanario. Que por cierto, tiene la misma altura y forma de la torre de
Alhendín. Un capricho, imagino, de algunos vecinos pudientes, que además
quisieron que se rematase con un chapitel de cerámica, cuyos azulejos fueron
adquiridos en el alfar de María Robles. ¿Sabe usted lo que llegó a costar la
obra?
-La verdad, no
tengo ni la más “pajotera” idea, con
perdón.
- Pues fueron
siete mil quinientos maravedíes. Una capital para la época. A propósito, de
capital. Acompáñeme hasta la Capilla Mayor y verá el hermoso retablo barroco
que la compone. Fue realizado durante la segunda mitad del siglo XVIII. No es
el único. También puede recrearse en este otro retablo, realizado durante el
siglo XVI y perteneciente a la escuela de Machuca. Lo llamamos el retablo de
San Francisco.
>>Por lo demás,
la iglesia es rica en imaginería, sobresaliendo el conjunto de Santa Ana, la
Virgen y el Niño, un San Joaquín y el Crucificado, meritoria obra de la escuela
de Pablo Rojas.
>>Ahora, venga
conmigo. Que para finalizar le voy a mostrar las tallas de la Oración del
Huerto, los pasos de los Sallones y el Señor de las Tres Caídas. ¿Qué le
parecen?
Una vez abandonaron la Iglesia de Santa María La Mayor,
el cura y Carmelo encaminaron sus pasos
hacia la Fuente de los Cinco Caños. Pero antes hicieron un alto en el camino
para tomarse unos “chatos de vino” en una modesta tasca de la que don Amado era
cliente habitual.
Fue entre copa y copa, donde el cura dejó sus aires
prepotentes y le contó a Carmelo, que carecía de vocación. Que era sacerdote
para darle gusto a su santa madre. Una señora muy devota que comulgaba a diario
de las manos de su hijo.
-Pero sepa usted, amigo Carmelo –contaba el cura, ya un
poco achispado por los cuatro “chatos” bebidos-, que el día que fallezca mi
venerada madre, cuelgo los hábitos y me dedico a copular más que un negro en el
África tropical.
A un centenar de metros de la taberna se hallaba la
Fuente, de la que dijera Enriquez de
Jorquera que era “bizarra fuente que cerca de la villa nace”. Don Amado y
acompañante, una vez lograron llegar hasta ésta, dando algún tumbo que otro, se
acercaron hasta uno de sus caños y se humedecieron la nuca.
-Este es el mejor
medio –decía el cura- de quitarse una buena borrachera. Ahora, ya más frescos
podemos ver la fuente y el lavadero.
La fuente-lavadero se encontraba situada en un rellano,
en la zona más baja de la calle, para acceder a ella había que subir por unas
estrechas escaleras.
-En 1987 toda la
fuente se cubrió con esta excelente obra y para complementarla se le
añadió el lavadero. En otros tiempos, el agua brotaba del pilar abundantemente
y se vertía hasta un canalillo que la transportaba hasta los hermosos caños,
para a continuación pasar al lavadero.
>>Recuerdo que
cuando llegué de sacerdote al Padul, la fuente con su lavadero era el lugar de
encuentro para las mujeres, que mientras realizaban la colada en sus tablas, se
instruían en el noble arte del “cuchicheo”.
>>¡Bueno!, ya que
estamos de nuevo frescos, no quisiera que dejara el pueblo sin conocer un lugar
de ensueño, que la mayoría de los vecinos desconocen y es único en nuestra
geografía. Se trata de la Vía Íbero Romana.
>>Así, que
tomemos su 4L, que por cierto me trae
muy buenos recuerdos, pues en mi
juventud tuve uno, y acerquémonos hasta la fuente del Mal Nombre, que se
halla en las cercanías del cerro de Los Molinos.
Carmelo hizo caso al cura y a los pocos minutos
circulaban por las estribaciones del pueblo, ascendiendo por un camino de
tierra que los llevaría hasta un lugar de excepcional belleza, desde donde se
veía la depresión del Padul y algunos pueblos del Valle. Allí, entallado en
piedra viva se encontraba la que fuera Vía Romana, un antiguo camino por el que
los romanos comunicaban las ciudades de Ilíberis y Sexis.
Después de fumar un cigarrillo con don Amado, observando
un paisaje con Sierra Nevada como telón de fondo, volvieron hasta El Padul. Y
allí Carmelo se despidió del complaciente cura, para reemprender de nuevo su
camino en dirección hacia el cercano pueblo de Dúrcal, al que llegó en unos
minutos, gracias a la imponente autovía. Un letrero indicador le señaló el
primer acceso hacia el pueblo. Y hacia él condujo el 4L. Después de recorrer
unos dos kilómetros llegó hasta la que hubiera sido la antigua carretera, y
tras girar a la derecha, encaminó el vehículo hacia la soberbia construcción
del Puente de Hierro. Unos de los orgullos del
pueblo y emblema de los durcaleños que fue construido a finales del
siglo XIX por un discípulo de Eiffel y
que sirvió durante muchos años para comunicar al pueblo con la ciudad mediante
los tranvías.
Carmelo detuvo el automóvil en sus proximidades y bajó,
para ensimismarse de las majestuosas vistas que se podían contemplar. A
los pocos minutos reemprendió la marcha,
dirigiéndose hacia el mismo centro de Dúrcal, donde pudo distinguir la Iglesia
Parroquial de la Inmaculada. Pero antes de acercarse hasta ella, hizo una
llamada telefónica a un conocido, llamado Francisco de Lima, que trabajaba en
el Ayuntamiento de Dúrcal como monitor cultural.
A los pocos minutos se presentaba éste ante Carmelo, al
que saludó tan afectuosamente como si hubiera sido su propio padre.
-Nunca hubiera imaginado verte por mi pueblo. Vaya
alegría que me das. Dime, ¿qué te trae
por aquí?
Carmelo le explicó a Paco de Lima, mientras almorzaban en
el restaurante “La Buhardilla”, la misma historia que solía contar a todos los
conocidos que iba encontrando en su quehacer diario.
-Pues chico, estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que
pueda en Dúrcal. Será un honor poner mi sabiduría a tu servicio –le indicó
entre grandes carcajadas al hambriento Carmelo-. Lo primero que haremos, una
vez hayamos almorzado, será visitar el “Peñón de los Moros”. Ya habrá tiempo de
ver el resto del pueblo. Además, esta noche cenas y duermes en mi casa. Seguro
que mi mujer se alegrará de conocerte.
Paco de Lima mostró a Carmelo el “Peñón de los Moros”,
sobre un cerro en la lejanía. Y éste por
mucho empeño que puso le fue imposible reconocerlo. Así, que embragó al 4L,
metió la primera y siguieron avanzando.
Al acercarse a las ruinas de la fortaleza, lo primero
que percibió Carmelo, y casi lo engaña,
fueron sus formas.
-Como verás, en la distancia apenas se distingue el
castillo. Tan sólo se ve la que debió de ser la torre del Homenaje, que da la
impresión de ser un monolito prehistórico en forma de seta.
>>Será mejor que
aparques el coche en aquel corte y subamos hasta la cima caminando. No creo que
el 4 latas tenga potencia para hacerlo.
Tras dejar el 4L lo mejor aparcado que pudieron, ambos
amigos se hicieron al camino para ascender por una empinada ladera y de este
modo llegar hasta la base de la fortificación. Cuando lo hicieron, les faltaba
hasta el alma, pues la pendiente había sido extremadamente empinada. Y aunque
ambos eran de campo, no estaban acostumbrados a subir por vericuetos de difícil
acceso hasta para las bestias.
-Si me viera el
alcalde, seguro que me subía el sueldo -manifestó Paco de Lima, entre
suspiros-, “manda cojones la cuestecita”. Pero nada más que por las panorámicas
de Sierra Nevada que se observan vale la pena subir.
>>Este labrantío debió de ser
la fortaleza. Como podrás comprobar se encuentra en un estado de conservación
deplorable. Pero mira, si te fijas bien podrás reconocer el aljibe y al fondo
la torre del Homenaje, la que tiene forma de hongo, y que ha tenido que ser
apuntalada en su base para evitar su desmoronamiento.
>>En cambio, el
aljibe se encuentra en mejores condiciones, y está cimentado sobre formas
abovedadas, teniendo una planta rectangular de altura considerable. Los materiales, según tengo entendido, que
hubieron de emplearse para la obra fueron de mampostería en el suelo que se
recubriría con estuco. La parte superior fue rematada sobre lascas de piedra.
>>Ahora, observa
bien esta parata de almendros, debió de ser el patio de armas. Aún se pueden
distinguir los muros, aunque muchos de ellos apenas levantan medio metro del
suelo y la mayoría no pueden mantener el equilibrio. Verás que fueron hechos
con piedra de arena, cal y barro.
>>La fortaleza
perteneció al período almohade y nazarí. Y se utilizó para conformar el sistema
defensivo que poseía el Valle de Lecrín. Una zona estratégica que
conducía a la costa y que dominaba las poblaciones de Restábal y los Guájares.
>>Y en este
momento será mejor que nos marchemos, empieza a hacer un frío de esos en que se
“mea la perra”. Así que te invito a un
chocolate con churros en una cafetería de la plaza, y luego nos llegamos hasta
la iglesia.
La iglesia parroquial de la Inmaculada era un templo de
estilo mudéjar, con planta de cruz latina. Fue construida a mediados del siglo
XVI por Juan Fernández. La edificación disponía de un crucero y tres naves, una
principal y dos naves laterales separadas una de la otra por sendas columnas.
-De su
construcción primigenia –relataba Paco de Lima- se conserva la armadura de la
nave central de formas simples con diez tirantes igualadas con lazos de ocho
sobre canes de diseño manierista invertido. La armadura, como verás, pierde el
faldón hacia la Capilla Mayor, en donde advertirás un juego de arcos con forma
de bóveda que la separan del Altar Mayor.
>>Fíjate Carmelo en el lienzo
que corona el altar, es del siglo XVIII y representa el “Descendimiento de la
Cruz”. También es bellísima la talla de madera policromada de un crucificado que
se halla en la nave lateral izquierda. ¡Vamos a verla!
Estaba
anocheciendo cuando Paco y Carmelo se dirigieron hacia la casa del primero, que
se encontraba en una bocacalle cercana a la antigua carretera de
Motril-Granada.
-Antes de ir a
casa –le expuso Paco de Lima mientras
caminaban por una estrecha acera- te mostraré aunque sea sólo por fuera la Ermita de San Blas. Mira se
encuentra ahí mismo. Y destaca por su singular juego de volúmenes, fáciles de
apreciar desde aquí. La ermita se construyó en el siglo XVI y dispone de una
sola nave, presidida por una imagen policromada y tallada en madera de San
Blas, patrón del pueblo, que se halla en el altar mayor. Una pintura atípica
que representa al santo en edad muy joven.
Aquella noche, Carmelo pasó una muy agradable velada con
la familia Lima y tuvo la oportunidad de conocer a Catalina, la esposa de Paco.
Una simpática cuarentona que lo invitó a degustar unos riquísimos espaguetis
hechos con berenjenas, que Carmelo tomó con enorme placer después de una jornada
muy atareada y sobre todo movida.
-Mañana, antes de que continúes tu camino –le comentó
Paco de Lima-, y si no te importa, te acompañaré hasta el cercano pueblo de
Mondújar. Es una pequeña población de unos cuantos cientos de habitantes, en la
que recientemente se han hallado un antiguo poblamiento de la época romana.
Seguro que te interesa. Además, verás que clima tan benigno envuelve su
entorno, impropio del lugar, pero que te hace sentirte en invierno como si
estuvieras en primavera.
>>Así, que vamos
a descansar. Pues mañana, creo que te espera una dura jornada.
Al siguiente día, madrugaron Paco y Carmelo. Y estaba
amaneciendo cuando entraron a la cafetería del hotel Mariami a pedirse unas
tostadas de aceite con café con leche.
-No sería mala idea que les restregáramos unas cabezas de
ajo a las tostadas, dicen que es muy bueno para la salud en estos días de frío
–sondeó Paco-. El ajo evita que uno se resfríe y es además excelente para el
corazón.
-Te lo agradezco, pero yo prefiero tomar un “zumito” de
naranja de esas que tenéis aquí del Valle de Lecrín.
Después del agradable desayuno, ambos subieron al 4L y se
encauzaron por la carretera vieja hacia Mondújar, que se hallaba a unos ocho
kilómetros de distancia. El pueblo era mucho más pequeño de lo que Carmelo
había imaginado y se lo hizo saber a su amigo, que le indicó que aparcara en la
plaza de la iglesia.
-Mira, vamos aprovechar la hora de la “misa primera” para
visitar la iglesia. No creo que le importe a las cuatro beatas ni al cura que lo
recorramos.
Así lo hicieron, encontrando una bello templo de una sola
nave dedicado a la Encarnación. La planta de la iglesia era de formas
rectangulares, cubierta por armadura mudéjar de color madera, de esa que se
conoce por “limas mahomares”. Y que disponía de almizate estrellado con seis
tirantes transversales y uno en cada rincón del rectángulo.
-También posee un coro, acoplado sobre el cancel de
entrada. Y en los parámetros exteriores se aprecia el sillarejo. Disponiendo de
dos vías con vanos de medio punto,
frontones curvados y adornos barrocos.
>>La
torre-campanario es de planta rectangular y dispone de tres cuerpos embebidos,
cubierta a cuatro aguas y vanos dobles sobre alfiz. Pero lo más significativo
de esta torre es su Capilla bautismal, que como comprobarás es abovedada y de
nervios, con arco de medio punto en su camino desde la nave principal.
>>El altar
principal de la iglesia. ¡Allí junto al cura! Posee un retablo que fue
realizado durante el siglo XVII y es de dos cuerpos y tres calles con
hornacinas de veneras y algunas pequeñas
esculturas de madera, de las pertenecientes a la escuela granadina, además de
una tabla pintada que representa a la Santísima Trinidad. En la calle central,
apreciarás el escudo del arzobispo bienhechor, don Fernando Valdés y Llanos,
junto a la fecha de 1637.
>>Ahora vamos
fuera. Creo que es buen momento para llegarnos hasta el paraje del Feche, donde
se encuentran el antiguo poblamiento romano.
En el Feche se podían reparar en unas excavaciones
arqueológicas, pertenecientes como decía Paco a la etapa romana en la Península
Ibérica. En ellas, en medio de la agreste naturaleza se percibía lo que fuera
una villa, distinguiéndose muros, habitaciones y hasta unas termas con piscina
y “caldarium”.
-Cuando las descubrieron –decía Paco muy entusiasmado-
había en el lugar todo tipo de mosaicos, columnas y estatuas. Que en la
actualidad se encuentran en el Museo Arqueológico de Granada. Todo un hallazgo
que implica a Mondújar en la historia de nuestra comarca.
Tras estar un largo rato recorriendo la zona, volvieron
al 4L y emprendieron el retorno hasta una de las salidas a la autovía, en donde
aparcaron el vehículo, para dirigirse hacia la fortaleza que se hallaba en la
cima de un cerro a unos novecientos metros de altura.
El día era bueno y ambos amigos caminaron
despreocupadamente por un estrecho sendero rodeado de naranjos y limoneros. En
un momento del trayecto desapareció el camino y se vieron inmersos en una
parata de almendros que estaba atravesada por una acequia de aguas suaves y
silenciosa.
-Desde aquí, ya no existe un camino que nos conduzca a la
cima, aunque hallaremos a nuestro paso
un sin número de atajos, realizados por el ganado y las propias alimañas.
Eligieron una que circundaba un pequeño barranco, y entre matorrales de
tomillo y romero fueron ascendiendo gradualmente hasta alcanzar las ruinas de
la que fuera la fortaleza. Una cruz de hierro coronaba la cima, descomponiendo
el esplendor del salvaje entorno. Las murallas del castillo se hallaban muy
deterioradas, pero había valido la pena ascender. Sobre todo, por la visión del
magnífico paisaje que se descubría en la lejanía.
-Mira y observa los
pueblos de Padul y Nigüelas –le comentó Paco a Carmelo, a la par que
recuperaba el “fuelle”.
La planta del castillo había sido estructurada de un modo
desordenado y caprichoso, poseyendo forma de un polígono irregular, que no fue
llevada a cabo por extravagancia o por
razones tácticas, sino porque los arquitectos se hubieron de acomodar a la
sinuosidad del terreno.
-Para adentrarnos a la fortaleza –continuó explicando
Paco de Lima- habremos de hacerlo a través de la mediana abertura existente en
este muro. Desde el interior veremos lo que fuera el aljibe, que es de grandes
dimensiones, y la planta de forma rectangular, que como se nota hubo de estar
enlucida de color rojo. El aljibe se comunica con el interior de la fortaleza
por medio de un arco de medio punto y por una rampa, que con seguridad, tendría
por finalidad encauzar las aguas de lluvia.
>>Toda la obra
fue realizada en mampostería en su estructura y data, posiblemente, de finales
del siglo XIV, poseyendo todos los elementos de la etapa nazarí.
Una vez finalizaron la visita, volvieron a bajar hacia el
pueblo. En esta ocasión lo hicieron a “campo través”, es decir: saltando
entre los pedruscos y las matas. Y
ahora, pudieron percibir mucho mejor, los aromas del monte,
que con anterioridad no tuvieron ocasión de descubrir, debido al esfuerzo y,
sobre todo, a la presencia cercana y soñadora del castillo.
Se retiraron de la fortaleza y comprobaron un notorio
silencio, roto en alguna ocasión por las ráfagas del viento suave y el piar de
algunos zorzales que revoloteaban entre los arbustos más próximos.
Sería
mediodía cuando ambos amigos se despidieron. Uno para tomar la autovía con
dirección a Salobreña. El otro, de vuelta en una “Alsina Graells” en sentido
Dúrcal.
Pero antes de emprender la carretera, Carmelo conectó su
teléfono móvil. Y tras comprobar que no tenía ningún mensaje en su “buzón de
voz”, hizo una llamada a su amigo Rafael Calero, un licenciado en filología
inglesa, que ejercía sus funciones como profesor de instituto en un pueblo de
la costa. Con él quedó a las tres de la tarde para almorzar en el restaurante
“El Peñón” de Salobreña.
El
viaje hasta el pueblo costero, conocido por sus bonitas casas blancas y el
castillo, fue entretenido y sobre todo renovador. Después de atravesar el
puente de Tablate, la temperatura dejó
de ser invernal para convertirse en primaveral. Circunstancia por la que
Carmelo detuvo el 4L en la cuneta y se deshizo del suéter que le comenzaba a
molestar.
Cuando reemprendió de nuevo la carretera, reparó en el
tráfico tan diverso con el que se cruzaba en su marcha, camiones de gran
tonelaje transportando todo tipo de mercancías, turismos de los lugares más
recónditos de Europa y otros provenientes del cercano Marruecos, por lo que le vino a la mente aquellas palabras de Pedro Antonio
de Alarcón: «Este paraje es un foco de caminos, donde se cruzan todos los días
los viajeros y trajinantes de la Costa, los de Granada, los del Valle y los
Alpujarreños...”.
En esas estaba cuando se halló circulando en paralelo al
río Guadalfeo, haciéndolo en caravana y siguiendo la estela de un camión que
transportaba cerdos. El hedor que estos “consanguíneos” nuestros emanaban era
tan insoportable que Carmelo decidió detener el vehículo, aprovechando la
llegada a un “tenderete” en el que se vendían frutas tropicales.
Allí
compró aguacates de Almuñécar, algunos “mangos” y sobretodo una enorme caja de
chirimoyas con las que poder obsequiar a la esposa de Rafael Calero, si lo
invitaban por casualidad a cenar.
Tras este alto en el camino, reemprendió nuevamente la
marcha y a los pocos minutos se hallaba atravesando el pueblo de Salobreña en
sentido “El Peñón”. En él, lo esperaba su amigo Rafael, algo impaciente, no por
la tardanza sino por el hambre que ya tenía.
-Joroba, creía que no llegabas –le dijo, el joven
profesor de inglés que vestía todo de negro y que parecía haber sido sacado de
una novela del mismísimo Charles Bukowski, mientras se saludaban efusivamente-.
Déjate de explicaciones y vamos a sentarnos en aquella mesa que he reservado
junto a la playa, bajo la sombrilla.
El lugar donde se sentaron era todo un privilegio, desde
él podían recrearse de toda la rada, su playa y el pueblo al fondo con sus
casas blancas colgando y el castillo coronando la cima. Un olor a pescado asado
despertó a Carmelo de su encantamiento, mientras un camarero se aproximaba para
tomarles nota.
Fue Rafa Calero quien pidió, haciéndolo con la seguridad
del que suele ser cliente habitual.
-Antes que nada nos va a
poner una jarra de cerveza –indicó al camarero, un joven lugareño con
los brazos muy tatuados, en los que se podía apreciar un corazón con un texto
que decía: “amor de madre”-, para traernos a continuación dos raciones de
“espetos”, de esos que se están dorando en las brasas. Luego nos preparas un
par de calamares a la plancha y como acompañamientos nos pones una ensalada de
esas que llevan aguacates, maíz, lechuga y huevo duro.
Mientras esperaban la comida, Rafa y Carmelo recordaron
tiempos pasados, en los que solían ir de copas por la zona granadina de Gonzalo
Gallas, recorriendo lugares tan “ilustres” como el “Bamby”, una taberna en donde
la cerveza era barata y las tapas magníficas, o el “Pesaor”, otro tugurio en el
que la tapa más celebrada era una llamada “Popeye”, un mejunje preparado con
espinacas y huevo que en aquellos días sabía a gloria, sobre todo si se
amenizaba con una docta charla concerniente a escritores tan turbios como el
anteriormente mencionado Bukowski o el propio José Vicente Pascual, un
valenciano afincado en Granada que escribe como los ángeles, aunque el es un
demonio.
En éstas andaban cuando el camarero de los tatuajes les
sirvió la cerveza y los primeros “espetos”, que para aquellos que lo
desconozcan son sardinas pescadas en la zona, ensartadas en pequeñas cañas y
asadas entre ascuas. Un manjar delicioso, digno de reyes e indigentes, que en
nada desmerece a los más preciados pescados de sofisticada preparación y
abusivos precios.
Tras el almuerzo, ambos amigos pasearon durante unos
minutos por la playa, circunstancia que aprovechó Carmelo para quitarse los
zapatos e introducir los pies en el agua.
-Ya
que no se puede echar una siestecita, me consolaré con humedecer los “pinreles”
en el agua. Es otro modo de relajarse y descansar, ¿no te parece?
-Me parece de escándalo, pero déjate de tonterías y
vayamos al castillo, que en este tiempo anochece antes de lo que uno se espera.
El castillo de Salobreña se hallaba ubicado en la cumbre
de un cerro adyacente a la población. Desde cualquier lugar cercano se podía distinguir el
esplendor de la fortaleza, que a principios del siglo XV sirviera de prisión a
Yusuf antes de ser rey de Granada.
La fortificación de Salobreña, antaño conocida con el
nombre de Salambina, la Hins Xalaubina musulmana, ocupó un lugar muy destacable
en el Reino de Granada. Su buena situación la convirtió en inexpugnable al
hallarse asentada en la enorme peña que la sostiene. En su construcción se
utilizaron materiales de cantería y tapial, cuidándose esmeradamente al máximo
el conjunto de todo el recinto.
Cabe destacar de entre sus edificaciones la Torre del
Homenaje, minarete imponente decorado exteriormente con unos arquillos ciegos,
la plaza de armas y las estancias torreadas.
-Sabes Carmelo, que los Reyes Católicos conquistaron este
baluarte durante las contiendas de 1489, haciéndose con la alcaldía del
castillo el fiel secretario de la reina, un tal Francisco Ramírez, que a pesar
de haber estado presente en las contiendas contra la Beltraneja, quiso asistir
al final del imperio musulmán al lado de su monarca. Ramírez dio muestras de
una heroicidad absoluta, cercando en su hacer al rey moro tanto por tierra como
por mar. El fiel secretario de la reina, murió unos años más tarde combatiendo
en Sierra Bermeja.
La estructura del castillo de Salobreña es de planta
trapezoidal y la forman tres recintos. El principal es el interior, donde se encuentra
la alcazaba con sus cuatro torres: la Torre del Homenaje, la Torre Nueva, la
Torre del Polvorín y la Torre Vieja. El resto de ellos son totalmente
defensivos y fueron construidos por los
cristianos a finales del siglo XV. El primero salvaguarda el frente Este y
Sudeste y el segundo defiende la zona Norte. En esta banda se encuentran varias torres y una construcción
denominada del Cubo junto a la Batería de planta pentagonal y la Coracha, una
atalaya defensiva que sirvió para proteger la toma de agua de la
fortificación.
Una
ver visitado el castillo, Rafa Calero y Carmelo volvieron hacia el 4L que se
encontraba estacionado al amparo de una sombra. Y desde allí se dirigieron
hacia el Museo Histórico “Villa de Salobreña”, ubicado en un edificio de
reminiscencias andaluzas, donde se podía ver una exposición que albergaba los
seis mil años de la historia de Salobreña. Carmelo y Rafa visitaron en un principio la Sala de Arqueología, situada en
la primera planta. Y se recrearon observando diversos materiales arqueológicos
que revelaban la historia del pueblo desde sus orígenes. Así como, dos maquetas que representaban el entorno del
bajo Guadalfeo y el proceso de formación de la línea costera.
A continuación, y ya muy entusiasmados por lo percibido, que
era mucho más de lo que esperaban, subieron hacia la segunda planta, conocida
por la Sala de Gabriel Guirado, un salobreñero consagrado en la realización de
obras artesanales y que presumía, con toda la razón, de haber construido una
espléndida maqueta del castillo, que se exponía en el museo.
-Veo que estás realmente impresionado con la maqueta del
castillo –dijo Rafa Calero a su amigo-, pero seguro que te sobrecogerá, aún
más, la planta baja que fuera Cárcel Real. Sígueme, se halla justo al lado del museo.
La Cárcel Real, se trataba de una cámara rectangular
construida durante el siglo XVI, y realizada en obra de mampostería y ladrillo.
En su interior Carmelo y Rafa pudieron recrearse admirando una pieza de
artillería del siglo XVII, procedente del castillo, y cuatro proyectiles de
catapulta.
-Y ahora, que has visto todo lo que tenías que ver, vamos
a tomarnos una cervecita en el bar de la esquina y así hacemos tiempo para que
mi mujer te sorprenda con una cena a tu gusto. Seguro, que llevas sin comer
decentemente una eternidad.
La cervecita rápida se convirtió en un llena tras otro, y
si no es por el teléfono móvil de Rafael
que sonó cuando el camarero volvía a atestarles otro lingotazo, se habrían
olvidado de que Adela los esperaba impacientemente, pues la cena se enfriaba.
Aquella velada fue inolvidable para los tres. La cena,
aunque sencilla, tuvo un encanto especial, ya que el joven matrimonio hizo
partícipe a Carmelo de su más preciado secreto: esperaban un hijo. Así, con la
dicha de la noticia, acogieron el primer plato, unos espaguetis con ciruelas,
que Adela había cocinado en honor a su amigo, y que acompañaron con un caldo de
la “Ribera del Duero”.
-¡Sabes, Carmelo!, que llevo cerca de un día preparando
estos espaguetis –le dijo Adela-. Pues para que estuvieran en su punto, he
tenido que tener las ciruelas en remojo veinticuatro horas. Luego te daré la
receta, pues se lo mucho que te gusta coleccionarlas.
Y así fue, a los
postres. Mientras degustaban los magníficos chirimoyos, Carmelo pudo
tomar nota de la receta que empleaba la
joven para cocinar los espaguetis con ciruelas pasas, que no era otra que cocer
la pasta en abundante agua con sal y ponerla al punto “dente”, es decir, que no
quedara demasiado hecha. Y a continuación colocarla en una fuente y agregarle
las ciruelas pasas remojadas. ¡Ah!, sin olvidar servirla con salsa de tomate y
una pizca de orégano. Toda una “delicatese” para aquellos paladares que saben
apreciar la pasta.
El siguiente día amaneció espléndido, como es habitual en
la zona costera, y Carmelo tras realizar un desayuno frugal con sus amigos se
despidió, para dirigirse nuevamente hacia su inseparable 4L, que se hallaba
aparcado ante la puerta de una cafetería-churrería. Tras colocar su sucinto
equipaje en el maletero del coche, el joven funcionario decidió alargar el
desayuno, entrando en la churrería, para agasajarse con un chocolate con
churros. Un día es un día, pensó. Y aunque su costumbre era la habitual tostada
con aceite y tomate, los churros le supieron a gloria.
La
carretera que llevaba de Salobreña hasta Almuñécar, próximo destino de Carmelo,
era de una belleza inusual, y transcurrían los pocos kilómetros que separaban a
ambas poblaciones a través de una calzada repleta de acantilados y parajes
únicos, en el que el término mar se trocaba por el más bucólico de “la mar”. Y
donde la vista se podía recrear en paisajes guarnecidos desde las
inconfundibles “chumberas” descollando en cualquier balate, hasta campos
pletóricos y perfectamente cultivados de aguacates o mangos.
Serían pocos menos
de las diez de la mañana cuando Carmelo llegó al pueblo. Y sin pensarlo dos
veces, condujo en dirección al Paseo Marítimo. No era mal momento para caminar
un poco y deleitarse de la espectacular temperatura reinante. Así, que aparcó
el 4L bajo la sombra de un árbol de nombre desconocido y de tupido follaje y se
acercó hasta la cercana playa, a través de la cual transcurría la travesía.
Mientras caminaba de un modo despreocupado pudo
percatarse de los muchos “guiris”, extranjeros a modo coloquial, que tomaban el
sol en las terrazas de las cafeterías,
mientras otros, los más avezados lo hacían en formidables hamacas de
heterogéneo colorido. A Carmelo, que era de secano, le parecieron extraños
reptiles yaciendo tras haber finalizado un gran festín. En esas estaba cuando
una joven damisela se le acercó, sin más ropa que la parte baja del bikini y
con una locución similar a la empleada por los indios “apaches” en las
películas de John Wayne, le pidió que le hiciera una fotografía con el mar de
fondo.
Carmelo, que era bastante tímido por naturaleza, se
cohibió por un instante, pero a continuación adquiriendo su aire de “semental
ibérico”, tomó la cámara, sonrió como mejor pudo y enfocó. Y no precisamente al
Mar Mediterráneo, sino a los ampulosos pechos de la joven, que parecían
dos pitones de Miura apuntando al
infinito. Seguro, que cuando se revelaran las imágenes, pensó, el fotógrafo se
llevará una sorpresa muy agradable.
A eso de media mañana, Carmelo dio por concluido el paseo
y se acercó hasta un chiringuito que le salía al paso. Se pidió una cerveza
bien fría y conectó su teléfono móvil para ver si tenía algún mensaje y a la
vez llamar a don José de Benito, uno de los tantos abogados de Diputación, que
recientemente se había comprado un apartamento en Almuñécar. De Benito, que era
como se le conocía en Diputación, era un
hombre de unos cincuenta años de edad que presumía de conocer la historia y las
costumbres de Almuñécar como nadie. Circunstancia que favorecía a Carmelo, pues
no era lo mismo ir a descubrir los monumentos de una ciudad sin idea de su
localización, que tener a un “mecenas” que te haga de guía.
-De Benito, me alegro saludarte, soy Carmelo Chinchilla y
estoy en tu pueblo, me gustaría verte e invitarte a una cerveza y si lo deseas
hasta a almorzar.
-Pues mira, nos podemos ver en el restaurante “La última
ola”, el dueño es amigo y con seguridad que nos tratará como nos merecemos.
Cuando Carmelo llegó al restaurante, de Benito se hallaba
sentado en una cómoda mesa de inmaculados manteles blancos, tomando una copa de
vino. Se levantó casi a trompicones para saludar a su compañero. Y con aquella
voz, casi femenina que lo caracterizaba, lo condujo hasta el lugar reservado.
-No sabes la alegría que me das, nunca hubiera esperado
una llamada tuya, aquí en Almuñécar. He sabido por algunas fuentes –continuó
diciendo con su voz casi imperceptible, que en muchas ocasiones si no tenías
los ojos abiertos parecía la de una mujer- que estás realizando un trabajo
bastante interesante, de esos que cualquiera no es capaz de realizar. Me alegro
por ti. Pero ahora, dejémonos de monsergas y almorcemos.
-Pues me parece muy bien, ¿qué me recomiendas?
-Vamos a pedir a base de raciones, seguro estoy que
cuando finalicemos tendrás ganas de dormir una buena siesta, y no de que te
muestre el pueblo. Así, que vamos a tomarnos una ración de navajas, otra de
pulpo seco, sin olvidarnos de unos riquísimos boquerones en vinagre y una jibia
en salsa.
En efecto, cuando finalizaron el almuerzo ninguno de los
dos tenía ganas ni de degustar el postre de “pétalos de rosa calamina”, que era
la especialidad de la casa y que dejaron para mejor ocasión. Circunstancia por
la que se encaminaron hacia el conocido “Classic English pub” para tomarse un güisqui
que les bajara el colesterol.
Aquella tarde, Carmelo se la tomó con calma y cuando
quiso darse cuenta era la hora de buscar un hotel. Así llegó hasta el pequeño
Hotel Casablanca, donde le dieron una acogedora habitación y pudo “dormir la
mona” como un bendito, pues la copa con de Benito se convirtió en una mano que
duró hasta que el güisqui del pub inglés se agotó de más de una estantería.
A la mañana siguiente, la cabeza de Carmelo parecía una
jaula de grillos, a la que tuvo que aplacar con una buena dosis de aspirinas y
un par de cafés. En cambio, cuando encontró a de Benito esperándolo en la
puerta del hotel, éste parecía como si hubiera estado descansando toda una
semana. Iba perfectamente “chaqueteado” y con una buena cantidad de “brillantina”
en el pelo. Más que un guía de campo, parecía uno de esos ejecutivos
emperifollados que suelen pasar largas vacaciones en “Carabanchel” a la sombra.
-Mira Carmelo, -comenzó diciendo de Benito- Almuñécar
es una pieza muy compleja, que encierra
multitud de tesoros y monumentos en su suelo. Querer visitarlos y
descubrírtelos al paso, sería realmente complicado. Por ello, he estado
pensando que el mejor modo para que puedas conocer y comprender su historia
será mostrándote varios recorridos a través de ella. Así, empezaremos
transitando por la época fenicia, visitando primeramente la Necrópolis fenicia
de Puente de Noy.
En el paraje de Puente de Noy se asentaba la necrópolis
fenicia que daba nombre a la zona. En ella, se habían realizado, durante los
últimos años, diversas excavaciones...
-Como podrás observar se han localizado un importante
número de tumbas, en concreto ciento treinta y dos, gracias a ellas y a sus
ajuares funerarios podemos tener una idea bastante fidedigna de nuestros
antepasados semitas que habitaron el casco antiguo de Almuñécar durante el
siglo VIII antes de Jesucristo hasta el siglo I de nuestra era.
>>Mira esta tumba
–continuó diciendo de Benito-, en ella se encontraron los restos de un cadáver
ataviado con sus joyas y envuelto en un sudario. El ajuar funerario se hallaba
situado en las esquinas de la fosa y estaba compuesto por vasos de la época, que fueron la clave
par a la datación del enterramiento.
>>Ahora que te
mostrado la etapa fenicia en Almuñécar, vamos a llegarnos hasta el barrio de
Torrecuevas. Por él transcurre el río Seco, sobre cuyo cauce se construyó el
Acueducto Romano.
-El Acueducto -contaba nuevamente de Benito- fue erigido
durante el siglo I a. C. y su utilidad ha llegado hasta nuestros días como
sistema de regadío tradicional. El trecho más importante, visualmente hablando,
es el que se halla junto al cauce de este río. De esta obra de ingeniería, personalmente destacaría la regularidad de sus trazados, junto con la
precisión de la colocación de sus elementos. Gracias a ello, se ha podido
mantener en pie durante tantos siglos.
>>Muy cerca de
aquí, se encuentra otro trecho del acueducto, concretamente en la plaza Mayor,
junto a la Carrera de la Concepción. Ese tramo sirvió las aguas a la ciudad
y a la factoría de salazones durante
muchos siglos. Lo mejor de la excavación, fue el descubrimiento de unas termas romanas y algunos elementos de
índole funeraria.
Una
vez visitadas estas reliquias de la ingeniería romana, ambos amigos se
dirigieron hacia la finca del “Majuelo”, donde se encontraba la que fuera
factoría de Salazón. En el lugar, Carmelo pudo observar los restos de los
malecones portuarios con argollas de amarre y un conjunto de recintos, dentro
de los cuales han aparecido multitud de piletas de salazones con restos de
pescado macerado.
-En estas fábricas se sazonaba el “garum”, que era una
especie de paté realizado con las vísceras del pescado. Almuñécar a finales del
siglo V antes de Cristo –continuaba explicando de Benito-, basaba gran parte de
su economía en esta industria, que sería famosa en todo el imperio.
>>Ahora, si
te parece vamos a coger el 4L para
dirigirnos hacia la carretera del Jete. En sus inmediaciones se halla “La Torre
del Monje”, un columbario del siglo I.
Este ingente panteón funerario se descubría intacto tras
más de dos milenios de historia. Su estructura era de formas cúbicas y estaba
cerrado totalmente al exterior, se le podía ver al otro lado del río Verde,
elevándose sobre la ladera de un cerro. La construcción de este edificio
funerario se realizó mezclando piedras de pizarra con argamasa y en su
simplicidad destacaba un escarpe escalonado con filete por cornisa y una
cubierta de forma piramidal recubierta de ladrillo. La puerta, a través de la
que se accedía al interior, se encontaba orientada en dirección sur.
-Me hubiera gustado que vieras el interior, -comentó de
Benito a Carmelo- pero se encuentra sellada
la entrada. De todas formas, te diré que es una cámara en cuyas paredes
se pueden notar una serie de nichos rectangulares, puestos en doble fila de a
cinco. El techo es sobrio y está revestido con bóvedas de cañón.
>>Ahora, si no
te molesta, voy a echar una meada en el
campo, luego volvemos al pueblo y me invitas a tomar un cafelito, si puede ser
con tostada.
Tras el café y las
tostadas en una de las cafeterías cercanas al Paseo Marítimo, ambos amigos
volvieron nuevamente al tajo. A la sazón, marcharon hacia el castillo de San
Miguel, que se localizaba en la parte
más elevada de un promontorio limítrofe al
mar. Un lugar muy privilegiado en el pasado, y desde las que fueran sus
almenas podían divisarse en la distancia, cualquier tipo de artimaña militar,
viniera de tierra adentro o del mar.
-La fortaleza, como evidenciarás no se halla en muy buen
estado –comentó de Benito con cierta pesadumbre-, circunstancia que no impide
que investigadores de gran prestigio en el ámbito mundial exploren en las
inmediaciones de sus ruinas intentando localizar las colonias de origen fenicio
de Sexi y Mainake. Recientemente –continuó explicando de Benito, mientras
ascendían a través de una empinada cuesta- estos trabajos de verificación han
proporcionado recompensas muy valiosas a los arqueólogos. Una muestra de ellas,
es la necrópolis fenicio-púnica de Puente de Noy, en donde estuvimos esta
mañana, junto con la factoría del Majuelo.
El castillo de San Miguel tuvo su máximo apogeo durante
el tiempo de ocupación en que reinaron los musulmanes. Tras la rendición de
Baza fue entregado a los Reyes Católicos en 1489. Pero fue durante la
sublevación de los moriscos de la Alpujarra cuando este alcázar jugó un papel
primordial, sirviendo de reducto defensivo a las tropas cristianas que se veían
atacadas constantemente por el caudillo Aben Aboó, que con tres mil hombres a
sus órdenes no lograría tomar la fortaleza.
En tiempos del Emperador Carlos I, el castillo sufrió una
serie de importantes transformaciones que le confirieron el aspecto actual.
Para ello se alzaron cuatro torreones abaluartados, un foso y un puente
levadizo; de aquellos torreones destacaría una gran torre de planta cuadrada
que denominarían “La Mazmorra”, desde la que sería fácil poder dominar el
puerto y la población.
Durante los siglos XVI y XVII, el castillo de Almuñécar
soportó diversos ataques y confrontaciones, aunque el mayor descalabro de su
historia ocurrió a principios del siglo XIX, con la voladura por parte de los
ingleses en 1812 de la Torre del Homenaje. Posteriormente la fortificación pasó
a ser un cementerio, uso que se le ha dado hasta hace pocos años en que fue
declarado Monumento Nacional.
-La fortaleza de San Miguel está estructurada en forma de
planta poligonal irregular –contaba de Benito con la voz que apenas le salía
del cuerpo debido al esfuerzo de la ascensión-, disponiendo de un ancho foso
con puente levadizo. En la zona norte,
por donde hemos entrado, puedes ver un torreón de planta circular; en la otra
esquina se halla el Torreón del Polvorín de formas abaluartadas. Entre ellos, se encuentra la entrada principal en forma de
dos cubos semicirculares que dan paso al patio de armas, en donde se descubre
el torreón del Alcaide, el aljibe y un edificio de usos múltiples.
>>En el interior
del castillo existen otros lugares interesantes como la rampa, desde donde es
fácil acceder a una gran batería en la que se observa una torre de planta
rectangular que engarza con una segunda fortificación abaluartada. Por último,
podemos ver un muro en la zona oeste que incrusta una puerta romana y una
cisterna.
Cuando finalizaron el recorrido por el castillo, el sol se hallaba bastante
alto y los estómagos de ambos exploradores echaban chispas, no de fuego sino de
hambre. Por lo que decidieron hacer un alto, almorzar y a continuación
reemprender el camino.
En esta ocasión, debido a
los excesos de la anterior noche la comida fue muy trivial. Almorzando
en el restaurante chino “La muralla de Pekín”. A Carmelo no le hizo mucha
gracia la decisión de su amigo, pero no deseó ser descortés, aunque la verdad,
él hubiera preferido tomarse un simple bocadillo de jamón en un ventorro, a una
ensalada de brotes de soja con rollitos de primavera.
-La carne ni la pruebo en
un lugar como éste –le apuntó con cierta ironía a su amigo de Benito,
que ya masticaba un trozo de pollo con salsa agridulce-, pues todo el mundo
sabe que son de rata. O por lo menos es lo que dicen, de todas formas yo lo
creo, pues no imagino como pueden ofrecer precios tan económicos.
A de Benito aquella alusión a las ratas le cambió la
expresión. Y antes de que Carmelo finalizara el rollo de primavera, ya estaba
pidiendo una infusión.
No serían las cuatro de
la tarde, cuando iniciaron el recorrido diseñado, consistente en visitar
lo más importante de la monumentalidad
de la época cristiana de Almuñécar. Para ello, se encaminaron hasta la iglesia
de la Encarnación.
-Este templo –comenzó diciendo de Benito- fue
diseñado por el instruido Juan de Herrara, arquitecto de Felipe II, aunque la
torre no fuera de su cosecha, sino del granadino Diego de Siloé. La iglesia se
erigió en el año de 1600, sobre un depósito de agua romano cercano a la
Puerta de Granada. Durante el cuatrocientos aniversario de su terminación fue
restaurada casi en su totalidad, llevándose a cabo importantes reformas en su
altar principal y en una camareta situada en la puerta de entrada, lugar que
ocuparía la Virgen de la Antigua desde entonces. Asimismo se realizaron
importantes obras en los altares del Cristo Nazareno y de la Virgen de los
Dolores, ambas imágenes muy reverenciadas por
los vecinos del pueblo.
>>Ahora, acompáñame hasta la
calle Real, en ella se encuentra “El Pilar”, una obra de mediados del siglo
XVI, muy interesante por sus formas y además, porque durante los trabajos que
se realizaron para su restauración se localizaron restos de las canalizaciones
romanas de la ciudad en un estado
inmejorable.
Una vez delante
de “El Pilar de la Calle Real”, Carmelo y de Benito pudieron comprobar que la
obra se hallaba inspirada en un estilo renacentista, muy en consonancia con la
época, mostrando motivos de mascarones de leones, volutas y diosas de la
fertilidad. Inspiraciones relacionadas con la simbología de los pueblos
mediterráneos, que tan relacionados se hallaban con el municipio tropical del
sur de Europa.
Con esta
inspección dieron por terminada la visita a los monumentos de mayor importancia
de Almuñécar. Ahora había llegado el instante de la despedida, y no quisieron
hacerla sin una buena cena y unas copas. Así, que tras tomarse unas cuantas
raciones de pescaditos fritos en unos cuantos chiringuitos, se encaminaron,
como la noche anterior, hacia “Classic English pub”, donde rindieron culto al
güisqui escocés hasta alta horas de la madrugada.
Ya se hallaba
el sol muy alto cuando Carmelo despertó al siguiente día. La cabeza le volvía a
pasar una mala jugada, doliéndole como si una traca de petardos se hubiera
instalado en su interior. Eran los
síntomas propios de una buena resaca, pensó, mientras se dirigía hacia su
mochila y extraía un par de tabletas de Aspirinas. Para a continuación darse
una buena ducha y pedir al servicio de habitaciones que le subieran un café
bien cargado.
-Y no se les
olviden, por favor, unas buenas tostadas de aceite con tomate. ¡Ah!, y un zumo
de naranja.
Cuando remató
estas tareas, eran cerca de las once y media. Buena hora, para emprender su
partida hacia Motril, que se hallaba a unos cuarenta kilómetros en dirección
Este. La carretera por la que había que circular, ya la conocía, pues se
trataba en parte de la misma que recorrió
los pasados días, sólo que ahora en sentido contrario. Transitar de nuevo por aquellos parajes
repletos de terraplenes que bajaban hasta el mar era un verdadero placer.
Circunstancia por la que en más de una ocasión detuvo al fiel 4L y se recreó observando aquel mar de infinita
belleza y de aguas calmas, donde era fácil ver algún que otro velero surcar el
mar en dirección desconocida.
Al llegar a
Motril, Carmelo extrajo de su mochila una guía sobre la localidad que había
adquirido durante su última estancia en Granada. Con esta ayuda tan inestimable
supo algo sobre la historia de este gran pueblo e importante puerto marítimo.
Leyendo de entre sus páginas: «Esta ciudad, entre el brillante verde de la vega y el azul
intenso del Mediterráneo, es a la vez
antigua y moderna. Antigua por su cultura, por su historia, por sus tradiciones
y su urbanismo de indudable sabor morisco. Y moderna por los motrileños, gentes
amables y abiertas, siempre con ilusión de futuro, siempre renovando la ciudad, constantemente adaptándose al
presente, haciendo gala de ese carácter acogedor que siempre ha definido a las
gentes de Motril».
En esas andaba
Carmelo cuando un transeúnte con aire algo chulesco y fanfarrón se le acercó,
para preguntarle:
-Yo te conozco,
tú trabajas en Diputación de Granada. Tú eres el filólogo que contrataron para
no sé que historia. Soy Victorino Puebloviejo, el maestro de adultos que os
solicitó una subvención para publicar una novela. ¿Me recuerdas ahora?
-Si hombre,
ahora caigo –le dijo Carmelo, que no recordaba para nada a aquel tipo baladrón
y de pelo blanco-. Me alegro mucho de volverte a ver.
-Dime que te
trae por Motril y estaré encantado de poder servirte.
-Pues mira,
estoy haciendo una compilación sobre todos los monumentos de la provincia y
busco la Iglesia Mayor de la Encarnación.
-Está aquí al
lado, vayamos dando un paseo.
La Iglesia
Mayor de la Encarnación era el monumento más antiguo que se conservaba en la
ciudad, sus obras fueron iniciadas en 1510 y finalizadas cuatro años más tarde.
Aunque a lo largo del tiempo se le fue añadiendo dependencias y capillas, lo que le ha proporcionado un aspecto irregular. Artísticamente se puede
considerar como una intrincada creación de estilos que van desde el mudéjar
original hasta el renacentista, pasando por el barroco y el gótico. La
fisonomía externa del templo era la de un fortín y dispuso en la antigüedad de
almenas, parapetos, saeteras, troneras y puertas que montaban rastrillos y
fosos. Además, todo el conjunto se hallaba cercado por una muralla repleta de
torreones, de la que aún hoy se conserva la llamada “Torre de la Vela”, que fue
erigida empleando el antiguo almenar de la mezquita Alixara.
El interior del
templo era de formas mudéjares, aunque presentaba algunos adornos góticos
finales, tales como los arcos apuntados de su nave principal. Fue diseñada por
el maestro Alonso Márquez y disponiendo su estructura de tres naves con bóvedas
de arista reforzada con nervaciones. Durante el siglo XVI se amplió,
construyéndose la nave de crucero de formas renacentistas. En la pasada Guerra
Civil (1938), la iglesia, debido a la explosión de un polvorín, sufrió
importantes daños en su estructura.
Con la visita a
la iglesia, Carmelo esperaba que Victorino Puebloviejo se diera por satisfecho
de su encuentro y se despidiera de él. Pues el joven filólogo ya empezaba a
cansarse de la conversación del maestro, que no parecía tener más tema, que
hablar del estado “anatómico” de las mujeres. En la hora que llevaban juntos,
les describió a más de una docena de señoras, con nombre y apellido. Todas,
según contaba, habían pasado por su “piedra”.
-Y es que yo
soy un magnífico semental y ninguna mujer se resiste a mis encantos.
Carmelo en su
desesperación y por cambiar de conversación, le preguntó por la Iglesia de
Nuestra Señora de la Cabeza y Victorino Puebloviejo, sin pensárselo dos veces
se ofreció acompañarle hasta el cerro donde se ubicaba el edificio.
-Te contaré –le
dijo a Carmelo, mientras caminaban por una estrecha calle colmada de
establecimientos a uno y otro lado de la acera-que en los aledaños del cerro,
me beneficié cuando aún era un crío a una moza de ojos oscuros y pechos
suntuosos. El destino quiso que aquella muchacha con los años fuera mi cuñada.
Yo me casé con su hermana menor, una santa que llegó virgen al matrimonio. Como
debe ser. ¿No te parece?
Carmelo no
contestó, y haciéndose el despistado, abrió nuevamente la guía y leyó:
>>La Iglesia de Nuestra Señora
de la Cabeza es la patrona de Motril. Cuenta la tradición, que durante los
primeros años del siglo XVI unos marineros portugueses robaron en Corinto la
imagen de la virgen. Y que tras hacerse a la mar con el botín a bordo,
sufrieron una tempestad. En el temor de perecer ahogados si el barco se hundía,
se prometieron, si llegaban a salvarse, construir una ermita a la virgen
sustraída en el primer lugar donde
desembarcaran. Al cabo de seis días de tormenta, la nave encalló en la playa de
Motril, los marineros en acción de gracia, cumplieron la promesa y trasladaron
a la efigie hasta el cerro donde se erigían las ruinas de la alcazaba
musulmana, en él levantarían una pequeña ermita donde venerarían a la virgen.
>>Durante el siglo XVII la
ermita fue convertida en convento de franciscanos, para posteriormente pasar a
ser propiedad del Ayuntamiento de Motril y rehecha por el arquitecto don Isidro
la Chica. Tras la Guerra Civil de 1936, el conjunto sufrió nuevas
reestructuraciones y mejoras, aunque siempre se respetaron sus formas
primigenias barrocas. La iglesia consta de una sola nave, cuya capilla mayor se
cubre por una hermosa cúpula semiesférica y asienta un retablo, obra del
escultor Manuel González Ligero.
>>La Virgen es una talla del
siglo XV muy bien esculpida a la forma oriental. Se acomoda en un camarín de
estilo barroco, muy bien decorado con yeserías que revelan la leyenda de la
aparición de la Virgen.
Tras aquella
inspección a la Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, Victorino Puebloviejo
no parecía muy conforme en echar el día visitando iglesias y monumentos. Lo
suyo eran las mujeres, las cervezas y la cháchara y no aquellas “mariconadas”
de templos y obras de arte, así que le planteó
a Carmelo ir hasta el puerto a tomarse un par de cervezas.
-En el
restaurante “Chafarina” ponen un pulpo seco “acojonante”. Seguro estoy que en
tu vida lo has probado. Más tarde tendrás tiempo de seguir haciendo tus
inspecciones.
Ya por la
tarde, cuando el sol se encontraba en su
máximo apogeo, Carmelo y Victorino se despidieron, no sin antes el primero
haber tenido que aguantar un par de
horas de la más impúdica charla por parte del maestro. Victorino se marchó tal
y como había aparecido: de improviso. Y Carmelo aprovechó para dirigirse hacia
la iglesia de la Victoria, que se encontraba en la zona sur de Motril. Tras
aparcar el 4L, Carmelo extrajo nuevamente de su mochila la “guía sobre Motril”
y empezó a leer:
>> En 1580 se levantó el convento de los Frailes Mínimos de
la Victoria, del que actualmente solo se conserva su iglesia. El conjunto fue
fundado por don Alonso de Contreras, marqués de Algarinejo. La estructura del
templo es de formas rectangulares, disponiendo de una sola nave dintelada con
capillas laterales embutidas entre pilares. La techumbre en su día fue de
formas mudéjares, una de las mejores de Andalucía, aunque durante la Guerra
Civil de 1936 fue destruida. Su Capilla
Mayor destaca por la cúpula semiesférica elevada sobre pechinas aderezadas con
policromados escudos heráldicos pertenecientes a las familias fundadoras.
También destacan en los laterales dos ménsulas que perpetúan la memoria de don
Alonso de Contreras y doña Ana Gutiérrez, fundadores de la obra.
>>Mientras, en el exterior se
puede observar la magnífica portada realizada en piedra, obra de Pedro Cano.
Una vez
finalizada esta expeditiva visita a la iglesia de la Victoria, Carmelo
aprovechó el tiempo que le restaba de día para acercarse hasta la popular Casa
de la Palma, una pequeña industria que en su tiempo fuera fábrica de azúcar y
que en la actualidad ha sido reformada
por el Ayuntamiento como Centro de la Cultura motrileña. La historia de este
inmueble data del siglo XVI, en que fue construido por el morisco motrileño conocido por “El Ceutini”.
En 1634 “La Palma”, tras la expulsión de los moriscos, cambió de propietario y
pasó a manos de Lucas Palma, de quien recibiría su apelativo. Este industrial
aumentaría la capacidad de producción de azúcar de la fábrica y ampliaría las
dependencias del conjunto.
Años más tarde
“La Casa de la Palma” sería adquirida por el genovés Antonio Chavarino, que a
su vez la vendería a Juan de Victoria durante el siglo XVIII. A esta familia
pertenecería hasta finales del siglo XIX en que don Pedro de Victoria y Ahumada
lo legaría al Ayuntamiento de Motril para
que diera aforo a un colegio.
Para Carmelo,
el edificio no tenía nada en su conjunto notable, por tratarse de una
construcción de tipo industrial en el que se apreciaba numerosos cambios
realizados a través de los siglos. En el interior destacaba un pequeño
artesonado mudéjar y algunos zócalos tallados del mismo estilo.
En la zona
exterior, Carmelo quedó algo impresionado al recorrer la zona ajardinada, en la
que pudo contemplar su diversa flora y
los sorprendentes árboles traídos de ultramar hacía más de un siglo.
Después de
terminar el recorrido por los jardines, salió nuevamente a la calle y preguntó
a una señora, que iba cargada de bolsas de comida y que apenas podía respirar,
por el emplazamiento del Ayuntamiento.
-Eso –le dijo,
con mucha educación- pregúnteselo a mi marido, que viene ahí detrás paseando al
perro.
El marido, era un individuo bajito y con aspecto
feliz, que tiraba de la correa del perro con el mismo ímpetu que si éste fuese
un león, mientras el chucho se orinaba en los neumáticos de todos los vehículos
por los que iba pasando.
-El
Ayuntamiento está ahí mismo –le indicó-, siga la calle derecha y al finalizar
tome la primera a la izquierda, continúe caminando por el callejón y al
finalizar encontrará la plaza.
En efecto, tras
recorrer la distancia indicada, Carmelo se topó con el actual Ayuntamiento que
se ubicaba en una importante plaza de formas perfectas. De nuevo extrajo de su
mochila la “guía de Motril” y comenzó a leer:
>>...En el año de 1621 un
ataque turco rompió las defensas de Motril, siendo derruida gran parte de la
muralla de la ciudad. Los otomanos en su avance llegaron hasta la Plaza Mayor
donde se encontraba el Ayuntamiento, que fue incendiado juntamente con una serie de casas que hallaron a su paso.
Esta circunstancia motivó que diez años más tarde se comenzara la construcción
de la nueva Casa Consistorial, proyecto que se encargó al acreditado Isidro la
Chica.
Con la visita por
el Ayuntamiento de la villa, Carmelo dio por concluido el día y se encaminó
hacia el 4L, para buscar hotel. Un transeúnte al que preguntó le indicó que si
deseaba descansar de verdad, el mejor lugar era el “Gran Hotel de Motril”, que
se hallaba en Playa Poniente.
En efecto, el
hotel valía la pena y aunque superó bastante la dieta asignada, Carmelo se
permitió el lujo de pasar una buena noche, descansando y reponiendo fuerzas
para el siguiente día. Sin salir al tranco de la calle y aprovechando para ver un rato “Las
crónicas marcianas” en la televisión, mientras tomaba un gran vaso de leche
acompañada de unos magníficos bollos rellenos de chocolate.
A la siguiente
mañana, ya muy descansado y algo confuso por la cuenta que había tenido que
abonar al recepcionista, Carmelo se dirigió hacia la iglesia y convento de
Capuchinos, situado en el paraje que fuera ermita de San Antón. La iglesia
había sido erigida en 1641 a partir del santuario primigenio y mostraba un
estilo mudéjar construido sobre una sola nave. De nuevo extrajo de la mochila
la “guía” y comenzó a leer:
>>La iglesia fue realizada
basándose en hiladas de ladrillo y mampostería. La Capilla Mayor se encuentra
cubierta por una sencilla cúpula de estructura semiesférica. La portada tiene
forma de arco de medio punto con adornos característicos del mudéjar. Esta
iglesia fue favorecida como lugar de enterramiento de todos los Corregidores y
Regidores de Motril.
>>Del que fuera convento,
solamente se conserva su fachada principal de estilo barroco y que nos muestra
un arco rebajado. El conjunto dispone de un alzado de dos cuerpos, separados
por una línea de moldura que recorre a lo largo de la fachada.
Tras finalizar
el examen del conjunto, recordó haber visto la anterior tarde el edificio del
Teatro Calderón de la Barca. Y aunque su descripción no venía en la “guía”, se
mostró interesado por averiguar algo sobre su historia.
Y pudo hacerlo,
pues en la puerta de entrada del edificio, un bedel que fumaba un pitillo, le
informó lo mejor que pudo, sobre todo al saber que Carmelo Chinchilla no era un
visitante cualquiera, sino un “funcionario de Diputación” que realizaba un
recuento de los monumentos más
significativos de la provincia Granada.
-El Teatro
Calderón de la Barca se construyó en 1880, copiando las formas de los teatros
italianos, en los que predominaba un amplio escenario, tres niveles de palcos y
dos proscenios.
>> La decoración –le seguía
indicando el bedel, mientras le mostraba el interior del edificio y le
preguntaba si su nombre aparecería en el informe- es de formas neoclásicas y se
pueden apreciar columnas de fundición y techo de madera, este último cubierto
de lienzo, en donde surgen pinturas al óleo que simbolizan musas. El Calderón
de la Barca fue diseñado por el arquitecto motrileño Díaz de Losada, y se puede
considerar como uno de los teatros más emblemáticos de Andalucía.
Con la visita
al teatro, Carmelo dio por consumado su periplo por Motril y se encaminó, una
vez más hacia su inseparable 4L para emprender de nuevo la carretera. En esta
ocasión, rumbo Este, en concreto hacia el pueblo de Castell de Ferro, en donde
sabía de la existencia de una fortaleza de origen árabe.
La distancia
entre ambos pueblos no era muy larga, unos diecisiete kilómetros
aproximadamente. Así que Carmelo circuló pausadamente a través de una carretera
envuelta por interminables campos de caña de azúcar en un principio. Para más tarde adentrarse en los
desérticos llanos de Carchuna, que gracias al tesón de sus habitantes y la
agricultura sistemática de los invernaderos, habían dejado de ser una zona
inhóspita y pobre, para dar paso a un
edén en donde se cultivaban con gran acierto todo tipo de verdura y hortaliza.
Una vez quedó
Carchuna atrás, el 4L se adentró en el pueblo de Calahonda e inició una
intrépida subida hacia los acantilados que bordeaban la carretera. Y así, de un
modo casi fantasioso por la magnificencia que ofrecía el mar desde las alturas,
llegaron a los aledaños de Castell de Ferro.
Carmelo detuvo
el automóvil en una altiplanicie cercana al arcén y bajó para observar el
castillo que se veía en la lejanía con el mar de fondo. Fue entonces cuando se
le aproximó un hortelano que llevaba un mulo de reata y sin más presentación
comenzó a hablarle.
-Mi nombre es
Telesforo Muñoz, aunque todos me conocen
por “Bigotes”, del apodo no hace falta que le expliqué el por qué –le indicaba
mientras se azuzaba los mostachos-. Soy el vecino que más cosas sabe sobre el
pueblo y sus alrededores. Y creo que usted está interesado en que se lo
demuestre. Así que escúcheme.
>>Diversos han sido los
nombres que ha tenido Castell de Ferro a lo largo de su historia, y todos ellos
han estado relacionados con su fortaleza. El primero del que nos hicimos eco
fue el denominado “Ara de Quellarnach”, derivación de su origen latino.
Posteriormente, ya en tiempos de los musulmanes se le otorgó el nombre de
“Marsalferruch” que en cristiano quiere
decir Puerto de Hierro, para más adelante conocérsele como “Arain y Sayena”,
este último citado por el alcaide Abul-hacey en
una carta dirigida a Aben Abóo, en la que afirmaba estar escribiendo
desde el castillo de Sayena.
>>El actual nombre, Castell de
Ferro, es conocido desde principios del siglo XIX, en el que hubo un gran éxodo
de catalanes hacia Andalucía, tras la Guerra de la Independencia, y que
posiblemente reformaron la palabra “Castil” por la catalana “Castell”.
Mientras
comentaba estos últimos hechos, “Bigotes” se aupó al mulo y le indicó a Carmelo
que si deseaba subir hasta la fortaleza que lo esperara en lo “alto del
pueblo”.
-Entre tanto
llego, tiene usted tiempo para tomarse una cervecita en la plaza. Pero no abuse
de las tapas, pues son malas para caminar entre piedras –le expuso entre
carcajadas y mirando con ojos de pillo-.
Carmelo y
“Bigotes” se encontraron en las postrimerías de la parte alta de Castell,
justamente en donde se emplazaba la última de las casas. Desde allí, iniciaron
el ascenso hacia la fortaleza, que aunque no se hallaba muy lejana, si lo
estaba lo suficiente para que el corazón de Carmelo comenzara a latir como una
locomotora.
-Por lo que
veo, no está usted muy hecho a trepar entre riscos. Espero que no le ocurra
como a don Juan Bautista Berruezo, que vino al pueblo a veranear y se fue
metido en un “pino” tras darse un atracón de pimientos el día de la Virgen del
Carmen.
>>¿Sabe usted?, que el origen de
la fortaleza se remonta a tiempos de
los romanos, aunque con posteridad sufrió todo tipo de remodelaciones
hasta llegar al ensamblaje actual que es de origen almohade –le ilustraba
“Bigotes”, mientras ambos subían por una estrecha trocha-. Según testimonios
del geógrafo árabe al-Edrisi, a mediados del siglo XII durante un viaje que
éste hizo desde Almería a Málaga, nos pormenorizó como surge en una angosta
ensenada el puerto de Marsalferruch.
>>En toda la descripción que
hizo al-Edresi no habla nada de que en el ámbito que ocupa actualmente Castell
de Ferro hubiera ningún tipo de alquería. Probablemente habría un simple
castillo y el embarcadero. El puerto, que en su origen fue natural –continuaba
relatando “Bigotes”, que parecía no tener necesidad de “respirar” y menos de
descanso, entretanto trepaba como un gamo entre los riscos-, serviría como
lugar de embarque de todo el mineral de hierro procedente de las minas de la
Sierra de Lújar. Pretexto idóneo para la construcción de una fortaleza que
impidiera un posible ataque enemigo para apropiarse del estimado mineral.
>>El castillo de Castell de
Ferro podría integrarse entre los que se denominan «ribat», que fueron
fortalezas de pequeñas dimensiones que se alzaban en los lugares estratégicos
para defensa del lugar. El concepto de «ribat» se podría definir como el de una
institución castrense y religiosa dedicada a refugio y defensa de los espacios
deshabitados, siendo muy populares en las costas y las fronteras. Las «ribat»
solían ser edificaciones de formas rectangulares, con un patio central en el
que se situaban cuatro naves, en el caso de Castell de Ferro serían dos,
emplazadas a lo largo de sus lados mayores y fraccionadas en celdas sin
ventanas al exterior.
En estas
andaban cuando, por fin llegaron a la cima y pudieron descansar en un pedrusco
que impedía, en parte, la entrada a la fortaleza. “Bigotes” que parecía poseer
un gramófono en su interior, sin apenas hacerse con aire, continuó relatándole
su sapiencia a Carmelo.
-El castillo de
Castell de Ferro fue entregado por los árabes a los Reyes Católicos durante el
invierno de 1489. No existe en la actualidad ningún vestigio que lo atestigüe,
aunque gracias al maestro Rodrigo Alemán tenemos constancia de aquel hecho en
la Catedral de Toledo, concretamente en
el tablero cuarenta y dos de la sillería
del coro en que está representada la escena. En el panel se puede apreciar al
rey don Fernando montando a caballo y recibiendo las llaves de la ciudad, de
manos de sus alcaides, siendo testigo de la escena el cardenal Mendoza.
>>Y ahora que le he contado,
mucho más de lo que imaginaba sobre la fortaleza de Castell de Ferro, ¿qué le
parece si emprendemos el retorno y le invito a almorzar? No me vaya a decir que
no, pues me sentiría ofendido. Así que andando.
“Bigotes” llevó
a Carmelo hasta un restaurante, al pie de
la misma playa, que se anunciaba como “Rompeolas”. En aquel lugar, entre
bromas y saludos pidió para los dos.
-Si le parece,
como voy a ser yo quien pague, también
seré el que pida. Sé que es una falta de
cortesía, pero de este modo no nos equivocaremos en la demanda.
>>¡Mira muchacho! –le dijo al
camarero, que era un joven barbilampiño, que no se enteraba muy bien de con
quien estaba hablando-, de primero
tomaremos un puchero de garbanzos, que es muy parecido al madrileño –le indicó
a Carmelo- y que lleva morcilla, chorizo, espinazo, tocino, verduras, hinojos,
repollo y judías verdes. De segundo nos pones, aunque no pegue, unos pescaditos
fritos. Seguro que al señor le agradarán. Para el postre, ya veremos si te
pedimos, pues no creo que lleguemos...
Y no llegaron,
pues el ágape había sido demoledor, sobre todo el primer plato, que aunque les
supo a gloria, no tuvieron arrestos, una vez dieron con él, para continuar.
Después del almuerzo, “Bigotes” se despidió, de igual
modo que había aparecido unas horas antes: como
por arte de magia. Carmelo, entre tanto emprendía de nuevo la carretera,
sin saber aventurar si aquel campesino había sido real o un producto de su imaginación. Pero debió de ser real, pensó, si no, no tendría
aquellos ardores estomacales que le habían producido la morcilla y el “mojeteo”
en el tocino.
En esas andaba cuando atravesó el pueblecito de Castillo
de Baños, donde se detuvo para despabilarse y caminar alrededor de la fortaleza
costera que daba nombre a la población. El castillejo databa del siglo XVI y
había sido construido, como tantos otros, con carácter defensivo. No había
mucho que ver, por lo que se acercó hasta el restaurante “Las Gaviotas” y
se pidió un café.
-Por favor, que esté muy cargado.
En la Mamola,
que fue el pueblo que vino a continuación, se deleitó caminando por la arena de
la playa y observando las numerosas embarcaciones que se encontraban
varadas al pie de la torre árabe de “Cautor”. Realmente se hallaba muy a
gusto, por lo que decidió prolongar su
estancia y pasar el resto de la tarde recorriendo las radas más cercanas.
Cuando el sol
le anunció, que el día ponía su fin, se sentó en la arena y gozó sintiendo la
brisa marina y la energía de los últimos destellos solares sobre su cuerpo.
Había que encontrar un lugar donde pasar la noche.
No le fue
difícil, acertando con el hostal “Puga”, un pequeño establecimiento, donde
aparte de cama te ofrecían comida y conversación. Fue cenando en aquella
hostería donde conoció a don José Luis Martín, un agente comercial, que
recorría la costa granadina representando a una conocida marca de chocolate y
que se entretenía mostrando revistas de automóviles y hablando a la par de su
viejo SEAT 131.
-Una reliquia,
amigo mío, de las que ya no se fabrican. Ahora los automóviles son de plástico.
Se estropea una pieza, ¡ala!, a tirarla
y poner una nueva en su lugar –le decía a Carmelo, mientras sorbía la sopa de
picadillo-. Eso no es bueno, como no lo es tanta autovía de múltiples carriles.
Donde se ponga una buena carretera con sus baches y arcenes, sin olvidarse de
las curvas. Para que tanto coche, si luego las carreteras no tienen curvas.
Todo es una mariconada. ¿No lo cree usted así?
-Pues...
-¿Cómo que
pues? Definitivamente sí. Porque no me dirá usted que es socialista. Ya me
lo parecía.
Así estaban las
cosas cuando llegaron al final de la cena. Y Carmelo excusándose, antes de
que la conversación llegara a mayores se
retiró a su cuarto a descansar. Mañana sería otro día.
El siguiente día amaneció algo nublado, aunque sin trazas
de que fuera a llover. Carmelo empaquetó todos sus bártulos y tras pagar al
recepcionista abandonó el hostal “Puga” rápidamente, pues no deseaba volver a
encontrarse con el representante de chocolates, que casi le amarga la velada
con sus sarcasmos y mal talante. De este modo, tomó la carretera en dirección a
Almería y circuló relajadamente durante varios kilómetros, atravesando las
poblaciones de Los Yesos, Melicena y La Rábita, que fuera en su día lugar de
retiro para los derviches musulmanes y que en la actualidad se asentaba en la
desembocadura de La Rambla. Un río seco en la actualidad y que en un pasado muy
lejano debió verter sus caudalosas aguas a un Mediterráneo agreste y
temperamental. La Rábita contaba con los restos de una fortificación construida
en el siglo XII, que sirvió de vigía para los soldados musulmanes que
patrullaban la costa.
Pasado el pueblo, Carmelo abandonó la vía principal para
adentrarse en una carretera secundaria que lo condujo hasta Albuñol, en donde
tenía pensado visitar la “Cueva de los Murciélagos”. Una asombrosa gruta así
llamada por la ingente cantidad de murciélagos que la habitan y que confinó en
su interior, durante muchos miles de años, un revelador enterramiento del
periodo Neolítico.
Como desconocía el lugar donde se hallaba la caverna,
condujo el 4L hasta una plaza, preguntando a un anciano que se recreaba tomando
el sol de invierno, como si aquellos rayos fueran los últimos.
- Si lo desea –le respondió el jubilado-, yo mismo le acerco hasta el lugar. Pero le
aconsejo que vaya al colegio y pregunte por don Ángel “el director”, es la
persona que mejor conoce la “Cueva de los Murciélagos”, recientemente ha publicado
un folleto sobre ella, que le han publicado en la Universidad de Granada.
Don Ángel Benedicto era el nombre del “acreditado
arqueólogo”, y en cuanto Carmelo le explicó el
motivo que lo había llevado hasta Albuñol, se brindó en mostrarle la
cueva y explicarle todo relacionado que en ella.
Para ello, hubieron de trasladarse hasta el “Barranco de
las Angosturas”, que se encontraba por el antiguo camino de Murtas, en las
proximidades del paraje conocido como
“La Majada de los Campos”.
-En 1857, el arqueólogo Manuel de Góngora –comenzó
relatándole el profesor-, vino hasta el pueblo para explorar la cueva, que con
anterioridad había sido descubierta por un agricultor que buscaba estiércol de
murciélago. En su investigación, que para más señas fue algo accidentada, don
Manuel se topó con un enterramiento que contenía sesenta y nueve cadáveres,
ataviados con túnicas, gorros y calzados de esparto. En la primera fosa que
contaba con tres muertos y que se hallaba, justamente, a la entrada de la
gruta, había un esqueleto que llevaba una gran diadema de oro.
>>Más en el
interior, se halló una segunda cámara, donde había tres cadáveres que habían
sido enterrados junto a cestas de esparto que contenían cereales, corolas de
amapola y mechones de cabello. En su exploración, el arqueólogo localizó una
tercera cámara, donde había un grupo de esqueletos pertenecientes a doce
muchachas dispuestas en semicírculo en torno a una mujer adulta, que vestía un
manto de piel atado al costado y que se adornaba con un collar de conchas, un
colmillo de jabalí y pendientes de piedras negras.
>>Por último, al
final de la cueva, descubrió medio centenar de esqueletos de varones, que
portaban hachas pulimentadas y cuchillos de pedernal, junto con una variada
cerámica.
>>Además de los
enterramientos, la “Cueva de los Murciélagos” ha puesto al descubierto un
sinnúmero de hallazgos como flechas con punta de pedernal, armas de guijarro,
vasijas de barro, punzones de hueso y cucharas de madera. Todo un lujo que
posiblemente, usted no habría ni imaginado. Pero, es que donde menos lo espera
uno, salta la liebre.
>>En fin, la
cueva está toda vista. Así que volvamos a Albuñol y le muestro el resto del pueblo, aunque sea de
pasada. Estoy seguro que le gustará.
Cuando llegaron al pueblo, estaban dando las doce del
mediodía en el reloj de la Iglesia de San Patricio, que según le contó don
Ángel Benedicto a Carmelo, era de estilo dórico y había sido edificada a
principios del siglo XVII, aunque reconstruida siglos más tarde por el arquitecto
Juan de Mata Velasco, disponiendo de tres naves en cruz latina, dos torres y
una bóveda en el presbiterio.
-El hecho de que Albuñol tenga por patrón a San Patricio,
patrón de Irlanda, tiene su explicación. Pues, según cuentan los viejos, la
imagen del santo fue encontrada en la costa, tras el naufragio de un barco
irlandés que, al parecer sus ocupantes, huían de la represión religiosa
inglesa.
>>Otra curiosidad
en Albuñol –siguió refiriendo el maestro- es la casa de las Margaritas, actual
vivienda parroquial, que sirvió de morada
durante su estancia en el pueblo al insigne escritor Pedro Antonio de
Alarcón. Según cuenta en ella, escribió parte del libro “La Alpujarra”.
>>¡Bueno!, ahora
que está todo visto le invito a un vinito de los nuestros en la bodega de
Serafín, mientras, me cuenta todos sus proyectos.
El vinito se convirtió en almuerzo y cuando Carmelo quiso
darse cuenta eran más de las cuatro de
la tarde cuando reemprendía el viaje en dirección a la Alpujarra Baja
granadina. El primero de los pueblos con que se tropezó en su recorrido por la
Sierra de la Contraviesa fue Albondón, conocido en toda la comarca por su magnífico vino y sus cultivos de almendras
y vides. Pero no se detuvo, prefirió continuar a través de aquella carretera
encrespada en dirección a Murtas.
Mientras lo hacía, recordó a Alfredo, un compañero de
instituto, hijo de un guardia civil que era natural de Albondón. Y que en
muchas ocasiones le había contado anécdotas sobre el pueblo. Lo hacía siempre
que volvía de pasar los veranos con sus abuelos. Contaba que Albondón era de
origen árabe y que conoció sus momentos de mayor magnificencia durante la etapa
árabe-andalusí. Tras la reconquista de los cristianos y la expulsión de los
moriscos, las tierras quedaron baldías y la comarca se despobló. En aquellos
siglos, Albondón fue señorío del Conde de Cifuentes.
Repentinamente, una curva mal trazada hizo que el 4L
estuviera a punto de dar con sus “chapas” en un barranco, muy cercano a la conocida “Venta del Tarugo”.
Así que Carmelo extremó su velocidad hasta llegar a Murtas. A la que pudo
observar por vez primera de un modo sinuoso, envuelta entre colinas y con las
casas amontonadas unas en otras. En el conjunto destacaba una iglesia, la de
San Miguel.
Tras enfilar una pendiente y recorrer varias calles muy
estrechas, el automóvil se aproximó hasta unas tapias en donde Carmelo con
mucha destreza lo estacionó. Una niña que jugaba a la comba se le acercó para
preguntarle si era un “guiri”.
-No guapa soy nacional, para más señas de Lucena, un
pueblo de la provincia de Córdoba.
La iglesia de San Miguel era un edificio de estilo
neoclásico, construido a finales del siglo XVIII, de proporciones enormes para
su emplazamiento, siendo la mayor iglesia de toda la Alpujarra. En su interior, que Carmelo visitó con gran
recogimiento, se podían apreciar tres naves, enlosadas pulcramente con mármol
blanco extraído de las Canteras de Macael.
Una vez finalizada la visita, Carmelo que había aprendido
a viajar sin prisa, pues sabía que igual daba finalizar el informe una semana
antes que después, dirigió sus pasos hacia una pensión que había en la misma
Plaza de la Iglesia y que se anunciaba como “Nuevo”. Y pidió una habitación.
-Doble o individual –le preguntó una joven que respondía
al nombre de Eugenia y que era hija de los propietarios, que regentaban un
café-restaurante colindante-.
-¿Qué diferencia hay de precio?
-Ninguna si viene solo.
-Pues dámela doble y al ser posible con televisión.
-También le voy a facilitar una guía sobre la Alpujarra
que ha escrito un señor muy simpático, que vino por aquí viajando en una moto
de esas que salen en las películas americanas, y que nos hizo muchas preguntas
sobre el pueblo y su historia.
Carmelo recibió el libro con más entusiasmo que si le
hubieran ofrecido un trozo del conocido queso de almendra que elaboraba la
prestigiosa cooperativa “La Murteña”. Y observó la singularidad de su portada,
que mostraba al escritor sobre una motocicleta negra y blanca, descubriendo un
paisaje impar de la Alpujarra. El autor en cuestión firmaba el libro con el
nombre de José María S. Osuna y decía ser un aventurero que recorría el mundo
creando libros que nos mostraran sus bellezas naturales y humanas.
Cuando Carmelo subió a su habitación, que era tan
confortable como la de un hotel de cuatro estrellas, se tumbó en una de las dos camas y abrió el libro por la
página que se correspondía con el pueblo de Murtas y leyó:
>>Los primeros
datos que se conocen de la presencia de nuestros antepasados en estar tierras
se corresponden con el período neolítico. Así lo atestiguan el importante número de objetos encontrados
en lugares como en la finca de “La Centena”, la “Cueva del Patio”, el “Molino
de las Cuartillas” y el cortijo de “Fuñez”. Estos poblamientos prehistóricos tuvieron
continuidad hasta la época hispano-goda.
>>Sería con la dominación
musulmana cuando la alquería de Murtas comienza a revelar su presencia,
formando parte desde 1347 de la Taha Nazarita de Sahil y quedando integrada en
la organización social, militar y religiosa del Castillo de Juliana.
>>A principios del siglo XVI, tras la huída de
los moriscos al norte de África, la Alpujarra quedó despoblada. Circunstancia
que aprovecharon los Reyes Católicos para ordenar la repoblación, imponiendo a los moriscos que se convirtieran al
cristianismo y que renegaran de ritos y costumbres propias. Los alpujarreños, en total
desacuerdo, se rebelarían años más tarde contra Felipe II, lo que ocasionaría
una guerra entre cristianos y musulmanes.
>>Murtas se vio
implicada en el problema, volviendo a padecer grandes desastres como la tala de
bosques, incendios de campos y la destrucción de viviendas y molinos, que
ocasionaría un período de penurias, miserias y muertes entre los vecinos.
>>En el bando
cristiano, no fueron menos duras las secuelas, originándose a la par la
destrucción de casas, iglesias, telares y fincas, junto con el asesinato de
cristianos viejos y religiosos.
Cuando Carmelo finalizó la lectura de aquellas páginas,
apenas podía mantener los ojos abiertos, el cansancio del día le pasaba
factura. Por lo que aprovechó para pedir a Eugenia que hiciera el favor de
subirle un vaso de leche con unos dulces y después ofrendarse con la cama, hasta el siguiente día.
Sobre las ocho de la mañana, despertó Carmelo. Un sol
resplandeciente iluminaba toda la habitación, por lo que se levantó sin pereza,
se aseó en un coqueto cuartito de baño, recogió sus pertenencias y bajó hasta
la recepción. Eugenia, la recepcionista, limpiaba el polvo de los muebles con
un arte singular. Cuando lo vio bajando las maletas, dejó la bayeta en un
rincón y se ofreció para ayudarle.
-No te molestes, puedo yo solo –fue lo único que se le
ocurrió decir a Carmelo, que habitualmente se azoraba con las jóvenes-.
-No es ninguna molestia –le indicó Eugenia, mientras se
hacía con la mochila-, supongo que tendrá ganas de desayunar. Pase al saloncito
y enseguida le llevo el café con leche.
El desayuno que tomó, fue el habitual. Café con leche y
tostadas de tomate con aceite. Pero al final, la joven hostelera lo sorprendió
con un surtido de dulces artesanales, con claro sabor morisco. A base de
“soplillos” de almendra, calabaza confitada y turrón de almendra. Confites que
trasladaron el sentido del gusto de Carmelo a tiempos tan remotos como los de
Aben Humeya.
-Estas delicias son para que se lleve un dulce recuerdo del pueblo y de sus gentes.
Están elaboradas por mi madre, y no solemos ofrecérselos a todos nuestros
clientes, solamente a los más especiales.
Una vez desayunado, Carmelo reemprendió nuevamente su
camino, en esta ocasión en dirección al cercano pueblo de Ugíjar, donde lo
esperaba Constantino González, el novio de Eugenia que se había ofrecido en
mostrarle el pueblo tras recomendación de ésta.
El paisaje que mostraba la carretera hasta la Capital de
la Alpujarra era de aspecto insólito, sobre todo al paso por las aldeas y cortijadas que
irrumpían ante la mirada curiosa de
Carmelo, colgadas de cerros imposibles y alturas inefables. Así, llegó el 4L
hasta una altiplanicie al pie de Sierra Nevada, donde se ubicaba el pueblo de
Ugíjar, asediado en la lejanía por altozanos de invicta altitud.
Carmelo tras aventurarse por una recortada avenida,
preguntó al primer transeúnte que se echó al paso por la Plaza de los Caños,
donde estaba citado con Constantino González. Y éste, como es costumbre entre
las gentes de los pueblos, le indicó la dirección explicándosela como mejor
sabía.
-Tome la calle y siga recto hasta arriba, después tuerza
a la derecha y cuando vea un cruce gire a la izquierda. Siga derecho hasta la
panadería y allí pregunte. Pero si lo
prefiere, yo mismo le acompaño, pues me dirijo hacia allí.
El novio de Eugenia ya lo estaba esperando, y en cuanto
vio el 4L se dirigió hasta Carmelo para presentarle sus respetos. Pues, según
le había hecho saber su novia, iba a tener la oportunidad de “codearse”
con un señor muy “culto”, de esos que
escriben libros y trabajan junto a los políticos que salen en el periódico.
Constantino era el propietario de la discoteca “El Cine”
y parecía, a pesar de su profesión, un joven atento y afable, que enseguida se
hizo con la confianza de Carmelo.
-Deseará, imagino, que comencemos cuanto antes el
recorrido por los diferentes lugares
históricos del pueblo. Creo que le voy a ser de gran utilidad, pues a pesar de ser actualmente un discotequero,
anteriormente realicé estudios universitarios de Informática. Lo que ocurre, es
que no me veía preparando oposiciones y siendo profesor de chiquillos, o
trabajando de informático en cualquier empresa. Así, que me vine al pueblo,
monte un “pub” y a continuación me hice con la discoteca.
>>Ahora, en mis
ratos libres confecciono una página “Web”,
para el Ayuntamiento. En ella, incluyo toda la información histórica que
a usted le interesa. Así, que empecemos por la iglesia parroquial la
Anunciación de María.
La iglesia, que era de proporciones sorprendentes, se
hallaba cercana a la Plaza de los Caños. Había sido construida durante el siglo
XVI y era de estilo gótico. Para su mejor conocimiento entraron a su interior y
de este modo pudieron recrearse reparando en las once capillas laterales.
-La Capilla Mayor –le hizo saber Constantino a Carmelo-
es en la que se ofrenda culto a San Cecilio, obispo y patrón de Granada. Como
podrá comprobar, dispone de un magnífico tabernáculo de estuco y dos cuerpos de
sacristía de gran amplitud.
>>En la otra
capilla cercana se venera a Nuestra Señora bajo la identidad de Martirio, que
es la patrona de Ugíjar.
>>La iglesia fue
instituida como colegiata en el año de 1501, gracias a la bula papal de
Inocencio VIII y por petición de los Reyes Católicos. Durante aquel siglo causó
la admiración de la cristiandad, motivo por el que en una revuelta ocurrida en
1567, fue destruida por los moriscos, que prendieron fuego a la Capilla Mayor y al archivo que guardaba
cuantiosos y valiosos documentos que hacían referencia a la época. Y lo que fue más terrible, durante
la rebelión la imagen de la Virgen fue vilipendiada, dañada, arrojada al fuego
y por último tirada a un pozo. De este
pozo se rescataría, y cuenta la tradición que fue gracias a un milagro de la
propia Virgen, que puso voz en boca de la imagen: “¡Martirio me llamo!”.
>>Un decreto,
anunciado el 12 de abril de 1842, ponía fin a la institución como colegiata, quedando sujeta a simple iglesia
parroquial, lo que es en la actualidad.
Una vez finalizada esta visita, Constantino condujo sus
pasos hasta la Fuente del Arca, para mostrarle a Carmelo un abrevadero de
fábula, construido con piedra de cantería, en el que vertían sus aguas seis
hermosos chorros de agua.
De la fuente
marcharon hacia el Convento Franciscano y en el deambular por las calles,
tuvieron ocasión de ver la Fuente de la Estrella y la Plaza de los Caños, que
ya conocía Carmelo. Mientras erraban hacia el monasterio, Constantino reveló
algunos hechos de la historia de Ugíjar a su acompañante.
-El pueblo, ya era conocido durante el siglo I de nuestra era. Así lo atestiguó Estrabón, que hablaba de una
ciudad fundada por Ulises, el héroe griego protagonista de la “Odisea”, donde
ya se erigía un templo dedicado a la
diosa Atenea. En la misma “Odisea” habla
Homero de una ciudad cercana a Adra, al otro lado de las montañas, que con seguridad
se correspondía con Ugíjar.
>>Pero sería
durante el período musulmán cuando Ugíjar alcanzaría su máximo esplendor y su
actual fisonomía, al ser “cabeza de Taha” con jurisdicción sobre las
poblaciones de la Alpujarra.
>>Tras la
reconquista cristiana, pasó a ser feudo de Boabdil, por disposición en las
capitulaciones de Santa Fe, recibiendo el título de ciudad de manos de los Reyes Católicos. Posteriormente sería
alzada a Alcaldía Mayor en el reinado de los Austrias y Cabeza de Partido
Judicial desde mediados del siglo XIX.
En esa charla andaban cuando llegaron hasta las puertas
del antiguo Convento Franciscano, que en
la actualidad había sido restaurado y mostraba un aspecto espléndido.
-El convento desapareció tras la desamortización de
Mendizábal –empezó a relatar Constantino de forma pausada a Carmelo, que lo
escuchaba atentamente- durante el siglo XIX, convirtiéndose en “Colegio de
Humanidades”. En aquellos años, ostentó una gran importancia y así lo refrendó
Pascual Madoz en su “Diccionario geográfico, histórico y estadístico”, que
precisamente llevo en mi cartera para
poderle informar con todo detalle.
Instante que aprovechó Constantino para comenzar a buscar
en un viejo libro, encuadernado en piel. Y que tras unos segundos de
exploración entre sus páginas leyó en
voz alta:
- «...hay un edificio que fue convento de religiosos
franciscanos, bajo el título de San Juan Bautista y fue fundado en 1646 por el R. P. Fr. Francisco Soriano,
consignándose después y a petición L.
Sr. D. Fr. Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Granada, cédula del rey D.
Felipe III, dada en Madrid a 27 de agosto de 1617. En este edificio se halla
establecido un colegio de humanidades o
de segunda enseñanza bajo la inspección de un director: su creación se debe al
benemérito joven profesor D. Sebastián Pérez y Aguado en el año de 1839, quien
desde luego supo organizarle de la manera más útil y brillante. En él, además
de enseñarle todas las materias asignadas por el plan vigente de estudios a las clases
superiores y elementales de instrucción
primaria, hay cátedras de latinidad y filosofía, y sus alumnos
incorporan los años de estudio a cursos eclesiásticos en la Universidad de
Granada. Los discípulos que hasta el día han salido de este utilísimo
establecimiento, al sufrir sus exámenes en dicha universidad, han llamado singularmente la
atención pública por sus sólidos conocimientos en las materias cursadas,
haciendo el honor debido a la grande erudición y excelente método del director
empresario. El número de alumnos asciende a
unos cuarenta: la dotación del director consiste en siete mil reales
anuales cuyo pago corre a cargo de una
empresa particular».
>>Con estos
hechos, habrá comprobado que Ugijar ha
sido y es mucho pueblo, por algo se le
conoció durante siglos como la Capital de la Alpujarra. En fin, un orgullo para cualquiera de nosotros. ¡Ande,
sígame! Y veremos la iglesia de la abadía, que fue construida en forma de cruz
latina y que como verá, dispone de una
sola nave. Aunque lo más curioso es la cripta que se abre en el subsuelo y que
sirvió como lugar para enterramiento de los frailes.
>>También, es
digna de mención la cúpula situada en el transepto y que se eleva sobre
pechinas ricamente decoradas, con escudos y adornos en forma vegetal, que
suponemos estuvieron pintados, según se aprecian en algunos lugares. La iglesia
pertenece, y usted lo sabrá mejor que yo, al estilo barroco. Ubicando en su
interior un importante número de obras místicas y un extenso registro de
documentos de índole histórica.
>>En fin amigo
Carmelo, aquí en Ugíjar está todo visto. Y como sospecho, tendrá intenciones de
continuar camino de Cádiar, el pueblo de mis padres. Así, que si no le importa, le acompaño, le invito a comer en
mi casa y luego le muestro algo del pueblo.
-Por mi encantado, aunque poniendo dos condiciones. Una
que nos dejemos de formalismos y empecemos a tutearnos, y la otra, que me
permitas tener un detalle para con tus padres. Pues ya que vamos a pegar la
gorra, que no se note mucho.
- Me parece bien, así que si quieres quedar como un rey
con mi madre, que para más señas es una excelente cocinera, regálale unos
soplillos de almendra y unos trozos de calabaza confitada. Es su pasión, y
estoy seguro que cuando tú los pruebes también será la tuya.
Tras una quincena de kilómetros por una carretera de
inauditos paisajes, verdes prados y collados adyacentes. Carmelo y Constantino
llegaron hasta Cádiar, a la que el eminente Gerald Brenan llamara “el ombligo
de la Alpujarra”, por encontrarse ubicado el pueblo en el centro de la comarca.
La familia del novio de Eugenia, para más señas Constantino, vivía en una casa
de trazas alpujarreñas, en el inconfundible “Barrio Bajo”, muy cerca del
edificio que fuera antigua posada y las plazas del Calvario y de la Ermita.
La madre de Constantino esperaba en la puerta de la
vivienda, a pesar de no haber sido
avisada por nadie.
-Es que está acostumbrada a que venga a visitarla todas
las semanas el mismo día y a la misma hora.
Se llamaba, la buena mujer, Catalina y vestía de negro
riguroso, por el fallecimiento de su suegro diez años atrás. Además, Catalina
se ataviaba con un pañuelo del mismo tono que se anudaba constantemente a la
barbilla. A Carmelo aquel ejercicio le recordó a un tal “Pocholo” famoso de la
televisión que hacía lo mismo con su pelo, sólo que el mozo se lo recogía en coleta o moño, según
encartaba y el guión lo requería.
Para almorzar hubieron de esperar la llegada de Toribio,
el cabeza de familia, que había estado labrando unos bancales y se había
retrasado por culpa de la mula que había
perdido una herradura durante el trayecto de vuelta.
-Esta tarde, cuando la compaña se haya marchado –le decía
a su hijo-, deberías echarme una mano a colocarle el ramplón a la “Marcela”,
pues bien sabes que el herrador no viene mucho por el pueblo. Y no es cosa de
tener al animal sin hierros.
El almuerzo lo realizaron en el corral, bajo la sombra de
un fabuloso naranjo, que según refirieron a Carmelo, no daba apenas naranjas,
pero a cambio proporcionaba una generosa sombra. Comieron migas alpujarreñas,
esas que se realizan con sémola de trigo y aceite de oliva. La comida favorita,
según decían “del Constantino”, y que acompañaron de pimientos y tomates secos
y fritos, rábanos, gazpacho y unas sardinas asadas. Los pimientos secos, además
estaban aderezados con unas aceitunas negras aliñadas y unos trozos de bacalao
que llamaban “molío”, que se presentaron con una salsa de ajos crudos y
vinagre. Todo un lujo gastronómico propio de la tierra y que a Carmelo le supo
a gloria.
Una vez finalizados
los postres, Carmelo y Constantino tuvieron que contentar a Catalina
echando “una siestecita” en el sofá de
la salita, que estaba reservado para los invitados. Aunque no fue
muy larga, sirvió para que entonaran nuevamente el cuerpo y
tomaran fuerzas para reemprender el recorrido, que iniciaron yendo hasta el
“Cadi”, un hostal, bar, restaurante donde se tomaron un café solo con una
copita de pacharán. Momento que aprovechó Constantino para explicar
sucintamente la historia del pueblo.
-Cádiar ha sido a lo largo de los tiempos, el lugar de
confluencia de los diversos caminos que
se adentraban en la Alpujarra. Pero nunca se le conoció por esta circunstancia, sino gracias a su
industria de seda y su producción agrícola durante la época musulmana, además
de la importancia que tuvo durante la
sublevación de los moriscos en 1570. >>Durante el período nazarí
–continuó contando Constantino-, Cádiar perteneció a la extensa Taha de
Jubiles, junto con otras dieciséis aldeas, que sirvieron de escenario de gran
parte de los acontecimientos anteriormente mencionados. Entrado el siglo XVI,
Felipe II le otorgó la distinción de villa.
>>¡Pero bueno!,
dejémonos de monsergas y vamos a ver la iglesia de Santa Ana, que se encuentra
ahí mismo.
Este espléndido templo se había construido en la segunda mitad del siglo XVI, concretamente
entre los años de 1562 a 1566. Siendo una obra de estilo visigótico, así lo
manifestaba su planta cruciforme, el empleo de materiales de piedra y su bóveda
de medio cañón.
-Los muros de la iglesia –refería Constantino a su
acompañante- están construidos con mampostería de pizarra, teniendo
contrafuertes en la nave central y refuerzos en las esquinas con sillares. La
cubierta, como podrás comprobar, está montada sobre tejas curvas.
>>Ahora, dejemos
la iglesia y acerquémonos hasta la Casa Ayuntamiento, como verás es una
edificación con solera.
En efecto, la tenía, habiéndose construido sobre un solar
que en su pasado había albergado la que fuera vivienda de “El Zaguer”, un tío
de Aben Humeya. El actual Ayuntamiento había sido edificado durante el siglo
XVIII y correspondía a un estilo barroco. Disponiendo de tres plantas, la
primera de ellas se encontraba rematada por unos frontones curvos, propios de
la época. En la planta intermedia, donde se ubicaban las oficinas del
Ayuntamiento, se hallaba decorada con jabalcones de rejería, realizados en
hierro. Y por último, la tercera planta
daba cabida a las instalaciones de la televisión local.
-En el exterior –comentaba Constantino a Carmelo,
mientras cruzaban la puerta de salida- nos vamos a recrear en la fachada principal del edificio, que como
verás se halla cubierta de ladrillo con gavetas de cal y canto, y nos muestra
vanos dintelados de formas rectangulares. Así como en la puerta principal de doble hoja
claveteada con herrajes.
Con esta observación de la puerta del Ayuntamiento dio Constantino por
finalizado el recorrido por Cádiar. Ahora tan sólo restaba a los amigos
despedirse, para que Carmelo pudiera reanudar su viaje nuevamente en dirección
a Órgiva, que se hallaba a una treintena de kilómetros.
-Será bueno que emprendas el viaje cuanto antes –le
apuntó Constantino-, la carretera no es muy buena y de aquí a nada anochece.
Así que dame la mano, y decirte que ha sido un verdadero placer haberte hecho
conocer un poco de mi tierra.
En efecto el viaje hasta Órgiva se hizo algo molesto,
sobre todo porque a los pocos minutos de dejar Cádiar, la oscuridad se hizo
presente y conducir por aquella carretera repleta de curvas no fue muy agradable. Asimismo fue una pena
que Carmelo con lo aficionado que era en recrearse con los bellos paisajes, no
pudiera percibir lugares de hermosura única, que a tantos e importantes hombres
habían cautivado a lo largo de la
historia.
Cuando el 4L descubrió la señal que anunciaba el pueblo,
eran cerca de las nueve de la noche y comenzaba a “chispear”. Así que se detuvo
ante un mesón que se anunciaba con luces de neón, y que respondía al nombre
de “Venta el Puente”. En él decidió
tomar un “tentempié” y pedir información sobre algún hotel.
Fue Paco el dueño del establecimiento a quien encontró
Carmelo tras la barra. Un hombre afectuoso, simpático y con muchas ganas de
agradar, sobre todo si el parroquiano tenía trazas de no haber comido en horas.
-Creo que lo mejor que puede hacer usted es sentarse en
aquella mesa cercana a la chimenea y dejar que lo invite a un vino –le ordenó Paco nada más hablar dos
palabras-. Ahora después le digo lo que puede tomar de cena y le informo sobre
lo que usted necesite.
Y así fue. A los
pocos minutos Carmelo tenía hecha una reserva en el hotel del pueblo y a
la par se defendía con una cuchara del puchero de hinojos que el mesonero le
había servido.
Aquella noche lluviosa durmió en la confortable
habitación del “Hotel Mirasol”. Y cuando al
siguiente día se despertó,
descubrió una espléndida terraza,
desde la que se podían ver unos singulares y cautivadores paisajes, a pesar de
la lluvia, que caía de forma intermitente, confiriendo al ambiente un aspecto
muy invernal.
Lo primero que
hizo Carmelo fue abrigarse y enfundarse en un chubasquero que parecía aislarlo
del ambiente y le proporcionaba un aspecto casi espacial. Así, cuando lo vieron aparecer por recepción, los
presentes no sabían si darle los buenos días o pedirle un autógrafo de esos que firman los
astronautas de la NASA.
En Órgiva no
conocía a nadie, pero a cambio contaba con un pequeño librito de viaje que
explicaba la historia de la ciudad. Así
supo que los primeros vestigios del pueblo se remontaban a la época ibérica,
unos tres mil quinientos años antes de Cristo. Y que posteriormente sería
habitada por los griegos que fundaron la colonia de Ulisea. En el devenir de
los tiempos, también lo harían los
romanos, que dejarían a su paso calzadas, acueductos y termas.
Pero serían los
musulmanes, quienes a partir del siglo XI dejarían una impronta muy marcada en
toda la comarca de la Alpujarra, transfiriendo una cultura que se ha mantenido
hasta nuestros días. De esta época permanecen un sinnúmero de fortalezas y
viviendas de planta cuadrangular de techo plano y paredes de barro. Además de
usos tan comunes como el pastoreo de ganado y el cultivo del olivo y la
higuera.
Después de la conquista de Órgiva por los Reyes
Católicos, muchos de sus pobladores se convirtieron al cristianismo para evitar ser expulsados y otros, llegaron
provenientes de tierras tan lejanas como las de Castilla o Galicia. Estos eran
labradores y serranos de costumbres rudas y espíritu belicoso.
Tras
esa efímera información, Carmelo encaminó sus pasos hacia la Iglesia de Nuestra
Señora de la Expectación que había sido
construida durante la segunda mitad del siglo XVI. Aunque durante los años
postreros sufriera importantes añadidos en el crucero y la capilla mayor, junto
con el adosamiento de dos naves a través de arcos de medio punto.
En 1762 la cúpula sería decorada con hojarascas propias
de la época, y los laterales se enriquecerían con unos hermosos altares. El
motivo ornamental más significativo es la rocalla, que se observa en el púlpito y en los retablos
laterales. De este mismo periodo constructivo
son las dos esbeltas torres de formas renacentistas, que están inspiradas en
las de la Basílica de Nuestra Señora de
las Angustias de Granada. Rematándose el conjunto con la fachada de
piñón ondulado y su portada en piedra.
Entre 1858 y 1868 se modificaría el presbiterio y se
alzaría el camarín del Cristo de la Expiración. En ese interior tan
esplendoroso, es fácil reconocer imágenes muy notables como el Cristo de la
Expiración de finales del siglo XVI, el Cristo Yaciente, el Nazareno y la Virgen
de los Dolores. La talla más preponderante es la del Triduo de Santa Ana, la
Virgen y el Niño.
Una vez finalizada esta visita, Carmelo se encaminó hasta
la popular Cruz de Hierro que, según cuenta
la tradición del pueblo, fue donada por Don Juan de Austria, tras
extinguir el segundo levantamiento morisco en 1569.
-De ese modo –le relataba un vecino que se había acercado
hasta nuestro hombre- dejó constancia de que en esta tierra había concluido la
etapa de la Reconquista. Pero la verdadera historia de la Cruz de Hierro, nada
tiene que ver con las tradiciones. Pues se sabe, que cuando el Señorío de
Órgiva pasó a los Córdoba durante el siglo XVI, éstos conmemoraron al pueblo
erigiendo esta Cruz.
-Y ya que sabe usted tantas cosas de la historia de Órgiva,
¿no sería tan amable de mostrarme la fortaleza?
-Con mucho gusto, pero antes que nada le diré que no se
trata de una fortaleza, propiamente dicha. Sino de una casa-castillo. Aunque
antes de ir hasta ella, me gustaría presentarme, pues estamos aquí en
medio de
la calle como dos pasmarotes, soportando una lluvia de “cojones”, sin
saber nuestros nombres. El mío es Anastasio Cubrelomas, de profesión cartero
retirado y natural de Pórtugos, aunque llevo toda la vida viviendo en Órgiva.
-El mío es Carmelo Chinchilla, natural de Lucena y de
profesión funcionario de Diputación –le explicó mientras le tendía la mano, mientras la lluvia arreciaba con
fuerza-.
>>Y ahora que nos
conocemos, le invito a tomar café. Espero que mientras tanto no desaparezca la
casa-castillo y sí deje de llover.
Llovía a cántaros cuando llegaron a la fortaleza que era
una construcción del siglo XVII, mandada a edificar por don Cristóbal Fernández
de Córdova y Alagón, conde de Sástago y nieto del Gran Capitán y en la que
sobresalía su torre cuadrangular rematada por veintiséis almenas y el tejado
con formas cuadrangulares y cubierto por cerámica árabe.
-Esta casa-castillo –comenzó a relatar como mejor sabía
Anastasio Cubrelomas- fue erigida sobre
las ruinas de otra fortaleza, que sirvió de reducto a más de un centenar de
cristianos vecinos de Órgiva, que se encerraron en ella para protegerse de las
iras Abenao, un caudillo morisco muy conocido en la zona durante las
sublevaciones de 1568.
>>Este hecho histórico nos lo
relató perfectamente Pedro Antonio de Alarcón en su libro la Alpujarra. Y entre
otras cosas decía –momento que aprovechó Cubrelomas para sacar el libro de uno
de los bolsillos de su gabán, como por arte de magia, y comenzar a leer-:
“...La cosa fue
que, no bien cundió la noticia de los primeros horrores cometidos por los
moriscos contra las autoridades,
sacerdotes y demás cristianos viejos de otros pueblos de la Alpujarra. Sarabia,
alcaide de Órgiva, hizo recogerse a la
villa todos los fieles del distrito a su mando.
Reuniéndose,
pues, allí unos ciento sesenta hombres, mujeres y niños, agrupados en torno a
doce curas, beneficiados y sacristanes, condenados todos, desde el primero
hasta el último, a sufrir los más crueles suplicios y al fin la muerte, tan luego como llegase a aquella
tierra el huracán revolucionario que la rodeaba por todas parte.
Pero Sarabia nos lo había llamado para que muriesen, ni estaba dispuesto a
dejarse matar tan impunemente; si no que ya tenía formado un plan de defensa, que consistió en apresar a
cuantas moriscas notables y moriscos pequeñuelos halló a mano, mezclar esta
gente con las familias cristianas, y encerrarse en la mencionada torre con todo
aquel complicado personal, a esperar socorro del Capitán General de Granada o
de la Divina Providencia no sin enviar antes a los padres y maridos de aquellos
preciosos rehenes un mensaje por este orden: «Yo no pienso hacer daño alguno a
las débiles criaturas que os he arrebatado, y que os devolveré si salgo de
aquí; pero tampoco pienso entregar la torre sino al Marqués de Mondéjar, que me
confió su custodia: por consiguiente, si los monfíes le ponen fuego a la torre
arderán a la vez las mujeres y los niños de ambas castas, y si nos faltan
víveres, todos moriremos juntos de sed o de hambre».
Resultado de tan atrevida determinación fue que, cuando
los rebeldes, capitaneados por Farag-Abén-Farag, entraron en Órgiva y
bloquearon la torre, los moriscos de la población tuvieron buen cuidado de
proporcionar sigilosamente a los cristianos todo linaje de municiones de boca y
guerra, por cuyo medio pudieron resistir un día y otro, aunque sin dormir ni
dejar de pelear un momento los furiosos ataques de millares de monfíes. Hasta
máquinas de las empleadas en la
antigüedad construyeron éstos, una para acercarse a minar y volar la torre, y
otras para asaltarla; pero piedras enormes, aceite hirviendo, aguarrás
inflamado, alquitrán, demonios vivos, reemplazaban entonces al arcabuz y la
flecha, y destruían las trazas de los sitiadores. El valor y los recursos de
Sarabia no tenían término. El valor se
lo suministraba su corazón animoso: los recursos... los parientes de las
moriscas.
Llegó al cabo con muchas tropas el Marqués de Mondéjar y
liberó enseguida a aquellos héroes y mártires, quienes no se descuidaron
tampoco en devolver a sus respectivos dueños, sanas y salvas a las secuestradas
moriscas, ni en entregar a sus respectivos padres aquellos aprendicillos de
infieles que tales méritos tenían ya que alegar ante Mahoma”.
Y con la lectura de ese capítulo de la Alpujarra
de Pedro Antonio de Alarcón, Anastasio Cubrelomas dio por finalizada la
visita a la casa-castillo de Órgiva, haciéndolo entre un mar de lluvia que no
sólo empapó los huesos de ambos visitantes, sino que despedazó las páginas del
libro como si hubieran sido confeccionadas en harina y no con papel.
-Ahora si le parece bien le invito a comer en mi casa,
pues sé que mi hija, que está soltera y vive conmigo desde que falleciera mi
esposa hace unos años, ha preparado unas “papas a lo pobre” de esas que “no las salta un
galgo”. Y sería para mi un verdadero honor compartirlas con usted tomando un
“vino de la tierra”.
Tras tan sincero ofrecimiento Carmelo no tuvo otra
alternativa que aceptar, además lo hizo
con mucho gusto, pues se encontraba hambriento y no tenía muchas ganas de
almorzar solo en la barra de un bar.
La hija del
cartero retirado y anfitrión de las “papas a lo pobre” se llamaba
Bernardeta.
-El nombre fue idea de mi madre que era muy devota
de la Virgen de Lourdes –le explicaba
con cierto rubor al recién conocido la joven mientras colocaba los platos en la
mesa de un modo inconsciente-.
Era ésta una muchacha de esas que cuando van a la ciudad
tienen aspecto de ser de pueblo, por muy modernas que quieran parecer. Andaría
rondando los treinta años y estaba de muy buen ver, pensó Carmelo, que hacía
varias semanas no se fijaba en ninguna mujer.
-Las patatas están muy sabrosas –fueron las únicas
palabras que Carmelo logró articular cuando Bernardeta se aproximó hacia
él para servirle un par de huevos
fritos-, supongo que freírlas será toda una ciencia.
-No diga esas cosas don Carmelo, que me va hacer
sonrojar. Lo único que hago es seguir las lecciones de mi madre, que no eran
otras para las patatas que usar un buen aceite y freírlas muy lentamente, casi
como si se estuvieran cociendo.
El almuerzo resultó satisfactorio, congeniando ambos
jóvenes desde que Bernardeta le sirviera los huevos fritos con tanto primor. Y
es que a un hombre el mejor modo de ganarlo es a través del estómago, pensaba
Anastasio Cubrelomas mientras preparaba un par de copas de licor de orujo.
Tras la sobremesa, Carmelo se despidió de Anastasio y de
su hija y reemprendió su camino en busca del 4L, que se hallaba aparcado sobre
una acera cercana. No llevaría una docena de pasos dados, cuando sintió que lo
seguían. Al volverse se encontró con Bernardeta.
-¿Te importa que te acompañe? –le insinuó la joven de un
modo terminante-, no tengo nada que hacer y me agradaría visitar contigo “El
Castillejo”.
Las ruinas del antiguo fortín se hallaban a unos tres
kilómetros de Órgiva, en dirección a Motril, sobre el margen izquierdo del río
Guadalfeo.
-Este lugar era el favorito de mi padre cuando mi madre aún vivía –le hizo
saber la joven-, se le conoce como el Barranco del Castillejo. Aquí solíamos
venir la familia muchos domingos cuando yo era una niña. Pero desde que murió
mi madre no había vuelto. Ese es el motivo por el que mi padre no te ha acompañado.
El desolado castillejo se alzaba sobre una pequeña
colina, desde la que se dominaba el curso del río y las estribaciones de acceso
al valle de Órgiva. El estado de la obra
era ruinoso pero ofrecía un aspecto romántico, a pesar de un fortín interior
que había sido construido durante la última Guerra Civil.
Carmelo y Bernardeta caminaron por entre las rocas que
habilitaban una estrecha vereda y así pudieron ver el aljibe y la que fuera
torre del homenaje, que se hallaba semiderruida.
-Cuentan los vecinos que en la antigüedad, el lugar era
muy rico en cerámica, y que se encontraron en los alrededores un sinnúmero de
jarrones de grandes dimensiones y tejas procedentes del período Almorávide.
Fue en ese
momento, cuando la joven tropezó y apunto estuvo de dar con sus huesos en el
suelo, si no es por la mano instintiva de Carmelo, que logró asirla del talle y
levantarla con cierta dificultad. Instante que ambos jóvenes aprovecharon para
besarse en un acto de pasión desenfrenada. Lo que vino posteriormente, mejor
será no contarlo y dejarlo a la imaginación de cada uno de ustedes.
Aquella noche,
Carmelo durmió de nuevo en el “Hotel Mirasol”, haciéndolo muy relajado, tanto
que ni se despertó cuando sonó el despertador a las siete y media de la mañana.
Y es que para dormir bien, no hay nada mejor que “padecer el mal de amores”.
Serían las once cuando salió de Órgiva por la quebrada carretera que lo
llevaría hasta el cercano pueblo de Lanjarón, donde por vez primera esperaba su
llegada una máxima autoridad. En concreto, el alcalde don José Rubio, un
lugareño agradable y muy preocupado por la prosperidad del pueblo y de sus
habitantes. A don José Rubio, había tenido la fortuna Carmelo de conocerlo en
Diputación cuando inventariaba la comarca de la Alpujarra, brindándose el edil
en facilitarle cuantos datos necesitara para finalizar su trabajo. Carmelo que
no estaba acostumbrado a tanta cortesía, se lo agradeció invitándolo a un café
en la cercana Castellana, y de ahí nació cierta simpatía por ambas partes.
El señor Rubio
lo esperaba en el Ayuntamiento, un
edificio de formas destartaladas y algo “pasado” para los tiempos que corren,
pareciendo estar sacado de una de las películas de Berlanga y no
correspondiéndose con la categoría del pueblo.
-Es que no te
puedes imaginar el poco presupuesto que tenemos –se excusó el alcalde, que
debió darse cuenta lo que debía estar pensando Carmelo-. Pero dime, ¿qué te
trae por Lanjarón?
Carmelo, le
informó de la “misión que arrastraba”
desde hacía unas semanas y que le había hecho recorrer un buen número de
pueblos.
-Ahora espero,
que tengas un poquito de tiempo y me muestres los vestigios históricos más
importantes de Lanjarón.
-Estaré
encantado, pero antes déjame que desconecte el teléfono móvil, es el único modo
para que nos dejen tranquilos.
La
primera visita que realizaron en el pueblo fue al castillo, que se encontraba
en un lugar privilegiado, aunque algo retirado, rodeado de barrancos y sito
en la confluencia del río Lanjarón.
-No es
mucho lo que se conoce –empezó a decir
el alcalde-de esta sencilla fortaleza árabe y de su enclave, pero es fácil
poder imaginar que bajo sus cimientos se encierran una abundante relación de
hazañas ocurridas a lo largo de la Historia.
>>El castillo fue edificado
durante los primeros años en que reinó en Granada la dinastía de los Alhamares
–continuó relatando-, allá por el año 1231. El primero de estos reyes fue el
conocido Mahamate Abuzaid Ibn Alhamar. Tanto él como sus descendientes
construyeron numerosas fortalezas y castillos por el reino granadino. Entre
ellas, se cuenta la de Lanjarón, la de Vélez Benaudalla, Mondújar y Salobreña.
La fortaleza de Lanjarón no fue nunca residencia real, pero sí ocupó un
destacado lugar en el entorno bélico. Así lo confirman las diferentes citas
históricas recogidas en las crónicas de la villa, en las que es fácil poder
reseñar las hostilidades llevadas a cabo entre castellano y musulmanes durante
algo más de medio siglo.
>>Cuentan –continuó narrando
el alcalde con gran fogosidad, mientras se aproximaban hasta las murallas,
donde se apreciaba un paisaje vertiginosamente bello- que durante la primavera
de 1490, fue este alcázar conquistado por los cristianos al mando del rey
Católico, aunque ésta no sería la única vez que Fernando tomaría la plaza, pues
una década más tarde, en 1500 volvería a estar presente en la toma del castillo, tras una sublevación de
los moriscos. La causa no fue otra, que
una protesta de índole religiosa por parte de
los musulmanes bautizados, que seguían pretendiendo mantener sus
creencias religiosas en la fe a Mahoma.
>>¿Quién hubiera dicho al
monarca cristiano en aquellos días, que setenta y nueve años más tarde su
biznieto Felipe II, tendría que intervenir nuevamente en la zona para sofocar
otra rebelión? Delegando a mitad de la sublevación en su hermano Juan de
Austria, que en escaso tiempo puso fin a
la insolencia con resultado favorable.
En la
actualidad la fortaleza de Lanjarón se encuentra muy deteriorada, tan sólo es
la evocación de un pasado remoto que nos sirve para reflexionar sobre la
grandeza de una zona. Sus espesos muros derruidos muestran restos de grandes
salones y alojamientos, divididos en tres secciones: la primera está enclavada en la parte sureste
y tuvo que ser la mayor; la segunda, la mejor conservada, estuvo dedicada como
lugar donde llevar a cabo condenas y castigos, lo que explica su condición
subterránea con pasadizos que conducían al exterior, actualmente se halla
enterrada por los escombros; y la tercera se encuentra en la parte norte, lugar
en donde estuvieron emplazadas las principales garitas, de las cuales hoy se
alzan dos y una inclusive con su techo. En esta sección se ubicaba la torre
albarrana, desde donde se aprecia el patio general con su camino de ronda.
Observando
detenidamente los restos de la fortaleza, podremos evidenciar la eficacia del
castillo con su barbacana, palenque, foso y puerta principal. Un detalle
singular, digno de mención, es el que nos ofrece esta puerta al mostrarnos las
estrías verticales por las que se deslizaban las partes laterales de la
poterna, las cuales cerrarían herméticamente el acceso al castillo.
Una vez
finalizado el recorrido por la fortaleza, Carmelo dejó de tomar notas y
guardando la libreta en la mochila,
sugirió al alcalde acercarse hasta Lanjarón y visitar el balneario.
-No tengo
inconveniente en que vayamos y tomes un vaso de agua, pero creo que será mejor
para tu salud que te invite en la “Venta el Buñuelo” a tomar unas cervezas
con unas tapas de “fritailla”, seguro que tu estómago te lo agradecerá más que
si bebes unos tragos de agua Capuchina y te vas de bareta. Luego te acercaré
hasta la iglesia de la Encarnación y haremos un poco de historia.
Cuando llegaron
a la parroquia eran cerca de las seis de la tarde, pues la cerveza con tapa se
convirtió en un interminable “picoteo” que no tuvo punto y final. Así, tapearon la “fritailla”, para a continuación
pedir un revuelto de ajetes, una ración de calabaza frita con longaniza, un
conejo frito con tomate y hasta unas costillas adobadas.
-Una buena
combinación la que hemos hecho hoy –le decía don José a Carmelo-, por una parte
la cultura histórica y por otra la cultura gastronómica. Ambas complementarias,
y la histórica imposible de realizar sin
la compañía de la otra. Te imaginas lo que hubiera sido un piquete de
obreros construyendo esta iglesia sin un bocado de pan que llevarse a la boca.
Pues más inadmisible hubiera sido un maestro constructor bosquejando un templo
sin una buena jarra de cerveza acompañada de una buena tripa de chorizo.
>>En fin, dejémonos de
filosofías baratas y veamos la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, que no sé si sabrás, fue
construida sobre la que fuera mezquita en tiempo de los musulmanes. Pero,
parece ser que a los moriscos aquel
escarnio no les hizo mucha gracia y decidieron quemarla. Circunstancia por la que se hubo de reconstruir nuevamente,
haciéndolo el tracista y visitador del arzobispado, Ambrosio de Vico. También
se sabe, que durante el siglo XVII, participaron con su trabajo los escultores
Marín de Aranda y Ginés López, ambos pertenecientes a la escuela granadina de la
época. Ya en el siglo XIX se construyó la actual torre junto con la puerta
lateral.
>>Para finalizar, te mostraré
el interior del templo, que como verás, es de una gran belleza, destacando el
altar mayor, que en su parte inferior es de estilo barroco y se halla
pulimentado en oro. En cambio, su parte superior es de formas churriguerescas
ricamente pulimentadas.
Con la visita a
la iglesia de la Encarnación dio por conclusa Carmelo la visita a Lanjarón y
tras despedirse del alcalde, reemprendió en el curtido 4L la vuelta hacia Granada, dando así por finalizado el segundo de los itinerarios,
que por cierto se le hizo sempiterno, pues fueron muchas las localidades
recorridas y más los kilómetros realizados. Aunque, había valido la pena, pensó
Carmelo mientras embragaba el automóvil que comenzaba a avanzar lentamente por
la autovía que lo llevaría hasta la ciudad de la Alhambra. En ella, recuperaría
fuerzas en su apartamento de la calle Pío Baroja, ordenaría toda la
documentación elaborada durante las últimas semanas y se prepararía para acometer un nuevo derrotero.
TERCER ITINERARIO
Justamente a la
semana de su llegada a Granada, Carmelo
tomó una vez más sus maletas y se encaminó hacia su inseparable 4L, para de
este modo reemprender el recorrido, que tendría como primer punto de llegada el
cercano pueblo de Alfacar, asentado una de las laderas de la sierra de la
Alfaguara y conocido en toda la provincia por la riqueza de las aguas y su pan.
En Alfacar lo
esperaba un viejo conocido que respondía al apelativo de Marqués de la Parra,
por su afición al buen vino, aunque lo que en verdad le gustaba de la vida eran
las mujeres. El Marqués rondaría el medio siglo y, a pesar de ello, seguía
siendo estudiante de Farmacia. Por que su padre, un rico hacendado de la Vega granadina le hizo jurar
en su lecho de muerte que debería finalizar la carrera costara los años que
costara. Y el Marqués que era un hombre de honor, jamás dudó que la concluiría.
-Hace varios
años que adquirí la farmacia, y tengo contratado de titular a un compañero que
no tenía medios para hacerse con una. Y aunque, no logro poner punto y final a
los estudios, sigo insistiendo. Ya me he matriculado en mil facultades y en
todas voy perdiendo las convocatorias. Pero, la palabra es la palabra. Y yo se
la di a mi padre.
>>En fin, no creo que hayas
venido a Alfacar para que te hable del “gran problema” como lo llaman mis
amigos. Imagino que desearas saber cosas sobre el pueblo. En esa materia soy un
docto y te voy a ser de gran utilidad. Así, que comencemos hablando un poco
sobre la historia, mientras caminamos en dirección a la iglesia parroquial
Nuestra Señora de la Asunción.
>>¿Sabías?, que las primeras
noticias que se tienen sobre Alfacar se remontan al período Neolítico. La causa
no es otra que la gran cantidad de objetos hallados en la zona alta de “Las
Canteras”, donde se han encontrado distintas variedades de material
arqueológico, como hachas de piedra pulimentadas, punzones tallados de hueso,
lacas de sílex, restos de cerámica y hasta huesos humanos.
En éstas
andaban, cuando vieron la iglesia que en
su día fuera mezquita, un edificio construido sobre sólidos muros de piedra
extraídos de las canteras del pueblo.
-La parroquia
de Nuestra Señora de la Asunción –comenzó relatando el “Marqués de la Parra”,
que caminaba a buen paso y no dejaba de fumar cigarrillos de la marca
“Ducados”- es de estilo mudéjar y fue realizada en cantería, como era habitual
en las construcciones de la zona durante el siglo XVI. Ésta en concreto, se
comenzó a erigir en 1557, dedicando su culto a Santa Maña de los Ángeles.
>>El templo, como comprobarás
es de formas rectangulares, disponiendo de una única nave, en cuyo extremo se
une otra de planta cuadrada y de mayor altura, en donde se sitúa la Capilla
Mayor y el Presbiterio. Ambas naves están separadas por un arco principal, que dispone de dos gruesos
pilares exentos de base y de estilo gótico al igual que el arco.
>>De esta pieza, destaca la
cubierta con su magnífico artesonado de madera tallado con entrelazos.
En el otro
extremo de la iglesia, se hallaba el coro, al que se dirigieron caminando
quedamente, mientras observaban algunas obras de arte de gran valor, como un
“Ecce Homo”, encontrado bajo el suelo de la Plaza del Prado, en cuyo lugar se
levantó una cruz; una imagen de Jesús Nazareno del siglo XVIII atribuida a José
Ruiseñor; y una Dolorosa.
-El coro fue
acoplado en este lugar sobre un alforje –relataba el Marqués de la Parra a
Carmelo, mientras estrujaba un cigarrillo entre las manos, en un intento de vencer la ansiedad-, hallándose protegido
por un pasamano de lado a lado.
Una vez
visitada la totalidad del edificio, ambos se dirigieron de nuevo hasta la
puerta lateral que en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción era la
principal. Ya en el exterior, Carmelo y el Marqués se dirigieron hacia una casa
de la Placeta del Baño, donde se encontraban las pocas huellas existentes de
los Baños Musulmanes.
-Fueron
construidos durante el siglo XIII y sobresale la bóveda de ladrillo de una de
las salas. Cuenta la leyenda, que en estos baños se aseaban los dignatarios
religiosos antes de ir a la oración.
>>Pero la verdadera riqueza
histórica de Alfacar, es la relacionada con el agua. Motivo por el que vamos a
recorrer las distintas fuentes sitas en los
lugares más principales del pueblo. Así, que empezaremos por la de mayor
importancia la Fuente de Aynadamar, que en la actualidad se le conoce con el
apelativo de Grande, y que se encuentra en la plaza que lleva su nombre.
>>Esta fuente –le explicaba el
marqués, mientras Carmelo introducía tímidamente una de sus manos en las
cristalinas aguas- es la primigenia de las fuentes, y sus aguas, además, de
abastecer al propio Alfacar, fueron encauzadas a través de la Acequia de
Aynadamar para ser llevadas a la capital del Reino.
>>La acequia fue mandada a
construir por el emir zirí Abd-Allah. En su recorrido pasaba por los pueblos de
Víznar, el Fargue y el propio Albaycín. Desde allí, la acequia se ramificaba
hasta la Puerta de Elvira, abasteciendo en su discurrir un sinnúmero de aljibes
y paratas de jardines, viñedos y olivares.
>>Una vez conquistado el Reino
de Granada por los cristianos, la acequia siguió utilizándose. Así, lo
confirmaban las Ordenanzas de Granada, que decretaban un regular suministro y
distribución de las aguas por las diferentes parroquias.
>>Actualmente la Acequia de
Aynadamar sigue transportando las aguas de
la fuente hasta la población del El Fargue. Y si te fijas, verás en la
carretera que va de Alfacar a Viznar, la forma original de la acequia.
>>El manantial de la Fuente
Aynadamar, también se le conoce por el nombre de las “Lágrimas” y se encuentra
situado en la parte alta del pueblo, justamente a los pies de la sierra de la
Alfaguara. Su cronología se remonta al siglo XI y recibió el nombre de Ayn, que
según creo significa ojo en árabe y Damar cuyo significado es lágrima en el
mismo idioma, por generalización de “donde manan las lágrimas”.
>>La importancia de esta
fuente –continuó refiriendo el Marqués de la Parra, que parecía haber cogido carrerilla en su
alocución- y su entorno fue alabada por los más significativos eruditos e
historiadores musulmanes. Así, nos lo atestiguó el gran Ibn Al Jatib en un
texto que me hicieron aprender de niño y decía algo así: «...tiene gran
abundancia de agua, que se conduce por una acequia al lado del camino y
disfruta de una situación maravillosa con huertos deliciosos y jardines
incomparables, un clima benigno y un agua muy dulce, además de unas vistas
panorámicas espléndidas. Es un paisaje cubierto por mirtos, se encuentran allí
palacios bien protegidos, mezquitas donde acuden multitud de gente y edificios
altos y fortificados».
Tras esta
inspección al más importante de los manantiales de Alfacar, el Marqués de la
Parra, también conocido por el “Compadre”, por su afición en llamar a todos sus
vecinos con ese tratamiento, y Carmelo dirigieron sus pasos en dirección a la
parte media del pueblo, en concreto al lugar conocido por “Las Canteras”. Allí,
se encontraba el segundo de los manantiales en importancia, al que se le conoce
por Fuente Chica.
-Actualmente
–comenzó a contar el marqués, que nuevamente había encendido un “Ducados”- la
fuente tiene un caño que está ahí, bajando las escaleras. La Fuente Chica, en
los orígenes del pueblo fue
indispensable, si me apuras, más que la de Aynadamar, pues sirvió para
abastecer a los primeros pobladores del agua necesaria para sobrevivir. En este
momento, el manantial suministra agua a la zona sur del municipio y provee a
los campos de regadío cercanos al pueblo.
Otras fuentes de
relevancia en Alfacar eran las del Morquil, en la zona norte, la del Rincón de
la Haya y la del Piojo, conocida por hallarse bajo un espléndido arco de
construcción romana. Pero éstas solamente las refirió el Marqués de la Parra de
corrido, ya que comenzaba a notar una rara sensación en el estómago.
-Me parece
compadre –le hizo saber a Carmelo- que ha llegado la hora del almuerzo. Por lo
menos es lo que dicen mis tripas, así
que dejemos la historia y vayamos al restaurante “Las Encinas” y nos convidamos
a almorzar.
El
restaurante se encontraba en un buen lugar, y el Marqués nada más entrar se
hizo notar, emplazando con cierto aire al mesonero, que debía conocer las
ínfulas del Compadre pues no se lo tomó a mal, sino al contrario, pareció
alegrarse de verlo.
-¿Qué te trae
por aquí Manolo?-que era el nombre de pila del Marqués de la Parra-.
-Pues imagina
compadre, el olor de tus guisos. Que
como le digo a mi amigo son los mejores de la zona y si me apuras de la
comarca. Así, que déjate de monsergas y dinos que nos vas a dar de comer.
-Pues mira, de
primero sería lo suyo que tomarais un alimoje con bacalao, que tanto te gusta.
Y a continuación os puedo recomendar un choto con ajos. Luego para los postres os invito a unos roscos de vino
con una copa de aguardiente.
Serían algo
menos de las seis cuando Carmelo se
despidió en las puertas de “Las
Encinas” del “Marqués de la Parra”, tras pasar con él unas horas inolvidables
recorriendo el histórico y desconocido pueblo de Alfacar, del que se llevó un
recuerdo inolvidable tanto ilustrativo como gastronómico.
Y reemprendió
una vez más el camino. En esta ocasión tomando la cercana autovía del 92 con
dirección al soberbio pueblo de Guadix, cuna de importantes eruditos y tierra
firme donde las haya.
El trayecto se
le hizo a Carmelo muy corto, la autovía en aquellos días se encontraba en un
estado óptimo. Y así, le fue fácil disfrutar del bello horizonte de la Sierra de Huétor y recordar
alguna que otra excursión realizada al paraje de “Las Mimbres”, muy cercano a la
Venta del Molinillo, donde había vivido durante largos años el santón de la
zona.
Igualmente le
cogió en ruta el pueblo de Purullena, conocido en gran parte de Andalucía por
sus bazares de cerámica. Y que en la actualidad andaba de capa caída, no por el
mal hacer de sus artesanos, sino por los
efectos de la nueva autovía, que habían
dado al traste con la mayoría de los
negocios.
En Guadix lo
esperaba uno de sus hijos ilustres, el profesor don Pascual Isidro, catedrático
de literatura y erudito donde los hubiere. Don Pascual era un individuo
singular, que rondaría el medio siglo, aunque en muchas ocasiones cuando se le
escuchaba hablar parecía ser el padre de la humanidad. A Carmelo, siempre que
lo veía le recordaba a Ramón María del Valle Inclán, aunque sin barbas. También
se daba aire con Antonio Gala, aunque a lo provinciano. Ahora, eso sí, a don
Pascual no se le podía tildar de
homosexual, pues a parte de la literatura y su perra ciega, eran las mujeres lo
que más le satisfacían.
El profesor
vivía en una destartalada casa muy cercana a la alcazaba, y en ella había
quedado con Carmelo. Ambos se conocían desde hacía años, pues Carmelo solía
asistir a gran número de las conferencias que don Pascual ofrecía en Granada.
-Mi querido
amigo, no sabe lo que me alegra verle por vez primera en mi pueblo –le dijo a
Carmelo con cierto aire de prepotencia- donde soy un ignoto de la
administración. Pero, por desgracia, nadie es profeta en su tierra, y mucho
menos en la de Guadix donde has de ser difunto para ser prestigiado.
>>Pero, pase a mi humilde
morada y cuénteme en que puedo serle útil. Aunque, por la misiva que recibí en
las pasadas fechas, lo imagino. Mi buen Carmelo, usted desea que ponga mi
sabiduría a su disposición. Y no tengo inconveniente, siempre que lo cite en su
“memorándum”, no es por vanidad sino por necesidad de reconocimiento
administrativo.
Aquella noche
Carmelo durmió en el Hotel Comercio, pero antes de hospedarse en la habitación
que tenía reservada, disfrutó de un primer contacto de la cultura accitana con
don Pascual Isidro, que le detalló en su
estudio y ante una magnífica copa de “brandy” los pormenores históricos del
pueblo.
-La comarca de
Guadix está considerada como uno de los
lugares de asentamiento humano más antiguos de la Península Ibérica. La
Prehistoria así nos lo confirma con una serie de vestigios neandertales, a los
que siguen otros mucho más copiosos del Paleolítico Superior y de la Edad de
los Metales. Las motivaciones de nuestros antepasados para elegir este
territorio, no fueron otras que el emplazamiento natural de las rutas que
comunicaban el Levante con el Valle del Guadalquivir, por una parte, y las
costas almerienses con la Meseta Central por otra.
>>Guadix fue significativo
durante la época romana, gracias sobre todo, a la importante red de
calzadas que circundaban el territorio,
localizadas muchas de ellas por donde transcurría la Vía Augusta. La fundación
de Acci se corresponde con el gobierno del emperador Julio César, allá por el
año 45 a.C., que le otorgó el rango de colonia con el nombre de Colonia Julia
Gemela Acci. En ella, se instalarían los soldados veteranos de las legiones
Prima Vernácula y Legio Secunda, disponiendo sus habitantes del rango de
ciudadanos romanos y la ciudad de fabrica de moneda propia.
Al siguiente
día, que amaneció espléndido para más señas, no serían las nueve cuando don
Pascual Isidro esperaba a Carmelo en la recepción del hotel.
-¡Buenos días!,
tenga usted por la mañana –fueron las primeras palabras que le apuntó nada más
verlo bajar las escaleras-. Me encontraba tan impaciente por comenzar el
recorrido, que me dije: >>Voy a recoger a
don Carmelo al hotel. Y aquí estoy.
Una vez
desayunados, don Pascual y Carmelo comenzaron su itinerario visitando
primeramente la alcazaba árabe. Una construcción del siglo XI sita al sur de la
ciudad y que según algunos testimonios debía sus orígenes a una fortificación
anterior a la época romana.
-Una de las más
antiguas fortalezas de nuestra provincia–comenzó relatando don Pascual, al que
se le veía muy en su papel de mecenas- es esta de Guadix, que se levanta en la
que fuera acrópolis de la ciudad. Sus orígenes se remontan a etapas tan lejanas
como fueron la ibérica y la romana. Los diversos estudios realizados en el
lugar –continuó don Pascual refiriendo a Carmelo, que escuchaba con aspecto de
bobalicón- confirman que durante la ocupación ibérica el paraje primigenio fue
el de una plaza, que subsiguientemente y durante la ocupación romana se
transformaría en un castillo que serviría como baluarte de defensa de la
ciudad.
>> Con posterioridad y durante
muchos siglos la fortaleza de Guadix vivió diversos cambios de culturas y de
razas, sus muros y sus piedras así lo atestiguan. Aunque fueron los árabes los
más solícitos en estructurarlo a su conveniencia. Más tarde, durante la época
califal, la fortaleza experimentó una serie de transformaciones que la
trasmutaron en alcázar. Los diferentes señores que la habitaron fueron
añadiendo a su estructura nuevos torreones, murallas y parapetos que servirían
para una mejor protección de la alcazaba.
>>Tras la reconquista –seguía
incasablemente don Pascual refiriendo-, el recinto abarcaba lo que es
actualmente el Seminario, la iglesia de San Agustín y el palacio de los Pérez
de Barradas, además de la zona en donde se halla la parroquia de Santiago.
Hasta que por una solicitud de los regidores de Guadix a la reina doña Juana, los terrenos
anteriormente mencionados pasaron a ser propiedad privada y de la Iglesia. De ese modo, se pudo mejorar el
aspecto de la ciudad con la construcción
de bellos templos, hermosos palacios y grandes caserones.
>>Uno de los personajes más
ilustres, tras la reconquista, que ocupó el castillo y tuvo el honor de ser su alcaide fue don Fernando de
Mendoza, padre del adelantado Pedro de Mendoza, fundador de la ciudad de Buenos
Aires. Con posterioridad, el título recayó sobre los condes de Montijo, aunque
por aquellos tiempos la denominación era de índole honorífica.
>>Actualmente, y como puede ver
amigo Carmelo, la conservación del
recinto no es la mejor, siendo la
mayoría de su estructura del siglo XIII, ulterior a la fecha de las murallas
que datan del siglo XI, y que se conservan en mejor estado que el resto de la edificación, y concreto de sus torreones,
restaurados de un modo antiestético y desatinado.
>>Ahora, si me lo permite, nos
vamos a acercar hasta el que fuera antiguo Pósito Municipal, que se encuentra
ahí mismo en la calle Ancha.
Para llegar
hasta la calle Ancha, don Pascual y Carmelo tuvieron que caminar durante un
centenar de metros asediando los restos de muralla que surgían al paso. En uno
de éstos, se hallaba el pósito, adosado a un edificio que tenía su entrada por
la Plaza de las Palomas.
-El pósito
tenía gran trascendencia –contaba don Pascual- para la vida económica de la
ciudad. Su finalidad no era otra, como usted sabrá, que evitar la carencia de
grano, sobre todo de trigo, durante los años de carestía, controlando en la
medida de lo posible la inflación del
precio del cereal y del pan.
>>El inmueble, como observará,
es sobrio en su construcción, destacando los ventanales del piso superior, que
se corresponden con una hilera de balcones sitos en el piso inferior, y que
actualmente están algo estropeados. En el centro de la fachada se observa la
heráldica, realizada en piedra, y que data del tiempo de rey Carlos III, que
regía en los años en que se construyó el edificio.
>>A continuación y
aprovechando nuestra buena situación, le voy a mostrar una de las obras más
emblemáticas de Guadix, que no es otra que el Balcón de Corregidores, que se
encuentra justamente en lado noreste de esta plaza de las Palomas.
>>Las noticias más eficientes
que de él disponemos, se deben a unos de nuestros conciudadanos ilustres: don
Carlos Asenjo Sedano. Quien tras años de ardua investigación, llegó a la
conclusión de que el balcón se construyó allá por el año de 1604, siendo rey de
España Felipe III. El proyecto se sabe
que fue obra de Juan Caderas de Riaño, que intentó reflejar el Palacio Comunal
de Medina del Campo.
>>La obra se realizó trayendo,
para la ejecución de las columnas, mármol blanco de las canteras de los
Filabres en Almería. Así como, mármol de la mejor calidad para las cornisas y
entablamentos de los pueblos de Mula y Macael. La piedra común fue traída del
cercano pueblo de Bogarre.
>>El Balcón de Corregidores se
asentaba sobre una crujía con doble arquería abierta, con finalidades más
ornamentales que de utilidad. Su empleo fue el de ser utilizado por los
corregidores, regidores, obispo y autoridades militares, que disponían de
lugares asignados, para presenciar en primera línea las procesiones, corridas
de toros y espectáculos de cierta prestancia.
>>La fachada principal se
encontraba formada por ocho arcos rebajados en la planta baja y de medio punto
en la principal, rematados por un vasto
friso, con los escudos de España, Granada y Guadix.
Después de esta visita, don Pascual tomó la determinación
de volver hasta el convento de la Concepción y retomar la ruta que se había
trazado la noche anterior, y que no había seguido en un principio al querer
enseñar a Carmelo el edificio del Pósito.
-El convento de la
Concepción se fundó durante el reinado de Felipe II, cuando era obispo de
Guadix don Melchor Álvarez de Vozmediano. Su construcción data de los siglos
XVI y XVII y lo más destacable del conjunto es la fachada exterior que se
realizó a base de ladrillo visto, sujeto por formidables puntales sobre los que
cargan los arcos interiores que sostienen la bóveda de cañón.
>>Los
contrafuertes, como verá, muestran valiosas portadas barrocas, con pedestales
de piedra y columnas acanaladas que parecen escrutar el capitel dórico
superior. Las columnas se construyeron en ladrillo y fueron revestidas de yeso.
Sobre las portadas se eleva el friso, de construcción afín a la anterior y donde
se muestran una serie de hornacinas para las imágenes, junto a los frontis
quebrados.
>>En el lugar más
elevado del edificio se pueden ver un conjunto de ventanales, todos ellos con
molduras de ladrillo y frontones angulares. La portada del convento nos muestra
una serie de detalles marianos de la Purísima Concepción.
Muy cercano al convento se hallaba el Palacio de
Peñaflor, al que llegaron caminando por la calle Barradas. Este inmueble
perteneció durante varias generaciones a la ilustre familia Pérez y Barradas,
que fueron unos de los primeros repobladores de la comarca, a cuyos miembros se
les designó regidores perpetuos de la
ciudad.
-El palacio es una obra del siglo XVI –comenzó explicando
don Pascual a Carmelo, mientras se apretaba el nudo de la bufanda, pues el frío
se volvía intenso- y fue construido dándosele formas de fortaleza. Su
cimentación se llevó a cabo sobre terrenos usurpados a la Alcazaba.
>>Como advertirá,
la fachada es bastante sobria, levantada sobre un poderoso muro. El palacio, en
un principio fue de formas más sencillas, pero al añadírsele el ala izquierda,
tomó el perfil actual, sobre todo gracias a su famoso balcón. Este frontispicio
se encuentra imbuido entre dos torreones de estructura similar a los del
Palacio de Villalegre y es tan parco que sus únicos adornos son las ventanas
enrejadas. La fachada que da a la Plaza de Santiago, nos muestra unas formas
temperadas, que se adaptan a las alineaciones de la muralla y de los torreones
que se iban acomodando, de ahí sus entrantes y salientes.
>>Ahora,
acompáñeme al interior y vea el bello patio central, mientras subimos por esta escalera que nos
llevará a la primera planta, donde podremos conocer la gran sala
artesonada con heráldica de la época, atribuida al maestro
Bartolomé Meneses.
Finalizado el recorrido por el palacio, don Pascual
invitó a café a Carmelo, y hablaron de
literatura, una de las pasiones del
accitano. Así supo Carmelo de dos accitanos ilustres de las letras. Por una
parte del profesor don Antonio Enrique, personaje muy conocido en los círculos
literarios granadinos y autor de obras tan significativas como “La armónica
montaña”, “Kalaat Horra” o “El tratado de la Alhambra hermética”. Y también,
del versado don Carlos Asenjo Sedano, de quien Carmelo había leído el libro
“Por tierras de Granada”, obra que recogía una visión global de los pueblos y
tierras que componen “La Accitania”.
Una vez finalizado el sencillo tentempié de media mañana,
ambos se dirigieron hacia la cercana iglesia de Santiago, sita en la plaza que
llevaba el mismo nombre del edificio. Donde sobresalía la portada de estilo
plateresco, obra de Siloé. Y pudieron admirar los dos cuerpos de ésta,
coronados por un remate con heráldica del emperador Carlos V.
-El primer cuerpo –comenzó a narrar don Pascual Isidro-
se fundamenta a base de pilastras sobre pedestal y friso, encajándose en
hornacinas dobles. En el segundo destaca una hornacina central que da cobijo al
apóstol y se flanquea con la heráldica del obispo don Antonio del Águila y copiosa
ornamentación de candelieri, grutescos y medallones.
>>El interior de
la iglesia está compuesto, como puede comprobar, por tres naves, con presbiterio y sin crucero. Comunicándose las
naves entre sí, a través de arcos ojivales de mampostería, que descansan en
columnas de fuste liso sobre pedestales redondos. Siendo el ladrillo el elemento de mayor utilidad.
A los pies de la iglesia, se advierte el coro, desde donde
se abre el convento de las clarisas.
>>Ahora, si nos
fijamos en el presbiterio, veremos una talla del Santísimo Cristo de Luz, al
que los accitanos llamábamos “Cristo Crucificado”, que fue destruido durante la
Guerra Civil al igual que un magnífico retablo de Diego de Siloé.
>>El presbiterio,
además, cuenta con importantes capillas que acogen imágenes tan devotas como
las del “Llavero” y la de Nuestra Señora de las Lágrimas. Aunque, posiblemente,
lo más representativo del interior de la iglesia de Santiago sean las
cubiertas, en concreto la central, que dispone de un rico artesonado de par y nudillo, ochavado
y decorado con suaves lacerías.
Unas calles más allá, se encontraba la iglesia de San
Torcuato, lugar a donde se dirigieron tras dejar la plaza Alta. Los orígenes de
este edificio se remontaban a principios del siglo XVII, cuando llegaron a la ciudad una colectividad de jesuitas,
gracias a la licencia concedida por el obispo Juan Fonseca y Guzmán.
-La iglesia se levantó a partir del año de 1615 y se finalizaría veinticinco años
después –comenzó narrando don Pascual Isidro, mientras encendía un pitillo de
marca inglesa que hizo recordar a Carmelo su infancia-. Lo más sobresaliente del conjunto se encierra en
su interior. Así, nos lo muestra su admirable planta de cruz griega y la nave
central.
>>Es el crucero
el lugar de mayor notabilidad, con su cúpula de media naranja elevado sobre
pechinas, y los cuatro brazos de la cruz
griega cubiertos con bóvedas de cañón, que poseen una profundidad mínima. Preside la iglesia un
magnífico retablo de estilo barroco de dos cuerpos, en el que sobresale el
juego de luces y sombras a los que nos induce la disposición de las columnas
salomónicas.
>>Si se fija
bien, estimado Carmelo, podrá observar a ambos lados del retablo unos
ventanales simulados, sobre ellos la iniciales F e Y, que imaginamos sean las
iniciales de los Reyes Católicos.
>>Cuando en 1776
se expulsaron de España a los jesuitas, la iglesia y el colegio acogieron las
dependencias del Hospital Real de Caridad.
>>Y ahora, por
fin, visitaremos el noble e insigne monumento de Guadix, que no es otro que su magnífica Catedral. Pero mientras
llegamos hasta sus postrimerías le voy a
ir contando algo sobre su historia.
>> Los orígenes
de la catedral se deben –empezó a relatar don Pascual Isidro, mientras caminaba
con buen paso a través de una callejuela muy estrecha, de la que Carmelo no
llegó apreciar el nombre- a la misión apostólica llevada a cabo en esta comarca
de Andalucía por parte los Varones
Apostólicos. Uno de ellos, Torcuato, instituyó la silla episcopal de Acci,
cuyos herederos disfrutarán de una gran trascendencia en los eventos ocurridos
durante el Concilio de Elvira.
>>Anteriormente a
estas fechas, y hablamos del siglo X, se piensa que en el entorno hubo una
basílica paleocristiana. Que con la llegada del pueblo árabe se convertiría en
mezquita, hasta que en el año de 1489 fuera tomada la ciudad por las huestes cristianas. Posteriormente, el
Gran Cardenal de España Pedro González de Mendoza, libraría en Granada,
concretamente en la Alhambra, una bula para el levantamiento de la Catedral de
Guadix, que sería dedicada a Santa María de
la Encarnación.
>>En esos años,
en España se instruye una nueva
corriente artística, que se designará con el nombre de Renacimiento. Y
en ese estilo actual es en el que se comienza a diseñar la catedral, por el
afamado artista Diego de Siloé. Corría el año de 1549. Siloé en sus apuntes
trata de respetar lo ya construido, resolviendo los problemas de espacio desde el punto de vista
longitudinal, cambiando la cabecera y proyectando una capilla para San
Torcuato.
>>En los primeros
años del siglo XVI la obra catedralicia se paraliza por causas económicas,
junto con el problema de expulsión de
los moriscos. Se debería esperar hasta entrado el siglo XVIII para
continuarla, gracias al apoyo recibido de Felipe de Anjou, que impulsa el
proyecto con una serie de medidas económicas de gran importancia. Contratándose
una serie de maestros de la categoría de Gaspar Cayón de la Vega y Vicente
Acero, que funden sus conocimientos y estilos. La resulta futura es una obra,
que ahora podrá apreciar, llena de equilibrio y armonía. En ese período se
diseñan las portadas laterales, en deferencia a los santos Torcuato y Santiago.
En esas trazas andaban cuando llegaron a la Catedral, justamente a la zona
de la fachada de la Encarnación. Y de nuevo don Pascual Isidro comenzó sus
explicaciones de un modo tan natural, como la vida misma.
-Se apunta que este frontispicio se alzó en la última
etapa de la construcción de la catedral, allá por la segunda mitad del siglo
XVIII, siendo Gaspar Cayón y Vicente Acero los maestros constructores. Aunque,
el punto y final lo pondría el
arquitecto Domingo Thomás.
>>Para poderle
explicar de un modo acertado las formas y estilo de la portada, vamos a imaginarla dividida en tres cuerpos
de una forma horizontal, que se fragmentarán uno de los otros gracias a las
cornisas y a sus calles verticales aisladas por pilastras. En cada una de esas
calles se encuadra una portada.
>>Fijándonos en
el primero de los cuerpos, podrá observar, amigo Carmelo, que es bastante
sobrio, pero muy poderoso en los contrastes que ofrece de luz. Las portadas se
encuentran dinteladas en sus laterales y la central, arqueada y levemente
peraltada. Presentando nichos en las caras de las pilastras.
>>El segundo
cuerpo –continuó explicando don Pascual, a la par que limpiaba las gafas- se
subdivide en otro escalonado con un menor número de oquedades, observándose más
esplendoroso, gracias a la mayor ornamentación vegetal y geométrica, los
contornos quebrados rociados de pináculos y el empleo de tallones. Un estilo,
en definitiva, muy en consonancia con el final del barroco.
>>En el tercer cuerpo, podemos
percibir el escudo real, sobre el que figura una lápida en latín dedicada a los
ilustres Reyes Católicos y sus insignes descendientes de la dinastía de Borbón.
>>Como colofón de
esta espléndida portada, cabe subrayar la escalinata y la verja. Realizadas en
la última década de siglo XIX y donde están
presentes los escudos de armas de la catedral, así como los del obispo
Pontes y Cantelar, plasmados en bronce.
Después de admirar quedamente, durante unos segundos la
fachada, Carmelo le recordó a don Pascual que se iba acercando la hora de buscar un restaurante y comer.
-Me sentiría muy honrado pudiéndole invitar, así que
espero que acepte.
-Sin ningún problema, estimado amigo, en casa no tengo a
nadie que me espere a excepción de mí estimada “Clotilde”, una perrita
fox-terrier que lleva diecisiete años compartiendo su vida conmigo. Ella ha
perdurado por encima de amoríos, lances y desventuras. Y está acostumbrada a
vivir muchas horas en soledad. En eso, nos parecemos bastante. Y es que pienso, que los perros terminan siendo
iguales que sus dueños, o posiblemente los dueños se parezcan a los canes. Por
mucho que lo medito, nunca llego a una
conclusión perecedera.
>>Aunque, antes
de irnos a almorzar, vamos a poner punto y final en la catedral viendo las
portadas de Santiago y San Torcuato, que aún nos quedan.
La portada de Santiago se encontraba en la parte más
meridional de la catedral, y se
distinguía por su doble escalinata de acceso.
-Este pórtico fue trazado por Vicente Acera, aunque su
ejecución la llevó a cabo Francisco Moreno –comenzó explicando el docto
profesor-. Abriéndose mediante un arco sobre pilastras dóricas, en el que
culmina la clave. Entre el arco y el frontón partido se observa un altorrelieve en forma de jarrón de azucenas, las formas del frontón
son características de la época barroca y enmarcan una hornacina con la imagen
de Santiago.
>>La portada se
aprecia encuadrada entre dos columnas, una a cada lado, y sitas en dos planos
heterogéneos, que ofrecen sensación de profundidad. El conjunto de la decoración se realizó, basándose en
elementos geométricos y vegetales. Para finalizar diré, que la fachada fue concluida con una amalgama de
hojas de acanto, remates piramidales y florones propios de los gustos de la
época.
>>Ahora,
cambiaremos de lugar y nos dirigiremos hasta
la parte septentrional de la catedral. En ella se encuentra la portada
de San Torcuato, que fue creada por Gaspar Cayón. Y que se abre mediante un
arco que descansa sobre pilastras dóricas enmarcadas por columnas que se alzan
sobre pedestales cuadrados.
>>Como verá usted
–decía don Pascual, que de nuevo había tomado el ritmo en las explicaciones y parecía haberse olvidado
de que era la hora del almuerzo- se halla esta fachada coronada por una
hornacina donde se encontraba una imagen de San Torcuato, pero a éste parece
que no le fue muy bien durante la Guerra
Civil y lo liquidaron.
>>Bromas aparte,
se percatará, que tanto la fachada como la portada fueron concebidas de un modo
muy clásico. Ahora, si nos dirigimos hacia la parte derecha veremos una
pequeña imagen de San Torcuato y una
sucesión de óculos que revelan el acceso a
la torre.
>>¡Bueno!, esto
es todo de momento. Ahora vamos a “mandungar”, como dicen los gitanos.
Don
Pascual y Carmelo dejaron atrás la catedral y tomando la dirección hacia el
centro del pueblo, donde se encontraba el restaurante. Al paso, hallaron el
Palacio Episcopal y don Pascual no pudo
reprimir una explicación.
-Se trata de una construcción destinada para ser vivienda
habitual de los obispos de Guadix, su aspecto actual difiere totalmente al que
presentara durante principios del siglo pasado. Pues a raíz de la Guerra Civil, la parte más antigua fue
derribada, levantándose un nuevo edificio en dos plantas y ático. Como verá, un
jardín separa el palacio de la calle. Limítrofe al episcopado, se halla el
edificio de la curia diocesana, también
de la misma época, que hospeda las dependencias de la Escolanía de Niños
Cantores de la Catedral.
El restaurante donde don Pascual llevó a Carmelo para
que lo invitase a comer se encontraba
algo alejado del casco histórico. Y más que restaurante se trataba de una tasca
que respondía al nombre de una ciudad
sudamericana. Don Pascual se hizo rápidamente de una mesa cercana a un fogón de
incandescentes ascuas, muy cercano a una
ventana desde la que se podía observar la calle. Una joven de hermosos pechos y
cara de caballo se les acercó para preguntarles que iba a ser.
-Pues mira, guapa –le dijo don Pascual con cierta malicia
y complicidad, mientras no dejaba de observar con cierto disimulo los pechos de
la joven camarera-, queremos comer el “plato del día”, que es el mejor modo
para que no nos equivoquemos.
-Muy bien don Pascual, pero le ruego que me mire a los ojos y deje lo demás para otro momento.
>>Tenemos de
primero pepitoria de pollo, de esa que hace mi
“mama” y que a usted le gusta tanto. De segundo, les vamos a poner un cordero a la miel, que con seguridad les va a hacer que se chupen
los dedos y de postre unos tocinitos de cielo. ¿Va bien? ¡Pues ale!, a comer y
dejarse de tonterías y miradas para otro momento. Y si no, vayan al quiosco de
enfrente y compren el “Interviú”.
Una vez finalizaron el almuerzo, don Pascual y Carmelo no se entretuvieron mucho en hacer
la sobremesa, sino que se dirigieron de nuevo al “corte”, como dicen los de
pueblo, y reanudaron la tarea por el Palacio de Villalegre, una construcción
del siglo XVI ubicada en la calle de Santa María del Buen Aire.
-El palacio debe su nombre al marqués que lo habitó en el
siglo XVIII, tratándose de una gran mansión señorial de mampostería, donde
resaltan su fachada y el patio interior. Como verá, la fachada se halla
escoltada por dos torres gemelas, y entre ambas
se encuentra un balcón central con abundantes escudos heráldicos
alusivos a los Fernández de Córdoba.
>>El patio
interior se fundamenta en dos cuerpos –seguía explicando don Pascual, mientras
pasaban al interior del edificio-, el superior
con galería corrida, donde se observa una columnata de mármol, heráldica
en los capiteles y cubierta de madera.
>>Este edificio,
al igual que tantos otros del pueblo, sufrió importantes quebrantos durante la
Guerra Civil, pues en aquellos años era la sede de la Guardia Civil, que eran
aliados de los “nacionales” y sufrieron significativas represalias por las
topas republicanas, que en más de una ocasión los ametrallaron.
Muy cercano al Palacio de Villalegre, en el denominado
Paseo de la Catedral, se encontraba el Torreón de Ferro, un monumento del siglo
X y de estilo nazarí, que nuestros investigadores visitaron cuando en el reloj
de la catedral marcaba las cinco de la tarde.
Al torreón, se le conocía popularmente con el patronímico
de la Torre Gorda. Pero, durante el siglo XVIII le cambiaron el nombre en honor
a Jacobo Ferro, un maestro que ejercía su profesión ejemplarmente en las obras
de la catedral.
-La construcción se trata de una típica torre nazarí
cimentada en elementos tan básicos como el agua, la arena y la cal, muy propios
de la época. La atalaya fue de una importancia relevante en el sistema
defensivo de la ciudad.
>>Pero no nos detengamos y sigamos
caminando hasta la Iglesia de San Miguel, que es aquella que se ve al fondo.
>>Este conjunto
es el primero de los recompuestos tras
la toma de la ciudad, dejando de ser mezquita para convertirse en iglesia.
Corría el año de 1500. El edificio se planteó fundamentándose en un estilo
gótico-mudéjar, trabajando en su proyecto varios maestros, entre los que
sobresale Juan de Arredondo. Un tipo curioso, que ordenó demoler todo lo
gótico-mudéjar construido para proyectar una nueva obra fundamentada en el
estilo renacentista. Pero, el edificio
no llegaría a terminarse, unas veces por la falta de medios económicos y
en otras ocasiones por problemas de índole técnica. Por lo que se reducen las
dimensiones de la construcción, resultando un templo casi cuadrado, con planta
similar a la cruz griega.
>>Con la portada
ocurriría igual que con el resto de la edificación, no llegándose a finalizar.
De este modo, carece de acceso directo a la torre, que como puede ver es pobre
hasta en altura.
>>Así, que
vámonos de aquí, que esta construcción no se
la merece Guadix.
Precisamente, lo hicieron entre una algarabía de calles
que los condujo hasta la calle Real de Santo Domingo, donde se hallaba la
iglesia de la Magdalena, justamente en un barrio muy popular durante la Edad
Media, al ser medina mahometana y arrabal mozárabe.
El templo, según comentó don Pascual Isidro, era de
orígenes algo confusos y disponía de una nave basilical y presbiterio en el
cabecero.
-Fue construido durante 1558 por un tal Francisco Roldán,
pero no se llegaría a finalizar hasta el siglo XVII, cuando se remató la
fachada. Del conjunto destaca la portada, que como habrá podido comprobar es de
estilo renacentista. Asimismo, estos fresco algo estropeados que ornamentan el
presbiterio y aquellas capillas laterales.
Una vez vista la totalidad de la iglesia, ambos
investigadores marcharon en busca de un nuevo templo al que visitar. En
concreto al de San Francisco, que se hallaba algo lejano, pero gracias a la
pericia de don Pascual recorriendo calles, el trayecto no se hizo del todo
dilatado.
-Este templo de San Francisco es de características muy
similares al de otros de Guadix, en concreto al de Santo Domingo. Hasta el
siglo XIX fue propiedad de los
franciscanos descalzos, hasta que les
fue arrebatado durante el proceso desamortizador, pasando a ser asilo de
ancianos.
>>La iglesia
dispone de una nave central y un presbiterio, separados ambos mediante un arco
de ojiva. Además tiene un coro y un conjunto de capillas laterales que conjugan
perfectamente con sus semejantes del lado opuesto. Una gran mayoría de estas
capillas presentan bóvedas sobre pechinas y altares en los paños de cerramiento
para los santos titulares de los mismos.
>>La pieza más
sobresaliente del templo es la cubierta de la nave central y la del
presbiterio, de estilo mudéjar. Siendo el artesón de par y nudillo y decorado en una parte con lacería. La cubierta del
presbiterio, de forma casi ochavada, nos hace imaginar una bóveda poligonal,
carente de tirantas y alfardas.
>>Ahora,
acompáñeme y le mostraré la imaginería más destacada, que son los santos
Francisco Solano, Bernabé y Buenaventura; junto con las tallas barrocas de los Santísimos Cristos de la Misericordia, de la Humildad y de la
Flagelación. Sin olvidarnos de la
Dolorosa barroca, atribuida a Torcuato Ruiz del Peral.
Cuando abandonaron la iglesia se encontraban muy cerca
del Hotel Comercio, donde residía
Carmelo, y como ya había anochecido, decidieron dejar el resto de las
visitas para el siguiente día. Pues ambos colaboradores, ya se encontraban muy
fatigados y no tenían fuerzas ni para invitarse a café.
Carmelo, nada más llegar al hotel y tras darse una
reconfortante ducha, cenó lo mejor que pudo en la cafetería. Para a
continuación subir a la habitación,
encender la televisión y ver algo de “Crónicas Marcianas”, el programa de Javier Xardá, que le produjo una somnolencia
total, sobretodo, cuando Boris Izaguirre se bajó los pantalones y el público
comenzó a corearle.
A la siguiente mañana, don Pascual y Carmelo habían
quedado en la cercana puerta de San Torcuato, una de las más vetustas tranqueras que permitían el
acceso a la ciudad. Bajo la oquedad de su arco, comentó don Pascual Isidro,
habían pasado en la antigüedad los más significativos corregidores, visitantes
y obispos. Al mismo tiempo, la puerta
ejercía una función de vigilancia y de inspección aduanera a comerciantes y
viajeros poco recomendables.
La puerta se hallaba compuesta por un gran paño de
mampostería rectangular y resguardaba en su interior una pequeña ermita. Artísticamente, destacaba
la heráldica imperial que se podía advertir en su fachada.
-Cuentan los
vecinos, que antaño, cuando era nombrado un nuevo obispo, hacía su entrada pasando bajo el arco, que para la ocasión
había sido pintado y ataviado de los más vistosos ornamentos.
Unas cuantas calles más “abajo” de la Puerta de San Torcuato se encontraba la
iglesia de Santa Ana, construida sobre las ruinas de una mezquita, como era
habitual en la época tras la reconquista. La iglesia era de planta basilical,
de proporciones intermedias y forma rectangular, aunque dividida en tres naves.
-Muy curioso en esta construcción –comenzó a contar don
Pascual, que acababa de apagar un cigarrillo para adentrarse en el templo- es
el arco que separa el presbiterio del resto del conjunto. Que como apreciará es
de planta octogonal. Ahora, volviendo nuestros pasos hasta el pórtico,
observaremos a la izquierda una hornacina que guarda la imagen de Nuestra
Señora del Pilar. Fronteriza a la celdilla se halla una puerta lateral, de una
calidad excelente, gracias a su armonía y composición. Como verá, está formada
por un arco, dos columnas corintias sobre pedestales y el conjunto rematado por
una cruz, follajes y candelabros. En la hornacina se ve una estatua de Santa Ana,
patrona del templo, un escudo con las
divisas e iniciales de los Reyes Católicos y en la parte superior, unas letras
que parecen decir “Maese Jacobe”.
Con la visita a la iglesia de Santa Ana, don Pascual
Isidro y Carmelo dieron por finiquitada su recorrido por los monumentos de Guadix, no porque
estuviesen todos vistos, sino porque el
pueblo era de tal riqueza arquitectónica, histórica y monumental que recorrerlo
detenidamente les hubiera llevado una semana. Así que con gran pesar por su
parte, don Pascual se despidió de Carmelo, mientras éste arrancaba el 4L,
que parecía estar dispuesto, como fiel
caballo de batalla, a transportar a su señor en busca de otra nueva lid, que en
esta ocasión se llamaba Jérez del Marquesado. Un cercano pueblo que debía sus
orígenes a la época prehistórica, concretamente a la Cultura del Algar.
Jérez del Marquesado se hallaba situado en la cabecera de
dos ríos que arrastraban sus aguas desde la sierra, circunstancia que facilitó
el asentamiento prehistórico al que antes hacíamos mención. Muchos siglos más
tarde, durante la dominación musulmana, la población fue de establecimiento
doble. Por una parte se encontraban los habitantes autóctonos, y por otra, la
de los nuevos vecinos musulmanes, que se
instalaron de un modo pacífico en las proximidades. Los primeros calificaban al
lugar con el nombre de Alcázar, los segundos con el apelativo de Xerís. Ambos
emplazamientos compartirían historia hasta el tiempo de la reconquista de un modo acorde y tolerante,
aunque, gradualmente va dejando de tener fuerza el patronímico de Alcázar a
favor de Xerís.
Durante el siglo XII, Xerís fue una alquería musulmana
numerosamente poblada y de tierras fértiles, en la que destacaba sobre todo el
cultivo de la vid. Por esos años, Xerís
se convertiría en una de las villas de mayor relevancia de la zona, en la que
los reyes nazaríes de Granada gozarían de importantes propiedades dedicadas al
cultivo de la vid y de la morera, plantaciones estas últimas que
servirían como fuente alimenticia de los gusanos de la seda.
Xerís durante los últimos siglos de dominación musulmana
sufrió un importante grado de inmigración, debido al cerco cristiano que
pululaba por todo el Reino de Granada.
En 1489, Xerís dejó de ser musulmán para convertirse en
señorío del Gran Cardenal de España. A pesar de ello, fue una zona de gran
congregación de moriscos y judíos. Recordando esas generalidades llegó Carmelo
hasta las inmediaciones del pueblo y lo primero que percibió, cuando aparcó el
4L en una de las calles, fue la solemne
iglesia de la Anunciación. Un revelador edificio mandado a construir por el
Marqués de Zenete a mediados del siglo XVI, y que sería la más significativa
obra realizada en la comarca.
-Asombroso, ¿verdad? –fue la voz
que llevó a Carmelo a la
realidad, mientras se presentaba don Bonifacio Trespollos, el párroco jubilado
de la localidad, que había decidido pasar sus últimos años en compañía de sus
antiguos feligreses, como uno más del pueblo-, este templo dedicado al misterio
de la Anunciación, de quien recibió el nombre,
es digno de cualquier diócesis y su antigüedad nos lleva al siglo XVI,
cuando se erigió su planta basilical de tres naves sobre el solar de la antigua
mezquita. Si lo desea le puedo mostrar el interior.
-Estaré encantado don Bonifacio –le hizo saber Carmelo al
cura, mientras éste, que ya no iba de
sotana, sacaba del interior de su pelliza un ajo y comenzaba a pelarlo-.
-El ajo es lo
mejor que hay para el reuma y para aliviarse de los constipados. Antes,
cuando ejercía como párroco, apenas los comías. Pues sabe usted, que su aroma
no es muy agradable para el olfato y mis feligresas no se dejaban ver mucho por
el confesionario con la excusa del ajo. Ahora que estoy jubilado, no tengo que
dar cuentas a nadie y me lo paso en grande mascando todo el día “dientes”.
>>Pues como le decía, cada módulo de la planta basilical está separado un del
otro, a través de una arcada de medio punto que descansa en pilares de ladrillo
de sección compuesta. Como verá, la nave
central, la de mayor envergadura, está cubierta por un excelente arnés mudéjar
que se extiende en ochavo hasta la capilla mayor, separada por un arco de los denominados de diafragma. En
los extremos, se nos muestra una rasa portada mudéjar, levantada en ladrillo y
agradablemente ornamentada en el lado de la epístola con piedra de cantería y
de perfiles renacentistas.
>>La iglesia de
la Anunciación venera, como es de suponer, a una imagen de la Santísima Virgen
en el ministerio de la Purificación, declarándose patrona del pueblo con el
apelativo cariñoso de la “Tizná”.
>>Ahora, si me lo
permite, lo voy a llevar hasta el Balcón.
Para llegar hasta él, Carmelo y don Bonifacio caminaron
por unas cuantas calles, y pasando la plaza del Ayuntamiento en dirección al
antiguo Colegio se hallaba el “Balcón”, que según el cura había sido construido
durante el siglo XIX y estaba considerado como patrimonio de interés turístico
en Jérez del Marquesado.
Al pie del balcón, don Bonifacio y Carmelo se
despidieron, pues al primero le entró cierta prisa por marcharse, algo
inexplicable en el cura, que hasta el momento se había comportado con cierta
cachaza y parsimonia en sus actuaciones. Pero es que un desarreglo intestinal
lo tiene cualquiera y más un cura jubilado, que como único esparcimiento tiene
el rezo y mascar dientes de ajo, considerados como un excelente purgante.
De este modo, Carmelo se quedó sólo y sin compromiso en
medio del pueblo. Por lo que decidió buscarse la vida como mejor sabía: preguntando.
-Oiga amigo –demandó a un campesino que parecía volver
del campo a lomos de un mulo castaño-,
¿sabe dónde se encuentra el castillo?
-Imagino que se referirá al castillo de los moros. Ése se
localiza en una loma cercana al barranco del Alhoria, por debajo del pueblo y
encima del río. Coja usted esa calle y al llegar al final del pueblo, continúe
el camino. Lo llevará hasta el sitio.
La fortificación nazarí de Jérez del Marquesado era una
construcción del siglo XIII, de la que
se conservaban los restos de una muralla de tapial que unía varias torres
cimentadas con piedras de laja y mortero de argamasa. Además, en su interior
Carmelo pudo descubrir un aljibe realizado en hormigón y escalar sobre una
torre cuadrangular, que debió ser la del homenaje, y que en la actualidad se hallaba
semiderruida.
Cuando finalizó las pesquisas en la fortaleza, Carmelo se
dio cuenta que sus tripas le reclamaban algo tan fundamental para continuar su
trabajo como era la comida. Así que tomó el 4L, que se hallaba al amparo de la
sombra de un olivo y se encauzó en dirección al cercano pueblo de Lanteira,
donde don Pascual Isidro le había recomendado una hospedería llamada la “Posada
del Altozano”.
Y
en efecto, a menos de seis kilómetros y a los pies de Sierra Nevada, se hallaba
la hospedería, en concreto en el Camino de Fuente de la Parra. El hotel se resguardaba en la cara
oculta de la sierra y ofrecía un aire patrio, propio de las cortijadas del
Marquesado de Zenete, cercado por una
espesura rica en follaje y de plantas autóctonas. Su propietario don Prudencio
Martínez nada más escuchar el sonido del 4L salió hasta el exterior del
edificio, que formaba una estructura solapada de apartamentos con sus
respectivas terrazas construidos con
materiales propios de la zona, y se dirigió hasta el automóvil como si los que
llegaban fueran los propios Reyes de España.
-Déjeme que le ayude con las maletas, pues supongo que habrá tenido una jornada dura.
-Gracias, muchas gracias –fue lo único que atinó en decir
Carmelo, ante tanta amabilidad-. Pero, lo que necesito es un buen almuerzo que
me haga recobrar el cuerpo y el espíritu.
-Pues sígame y lo llevaré hasta el restaurante, tiempo
habrá de instalar el equipaje.
El restaurante de la “Posada del Altozano” era acogedor,
luminoso y muy caldeado. La decoración en nada rompía con el exterior, y así
conjuntaban los suelos de pizarra con las paredes en blanco, los tabiques en
piedra y el artesonado en madera. Carmelo nada más verlo se sintió como en su
propia casa y se fue directo hasta la
cercana mesa sita junto a la chimenea.
-El plato del día –le informó un camarero muy agradable y
perfectamente ataviado- es arroz con conejo. Creo que le gustará y si lo desea
puede repetir. No creo que haga falta un segundo plato, con los postres tendrá
más que suficiente.
-Pues vamos –dijo Carmelo, recordando la expresión del
difunto don Camilo José Cela-, manos a
la obra. Pero, mientras viene el arroz, sírvame un buen vaso de vino con
aceitunas, se lo agradeceré.
Tras los postres, que fueron suntuosos y muy apetecibles,
sobre todo los borrachuelos y los roscos fritos, Carmelo deshizo el equipaje en
el pequeño apartamento con terraza que le asignaron y tomó el sol de la tarde
durante unos minutos, mientras hacía la digestión.
A eso de las cuatro y
media, muy a su pesar, arrancó el
4L y se dirigió hacia el cercano Lanteira, para visitar lugares tan simbólicos
como sus baños árabes, que no se hallaban en el núcleo urbano, sino cercanos al
barranco del Barrio, lugar que anterior a
la ocupación musulmana debieron ser unas termas romanas, que daban
servicio a los mineros establecidos en los yacimientos de plata. Las “casillas
de los moros”, como se conocen popularmente los baños, estuvieron abandonados
durante un largo período en el siglo XVI, pero gracias a la magnanimidad de los
Marqueses de Zenete fueron puestos en uso, sirviéndose las gentes de Lanteira y
Alquife que carecían de baños propios.
Tras la visita a
las “casillas de los moros”, Carmelo fue hasta el centro del
pueblo, para dirigirse hasta la iglesia,
una construcción de tipo mudéjar medianamente conservada, que contaba con una
soberbia imagen del Santo Cristo de las
Penas, patrón del pueblo, muy venerado y
querido por todos los vecinos del pueblo.
A continuación, como el día parecía dar para más, preguntó
a un hombretón que caminaba por la calle, llevando a una vieja bicicleta “Orbea” del manillar,
si sabía donde se hallaban los
castillos.
-Pues claro, hombre, no lo voy a saber. Mire el castillo
de la Reina o del barranco del Secano, como usted quiera llamarlo se encuentra
ahí abajo, entre las cañadas del Pueblo y de los Molinillos. Pero usted no va a
saber llegar, así que le acompaño.
El castillo se hallaba situado en lugar estratégico,
desde donde se podía dominar la hoya de Guadix y casi todo el Marquesado de
Zenete, en concreto desde Jérez hasta La Calahorra. Su estado de conservación
no era muy bueno, aunque se distinguía perfectamente todo su perímetro. Sus
murallas, habían sido levantadas sobre la roca, y eran de mampostería de lajas.
Las torres se hallaban adosadas a los
muros y pertenecían a una época más tardía.
-Mire amigo, ésta debió ser la puerta principal, que según tengo
entendido estaba orientada al Sur y protegida por un torreón. Ahí, un poco más en el interior se encuentra el aljibe,
que como verá se excavó en la roca. ¡Manda huevos!, como trabajaban
aquellos desgraciados. Porque para hacer
un socavón de ese tamaño hay que tener muchos cojones.
Una vez finalizaron el recorrido del Castillo de la Reina, se dirigieron en dirección al
cementerio de la localidad y justamente
sobre él, se encontraba la pequeña fortaleza conocida por Castillo del Barrio.
La estructura de esta construcción era de planta cuadrangular y sus muros habían sido levantados con mampostería
de lajas.
-Observe las cuatro esquinas del rectángulo –decía el
hombretón de la bicicleta- con sus
torres. Aquella la situada, según dicen en el extremo sureste debió ser la
principal.
-La torre del homenaje –le aclaró Carmelo-, es su nombre
y era aquella donde moraban los señores del castillo.
-Pues para ser señores, o como se llamaran, no vivían de
puta madre, y perdone por la expresión. Pero es que mandan cojones imaginar
estas cosas. Además, si los amos vivían en aquellas condiciones. Me pregunto,
¿cómo vivirían los siervos?
Aquel día Carmelo volvió temprano a la “Posada del
Altozano”, pues en Lanteira había poco que hacer en las calles, y tras realizar
una cena ligera se confinó en el pequeño
apartamento que a mediodía le habían proporcionado, que se hallaba, para más
señas, muy caldeado y confortable. A continuación, extrajo de su mochila su
libro favorito, que solía acompañarle en todos sus viajes, y que no era otro
que “Don Quijote de la Mancha” y como era su costumbre, lo abrió al azar. Casi
se lo sabía de memoria. Comenzando la lectura por el capítulo XI, el que
trataba de unos contingencias que tuvo don Quijote con unos cabreros. Pero, no
llevaría dos páginas leídas cuando un sopor se apoderó de su ánimo, invitándolo
a dejar el libro, apagar la luz y soñar con Dulcinea del Toboso.
A la siguiente mañana emprendió la ruta en dirección al
pueblo de La Calahorra, conocido por ser
la capital del señorío de los
Mendoza, como lo pregonaba su castillo a
los cuatro vientos, la ostentación de algunas de sus casas y la holgura de sus
calles.
Carmelo, detuvo el 4L en
las inmediaciones de la Plaza de la Constitución, donde se hallaba la
iglesia parroquial, y caminando se dirigió hasta ella, a la par que contemplaba
el porte solemne de su exterior, en que resaltaba la torre campanario cubierta
por un chapitel metálico. Cuando llegó hasta la puerta principal, intentó
acceder hasta el interior, no pudiendo hacerlo por encontrarse ésta cerrada.
-Es que hoy no está el cura –fue la observación que le
hizo un niño que jugaba con “una game boy” sentado en el tranco de la acera-.
Pero si quiere voy y le pido la llave de
entrada a mi abuela, que es quien la guarda cuando el cura se ausenta.
-No muchas gracias muchacho, pero me parece que voy
aprovechar para ir hasta el castillo.
-Pues hágalo en el coche, si no se le van a salir los
ojos subiendo hasta el cerro.
Este singular castillo fue mandado a construir por don
Rodrigo de Vivar y Mendoza, primer marqués de Zenete a principios del siglo
XVI, concretamente entre los años 1509 y 1512. Presentando un aspecto en su estructura exterior algo tosca, pero no
así en su interior que guardaba importantes exuberancias artísticas y
ornamentales.
Don Rodrigo de Vivar y Mendoza, primogénito del Gran
Cardenal de España, fue a igual que su castillo un personaje peculiar y
conflictivo para su tiempo. Representando en los anales de la historia el
símbolo de intransigencia feudal, así lo pudo leer Carmelo en una placa sita en
un lugar preferente de la fortaleza: «Labróse para guarda de los caballeros a
quienes los reyes quisieron agraviar». Fue una continua réplica la que mantuvo
este noble con la monarquía, infligiendo en determinadas ocasiones agravios de
profunda importancia a la corona, como la de su colaboración en el
levantamiento nobiliario de Archidona.
El castillo de La Calahorra se distingue por su pesada e
indefinida construcción, propia de una época en la que es preponderante una
arquitectura con pautas de estilo gótico-mudéjar andaluz. Aunque son las
cúpulas de los cuatro cubos que esquinan los espesos muros exteriores los que
dan a la fortaleza un aspecto hosco y
anticuado. Apariencia que nada tiene que ver con el interior, en el que se
observa la riqueza propia de un palacio señorial, con los mayores refinamientos
de arquitectura civil que pudiéramos soñar. La obra fue dirigida por el maestro
Lorenzo Vázquez, que intentó combinar la espaciosa escalinata genovesa y una
decena de salones, capilla y opulentos aposentos, con los calabozos,
caballerizas, mazmorras de tormento, puentes, fosos y baluartes.
La fortaleza, vista desde el exterior, presentaba la
apariencia de un voluminoso conjunto de
estructura cuadrangular, con gruesos cubos en los ángulos y cuerpo saliente
en la parte posterior. El adarve, de
formas voladas, rodeaba por una parte a
las torres y otro cubierto, remataba la ordenación general. Los vastos muros,
en su conjunto, presentaban una
fisonomía de bloque, aunque disponían de ventanas de forma cuadrangular.
La puerta de acceso era única, con formas sencillas de
medio punto. A través de ella, Carmelo pasó a un recinto, bajo los tiros de las
almenas interiores en un largo zaguán, en cuyo final surgía el patio, en el que
se distinguían unas formidables escaleras, que lo condujeron hasta una galería
de arcos. Desde allí, pudo acceder a través de
una puerta que lo condujo hasta
los adarves y a los depósitos de munición.
-¡Que contraste –murmuró Carmelo en voz muy queda y para
sí - el que se puede apreciar en relación con todo lo visto en los pisos
nobles!, chimeneas, abalaustradas, portadas, arcadas... Lo más bello del
renacimiento italiano.
Serían algo menos de las doce del mediodía cuando Carmelo
abandonó el pueblo de La Calahorra, con la intención de iniciar la ruta hacia
Baza. Para llegar hasta la antigua “Basti”,
tenía dos alternativas, una de ellas era la de volver hasta Guadix y conducir
una media hora por la Autovía del 92. La otra era de emprender la aventura de
adentrarse en una carretera secundaria y que fuera lo que Dios quisiera. La
respuesta no fue complicada, decidió transitar por la segura y rápida autovía. Ya eran muchas
las semanas que llevaba recorriendo la provincia de Granada, para arriesgarse a
una nueva aventura por una de esas carreteras, en las que no vuelan ni los
pájaros.
No fue media hora
el tiempo que tardó Carmelo en llegar a Baza, sino cuarenta minutos. De
todos modos daba igual, pues hasta las una del mediodía no había quedado con
Alfonso Hervás, un viejo amigo licenciado en Bellas Artes y devoto de la
monumentalidad de la famosa Batistania romana.
Como era su costumbre, Carmelo llegó puntual a la cita
con Alfonso en la Cafetería Avenida. Alfonso que era un tipo alto como un chopo
y desgarbado como un quijote, no se extrañó de esa diligencia de puntualidad de
su amigo, pues en los años que se conocían, jamás se había hecho esperar,
aunque la distancia fuera larga, el tiempo no acompañara o las causas fueran
excusables. En nada se parecía este
amigo, en relación con la puntualidad, pensó mientras se apuraba la cerveza, a
esa otra amiga llamada Encarna y que era de la cercana Olula del Río, que
siempre llegaba tarde y con una excusa oportuna.
Tras los saludos de
rigor, Alfonso comenzó a parrafear
sobre la admirable Baza, lo hacía sentado en un taburete en postura algo
crespa, como si fuese el protagonista
del lienzo de algún pintor cubista.
-Mira Carmelo, empezaré contándote la historia desde el
principio. Como sabrás, Baza es una de las ciudades más antiguas de la
Península Ibérica, remontándose sus orígenes a
la vetusta Batistania en la antigua Baza Ibérica, donde representaría un
importante papel en la Andalucía Oriental y el Sureste murciano-manchego,
controlando las rutas que comunicaban la
costa mediterránea con la Alta Andalucía y la zona minera circundante a
Cástulo.
>>De esa etapa es la necrópolis
conocida por el Cerro del Santuario, donde se encontraron gran cantidad de
piezas de origen griego, que formaban
parte de los ajuares de las tumbas, en
las que se pudieron estudiar y poner de manifiesto los singulares ritos de
enterramiento de los bastetanos. Un ejemplo de ello, lo tenemos en la Dama de
Baza, estatua-urna donde se depositarían las cenizas de un muerto de alto rango
social; o la estatua del Guerrero de
Baza, escultura del siglo II o I antes de Cristo, también concebida como urna
funeraria, que nos muestra a un guerrero encumbrado a la categoría de héroe.
>>Ya, durante el imperio
romano en el siglo II antes de Cristo –continuó explicando Alfonso Hervás, a la
par que encendía un cigarrillo de marca americana y bebía una cerveza
sevillana- mantuvo Baza un importante papel de carácter rural, como lo demuestra la centuriación o parcelación
agraria en el Campo de Jabalcón. Además, de desarrollar una significativa
actividad minera, basada sobre todo en la extracción de oro y plomo.
>>En la época musulmana,
Medina Baza volvió a recobrar la magnificencia que ya había tenido durante la
etapa ibérica, innovándose en el cultivo del azafrán y en las producciones
artesanales como la industria de la seda.
>>Tras ser tomada por los cristianos en el año de 1489, poco años
antes de la conquista de Granada, Baza experimentó cambios radicales en la
forma de propiedad y explotación de la tierra. Así, se abandonaron las huertas
para dar paso a las grandes roturaciones
en los secanos, donde el cereal sería el cultivo por excelencia.
Circunstancia, que junto a la falta de trabajadores especializados fueron
sumiendo a la comarca en un proceso de
estancamiento al que no se ha podido hacer frente hasta fechas actuales.
>>Toda este amalgama de
acontecimientos han hecho de Baza un monumento histórico vivo. Así lo podremos
comprobar recorriendo sus calles de trazas árabes y sus edificios de carácter
musulmán que conforman gran parte del casco urbano.
>>Así, que
apúrate la cerveza, que nos vamos a acercar al antiguo barrio de la judería.
En la judería, hoy barrio de Santiago, se encontraba los
baños árabes, que según recientes estudios arqueológicos se sabe que datan del
siglo XIII, cuando estaban asentados en el
poder los almohades.
-Esta construcción es un magnífico ejemplo de baños
árabes urbanos –comenzó diciendo Alfonso Hervás a Carmelo-, como podrás comprobar se encuentran en un óptimo
estado de conservación cada una de sus tres dependencias.
>>A la primera se le llamaba
“bayt al-barid” o sala fría, a
continuación se encuentra el “bayt al-watani” o sala templada y para
finalizar la sala caliente o “bayt as-sajum”.
>>Por último, te diré que
gracias a la excelente labor realizada con las excavaciones, actualmente se
pueden admirar el resto de las
dependencias, como la puerta principal de acceso al “maslaj” o vestíbulo, la
sala del horno, la leñera, la caldera... Lo que ha llevado a apuntar que los Baños Árabes de
Baza sean considerados como uno de los
más completos de nuestra geografía.
Una vez
concluida esta primera visita, ambos
amigos se dirigieron hasta el Palacio de los Enríquez, un fiel ejemplo de la
arquitectura renacentista en Baza. Y que
en su tiempo se construyó como villa de campo al modo italiano, que serviría de
residencia a don Enrique Enríquez y a su
esposa doña María de Luna, tíos de los
Reyes Católicos.
-El palacio a
lo largo de los siglos ha sufrido diversas modificaciones, hasta llegar a su
estado actual. Como apreciarás, sus techumbres albergan importantes armaduras
mudéjares, todas ellas ricamente ornamentadas con motivos renacentistas.
Junto al
palacio se hallaba otra construcción mandada a erigir por los Enríquez-Luna, se
trataba del Monasterio de San Jerónimo juntamente con su iglesia.
-De este modo,
los nobles señores podían acudir a los
oficios religiosos sin grandes esfuerzos, haciéndolo a través de una algorfa o
pasadizo secreto que los comunicaba
directamente con la capilla mayor.
La iglesia de
San Jerónimo se concluyó en 1690, aunque las obras de ésta como del monasterio
se iniciaron en 1502.
-Del monasterio
–decía Alfonso con cierta resignación- que tuvo sus años florecientes entre los
siglos XVI al XIX, en la actualidad se conservan pocos restos que están
integrados en un domicilio particular. En cambio en la iglesia se realizan
actualmente reformas, motivo por el que no podemos pasa a su interior.
Cuando
finalizaron la visita al monasterio, era ya bastante tarde para seguir en la
brecha y Alfonso Hervás invitó a su amigo a que
lo acompañara hasta su apartamento a tomar un tentempié, instalarse y
“echar una siestesita”, posteriormente irían a ver las ruinas de la Alcazaba y le contaría algo
sobre la fortaleza.
Muy pocos eran
los restos que Alfonso Hervás pudo mostrar a Carmelo sobre la Alcazaba de Baza, algunas torres y
tramos sueltos de murallas eran lo que quedaban de la que fuera una fortaleza
casi inexpugnable. Así, que lo único que pudo hacer fue narrarle la mayoría de
los acontecimientos acaecidos en la ciudad durante la dominación musulmana y la
reconquista.
-Baza, durante
la dominación musulmana, ocupaba un lugar estratégicamente perfecto en el Reino
de Granada; sus ricas huertas, edificios, torres, murallas y fortaleza así lo
atestiguaban –comenzó relatando Alfonso con su aire despreocupado y su dicción
arrastrada-. Motivo por el que los reyes
cristianos, durante la etapa de la reconquista pusieron gran interés en
ocuparla y trasladar allí el campamento cristiano. Muchos fueron los intentos que
se realizaron y todos infructuosos, a
pesar del cerco existente en toda
la zona. Por lo que se tornó a otra solución posiblemente más efectiva,
la tala de árboles. La tarea se encomendó a Gutierre de Cárdenas, que con una
tropa superior a once mil hombres entre caballería, peones y taladores,
desforestaron la zona de fértiles y compactas moreras en menos de cuarenta
días.
>>Las maderas cercenadas
fueron utilizadas para construir empalizadas en las inmediaciones de la
fortaleza y en las entradas estratégicas de la ciudad. Aquella situación se volvió realmente alarmante e insostenible
para los habitantes y tropas del pueblo. Circunstancia que aprovechó el rey
católico don Fernando para que el “Zagal” le concediera las capitulaciones, era
el 4 de diciembre de 1489 y las tropas conquistadoras atravesaban la Puerta de
la Magdalena y cerraban una amplia etapa de la historia de nuestra ciudad.
>>El primer gobernador de la alcazaba fue don
Enrique Enriquez, el tío de los Reyes Católicos, el mismo que se construyó el espléndido palacio
que este mediodía hemos visitado.
>>El carácter militar del castillo
de Baza no finalizó con la conquista cristiana –seguía relatando Alfonso
Hervás, que ahora hacía señas a Carmelo para que lo siguiera hasta un banco
próximo donde tomar asiento para descansar los huesos, que ya comenzaban a estar algo enervados de tanto
sube y baja por las calles bastitanas-,
pues a lo largo del siglo XVI la
fortaleza fue utilizada por diferentes regimientos militares que hicieron uso
de ella como centro estable de las tropas que auxiliaban las costas granadinas.
En ese mismo siglo, secundado por el pueblo bastetano, la fortaleza sirvió de
bastión inexpugnable donde proteger a las autoridades y sus familiares de las
amenazas de las tropas reales, que comandadas por el emperador Carlos V
derrocaron a los insurrectos, no sin antes destruir adarves, torres y murallas.
>>Durante el año de 1531, el
castillo de Baza sufriría su más dura batalla, en esta ocasión contra la propia
naturaleza. Un terremoto lo asoló causándole graves destrozos en su estructura.
Aquel nefasto día de septiembre más de mil personas perecieron, muchas quedaron
sin casa y otras hubieron de abandonar la ciudad, que por cierto, presentaba un
aspecto desolador.
Una vez
hubieron descansado al amparo del asiento de hierro, se dirigieron hasta el
Real Pósito, un mediano edificio construido en 1762, cuando reinaba en España
Carlos III. Tras acceder al interior a través de su puerta principal, donde contemplaron la
heráldica real, la del corregidor y la del alcaide, llegaron a un hermoso patio
con galería.
-La finalidad
de este pósito, al igual que tantos otros, que seguro has ido encontrando a lo
largo de tus recorridos, era el de servir como depósito de cereales. También,
su estructura sirvió como local donde realizar representaciones teatrales.
Del Real Pósito
fueron hasta el Palacio del Duque del Infantado, una mansión con
estructura de casa-torre medieval, erigida por los cristianos en 1491 tras la toma de
la ciudad. La distribución de la vetusta mansión mostraba una fachada de
sillares muy macizos y pocos vanos. Sobresaliendo en el conjunto su
ornamentación plateresca y la heráldica del propietario. La visita fue rápida
pues Alfonso deseaba mostrarle a su amigo la Iglesia Mayor de Nuestra Señora
Santa María de la Encarnación antes de que anocheciera. Y así fue.
La antigua
colegiata había sido comenzada a cimentar sobre los restos de una antigua
“aljama” en 1529. El estilo que emplearon para alzar tan magnífica construcción
fue gótico, aunque un terremoto ocurrido durante el año de 1531 y que asoló
todo Baza, la derribaría en casi su totalidad, quedando en pie solamente su
cabecera conformada por dos capillas absidiales con arcos apuntados y pilastras
góticas.
-Ese mismo año
el Cabildo bastetano –continuó narrando Alfonso Hervás, mientras se acicalaba
el bigote de formas románticas que lucía desde casi su niñez- encomendaría su
reconstrucción a Alonso Covarrubias y al
maestro cantero Rodrigo Gibaja, que iniciarían la obra con trazas
renacentistas.
>>El conjunto dispone de tres
plantas, que como observarás, se hallan cubiertas por bóvedas de crucería y
girola. La torre, que se encuentra situada al pie del templo, ubica cinco
tramos, de los que los tres últimos pertenecen a la segundo mitad del siglo
XVIII, y que se llevaron a cabo, no por gustos estéticos sino por la sacudida de otro fuerte terremoto.
Cuando
abandonaron la iglesia Mayor, había anochecido totalmente en Baza,
circunstancia que aprovecharon para finalizar la jornada e irse a tomar unas copas. Pues
Alfonso Hervás no era hombre de grandes
cenas y sí, muy aficionado a la tertulia ante un “cubalibre”. El lugar que
eligieron se llamaba “Pub Ronda-59” y en él acabaron con la represión cubana,
gracias a los litros de cubalibre que se metieron entre pecho y espalda.
Durante el tiempo que duraron las rondas, de las que perdieron el control
cuando iban por la cuarta, Alfonso le contó a Carmelo algunas anécdotas de su
último viaje a Egipto, donde estuvo ilustrándose sobre la necrópolis de Saqqara
y en concreto de su pirámide escalonada de Zoser, que fue descubierta por la
aventurera y viajera Amelia Edwards.
-Todo un
mérito, que una mujer en el siglo XIX osara a viajar en un país lejano y
además, para más “inri” de científicos e historiadores, descubriera uno de los monumentos más emblemáticos del Antiguo
Egipto.
>>Fíjate si es antigua esta
pirámide escalonada, que tenía ya unos cuantos siglos cuando el rey Keops
comenzó a construir la suya y unos miles de años cuando nació Abraham.
En estas
andaban cuando el camarero se les acercó y con la educación que da la
experiencia, les indicó que iban a cerrar. Pero, que si lo deseaban se tomaran una última copa,
que él los invitaba.
A la
siguiente mañana, tras desayunarse unos
churros con chocolate, para quitarse la resaca, ambos se dirigieron como mejor
pudieron hasta la iglesia de la Merced, que a su vez era convento. El conjunto
que había sido construido en el siglo XVI, durante el período almohade, sobre
una ermita mozárabe, disponía de una
planta con tres naves y con capilla mayor cubierta por una bóveda de crucería y
coro alto.
-Desde este
lugar podremos acceder hasta una portada que fue construida a finales del siglo
XVIII en mármol gris. Si te fijas –continuó relatando Alfonso, que ya parecía
haber dejado la resaca en alguno de los lugares por donde habían concurrido-,
la cabecera acoge un camarín muy llamativo de estructuras barrocas que alberga
una imagen de la Virgen de la Piedad, que por si no lo sabes es la copatrona de
Baza. Al convento nos es imposible entrar, pues está ocupado por una
congregación franciscana.
>>Ahora, si te parece, nos
vamos a acercar hasta el convento de Santo Domingo, ahí si tendremos
oportunidad de visitar su interior.
Este monasterio
era desconcertante arquitectónicamente, pues a lo largo de toda su historia había padecido
todo tipo de transformaciones y pérdidas, y a pesar de todo, aún
conservaba importantes elementos en su
conjunto. Destacando, muy especialmente su magnífico claustro con dos órdenes
de bóvedas erigidas sobre columnas toscanas.
-Asimismo, vale
la pena fijarse –seguía comentando Alfonso Hervas, mientras caminaba a través
del corredor- en su escalera monumental cubierta por una bovedilla, por la que
se accede al interior del convento. Y no
nos olvidemos de la portada y sobre todo del bello alfarje del sotocoro.
>>En fin, querido amigo, te
veo un poco cansado de tanta iglesia y convento. ¿Qué te parece, si las
alternamos con otro tipo de edificaciones? Seguro que me lo agradecerás.
De este modo se
aproximaron hasta el conocido Ayuntamiento Viejo, una edificación del siglo
XVI, única en sus formas renacentistas en la provincia de Granada. Y que en un
principio, además de consistorio, era la casa del regidor y la cárcel.
-Dispone de una
fachada de dos cuerpos de alzada, en los que destaca la galería de arcos
de medio punto con columnas corintias
cubiertas por un bello alfarje que nos permite acceder al interior del
edificio. ¡Vamos, sígueme!
>>Ahora, desde el interior podrás recrearte en el artesonado de
la sala capitular, cubierto por una artesa con decoración renacentista, aunque
con ínfulas de tradición mudéjar. El conjunto realizó las funciones de
Ayuntamiento durante 450 años, hasta que en 1998 lo convirtieron en Museo
Municipal de Baza, que es en la actualidad.
A continuación
fueron hasta las Antiguas Carnicerías,
un edificio construido en 1568. Magnífico ejemplo de la arquitectura mudéjar,
en el que prevalecía una balconada de
madera con galería de pies derechos sobre canes y una algorfa
volada sobre la calle sostenida por una columna de mármol y un pie de madera.
También
tuvieron la oportunidad de disfrutar conociendo las Casas con Balcones de Palo.
-Estas casas
son de disposición mudéjar y fueron construidas en el siglo XVI –explicaba
Alfonso Hervás, mientras hacía señas a su acompañante para que se fijara en los
detalles-, justamente en los límites que marcaban la zona cristiana con la
morería. El interior de las viviendas se halla totalmente remodelado, no así
sus fachadas que conservan su estructura original, en donde se pueden valorar
los balcones de madera sobre canes con pies derechos y celosías.
>>Y ahora, que nos hemos
tomado un respiro conociendo edificios de índole civil, volvamos nuevamente a
visitar más iglesias. La mayoría son tesoros de nuestra tierra y no debemos
postergarlas. La primera que veremos es la iglesia de los Dolores, que también
se le conocía como Antiguo Oratorio de
San Felipe Neri.
Esta iglesia se
podía considerar como la única de formas barrocas sita en el pueblo de Baza. Su
construcción databa de 1702 y junto a ella, adosado, se levantó en 1775 el
Palacio Episcopal. El templo había sido construido con forma de cruz latina, disponiendo de una bóveda de media
naranja en el crucero y tres naves.
-La mayor de
estas naves es la central, que tiene una
bóveda de medio cañón y lunetos –seguía explicando Alfonso, que en ningún
instante perdía el interés de darle explicaciones a su amigo-. La portada está
estructurada por dos cuerpos, que disponen de columnas salomónicas en la parte
inferior y semicolumnas corintias en la parte superior. Si te fijas en la
cabecera, observarás un portentoso camarín rococó de talla en madera, altamente
valioso.
>>Como punto y final al
conjunto de arquitectura eclesiástica de la ciudad, te voy a enseñar la iglesia de Santiago, que fue
construida en el arrabal de la Marzuela a principios del siglo XVI. Se puede
considerar el mejor ejemplo de las construcciones mudéjares en Baza. Su
estructura dispone de tres naves y coro alto a los pies. La nave central se
halla cubierta por una fenomenal armadura mudéjar. Mientras las laterales lo
hacen mediante bóvedas de crucería y yesería.
>>Al aproximarnos a la capilla
mayor, verás que se encuentra separada de la nave central a través de un arco
toral, que se apoya sobre pilastras góticas de sillería, fíjate la belleza y
esplendor que encierra su impresionante cubierta de armadura mudéjar octogonal
de lazo, decorada con angelotes tallados y policromía de “candelieri”. Para mi
gusto esta iglesia de Santiago es uno de los mejores ejemplos del estilo
mudéjar de la provincia de Granada. Por ello, he querido dejarla para el final de nuestro recorrido monumental
eclesiástico.
>>Ahora, si te parece, te
invito a un trago de agua en nuestra Fuente de
los Caños Dorados, vale la pena acercarse
hasta ella dando un paseo.
Esta fuente se
encontraba situada junto a la Puerta del Peso y fue construida durante el año
de 1607, sirviendo como aguadero para los visitantes que llegaban a Baza y
sobre todo para los bastetanos que trillaban las mieses en las cercanas eras.
-La fuente
dispone de un largo pilar de cuatro caños –explicaba Alfonso, a la par que intentaba beber agua de uno de
ellos- tras el que se eleva un paño con pilastras toscanas muy ricamente
adornado con perfiles heráldicos.
>>Y bueno, esto se acaba. Así
que para rematar la faena y como colofón a estos días de trasiego, te invito a
conocer el Parque de la Alameda, que se halla situado en lo que fuera el
“Macaber” o Cementerio Nazarí.
Cuando llegaron
al parque era algo más de mediodía, encontrándose el sol de invierno en su
máximo auge. Lo que les hizo tomar asiento en uno de los bancos situados en el entorno del
sugestivo jardín francés.
-El parque tuvo
sus orígenes en el siglo XVII –explicaba Alfonso-, cuando la acaudalada familia
Enríquez cedió los terrenos a la villa. Los jardines actuales fueron diseñados
a principios del siglo pasado y para el orgullo de los bastetanos, no solo son
el pulmón verde Baza, sino que su superficie encierra una rica flora vegetal de
singular valor y belleza.
Con el paseo al
Parque de la Alameda, Carmelo Chinchilla dio por terminada su estancia en Baza,
y muy a su pesar se despidió de su amigo
Alfonso para nuevamente reemprender su ruta. Pues se acercaba la fecha límite,
que le habían dado en Diputación para entregar su memorando sobre la
monumentalidad en los pueblos granadinos. Y aún faltaba mucho que ver y muchos
más que redactar en los informes pertinentes.
Con estos
pensamientos puso en marcha al fiel 4L y abandonó Baza en dirección al cercano
pueblo de Castilléjar, sito a unos
treinta y siete kilómetros en dirección a Huéscar.
Castilléjar debía el origen de su nombre a la existencia de una pequeña fortaleza, sita
en las Eras Altas, justamente encima de las conocidas Cuevas de la Morería entre
las confluencias de los ríos Guardal y Galera.
Ese fue el
primer punto de destino al que se dirigió Carmelo, tras su llegada al pueblo.
Pues conocía de la existencia del emplazamiento, gracias al libro de don
Mariano Martín García titulado “Inventario de arquitectura militar de la
provincia de Granada”, un importante ensayo que recogía todas las
fortificaciones y torreones ubicados en la provincia.
Para llegar
hasta el lugar, lo primero que hizo fue preguntar a un vecino que arrastraba
una cabra de pelaje blanco y ubres sonrosadas.
-Por lo que
usted pregunta, lo conocemos aquí
en el pueblo con el nombre del “Murallón”, si me deja que lleve la cabra hasta
mi casa, que está ahí mismo, le acompaño.
Cuando llegaron
hasta el lugar, la decepción de Carmelo fue total, pues todo el paraje que ocupaba la antigua fortaleza se encontraba
totalmente abandonado, lleno de basura y herbajes.
El lugareño que
debió de ver la cara del recién
conocido, le dijo, con cierto aire irónico.
-¿No esperaría
encontrar el palacio de Comares?
En efecto,
aquello en nada se parecía a cualquier edificio visitado. La dejadez era total
y para colmo se habían construido a lo largo de los tapiales, algunas viviendas
cueva.
El labriego de
la cabra, resultó llamarse Salomón y daba honor a su nombre, y en pocos minutos
sacó a Carmelo de su desencanto, invitándolo a conocer el pueblo en su
compañía.
-Sepa usted,
Carmelo, que en los años cincuenta yo iba para maestro, pero las circunstancias
de la vida me extraviaron, al dejar preñada a la Matilde, que ahora es mi mujer
y madre de nueve hijos varones. Así, que aunque no lo parezca por mi aspecto, algo rústico,
poseo cierta cultura. La suficiente para conocer la historia del pueblo, mejor
si me apura, que hasta el propio cura.
>>Y como no deseo que se vaya
usted con malos recuerdos de Castilléjar me pongo a su entera disposición para
enseñarle lo que haga falta y un poco
más.
Así llegaron en
el 4L hasta el templo parroquial. Una construcción de 1657, de formas mudéjares
toledanas, que había sido construido en
lo que fuera una mezquita árabe.
-La iglesia fue
edificada –comenzó relatando Salomón, que a
pesar de su cultura hedía algo a cabra- sobre muros de mampostería,
aunque las esquinas fueron trazadas con ladrillos y piedras. En cambio, la
torre al igual que el resto de la construcción se alzó en mampostería.
>>Un detalle de la torre a
destacar es el reloj de sol, hecho en mármol. Aprecie además, querido amigo, el
dintel de la puerta de la torre, que fue tallado en piedra y que es de estilo
renacentista con detalles vegetales y animales. En los que destaca una rosa,
símbolo de Arzobispado de Toledo.
Ya en el
interior, Salomón mostró a Carmelo con cierto orgullo, una cabeza de Cristo,
tallada en madera policromada, realizada en la escuela granadina; una imagen de
la Virgen del Rosario, hecha asimismo en madera policromada, perteneciente a la
escuela valenciana; una Custodia de estilo gótico, un Porta-Paz de formas
platerescas y por último, una concha bautismal en plata vieja repujada.
-Espero, que
todo esto le haya quitado el mal sabor de boca con el que se fue de la
fortaleza. Ahora, si lo desea, nos invitamos a un “chato” y le informo sobre la
historia de Castilléjar. Pero antes, vamos a echar un vistazo al exterior de la Casa-Tercia del Duque de Alba, en donde
percibirá un escudo nobiliario de la familia.
El “chato” lo
tomaron en el bar de “Emilio”, donde apoyados en la barra y entre copa y copa, Salomón fue
refiriendo sus conocimientos sobre Castilléjar.
-En nuestro
pueblo, la primera ocupación humana de que se tiene noticia perteneció al final
del período Neolítico, así nos los atestiguan los restos hallados en la Loma
Cerrea.
>>Ya, durante la Edad de
Bronce, se encontraron una serie de testimonios pertenecientes a la cultura del
Argar, tales como cuencos semiesféricos y parabólicos, hoces realizadas en
silex, etc. Todos fueron descubiertos en la cercana Loma de la Balunca.
Posteriormente, durante la supremacía Ibérica, se han encontrado vestigios de
asentamiento en la cueva de Torcuato Encinas y otros, en la Loma de la Costa.
>>Con la llegada de los
romanos –continuó explicando Salomón, mientras daba instrucciones a Emilio,
para que les llenase una vez más los
vasos- se encontraron un sinnúmero de hallazgos arqueológicos repartidos por diferentes
lugares. Ejemplo de éstos, los tenemos en la Sacristía, el Genovés, Tarquina y
en los Cortijos de Santa Catalina. De esta ciclo son las diversas acequias que
conforman nuestra comarca y un sinfín de piedras de molino encontradas en
lugares muy apartados.
>>Pero sería con la dominación
árabe, cuando Castilléjar se estructuraría urbanísticamente, conformándose de
un modo similar al actual, en estos años predominarían las viviendas de tipo
cueva, gracias al escalonamiento de las calles y al gran número de barrancos
existentes.
Cuando Salomón
dio por concluida su disertación eran cerca de las seis de la tarde, con la conversación y la
bebida se habían olvidado del almuerzo,
circunstancia que arreglaron en un santiamén, pidiendo a Emilio que les sirviera
una merienda-cena, de esas que no se salta ni un galgo. Tras el refrigerio, que
duró poco, Carmelo sin tomarse mucha
demora en galanterías con su nuevo amigo, puso rumbo hacia Galera, ya que
estaba a punto de anochecer y la
carretera no estaba en muy buenas condiciones, según le informó Salomón
mientras le despedía.
En Galera, hizo
noche en una de las cuevas artificiales
dedicadas para alojamiento, en concreto en
“La Pisá del Moro”. Un albergue singular donde los hubiere, que reunía
todas las comodidades propias de una hospedería y además, proporcionaba al
viajero un entorno exclusivo de la zona.
Las
cuevas-viviendas se excavaban desde tiempos inmemoriales en Galera, sus
principales constructores fueron las familias de jornaleros agrícolas, que con
rudimentarios picos y palas escarbaban en los túmulos de tierra para crear su
propia vivienda. Estas cuevas artificiales se caracterizaban por mantener una
constante temperatura en su interior, que aislaba a sus moradores de la
rigurosidad del clima.
A la siguiente
mañana, tras desayunarse un plato de migas con melón y café con leche en un
pequeño bodegón de la gruta, Carmelo emprendió la jornada con más vigor que un
toro bravo. Y es que las migas con melón le habían puesto los pilones
para el resto de la jornada. El primer
lugar al que se dirigió, a base de mucho preguntar, fue al Castellón Alto. Un
cerro, en el que se hallaba ubicado un yacimiento de la Edad del Bronce,
perteneciente a la popular Cultura Argárica y descubierto en 1983.Gracias a las
excavaciones arqueológicas realizadas, el yacimiento había proporcionado a los
investigadores una idea exacta de cómo debieron ser las viviendas y las prácticas funerarias de
enterramiento, que se realizaban inhumando a los muertos en posición fetal y
cortejados de sus ajuares, en la mayoría de las ocasiones compuestos por
alhajas, armas, cerámica e incluso alimentos.
Aquellos
pueblos se dedicaban habitualmente a la agricultura y la ganadería, cultivando
cereales y legumbres y pastoreando cabras, ovejas y vacas. Asimismo fueron
hábiles en las labores del esparto, la lana y del lino, junto con los trabajos de artesanía.
Recientemente,
en una de las últimas excavaciones, se encontró una
sepultura con restos momificados de una persona adulta. Un hallazgo que supuso
un importante acontecimiento arqueológico en la zona.
Una vez
concluida la inspección al Castellón Alto, Carmelo se dirigió de nuevo hasta el
4L y tomó la dirección del Cerro del Real. En él encontraría otra serie de importantes vestigios que lo transportarían a
las culturas desarrolladas en Andalucía durante los últimos 4.000 años. Así lo
atestiguaban los fragmentos de cerámica argárica, ibérica, romana, griega y
árabe encontrados durante las últimas décadas, junto a piedras de molino,
teselas de mosaicos y silos para conservación de alimentos.
Además,
el enclave, según testimonio de sus más importantes arqueólogos, Schüle y
Pellicer, legitima una ocupación ininterrumpida desde la Edad del Bronce y que
alcanzaría su mayor esplendor durante los siglos III a. C. y IV de nuestra era,
con la ciudad íbero-romana de Tútugi.
De la ciudad de
Tútugi se conocía, sobre todo, su necrópolis que comprendía gran parte de la zona descubierta, hallándose compuesta por
más de ciento treinta sepulturas de importantes dimensiones, como pudo
comprobar Carmelo mientras recorría con cierto asombro y admiración el entorno.
La mayoría de los hipogeos que iba
encontrando al paso eran de planta cuadrangular, disponiendo de una cavidad que normalmente se abría en el
suelo para contener urnas cinerarias.
Del conjunto
funerario, resaltaba el túmulo número 75, con su planta cuadrada y un corredor de acceso, todo
ello elaborado en sillería y cubierto por enormes losas de piedra. Alrededor,
un desnivel de piedra daba forma al basamento de tierra, auxiliado por unas
hiladas horizontales de piedra.
Cuando Carmelo
llegó hasta el centro de la cámara, observó un enorme pilar que servía de apoyo
a las piedras del techo. En cambio, el corredor debió cubrirse con una falsa
bóveda formada por dos sillares transversales y una losa horizontal.
De estas
excavaciones realizadas en Galera a principios de siglo XX, se distingue entre
las piezas halladas la “Diosa de Galera”, descubierta en el túmulo número 20 y
que se halla expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La pequeña
escultura apareció junto a un ajuar compuesto por cuatro vasijas gemelas de
diferentes tamaños, dos redomas de vidrio, una copa ática esmaltada en negro y
el asa de una jarra de bronce; el conjunto data del siglo VII a. C., aunque no
sería hasta las últimas décadas del siglo V a. C. cuando se depositaría en la
sepultura.
La “Diosa de
Galera” simboliza a Astarte, la deidad fenicia de la fecundidad. La
representación aparece sentada junto a dos esfinges, manteniendo un gran
recipiente en su regazo. El busto de la figura es hueco, de modo que podía
verterse líquidos a través del orificio abierto en el extremo superior de la cabeza, que posteriormente manarían desde
los pechos hasta la pila.
Una vez en el pueblo, Carmelo se acercó hasta la Iglesia
Parroquial de la Anunciación que fue declarada monumento nacional en 1983. Se
trataba de una edificación construida en el siglo XVI, en la que destacaban el
bello artesonado de madera y de estilo mudéjar, la capilla del “Santo Cristo
de la Expiración” realizada en yesería y
de formas barrocas, y el retablo del Altar Mayor realizado en el siglo XX, que
es una copia del original que fue
destruido en la Guerra Civil.
Cuando ultimó
su visita a Galera, eran cerca de las dos de la tarde y Carmelo sin pensárselo mucho volvió
a reemprender su itinerario, no sin antes detenerse en un mesón de carretera,
para “llenar la tripa” con unas deliciosas tapas de cangrejos de río y un plato
de olla de matanza acompañado de un vino del país que le avivó el colesterol y
le devolvió la felicidad para el resto
de la jornada.
Eran
cerca de las seis de la tarde cuando Carmelo llegó al pueblo de
Orce, conocido por sus importantes excavaciones arqueológicas realizadas en sus
dos pedanías de Venta Micena y Fuente Nueva.
Tras realizar
una entrada triunfal con el 4L, en la que por pocas atropella a un anciano que
tomaba el sol en una silla en medio de la calle, se dirigió hasta el bar
“Matagato” donde había quedado con un
Gerardo Roca, un amigo granadino que tenía por costumbre pasar los fines de
semana en la casa familiar.
Gerardo, que
era simpático y servicial como pocos, le invitó a tomar un “cacharro” de esos
que tanto agradan a los obreros de la construcción, para a continuación llevarlo hasta el hostal
“Maricruz”, donde le tenía reservada una habitación.
-El lugar es
muy tranquilo y limpio y sobre todo económico –le hizo saber Gerardo-, el único
inconveniente es que en su planta baja está la discoteca del pueblo, pero no te
preocupes, hoy no es fin de semana y podrás dormir.
Una vez
instalado Carmelo en su nuevo aposento, la primera visita que realizaron fue a
la iglesia parroquial de Santa María, una construcción del siglo XVIII erigida,
posiblemente, sobre los cimientos de una antigua mezquita. Les fue imposible
recorrer su interior, ya que se hallaba cerrada, por lo que se acercaron hasta
el Palacio de los Segura. Una importante edificación con más de cuarenta metros
de fachada con dos plantas y solana, emplazada en la parte alta del Paseo de
los Caños.
-Lo más
sobresaliente de la mansión –comenzó explicando Gerardo, que se había
documentado todo lo que pudo sobre la
historia de Orce, para quedar como Dios manda ante su amigo- son las forjas de
las balconeras y las ventanas de la parte frontal. Aunque, el interior también
es notorio, sobre todo el patio, que como verás es de formas rectangulares y
acomoda seis columnas de mármol blanco, todas ellas redondeadas manualmente,
motivo por el que observarás alguna que
otra irregularidad.
>>Estas columnas sujetan una
espaciosa galería de madera protegida por una representativa y primorosa
balaustrada de estilo castellano. El palacio fue residencia de los Segura, una
familia de nobles hacendados, que llegaron a Orce en las postrimerías de la reconquista. Se sabe que eran muy ricos y
que se dedicaban al negocio de la ganadería lanar. También cuentan de ellos,
que en más de una ocasión tuvieron problemas con la Inquisición, por su afición
a los aquelarres y sortilegios, que realizaban en las estancias de la Casa de
los Duendes, sobrenombre con el que se conocía al palacio.
Tras dejar el
Palacio de los Segura se dirigieron hacia la Plaza Nueva, donde se encontraba
el Palacio de los Belmonte-Segura, otra
edificación ostentosa realizada en 1775 y conocida por los vecinos con el nombre de Casa Vieja o Casa Grande.
-La Casa
Grande, que es el nombre con que la
conocemos en el pueblo, fue habitada en el pasado –comenzó a contar Gerardo con
aires de guía turístico y aspecto grave- por el ilustre matrimonio orcense de
doña Pascuala Belmonte Carreño y el coronel don José Villalobos Cabrera, si te
fijas en la fachada verás el escudo nobiliario. Actualmente la vivienda es
privada y sus propietarios son muy reacios a mostrarla.
Cuando
finalizaron esta visita comenzaba a anochecer y el frío era intenso en Orce, por lo que
decidieron guarecerse en el restaurante “El Salero” para tomar unos aperitivos
y a continuación cenar, pues Gerardo no dejaba de insistir en que deseaba
invitarlo para informarle sobre los últimos acontecimientos paleontológicos de
la zona.
Una espléndida
chimenea jalonada por la cornamenta de
un ciervo presidía el restaurante. Manuel el propietario nada más ver
entrar a Gerardo Roca, se dirigió hasta él para indicarle que todo estaba preparado y que tenía la mesa dispuesta.
-Te acuerdas
Carmelo, que en cierta ocasión te dije en Granada que me visitaras a Orce te
iba a sorprender con el mejor asado de cordero que uno se pudiera meter entre
pecho y espalda. Pues por fin ha llegado la ocasión, y gracias a mi amigo
Manuel vas a tener ocasión de degustarlo. Pero aún, es temprano, así que vamos
a tomarnos mientras tanto una botellita de Ribera del Duero y de este modo
damos tiempo a Manuel para que vaya cocinando el cordero.
Con el vino que
era de la marca “Torremilanos”, cosecha de 1999, les sirvieron una ensalada
para dos, especialidad de la casa, que llamaban remojón de aceitunas con
bacalao. Algo realmente exquisito que hizo las delicias de Carmelo y que le
devolvió el color a la cara, que hasta entonces la tenía algo pajiza por el
frío.
De esta forma,
mientras ambos mojaban en la salsa que rezumaba la ensalada, Gerardo emprendió
un soliloquio sobre Orce y su territorio.
-En la comarca
de Orce, cañadas de Vélez y el Salar se hallan una de las mejores
zonas paleontológicas y arqueológicas de Europa, en ella se han encontrado
testimonios de una importancia vital para reconstruir la historia de la
humanidad en el período que abarca entre tres
y un millón de años.
>>Durante aquella etapa, la
depresión de Baza, como sabrás, era un inmenso lago. En la comarca de Orce y en
concreto en las pedanías de Fuente Nueva y Venta Micena las concentraciones de
fósiles son muy abundantes. Actualmente se han excavado de un modo preciso cinco yacimientos en los márgenes
del antiguo lago, en concreto en las zonas pantanosas y en los meandros de los
ríos.
>>La más antigua de estas
vetas es la de Fuente Nueva, ubicada en
la cañada de Vélez, los vestigios recogidos en sus limos se han fijado en el
período comprendido entre los 2,5 y los 2,2 millones de años, localizándose
fósiles pertenecientes a gacelas, caballos de formas muy toscas y pequeños
roedores. Estos animales solían vivir en las cercanas tierras del lago, en las
que abundaban pequeñas charcas y donde el clima era árido de ambiente
estepario.
En esas
explicaciones andaba Gerardo, cuando se acercó Manuel con una fuente humeante
de cordero segureño, que desprendía un aroma capaz de resucitar al mismísimo
“fósil” del hombre de Orce y que les hizo olvidarse del discurso
paleontológico, para centrarse, como Dios manda, en las tiernas y jugosas
chuletitas.
Sería en los
postres, y ante unos roscos de nueces, cuando volverían a reemprender
la conversación que una hora atrás habían dejado sin finalizar.
-Los restos descubiertos
en el yacimiento de Venta Micena, por el equipo dirigido por el investigador
catalán Joseph Gibert –siguió relatando Gerardo Roca, mientras deleitaba su
paladar probando un huevo de nieve-, se corresponden, los de mayor valor, con
un fragmento craneal con parte del
occipital y los apriétales. Por su estructura y dimensiones, se piensa que
pertenecieron a un niño con la edad
comprendida entre los cinco y seis años, que fue devorado por un animal de gran
tamaño, posiblemente una hiena.
>>Estos restos se les atribuye
la antigüedad de 1,5 millones de años, lo que quiere decir, que son los vestigios humanos más remotos de
Europa y Asia. Asimismo, se han hallado
en el lugar, una diáfisis humeral de un niño y el fragmento de un húmero
perteneciente a un individuo adulto.
>>Durante el año 2001, los
arqueólogos encontraron la pelvis de un
elefante en los yacimientos de Fuente Nueva, de 1,2 millones de años de
antigüedad, junto con un asta de ciervo muy bien conservada en el yacimiento de
Barranco León.
>>Todas estas circunstancias
atestiguan, junto con los centenares de piezas de la industria lítica
encontradas, que las excavaciones de Orce afectan a una de las primeras oleadas
humanas que dejaron África para seguir la trayectoria estacional de los grandes
herbívoros.
A la siguiente
mañana quedaron muy temprano, pues deseaban desayunar tranquilamente y realizar
un paseo por el pueblo hasta que
abriesen las puertas del Museo de Orce que se ubicaba en la fortaleza, en
concreto en la que fuera la Torre del Homenaje. Cuando llegaron hasta sus
proximidades y antes de iniciar el recorrido, Gerardo le hizo saber a Carmelo,
que había sido una suerte que la
alcazaba estuviera dentro del recinto del pueblo, pues ello había contribuido a
que se haya podido conservar mejor la edificación y además, lograr un
aprovechamiento acertado para la ubicación del museo.
-No sé si
sabrás, que esta fortaleza es conocida por el nombre de “La Alcazaba de las
siete Torres” y que fue erigida durante el año 1252 cuando era rey de Granada
Muhammad I al-Ahmar. Fue este mismo rey quien levantaría en contra de la corona
de Castilla a todos los mudéjares
vasallos, desde Jerez hasta Murcia. El dominio de Muhammad en la zona fue efímero pues en el 1285, la milicia conocida por Orden de Santiago se
apoderó de Orce y de las diversas villas
cercanas.
>>El castillo de las Siete
Torres es una construcción musulmana posterior a la época califal, así lo
atestiguan si te fijas sus formas, que abandonan la estructura rectangular para
ajustarse a las del cerrete, que engastada entre los muros le sirve de soporte.
Los recintos de estas fortalezas suelen corresponderse a una figura de
conformación triangular, en cuyo ángulo superior se encuentra la Torre del
Homenaje. La base es una gran muralla flanqueada por cuatro torreones de forma troncopiramidal, entre dos de ellos –le
mostraba Gerardo con el brazo- se halla la puerta de entrada. En la parte Oeste
y Este existen indistintamente un torreón, lo que hace que sumen siete torres,
por lo que recibían el nombre de las Siete Torres este tipo de edificaciones
medievales.
>>Hacia el año de 1325, el rey
granadino Abu-I-Walid Ismail I derrota a los cristianos emplazados en la
comarca de Huéscar, Orce y Galera. Lo hace poniendo sitio y utilizando por vez
primera la artillería. La Orden de Santiago ha de retirarse a las sierras de
Segura, y la comarca que hasta entonces había pertenecido a la cora murciana de
Tudmir pasa a ser granadina.
>>Durante este período la
alcazaba de Orce se refuerza con la edificación de la torre del homenaje, de
formas nazaríes, que le da un aspecto vanguardista, como diría en sus “Apuntes
de las Historia de Orce” el sacerdote Carayol Gor.
>>Con posterioridad, ya a mediados del siglo XV,
Orce vuelve a ser reconquistada por los castellanos, en esta ocasión de manos
de don Rodrigo Manrique, padre del poeta. Para doce años más tarde, volver a
ser de dominio musulmán, y así, hasta la conquista de Granada por los Reyes
Católicos, en que se entregó la plaza junto a la de Galera y los Filabres. Orce
pasaría a ser señorío de don Enrique Enríquez, tío del rey y mayordomo de la
reina.
>>Enríquez y sus descendientes
mejoraron la torre del homenaje, añadiéndole un
par de plantas y rematando el resto de la edificación con almenas. Allí,
en la torre, hizo vida el gobernador que era el representante oficial del poder
señorial de Orce y Galera.
>>El castillo de Orce soportó
durante los siglos posteriores diversos tipos de estragos, pero quizá el mayor
fue el día 30 de septiembre de 1531, en el que un terremoto destruyó un lienzo
oriental con su torre. Desde entonces, como podrás comprobar, la alcazaba
de las Siete Torres tuvo solamente seis.
>>Actualmente la alcazaba es
Monumento Histórico Artístico y en ella se aloja el Museo “José Gibert” de arqueología
y paleontología, que es el que te voy a mostrar a continuación.
El Museo se
hallaba ubicado en la que fuera Torre del Homenaje y según rezaba en una placa
conmemorativa había sido creado en 1987, disponiendo de tres grandes salas
temáticas. La primera de ellas se dedicaba a la fauna, la segunda a fracciones
completas de yacimientos y la tercera a
la industria lítica y a los restos humanos.
Gerardo y
Carmelo comenzaron la visita por la sala
primera, la que se dedicaba a la fauna. En ésta pudieron observar las cuatro
vitrinas expuestas con restos craneales y postcraneales de las principales
especies encontradas en los yacimientos. Sobresaliendo los restos de dos
especimenes de tigres de dientes de sable, los extintos megantereon y homoterium.
Ya en la
segunda sala, se deleitaron reparando en las fracciones completas de los
diversos yacimientos, con sus secciones completas de caliza y sus abundantes
fósiles.
-Éste
yacimiento –le indicaba Gerardo a Carmelo- pertenece a un cúmulo de cráneos,
que como verás, todos se hallan rotos en sus partes occipitales. Hecho, que
hace pensar, que los homínidos que los reunieron los hicieron para extraerles
sus cerebros y posteriormente comérselos. Y es que en Orce siempre hemos sido
muy sibaritas con nuestra alimentación, ¿no crees?
Una vez
finalizaron el recorrido por la sala segunda, pasaron al tercer y último
recinto del museo, que estaba destinado a archivar toda la industria lítica
recogida en la zona de Fuente Nueva y Venta Micena.
-Fíjate que
la mayoría de los huesos, -decía
Gerardo- fueron quebrados por seres humanos para la extracción de su médula,
así lo demuestran las fracturas en forma de V.
En otra de las
vitrinas se encontraban el fragmento craneal del niño hallado en el yacimiento de Venta
Micena, en el que se podían apreciar las marcas de haber sido devorado por un
carnívoro de gran tamaño.
-Los
paleontólogos piensan que el “chiquillo” debió ser víctima de los colmillos
de una hiena, y que los restos son, arqueológicamente hablando, de
una importancia suprema, al ser los más antiguos encontrados hasta la fecha en
toda Europa.
Era la hora del
mediodía cuando abandonaron el museo para dirigirse hasta un cercano bar, en el
que pidieron un par de cañas que los
devolviera a la realidad.
-No tendrás
queja de todo lo que has visto –le decía Gerardo, mientras empinaba su segunda
caña y prendía con un palillo una aceituna más grande que el propio plato-,
personalmente estoy dispuesto a no tener relación con la historia en un par de
años. Hay que ver a lo que da tiempo un
día bien aprovechado. En fin, ahora me imagino que viajarás hasta Huéscar, pues
cuando llegues, ve a esta dirección y pregunta por Paco. Es un amigo que hizo
filología inglesa en Granada y está dando clase de inglés en el instituto. Es
un poco coñazo, pero vale la pena que lo
conozcas, ya que es de esos “tíos” que saben de todo y podrá serte muy útil.
>>¡Ah!, antes que se me
olvide, tiene un pequeño defectillo, bueno dos. Uno es que habla sin parar y el
otro es que come como una lima. Así que procura no invitarle, pues con seguridad que en un almuerzo se come las dietas
correspondientes a una semana tuya de trabajo.
De esta forma
Carmelo volvió a reemprender su aventura una vez más. Ahora circulando en
dirección nuevamente hacia Galera para a continuación tomar la A330, que lo
llevaría hasta Huéscar. El viaje le resultó agradable, sobre todo, gracias a tropezarse con una pareja de
estudiantes vascos que hacían “autostop”, esperando que alguien tuviera la
caridad de llevarlos hasta Huéscar,
donde los esperaban unos amigos que habían conocido a través de un
“chat” de Internet y que los habían
invitado a pasar unos días en Andalucía. Los jóvenes, que para más señas se llamaban
Iñaki y Arantxa, estaban algo “alucinados”, sobre todo Arantxa, que no llegaba
a comprender como el mundo podía ser tan despejado paisajisticamente hablando.
-Yo,
acostumbrada al verde profundo de Euskadi, con sus montañas suaves y próximas
–le comentaba a Carmelo con cierta nostalgia-, no puedo concebir un mundo tan
agreste y seco a la vez como el que
hemos encontrado a lo largo de Castilla y ahora, en Andalucía nos topamos con
otra desproporción, que son esos interminables campos de olivos. Nunca lo
hubiéramos imaginado. ¿No es así Iñaki?
>>Y es que si quieres conocer
mundo –decía la chica en su ignorancia-, no hay nada mejor que viajar.
Personalmente nunca lo había hecho en mis dieciocho años de vida. Y creo, que
esta experiencia de dos días, me ha dado mayor conocimiento que los tres años
que llevo “chateando” con Iñaki.
De ese modo
llegaron hasta las estribaciones de Huéscar, donde Carmelo, por indicación de
los dos jóvenes ínternautas, hubo de detenerse en una venta para ser convidado
a tomar un café. Circunstancia que
aprovecharon éstos para ir al baño y asearse,
no era plan de llegar al pueblo oliendo a oso, pues como decía Arantxa, la
primera imagen es la que cuenta en la
vida.
Aquella tarde,
Carmelo no llamó a Paco “el filólogo”, sino que tras dejar a los autostopistas a la entrada de Huéscar, preguntó a un grupo de mujeres que caminaban por la
carretera a paso de legionario para así bajar el colesterol, donde podía
encontrar una buena hospedería. La más avispada de ellas, que debería rondar
los cincuenta años y se embuchaba en unos pantalones de licra, que le
asemejaban con la “vidente” Aramís y no con la “maruja” que era en realidad. Le
informó que el hostal más próximo era la “Ruta del Sur”, que fuera de parte de
“Toñi la del camionero” y que preguntara por Rosita.
-“De seguro”,
que lo atenderán como a un rey.
Rosita
resultó ser la recepcionista, camarera y en muchas ocasiones hasta hacia las
funciones limpiadora.
-Y es que como
está la vida, una tiene que saber de todo. Fíjese usted –le decía a Carmelo,
mientras le hacía rellenar la hoja de inscripción-, mi padre, que en paz
descanse, era de la villa de asturiana
de Abantro. En el pueblo todo el mundo le conocía por ser el cartero, aunque su
verdadera profesión era la de barbero. Él compaginaba ambas profesiones, a la
par que iba repartiendo cartas por las calles cortaba el pelo si se lo
solicitaban. El problema estaba, cuando varios vecinos requerían el servicio el
mismo día. Entonces la correspondencia se retrasaba lo que hiciera falta, pues
mi padre, sepa usted, era muy formal con el horario de trabajo. Y nunca trabajó
un minuto más del que marca la ley.
A la siguiente
mañana Carmelo, como era su costumbre, madrugó todo lo que pudo y a eso de las ocho se encontraba desayunando en la
cafetería del hostal. La persona que le sirvió las tostadas de aceite con café,
no fue otra que la incombustible Rosita,
que a pesar de la extemporánea hora, ya tenía ganas de conversación. Pero
Carmelo, muy hábil la desairó muy finamente, solicitándole el “Ideal”.
-Lo siento
mucho Sr. Chinchilla, el periódico de hoy no ha llegado, pero si desea le puedo
ofrecer el de ayer.
Después del
desayuno, Carmelo salió a la calle en busca de Paco “el filólogo”, con quien
había quedado telefónicamente la noche anterior en verse a eso de las nueve
menos cuarto junto a la Colegiata de Santa María la Mayor, pues desde allí
comenzarían su recorrido.
Carmelo llegó
al lugar antes de hora y mientras se recreaba reparando en las formas
renacentistas de la basílica, un joven
de algo menos de treinta años pero con apariencia de sesentón se le acercó con
aire cansino y aspecto enfermizo.
-¡Buenos días!,
supongo que usted debe ser Carmelo. Yo soy Paco Muñoz o Paco “el filólogo” que
es como todo el mundo me conoce. Hasta mis alumnos en vez de llamarme señor
Muñoz me llaman señor “filólogo”. Perdone ante todo, que me presente algo
desaseado, pero es que he tenido que pasar gran parte de la noche corrigiendo
unos exámenes. De este modo, he sacado libre el día para poderle acompañar en
el recorrido por Huéscar. Sepa usted,
que un deseo de mi amigo Gerardo Roca es una orden para mí.
En aquel
instante comprendió Carmelo el primer problemilla de su nuevo cicerone,
recordando las palabras de Gerardo: “habla mucho pero come más”.
-Si le parece,
podemos iniciar el recorrido viendo primeramente a la Colegiata de Santa María la Mayor, que
tenemos a nuestra vera. El conjunto fue construido durante el siglo XVI y
como podrá comprobar por sus formas es
de estilo renacentista –le comentaba Paco “el filólogo”, mientras pasaban al
interior del edificio-, aunque también dispone de algunos detalles góticos. Su
cimentación se inició durante el año de 1501, y los maestros artesanos que
trabajaban en su obra siempre la imaginaron con celo catedralicio.
>>El interior fue ideado como
el de una iglesia gótica de tres naves sin girola. A esta época pertenece la
portada de la “Sacristía Vieja”, que se
halla en el lado opuesto por el que hemos entrado. Durante la segundo mitad del
siglo XVI –continuaba contando Paco “el filólogo”, que ya iba teniendo un
aspecto menos abatido- se modificaron los estilos constructivos, aplicándose
formas renacentistas. Así, si se fija en la portada exterior, comprobará que se
halla rematada por un frontispicio trapezoidal.
>>La Colegiata de Santa María
la Mayor fue ultimada a finales del siglo XVI, aunque durante los siglos
posteriores soportó algunas intervenciones de cierta prestancia.
Ya de nuevo en
la calle, Paco “el filólogo” cambió el
tono de voz, y mientras encendía un cigarrillo de la marca “Fortuna”,
le propuso a Carmelo tomarse un
“cortado” en la cafetería de “La Perla”, que se
encontraba en la calle santa Adela,
mientras lo hacían tomaron asiento en
una mesita muy coqueta que había junto a
la entrada y Paco tras dar un
sorba al café le apuntó a Carmelo.
-Sabe usted,
que Huéscar y los municipios de su comarca poseen un rico patrimonio de
yacimientos arqueológicos. El motivo no es otro que la magnífica ubicación del
lugar, cruce de caminos de las culturas prehistóricas de los Millares y el
Argar.
>>Así lo demuestra el abrigo
natural con pinturas rupestres de “Piedra del Letrero”, del período Neolítico,
hallado en 1915 por el increíble abate francés H. Breuil, todo una personalidad
en el estudio de la prehistoria.
>>De la época romana, tenemos
testimonios con algunas inscripciones latinas, como las de la calle Alhóndiga,
que fueron realizadas sobre lápidas y que
posteriormente los musulmanes las emplearían para la construcción de la
Alcazaba.
>>Es a partir del siglo XIII
cuando tenemos los primeros datos escritos del asentamiento urbano de Huéscar.
Siglo en que Muhammad I rey de Granada, se vio obligado a reconocer el dominio
cristiano en la frontera. Aunque sería por poco tiempo, pues en 1252 el rey
Alhamar, tras sublevar a la morería se
haría con las fortalezas de Cúllar, Galera, y Orce. Un toma y daca que
finalizaría en 1488, año en que se incorporaría a la Corona de Castilla. Así lo
hizo saber el Marqués de Cádiz al rey Fernando, en una carta en la que narraba
como el alcaide de Huéscar acompañado de otros
moros le ofrecían la ciudad.
>> Bueno, dejemos la historia para más adelante, si le parece,
y vayamos de nuevo “al pie de obra” como se suele decir. Pague usted el café y
yo le espero en la puerta.
De nuevo en la calle, marcharon tranquilamente en
dirección al Antiguo convento de Santo Domingo, un noble edificio convertido en
teatro, que databa del siglo XVI y en el que sobresalía una bellísima y
espléndida armadura. Una vez visto, reemprendieron el camino hacia la Iglesia
de Santiago, situada frente a la torre del homenaje de la Alcazaba.
-La iglesia se halla situada sobre los cimientos de la
antigua mezquita –comentaba Paco a la
par que se subía el cuello del chaquetón, pues un suave e invernal airecillo empezaba arreciar-, fue
construida a finales del siglo XV y en 1504 la convertirían en parroquia . Lo
atrayente, para mi gusto de este lugar, es la Alcazaba, de la que
desgraciadamente solo queda la torre del homenaje. Si se fija, verá que dispuso
de tres plantas y que la baja se levantó con restos de antiguas construcciones
romanas, entre cuyas piedras ciclópeas sobresalen varias con inscripciones, un
gran dintel y un fuste de formas redondas, todo de un enorme valor histórico. En el resto de las
plantas fueron construidas con muros de tapial.
>>La Alcazaba en
sus orígenes fue un antiguo castillo roquero,
conocido en la comarca con el apelativo de “Uxkar”, se cree que fue
destruido por la artillería de Ismail I. El mismo monarca sería quien mandaría a edificar un
nuevo asentamiento de forma rectangular, que dispondría de foso y muralla. Así
nos lo atestiguan los restos de muralla encontrados en la plaza de toros y en diversas casas cuyas fachadas se
orientan en dirección a la carretera de
la Puebla de don Fadrique, en cuya encrucijada se observan los restos de
una antigua puerta de acceso a la
fortaleza.
>>Ahora, que
conoce la Alcazaba, es el momento de retomar la conversación que dejamos
pendiente con el café. Recordará, que el
alcaide, acompañado de otros moros
relevantes, ofreció la ciudad a los cristianos. Fernando el Católico, muy satisfecho por su nueva
incorporación a la corona, envió a Rodrigo de Manrique para que ocupara la plaza como gobernador, en recuerdo
de su familiar que había conquistado el lugar en 1434.
>>Los Reyes
Católicos concedieron a los musulmanes vecinos de Huéscar unas
capitulaciones en las que serían respetadas sus costumbres, religión y la villa
nunca sería entregada a señor alguno. Acuerdos que años más tarde quedarían en
“aguas de borrajas” al ser conferida Huéscar como señorío al Condestable de
Navarra.
>>Y esto es todo
lo que yo sé sobre el pueblo. Espero que sea suficiente y que le sirva para
el proyecto que está llevando a cabo.
Ahora, si le parece me invita a comer. Creo que me lo he ganado.
Para almorzar fueron al “Mesón Felipe”, un típico lugar
ambientado con motivos labriegos, que estaba regentado por Felipe, el propietario y que nada más verlos aparecer
los obsequió con un vino Picoso, el vino del país, mientras les ofrecía la
mejor de las mesas, pues como decía el buen hombre, no todos los días da uno de comer a gente con cultura.
-La cocina oscense -le comentaba el mesonero a Carmelo que se interesó por la gastronomía del lugar-, está influenciada
por la cocina levantina. Al ser Huéscar nexo de comunicación entre Andalucía y
Levante. Además, nuestra cocina tiene a su vez reminiscencias Navarro-Aragonesas como consecuencia de la
repoblación de la comarca tras la reconquista. Así, que si lo desean puedan
elegir una variedad de platos imposibles de imaginar.
>>Personalmente
les recomendaría el “Relleno”, un plato que en su día fue celebrado por nuestro
inolvidable don Camilo José Cela. Muy típico del lugar y está compuesto de
magro de cerdo, panceta salada, paletilla seca, pollo, pavo, conejo, azafrán,
pimienta, clavo, canela, molla de pan reposado, sal, huevos y mucho, mucho zumo
de limón y ajo.
>>De segundo lo mejor sería que tomaran un poquito
de bicarbonato, pues lo van a necesitar. Es broma, espero que no lo necesiten.
Pues creo que con el “Relleno” tendrán más que suficiente. Aparte, mientras lo
preparo les voy a obsequiar con unas tapitas de nuestro típico remojón de San
Antón, que lo cocina como nadie mi mujer y está realizado a base de patatas
asadas, pimientos secos, bacalao asado, cebolla, huevos duros, aceitunas negras
y todo aliñado por un inmejorable aceite de oliva. Además todo lo vamos a regar
con una jarrita de este vino Picoso, tan excelente con que Dios ha dotado a
esta tierra. Sepan ustedes que el vino es de una pequeña plantación de uva gordal
que tengo a las afueras del pueblo y que me proporciona las arrobas suficientes
para atender a mi clientela durante todo el año.
Lo que comieron Paco “el filólogo” y Carmelo durante
aquella jornada no tuvo nombre, Carmelo lo recordaría durante muchos días, más
que un almuerzo fue una orgía romana sin vomitorio incluido. Pero como
disfrutaron con el “Relleno”. Y es que como todo el mundo sabe, don Camilo, que
en paz descanse, tenía muy buen ojo para elegir sus menús. O mejor dicho, muy
buena boca. Por lo menos hasta que conoció a Marina Castaño que lo puso en
ristre.
Una vez terminaron de almorzar en el “Mesón Felipe”,
Carmelo como era su costumbre reemprendió de nuevo “carretera y manta”, tomando
la que lo llevaría hasta la vecina población de la Puebla de don Fadrique,
donde conocía a un escritor bohemio, que había dejado años atrás las
comodidades de la vida, para instalarse placidamente en el apartado pueblo. Se
llamaba Fernando Herraz y decía ser natural de Ciudad Real, aunque nadie sabía
si era cierto o no, pues era éste un hombre tremendamente singular que eludía
dar a conocer sus interioridades, aunque fuera a sus más afines.
La Puebla de don Fadrique era un pueblo de sencilla
apariencia, rodeado de campos en los que se veía despuntar los cereales por
aquellos meses. Carmelo para llegar hasta él tuvo que conducir el 4L, no sólo
por los labrantíos anteriormente mencionados, sino por interminables eriales de almendros y alguna
que otra acequia de aguas cristalinas.
La Puebla, como se le llama en la comarca, era el punto
de encuentro de cinco provincias y durante muchos lustros fue la puerta de
Andalucía, remontándose su historia a la época ibero-romana y musulmana. Tras
la reconquista por los Reyes Católicos, fue repoblada por cristianos traídos de
Navarra por el Conde de Lerín, que encontraron una pequeña aldea habitada por
mudéjares.
En 1512, tras la
muerte del Conde de Lerín se le concedió el señorío del territorio a don
Fadrique Álvarez de Toledo, Duque de Alba, circunstancia que no gustó a los
mudéjares, que eran mayoría en estas tierras. Por lo que don Fadrique hubo de
refugiarse con un puñado de cristianos
viejos en la aldea de Bolteruela, a la que
dio el nombre actual de Puebla de don Fadrique.
En el mismo centro del pueblo, junto a la Iglesia parroquial de Santa María lo
esperaba Fernando Herraz, que nada más ver aparecer el automóvil de Carmelo comenzó hacerle señas,
con una gorra tipo “Mao” que siempre llevaba para cubrirse la solitaria calva.
-Por Dios que alegría volverte a ver, no sabes las veces
que me he acordado de ti en este lejano pueblo. Recibí tu telegrama el mismo
día que lo cursaste. Y aquí me tienes a tu disposición.
-Igualmente te digo, pero si te parece déjate de monsergas –le dijo Carmelo,
con algo menos de entusiasmo-, y empecemos por visitar la iglesia ya que la tenemos aquí al lado.
-Muy bien, como tú mandes. La iglesia parroquial de Santa
María de la Quinta Angustia –comenzó
explicándole Fernando- es de estilo renacentista y fue erigida durante el siglo
XVI. Y como imagino que sabrás, su construcción corrió pareja a la de
la Colegiata de Huéscar.
>>Pero pasemos al
interior, que deseo mostrarte el conjunto principal con sus tres naves
construidas a igual altura. Y sobre todo
el ábside gótico, muy similar al de la colegiata pero de menor riqueza
ornamental.
Una vez vista la parroquia, Fernando Herraz, aprovechando
aún la luz del día, llevó a Carmelo hasta la señorial Casa de los Patiños, una
vivienda en la actualidad de propiedad privada, obra del siglo XVI, en la que resaltaba su monumental patio interior
y los corredores, todo cincelado en madera.
Cuando concluyeron de ver la vieja casona, el sol había
desaparecido por el horizonte y un frío glaciar comenzó a envolver el lugar.
Carmelo se subió todo le que pudo el cuello de su trenca, y ganas le dieron
hasta de ponerse la capucha. Pero lo pensó mejor y desistió, no fueran a
confundirlo con un monje.
-Sabes tú –le dijo Fernando, mientras se enfundaba aun
más la gorra, en un intento de proteger al máximo la calva del frío-, que la
verdadera cultura de este pueblo, no está sólo en lo poco que has visto de
su patrimonio histórico. Yo he
descubierto que su sabiduría reside en
la gastronomía, la trajeron durante el siglo XVI los repobladores
navarros, adaptándola a sus nuevas necesidades que eran sobre todo de índole climatológica. Los inviernos en el
pueblo son de un frío que te “pelas” y la mejor forma de combatirlo es comiendo
y bebiendo.
>>Y para bien comer nada más
socorrido que criar un buen cerdo, hacer
una buena matanza y dejar que las chacinas se oreen como Dios manda,
luego servirán para acompañar platos tan suculentos como las migas de matanza,
el gazpacho, los andrajos de liebre, el
ajo de aserradores, la tortilla de collejas y hasta las tortas fritas.
>>Seguro que ya tienes la boca
hecha agua, ¡pues hala!, vamos al bar “El Corteza”, seguro que Domingo nos
obsequia con alguna de esas exquisiteces.
EPÍLOGO
Era
algo más de mediodía, de un sábado, la fecha
en que Carmelo llegó a Granada procedente del último de sus itinerarios. Un gran vacío le recorrió todo
el alma cuando detuvo el 4L en la calle Pío Baroja y paró el motor de su viejo compañero.
Comprendió que aquel trabajo tan intenso vivido durante los últimos meses había
finalizado y que con él, dejaba atrás momentos vividos inolvidables que
recordaría el resto de su vida. Habían
sido unas semanas algo más que intensas, tanto en el ámbito cultural como
humano. En estas jornadas imperecederas había conocido a gentes de muy diferentes
estamentos sociales y culturales que le habían ayudado de un modo totalmente
desinteresado a comprender la cultura de cada uno de los pueblos visitados. En
su memoria estaban hombres tan impares como don Antonio Orejón, Anastasio
Cubrelomas, Alfonso Hervás, “el Marqués de la Parra”, don Sabino Rebollo y
todos los demás.
Ahora, había llegado el momento de retenerlos en la
memoria y perpetuarlos del único modo que podía: realizando un informe sobre la
monumentalidad de la provincia de Granada, del modo más acertado y técnico
posible. Esa sería la mejor forma de
rendirles un culto a la labor desempeñada desde el impávido anonimato.
Los días siguientes a su llegada a Granada fueron, por
una parte para poner en orden su antigua vida, de la que casi se había olvidado. Y por otra, en dar forma a la multitud de notas e informes que había ido
acaparando en sus sempiternos itinerarios. Sabía que contaba con muy pocos días
para presentar el informe definitivo al diputado de cultura, así, que durante
la siguiente semana apenas salió de su apartamento en la séptima planta,
pasando casi todas las horas del día y gran parte de las de la noche, ante la
pantalla y el teclado de su ordenador,
transcribiendo la enormidad de notas recopiladas. No deseaba, de ninguna de las formas redactar el informe en su puesto
de trabajo, no se hallaba preparado para ello, prefiriéndolo hacer en la
intimidad de su hogar.
A los diez días de su regreso, dio por finalizada la
labor de recopilación y mientras ponía su impresora “Hewlett Packard” a sacar
hojas, se preparó un almuerzo de comida enlatada, de esos que habitualmente
toman los gatos y ahora están de moda entre los humanos. En los postres dejó
de sonar la impresora, Carmelo se acercó
hasta ella y comprobó que todas las historias compiladas durante aquellos meses
se hallaban reproducidas momentáneamente en un conjunto de folios. Los tomó
entre sus manos y leyó la primera página, que le pareció interesante.
A la siguiente mañana se levantó temprano. Y como era su
costumbre fue hasta la cercana cafetería de Barrón, en donde realizó su
habitual desayuno. Una vez finalizado se fue en busca del viejo 4L, había
llegado el momento de devolverlo al parque móvil de la Excelentísima
Diputación. La despedida del viejo “cacharro” no fue tan dolorosa como había
imaginado en un principio, no porque no lo sintiera, sino por una resulta de altivez ante uno de los
mecánicos presentes.
-Vaya putada la que le gastaron, dejarle a esta “pava”
para viajar tantas semanas por la provincia.
-Lleva usted razón –le dijo Carmelo al mecánico, que no
hacía otra cosa que limpiarse las manos con una gamuza manchada de tizne-,
tuvieron muy poca vergüenza en enviarme a recorrer tantísimo kilómetro en esta
vieja tartana –le comentaba al buen hombre, a
pesar de no tener ese sentimiento, pero no iba ir diciendo que el viejo
4L, más que un automóvil había sido un compañero. No era cosa de estar en boca
de todos los compañeros-, mientras otros viajan en “cochazos” con chofer y
encima ganan en una semana lo que yo en un mes. Pero, en la viña del Señor siempre ha habido obreros y
soberanos. Y nosotros, por desgracia pertenecemos a la primera casta.
Una vez abandonó el parque móvil, Carmelo con su cartera
de piel mal curada, de esas que venden en los zocos marroquíes a buen precio y que huelen a
posadera de oveja, se encaminó hacia el Área de Cultura de Diputación, donde
tenía cita con el jactancioso señor
López, secretario del diputado.
De nuevo, como meses atrás, fue Isabel quien lo recibió e
invitó a tomar asiento en el sempiterno sofá de polipiel blanca que había
frente a la mesa de la joven.
-Señor Chinchilla, cuanto tiempo sin verle por aquí –le
dijo la joven mientras cruzaba sus largas piernas, esas que
hacían enloquecer a Carmelo-, ya me he enterado que ha estado realizando un
informe por toda la provincia. Espero
que le haya ido bien. Yo en algunas ocasiones lo he recordado.
En esas estaban cuando el secretario del diputado, señor
López, entreabrió la puerta de su
despacho. Y como si no hubiera transcurrido nada de tiempo desde la última
ocasión en que se vieron, le hizo un ademán con las gafas bifocales que llevaba
en la mano derecha para que lo acompañara.
-El señor diputado nos espera en su despacho, creo que
desea hablar con usted personalmente. Así que démonos prisa y no le hagamos
esperar.
-Ya sé que el tiempo de ustedes es oro, intentaré ser lo
más conciso posible.
El despacho del señor diputado de cultura en nada había
cambiado en aquellos meses, seguía
manteniendo su estilo renacentista de no se sabía cuantas generaciones atrás y
el reloj dorado hostigaba con su sonido el silencioso ambiente.
-Me alegro volver a verle, mi querido Chinchilla –le
expresó el señor diputado de cultura con la mejor de su sonrisa-. El señor
López me ha informado de que ha realizado un magnífico informe sobre la
monumentalidad granadina.
Carmelo en aquel instante se quedó algo perplejo, pues,
¿cómo sabía el señor López que había realizado un “magnífico informe”, si éste
aún se encontraba en su cartera de piel de camello y nadie lo había leído?
Pero Carmelo, prefirió asentir al señor diputado de
cultura, en vez de llevarle la contraria. No era cuestión de liar las cosas
después de tanto trabajo.
-Sepa usted –continuó el señor diputado de cultura- que
en esta casa todos estamos muy orgullosos de su trabajo. ¿No es así López?
-Si señor diputado, lleva usted razón.
-Pues bien, en este momento resulta que ese informe que
usted tan satisfactoriamente ha plasmado no es necesario. No, porque no sea de
mi utilidad, que lo es. Sino por cuestiones políticas que usted no
comprendería. Así que olvídese de él momentáneamente y reemprenda, a partir de
mañana, sus compromisos que dejó abandonados con anterioridad. De todos modos
muchas gracias –le apuntó el señor diputado de cultura, mientras caminaba hacia
él, tendiéndole la mano en modo de despedida- y espero que pronto tengamos ocasión de volver a
colaborar.
Carmelo abandonó el despacho, el edificio de Diputación,
caminó por las calles adyacentes, se distrajo viendo algunos escaparates, entró
en una librería de Gran Vía, hojeó una decena de libros y no podía creer la situación que estaba viviendo.
Todo aquel esfuerzo, todos aquellos días de abnegación por realizar un trabajo
meritorio, todas aquellas ilusiones
puestas en el maldito informe no habían servido para nada, por una serie de
razones políticas que no estaban al alcance de su entendimiento. Un desánimo
general se apoderó de todo su ser y por momentos se sintió desfallecer.
Necesitaba tomarse una copa y fumarse un cigarrillo, así que entró a la primera
cafetería que le salió al paso.
-Póngame un güisqui, por favor y llévemelo a la mesa
de la esquina. Ah, por cierto, ¿me puede
invitar a un cigarrillo?
-Es Fortuna, espero que le agrade –le dijo el camarero
mientras le tendía el pitillo-.
Sentado en la mesita, con el cigarrillo y la copa de
güisqui, Carmelo se serenó y empezó a meditar más sosegadamente. Instante en
que recordó el refrán que siempre su abuelo paterno le decía cuando lo veía
triste y compungido a la vuelta del colegio: “No hay mal que por bien no
venga”.
En efecto, pensó: El mal ya está hecho y es irremediable.
Ahora, debo hallar el lado positivo de la cuestión y encontrar el bien. Y la
fortuna, no la del tabaco, sino la
propia pareció coligarse con su persona en el mismo instante en que abría el
periódico “Ideal” por una de sus páginas de cultura, donde pudo leer que
Ediciones Osuna, una floreciente y emprendedora editorial granadina había
creado una nueva colección de libros en la que se publicarían obras
relacionadas con Granada y su cultura.
-No me lo puedo creer –fueron las primeras palabras que
atinó en decir Carmelo, mientras le daba un lingotazo al güisqui-, debo ponerme
en contacto con la mayor brevedad con la editorial, seguro que le interesa el
manuscrito que llevo en la cartera.
A los pocos meses de volver de su viaje por la provincia
de Granada, Carmelo Chinchilla se había convertido, además de en un oscuro
empleado de Diputación, en afamado escritor y su libro titulado “La ruta de los
pueblos de Granada”, alcanzaba la quinta edición. Ahora su tiempo libre era más
floreciente, pues constantemente era invitado por los diferentes alcaldes de la provincia para
que presentara su obra en los ayuntamientos.
Aquélla tarde, mientras conducía el 4L, que había logrado
adquirir a Diputación por seiscientos euros, en dirección a Órgiva, con el
propósito de “pelar la pava” con su prometida Bernardeta, que todos
recordaremos conoció en su itinerario por la Alpujarra, le sonó el teléfono
móvil. Una voz lejana y aflautada emergió del aparato.
-Señor Chinchilla, le llamamos de Diputación de Jaén. Le
paso con el señor diputado de cultura.
-Muchas gracias, señorita –le dijo Carmelo mientras
aparcaba el 4L en una cuneta cercana al pueblo de Lanjarón-.
-Soy Francisco Aguilar, diputado de cultura de Jaén,
recientemente he leído su libro “La ruta de los pueblos de Granada” y me ha
resultado muy interesante e ilustrativo. Aquí en Diputación, tanto mi equipo
como yo estaría interesados en que nos realizara un informe específico de las
mismas características de su libro. Me gustaría que tuviéramos una entrevista y
nos dijera sus condiciones económicas. ¿Cree que le puede interesar trabajar
para nosotros?
-Pues creo que sí, señor diputado de cultura. Todo es
cuestión de que nos entendamos económicamente. ¿Qué le parece si nos vemos la
próxima semana?
-Estaré encantado, llámeme.
El 4L abandonó la cuneta y reemprendió nuevamente la
carretera, a la par que Carmelo sonreía colmado de satisfacción. El informe
sobre la monumentalidad de los pueblos había valido la pena.
Armilla/Granada a 11 de septiembre
de 2003. Con un recuerdo especial a la ciudad de Nueva York.
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