viernes, 22 de noviembre de 2013


PREÁMBULO




            -¡Señor diputado de cultura!, ha llegado Carmelo Chinchilla. El licenciado en Historia y Geo 



PRIMER ITINERARIO


            Aquel fin de semana, Carmelo preparó todos los efectos personales que iba a necesitar durante la primera semana de viaje. De ese modo, el lunes cuando despertó, siendo aún de noche, lo único que tuvo que hacer fue prepararse un zumo de naranja, poner la cafetera y tostar unas rebanadas de pan. Para a continuación bajar el equipaje del séptimo piso de la calle Pío Baroja, donde había alquilado un pequeño estudio cuando llegó a Granada.

            El 4L se encontraba en el mismo lugar que lo había aparcado la noche anterior. Afortunadamente, “los chorizos” no le habían prestado mucha atención, Carmelo supuso que esa era la suerte de poseer una birria de  coche. Y estaba en lo cierto, pues dos aparcamientos más abajo, el Fiat Punto que había estacionado tenía las lunas traseras hechas añicos.

            Tras colocar muy ordenadamente todo el equipaje en la parte trasera del coche, Carmelo arrancó y emprendió el camino. Su primer destino iba a ser ATARFE, un pueblo muy cercano a Granada que conocía por encontrarse en la carretera de Córdoba, la misma que utilizaba en sus desplazamientos a Lucena, su pueblo natal.

El tráfico en aquellas horas de la mañana era intenso, por lo que  tardó cerca de media hora en recorrer los diez kilómetros que separaban al pueblo de la ciudad.

            -Empezamos bien –pensó, mientras continuaba detenido en la confluencia con la autovía de Málaga. Cuando se le acercó un vendedor de cupones de la ONCE y le ofreció un décimo.

            -Es para hoy amigo, seguro que le tocan doce mil euros y se puede comprar un coche decente. No me explico-seguía señalando el “tullido”, pues el hombre renqueaba de la pierna izquierda-, como siguen permitiendo que estos cacharros circulen. Yo tengo un SEAT Toledo, que dispone de todos los extras. Mire, aquel que está aparcado en la rotonda.

            Cuando el 4L reemprendió la marcha, Carmelo llevaba unos euros menos en el bolsillo. Había adquirido un par de décimos al “tullido”, acontecimiento que le animó el espíritu y le hizo soñar por algunos instantes en la posibilidad de hacerse millonario. Así, alcanzó la carretera N432, irrumpiendo en la que fuera la Vega más importante del Al-Andalus.

            Entonces recordó algunos datos recogidos del libro de José Salobreña, sobre Atarfe: << El municipio granadino de Atarfe, situado en la Vega Alta, está asentado en las faldas de Sierra Elvira, cuyos terrenos están construidos principalmente por calizas, yesos y molasas del Terciario. Cuenta con una población cercana a los once mil habitantes repartidos en tres núcleos y sus dos anejos de Caparacena y Sierra Elvira. Atarfe tiene una situación privilegiada dentro de la Vega, al poseer tres elementos fundamentales como son vega, secano y sierra>>.

            En estas cavilaciones se hallaba Carmelo, cuando un letrero le indicó que tomara la desviación de la derecha, pues a quinientos metros se localizaba el pueblo.

            Tras el corto camino, el 4L llegó a la calle principal, que resultó llamarse Real. Y en la puerta de una notaría, con cierto esfuerzo y mucha pericia el joven funcionario logró aparcar el automóvil en batería. Comprobando al bajarse,  que el día era algo fresco, por lo que se puso una trenca de color azul marino, se abrochó los huesos que hacían de botones y se acercó hasta un viejo, que pasaba por allí.

            -¿Sabe usted de algún café cercano?

            - Claro que sí –le indicó el anciano que fumaba a la par que hablaba-, allí tras el árbol hay uno muy bueno.

“Chicote” se llamaba la cafetería y tenía trazas de haber estado en el pueblo desde los tiempos de los romanos. Carmelo entró a través de una puerta lateral de cristal y pidió un café con leche.

-¡Oiga! –le inquirió al camarero, una vez le había servido el café -. Usted debe conocer con seguridad al cronista del pueblo. Pues indiscutiblemente, que este es el bar  más concurrido de Atarfe.

- Pues sí que lo conozco, ¿pero dígame, para qué lo quiere usted?, si no es mucho preguntar...

Así, a  los  pocos minutos Carmelo conocía a un hombretón cercano a los setenta años y de grandes orejas, que respondía al nombre de don Antonio Orejón López y que según rezaba en su tarjeta de visita era Cronista Oficial de Atarfe.

Don Antonio, a pesar de su altura y volumen, era tierno como un niño en su trato y desde un  primer momento se puso al servicio incondicional de Carmelo. Eso sí, siempre que fuera  convidado a un “carajillo” para entrar en calor, le indicó sonriéndole.

- Pues usted dirá don Carmelo por donde le apetece que empecemos. Este pueblo es una fuente inagotable de la historia de Andalucía, en donde se mezclan las diversas culturas habidas a lo largo de los siglos. Personalmente, me gustaría mostrarle en  primer lugar la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, que se encuentra un  poco más “abajo” en la misma calle Real. Si le parece vamos caminando y de ese modo conoce algo más del pueblo. Además, que tengo el gusto de que me invite en el Casino de Labradores a otro “carajillo”.

El casino se encontraba a unos minutos de la cafetería en la  misma calle Real, y era una espléndida casa señorial del anterior siglo. Había sido lugar de encuentro durante muchos años de los labradores más pudientes del pueblo. Y actualmente, se hallaba restaurada por el Ayuntamiento, sirviendo como centro socio-cultural del pueblo. En la parte baja se había abierto un bar donde se reunían muchos vecinos para conversar y relacionarse.

-¡Buenos días, Manuel y compañía! Ponnos unos “carajillos” y dime que te debo.

-Para usted, don Antonio son dos euros.

-¡Manda huevos! -señaló el cronista-, con esto del Euro además de no enterarnos de  lo que pagamos todo está más caro. Pero, en fin así es la vida y hay que saber sufragar la modernidad que nos conduce  a Europa. Así que pague don Carmelo y hágalo por la nueva Europa.

Tras los “carajillos”, que fueron más de uno, Carmelo y don Antonio Orejón, cruzaron la calle y se acercaron hasta la plaza de la Iglesia, donde se ubicaba el templo de Nuestra Señora de la Encarnación, una bella construcción del siglo XVIII y que como su nombre indicaba está dedicada a la Virgen.

Don Antonio Orejón que estaba suspirando por servir de mecenas a su anfitrión, subió con la agilidad de un galgo los escalones de la entrada, mientras hacia señas a Carmelo para que lo siguiera.

-Dese prisa hombre y sígame. Vamos aprovechar ahora que no se encuentra el cura –señalaba el cicerón, en un intento por dejar al párroco a un lado y así llevarse la gloria de la explicación que tanto anhelaba-. La iglesia es de planta rectangular, como podrá observar, y dispone de tres naves heterogéneas afirmadas sobre pilares con arcos de medio  punto. La obra fue realizada, como era habitual en la época, con materiales de ladrillo y mampostería. En su distribución apreciaremos siete altares, y en la Capilla del altar mayor –seguía narrando el señor Orejón, como si se hubiera tragado una moneda y le fuera imposible darse un respiro- podemos ver un magnífico tabernáculo.

>>¡Pero sígame hombre de Dios!, parece mentira que sea incapaz de alcanzarme, si por edad puede ser mi hijo. Pues, el tabernáculo –continuaba diciéndole a Carmelo, mientras llegaban a la Capilla- está tallado en mármol de piedra jaspeada y resultó ser tan grandioso, que cuando las autoridades eclesiásticas del siglo XVIII lo conocieron, intentaron llevárselo a Granada para ubicarlo en la iglesia del Sagrario. Afortunadamente, se tuvieron que joder y dejarlo donde está, pues los atarfeños a punto estuvieron de correr a gorrazos al deán de la catedral que tuvo tan certera idea.

>>En fin, aquí dentro está todo visto. Vayamos al exterior y echemos un vistazo a la portada principal, que como verá es de parca  hermosura, y según pienso, se debe, por encontrarse enmarcada a ese arco de medio punto de  ladrillo y adornada por la hornacina que podemos valorar.

A la par, el señor Orejón y Carmelo iban rodeando el edificio, y el primero sin dejar de hablar por un instante, explicaba a un Carmelo abrumado, que el resto de los pórticos laterales también se asentaban sobre arcos de medio  punto, pero soportados por pilastras.

Tras aquella primera información sobre la iglesia, fue Carmelo quien tuvo necesidades de echarse algo al cuerpo, circunstancia que agradó a su acompañante, que ya añoraba otro carajillo.



Una vez terminaron de sacudirse un par de copas, ya con nuevos ánimos, don Antonio Orejón le dijo a Carmelo que el próximo lugar que le mostraría sería la ermita de Santa Ana. Pero, que antes sería aconsejable ir por el 4L.

-Es para que no se le vaya a enfriar el motor, al “haiga” que trae usted. Es broma, lo que ocurre es que tenemos que bajar hasta el Camino de la Monjas a casa del sacristán, que tiene las llaves de la ermita. Así, de camino lo conoce usted, pues es un hombre muy ilustrado que tiene facilidad para los refranes.

De este modo, volvieron sobre sus pasos y llegaron hasta el 4L que les esperaba en el mismo lugar donde quedara horas antes.

El sacristán vivía en una modesta casa en los ramales del pueblo. Era un hombre muy mayor, tanto que era difícil imaginarlo vivo.

- Soy del año 10 –comentó, nada más presentarse. Y viendo la cara de estupor de Carmelo, siguió diciendo-. Pero después de Cristo. Nací, en esta misma casa el 19 de octubre de 1910.

Entonces, el cronista que parecía tenerle mucho aprecio, le informó sobre el motivo de la visita.

-¡Escucha, Hemérito!, nos complacería mucho, que antes de darnos las llaves nos deleitaras con alguno de los refranes que sabes.

- Con mucho gusto, le voy a dedicar dos a tu acólito. El primero dice: “Ara en enero y harás a tu amo caballero”. Y el siguiente me lo enseñó un señorito del pueblo, y dice: “Ni buey blanco, ni mujer que se siente en el tranco”. Ahora, toma las llaves y déjame en paz que eche un sueñecito en el “tranco” mientras me fumo este “cardo de gallina”.


La ermita de Santa Ana se encontraba en un lugar muy céntrico del pueblo y para llegar hasta ella, tan solo tuvieron que caminar unos pasos por la acera que lleva su nombre.

-Esta preciosa ermita –comenzó diciendo don Antonio Orejón- ocupa el terreno donde se encontraba el convento de la Orden de San Pablo de la Cruz. Pero, cuando los monjes marcharon, ni se sabe por qué. Una parte de la abadía se dedicó a Cementerio Municipal. Parece ser, que por aquel entonces esto era simplemente una colina solitaria. Entonces, la antigua capilla del convento la convirtieron en cripta del cementerio.

>> A principios del siglo XIX, la población de Atarfe se fue haciendo numerosa, sobre todo gracias a la introducción del cultivo de la remolacha y su posterior molturación. Cuentan que se llegaban a moler ciento quince toneladas de remolacha al día. Esa circunstancia hizo que el pueblo creciera en varios sentidos. Uno de ellos, fue en dirección al antiguo cementerio. Circunstancia por el que se trasladó al lugar que actualmente ocupa. A raíz del cambio, la capilla sufrió grandes reformas en su conjunto, resultando configurada tal y como hoy la conocemos. Y lo que es más importante, consagrándose al culto de nuestra patrona Santa Ana.



            Una vez finalizada la visita a la ermita de Santa Ana, era ya casi mediodía, y don Antonio Orejón reclamó la “cervecita”.

            -Pero mire, ya que disponemos de vehículo, nos vamos a acercar al “Mesón de la Mosca”, que seguramente usted conoce aunque sea de oídas. Ponen las mejores tapas de “asadura” de toda la provincia. Así, que arreando.

            “La Mosca” se encontraba en la carretera nacional a unos cuantos kilómetros del pueblo, justamente donde surgían las primeras naves del polígono industrial capitaneadas por la grandiosa cooperativa de COVIRÁN, la asociación de supermercados  más importante de Andalucía.

            -Cuando yo era joven “La Mosca” era una tasca de carretera –iba contando el cronista- y estaba situada un poco más abajo, pero con la llegada de la  “modernidad” se reformó convirtiéndose en un restaurante de carretera. De todas formas, sigue siendo un lugar donde se come bien y barato.

            Una vez en el interior, Carmelo y don Antonio Orejón, solicitaron al camarero que les pusiera unas “cervecitas” acompañadas de “asadura”, que no es otra cosa que hígado de cerdo encebollado y revuelto de una exquisita salsa de tomate aderezada de picante.

            -Cuando nos tomemos tres de éstas, seguro que se tira un “peo” y enciende un fuego.

            Y llevaba razón el cronista, aquella “asadura”, además de estar primorosamente cocinada, picaba como un panal de avispas. Enfrente del restaurante se hallaba el complejo empresarial de “Mercagranada”, donde años atrás se agruparon un sinnúmero de  empresarios mayoristas para hacerse fuertes y poder mejorar las condiciones de comercialización de los productos de alimentación.

            -Sabe usted, don Carmelo, que en “Mercagranada” están instaladas más de ciento veinte empresas, de las que un cincuenta por ciento son mayoristas de frutas, hortalizas y pescados; mientras que el cincuenta por ciento restante realizan actividades de distribución complementarias o prestan servicios de atención a usuarios, incluidas entidades financieras y establecimientos de hostelería. Todo un acierto para la mediana empresa granadina. Muchas “Mercagranadas” harían falta en otros sectores. Pero en fin, a usted lo que verdaderamente le interesa es la cultura. Y de eso, sé un poco.

            >>¡Bueno, cambiando de tema!, es hora de almorzar, que le parece si lo invito a mi casa y después nos acercamos a la ermita de “Los tres Juanes”.

            -Pues mire, no quisiera molestar don Antonio –le apuntó Carmelo, que en el fondo estaba encantado por la invitación-, pero si usted insiste no tendré más remedio.

            -¡Hecho!, llamo ahora mismo a mi “señora” y que ponga un cubierto más.


            La casa de don Antonio Orejón se hallaba situada en una de las bocacalles paralelas a la calle Real, era una vivienda de dos  plantas, fachada blanca y balcones enrejados.

            -Fue la herencia que recibimos de mi suegro Paco “el del Coo y la Caera”. Un buen hombre que falleció ya va para veinte años. Pero, que   parece que fue ayer.

            >> Paco, mi suegro, fue ilustre en todo Atarfe, no  por lo buen labrador que era. Si no por la costumbre que tenía de cagar  subido en lo alto de una higuera que tenía en el corral de su casa. Todos le conocían por Paco “el del Coo y la Caera”, pues contaban que en cierta ocasión, mientras daba de vientre subido en las ramas de la higuera, éstas se partieron y el pobre cayó al suelo con la mala fortuna, según contaba todo escayolado en el hospital, de romperse el “coo” y la “caera”.

            La mujer del cronista se llamaba Patrocinio y en nada se parecía a su esposo. Ella era bajita, algo patizamba y sobre todo muy  pizpireta, también se le notaba algo de “mala leche” que Carmelo supuso debido a la baja estatura o al problema de las piernas, tipo desbravador de caballos. Pero, la verdad, es que  con Carmelo fue todo cortesía y gracia. Hacía muchos años, pensaba la buena mujer, que su esposo no tenía a bien, en invitar al almuerzo a  un personaje tan “distinguido”.

            Patrocinio era buena cocinera, de eso no había duda, Carmelo lo supo nada más entrar a la casa. Un olor que levantaba a los muertos envolvía todo el ambiente, como el más delicado de los  perfumes. El matrimonio Orejón vivían solos y parecían felices, sobre todo Patrocinio.

            -Siéntese don Carmelo a mi lado, verá que sopita de almendras le he preparado –doña Patrocinio hablaba a Carmelo como si fuera un conocido de mucho tiempo atrás-,  uno de los  platos más típicos del pueblo, que estoy segura que le hará chuparse los dedos.

            En efecto, la sopa estaba riquísima. Pero, lo que más agradó a Carmelo fue el segundo plato: “morcilla de lustre” con tomate. Un presente inolvidable realizado a base de sangre de toro cocida y perfectamente condimentada.

            Tras el almuerzo, que fue “regado” con un mosto de “Espadafor” pues en aquella casa -según doña Patrocinio- no entraba el alcohol -ni falta que hacía pensaba su marido, pues para eso están los bares con los “carajillos”-, Carmelo fue invitado a sentarse en un butacón y “echarse una cabezadita”.

            -Es que mi Antonio –explicaba doña Patrocinio- sin un sueñecito después de almorzar no es nadie.

            Así que, con  el documental de la tres y media, ambos durmieron roncando como niños.


            El 4L parecía que iba a entregar el pellejo, cuando surgió la primera rampa que llevaba hasta la ermita de los “Tres Juanes”, Carmelo hubo de detener el vehículo y cambiar a primera. No había otra forma de subir hasta la cima.

            -Imagínese, si ahora le cuesta trabajo subir en primera, lo que va a ser dentro de unos metros que es cuando empieza la carretera empinarse –explicó don Antonio Orejón, con cierto retintín.

            -Pues si es de ese modo tendremos que subir caminando.

            No hizo falta, el 4L logró llegar hasta la  cima. Lo hizo como los bueyes, paso a paso. Pero llegó hasta lo más alto, como si de un Indurain se tratara.

            El paisaje que ofrecía la cúspide era realmente sobrecogedor. Por un lado, se podía distinguir a Sierra Nevada al fondo, rodeada en su base de la esplendorosa ciudad y parte de la Vega. En otra parte, la de la zona Sur, se advertía otro recoveco inmenso de la Vega con sus pueblos lindantes, el Puerto del Suspiro del Moro y las sierras de la Mora y Águila. En la parte opuesta, además de multitud de cuadriformes hazas con la autovía de fondo se podía apreciar el desarrollo industrial de la provincia con algunos desordenados polígonos industriales.

            - Seguro que no se imaginaba que iba a contemplar algo tan grandioso desde este cerrillo del “Castillejo”, no lo digo por todos los trabajos realizados en el conjunto, que como apreciará son muchos, sino por el entorno que podemos ver. Es fascinante. Personalmente habré visitado el cerro, a lo largo de mi vida, un centenar de veces. Pues cada vez que subo me sobrecojo. Hace muchísimos años, subía a pie unas veces, otras, lo he hecho en bestias y siempre he pensado igual: “Los Tres Juanes” son únicos.

            >> ¿Sabe que el lugar, además de ser un tanto atractivo, es de gran importancia arqueológica?

            -Pues no, lo desconocía –le respondió Carmelo, que  mientras caminaba en dirección a la ermita pudo reparar en un restaurante nuevo y  perfectamente acondicionado -.

            - “Los Tres Juanes” se construyeron en 1941 por don Juan de Dios Sánchez Pozo. De este señor se cuentan muchas historias, la mitad de ellas supongo que serán inciertas, pero alguna imagino que será verdadera. De entre todas, la más conocida es la que dice que recibió un encargo directo de la propia Virgen, para que erigiera una ermita en este lugar y  ofrendara su culto a San Juan Evangelista, San Juan Bautista y San Juan de Dios. De ahí, el nombre del santuario.

            >>Pero una cosa es la ilusión de los santos y sus feligreses. Y otra, es la realidad económica. Y ésta era, que don Juan de Dios Sánchez no tuvo los suficientes duros para finalizar la obra, a pesar de recibir ayuda por parte de muchos vecinos del pueblo, que sufragaron muchos gastos, aportando materiales y otros enseres. Cuando murió don Juan de Dios, la faena se  paralizó y tuvimos que esperar muchos años para su conclusión, llevada a cabo por la Escuela-taller, que además organiza este complejo turístico y recupera el entorno natural, muy deteriorado por la multitud de canteras existentes.

            >>Ahora, que ya conoce algo más de “Los Tres Juanes”, pasemos al interior de la ermita. Seguro que  se  va a recrear con la visión del artesonado de madera de estilo mudéjar y el suelo de mármol de las canteras que ha visto anteriormente. Todo ello, es obra de los alumnos de la Escuela-taller. Es para sentirse orgulloso de esos muchachos.



            Con la visita a “Los Tres Juanes”, Carmelo dio por finalizada su estancia en Atarfe. Estaba anocheciendo cuando se despidió de don Antonio Orejón  López y tras un fuerte apretón de manos, reemprendió el viaje hacia Pinos Puente. Para hacer noche en el hotel “Montserrat”, una hostería contigua al pueblo con excelentes vistas a la Vega y limítrofe al río Cubillas.

            Desde su habitación, que disponía de todas las comodidades habidas y por haber, llamó a don Manuel Marina, un librero retirado que ocupaba su tiempo libre llevando la corresponsalía del pueblo a un prestigioso periódico.

            -¿Don Manuel Marina?, le llamo de parte de don Antonio Orejón, que me ha facilitado sus datos...

Sin darle tiempo a finalizar la frase, el señor Marina, le comentó a Carmelo que ya le había llamado su colega de Atarfe y que desde ese preciso momento se ponía a su disposición. De este modo, quedaron para la siguiente mañana para tomar café en el restaurante “La Cruz de Granada”, que se hallaba saliendo del hotel y cruzando la carretera.

El siguiente día despuntó muy nublado y a las nueve de la mañana parecía que, aún estaba amaneciendo. El frío era intenso, sobre todo  por la proximidad de la Vega.

Cuando Carmelo entró en el restaurante-café, se topó con una de los mostradores de mayores dimensiones que recordara. Una tropa de camareros servían café a toda velocidad a diestro y siniestro. Antes de que hubiera podido desprenderse de la “trenca”, un camarero le colocaba ante sus narices un platillo con cucharilla y azucarillo.

-¿Qué va ser?-le dijo el gentilhombre-.

- Pues..., póngame un café con leche y una tostada de tomate con aceite.

El camarero que resultó llamarse José Luis y era uno de los  propietarios del restaurante, sin moverse del lugar, gritó con toda su fuerza.

-¡Micaela!, una de tomate y un café con leche.

Así, antes de que pudiera despabilar un poco, Carmelo se metía entre pecho y espalda una soberbia tostada rebosante de un magnífico aceite que le resbalaba por entre los dedos y que a punto estuvo de mancharle los pantalones.

-¿Un cigarrito?-era nuevamente José Luis, que muy amablemente por su parte deseaba congraciarse con el cliente, más que nada para ganarlo para próximas ocasiones-.

-Muchas gracias, a propósito estoy esperando a don Manuel Marina, imagino que le conoce. Podría indicarle cuando llegue que estoy aquí.

-Con mucho gusto, pero no hará falta, pues es el del peluquín rubio que acaba de entrar. Un buen hombre, a pesar de ser “mariconcete”.

            Don Manuel Marina rondaría los sesenta años, pero en su afán    por parecer joven, vestía de unas formas tan extravagantes que le hacían parecer un “bicho raro”. Como  prenda de abrigo llevaba puesto una gabardina de hombros tan abultados como los de un culturista, que acompañaba con un chaleco de lana multicolor que le llegaba cerca de la rodilla. Además, utilizaba unas desfasadas gafas graduadas y de pera con cristales verdes que en nada conjuntaban con el peluquín rubio metalizado que cubría su oblonga cabeza. Transitar por la calle con él  debería ser todo un poema.

            A Carmelo, el señor Marina le hizo recordar una vieja historia que su madre le había contado en su niñez. El protagonista era un mozalbete parisino, que viajaba todos los veranos a casa de los “Écija”, una de las familias más pudientes de Lucena, para intercambiarse por uno de los hijos. Gerard era el nombre del joven francés, que en aquellos años de la posguerra recorría las  llanas calles del pueblo, vestido con unos pantalones cortos y una camisa de flores. Todo un  poema para la mentalidad de aquellas gentes rústicas, que le tiraban  piedras a su paso y lo insultaban con todo tipo de improperios que el muchacho desconocía.

            Para más “Inri” de la situación, las criadas de la casa “Écija” contaban que no utilizaba calzoncillos blancos sino unas bragas con orificio parecida a las empleadas por las mujeres. Aquello era inadmisible, y por ello, los jóvenes del pueblo decidieron hacerle “una putadilla”, consistente en darle a probar un higo chumbo, algo normal si se lo hubieran ofrecido pelado. Contaban las malas lenguas, que tras “comerlo” y comprobar en sus propias carnes las espinas de la fruta, don Leovigildo, el “practicante”, se pasó gran parte de aquélla noche extrayéndole, con la paciencia del santo Job, todas las púas que le fueron posible de la lengua y del cielo de la boca.



            Carmelo y don Manuel Marina se saludaron afectuosamente y el primero invitó al segundo a tomar un café cortado.

            -Es que he de vigilar el peso, sabe usted –le explicó Marina-. Uno se debe a su imagen y debe estar  presentable en todo momento. Y por esto vigilo el  peso siempre que puedo. Nunca se sabe.

            Tras el café y el conocimiento recíproco habitual, ambos “investigadores” dejaron el café-restaurante Cruz de Granada y tomaron el 4L para visitar “El Puente Árabe”. Monumento erigido en el siglo VI y que se encontraba enclavado a la entrada de Pinos Puente, sobre las aguas del río Cubillas. El puente estaba compuesto por tres magníficos arcos realizados en sillería y cada uno de ellos era de diferente tamaño en el total de la prolongación de su herradura, menor en el de mayores dimensiones, que iba acrecentándose en los restantes. Advirtiéndose, una predisposición a las formas visigóticas, es decir, menor herradura en los arcos de mayor tamaño y aumento en los menores. De él diría el ilustrado Gómez Moreno: «...su aparejo es de sillería, atizonada normal, descentradas sus juntas de hilada a hilada, resultando como el de la ampliación de la mezquita de Córdoba, obra de Abderramán II»

            A Carmelo le agradó la construcción, sobre todo cuando la fotografió desde la orilla del río. Entonces pudo percibir todo su esplendor y reparar en la desigualdad de los arcos. Momento que aprovechó don Manuel Marina para informar a Carmelo de una serie de datos que ostentaba en su  poder.

            -La longitud del pasadero de este vetusto puente alcanza los 46 metros –empezó exponiendo-, estando compuesto por tres arcos desiguales, que en el central logra unas dimensiones de 9 metros y 80 centímetros de diámetro. Siendo la curva que forman en herradura, dilatada en razón inversa de su cuerpo, con desarme radial y refuerzos de pedestal. El arco de mayor tamaño tiene engatillados los bloques en que se cimentaron. Entre los arcos florecen pilas con tajamares redondeados contra la corriente, en la antigüedad existió en una de ellas una torrecilla defensiva que sucumbió en 1431.

            >>Los tajamares son de estructura singular, unos redondos sitos en dirección a la corriente y el resto cuadrados puestos en el lado inverso, conforme al uso romano. Los arcos surgen acentuándose del haz del muro mediante una espontánea moldura de pedestal con formas medievales. En la bóveda interior son apreciables los mechinales al estilo romano, en los que se tuvieron que apoyar las cimbras.

            >>De la arquitectura de este puente prepondera su aparejo que se realizó con sillares colocados a soga y tizón, propios de las construcciones romanas. Y que se halla oculto por el repasado de todos los haces de los muros que disponen de un encadenamiento de fajas poco profundas, cuyos ensamblajes no ajustan con el real.

            >>La obra data posiblemente del siglo VI, así lo atestiguan los innumerables textos musulmanes que lo mencionan. Es importante resaltar que la garita destruida durante el siglo XV, fue rehecha en el siglo XVIII. Y que en su interior alberga una capillita con arco de paso y remate de almenas y capitel, en la que se venera a la Virgen de las Angustias, patrona del pueblo. ¿Qué le parece si subimos y la visitamos?


           

            Tras atravesar el célebre Puente Árabe, a igual que lo hiciera Cristóbal Colón unos siglos atrás, cuando fue en su busca un emisario Real con el mandamiento de que volviera a Santa Fe, pues sus majestades los Reyes Católicos habían cambiado de opinión, otorgándole los caudales necesarios para navegar hasta las Indias. Carmelo y don Manuel Marina encaminaron sus pasos hacia la Plaza de la Constitución, donde visitaron la iglesia parroquial. Una construcción de mediados de siglo XV, en la que destacaba una nave con siete altares, dos de ellos de madera, el mayor dorado y con manifestador. Esta nave central          de formas rectangulares, disponía a su vez de tres recintos separados de  la principal por pilares con arcos de medio   punto.

            -Como podrá   advertir –le explicó don Manuel Marina a Carmelo- esta nave central está cubierta por un valioso artesonado, al  igual que la capilla mayor.

            Mientras tanto, el cronista dejaba el recinto e indicaba a Carmelo que le siguiera.

            -Ahora si le parece, vamos a subir al campanario. Seguro que se alegrará al contemplar las vistas que desde él se divisan.

            Tuvieron que remontar más de quinientos escalones para llegar a la torre del campanario, Carmelo pensaba, mientras ascendía, que en el siguiente recodo el corazón le iba a estallar. Cuando llevaba subido algo más de la mitad del recorrido se desabrochó la trenca y se detuvo para tomar aliento, hecho que aprovechó don Manuel Marina para deshacerse del peluquín –no sin anterioridad haberle pedido su beneplácito a Carmelo, que no tuvo inconveniente en concedérselo- y secarse el frío sudor de su lustrosa calva.

            Llevarían cinco minutos trepando como saltimbanquis cuando una pequeña puertezuela surgió entre la oscuridad. Como pudieron la abrieron y una maraña estridente de luz les cegó por unos instantes. Entonces sintieron como  unas palomas revoloteaban por encima de sus cabezas, levantando nubes de  polvo.

            - La madre que las parió, el susto  que me han dado –gritó don Manuel Marina, mientras se secaba nuevamente la calva e intentaba colocarse el peluquín-.

            Las panorámicas desde el campanario eran en verdad sorprendentes, sobre todo si asomabas el cuerpo a través de uno de los enormes miradores, desde lo que se podían distinguir la espléndida Vega, las Sierras de Parapanda y las altas cumbres de Sierra Nevada.

            -Bueno Carmelo, verá que ha valido la pena el tremendo esfuerzo de subir a la torre. No creo que pensara igual el desaparecido Luis Miguel, el funerario del pueblo, que tuvo la osadía de pedirle las llaves de la iglesia prestadas al cura para subir hasta aquí y hacer como las palomas: volar. Sólo que al pobre se le olvidó pensar, que no tenía alas.



            Por la tarde, Carmelo, después de despedirse de don Manuel Marina, ya con el peluquín de nuevo bien colocado, y almorzar en el restaurante “El Avellano” unas migas con chorizo y  panceta, acompañadas de una buena jarra de cerveza, que le sirvió para hidratarse del esfuerzo del día. Arrancó el 4L para dirigirse al “Cerro de los Infantes”, una célebre necrópolis cercana al río Velillos, donde además se ubican los restos de una fortificación árabe.

            Para llegar hasta el sitio, tuvo que dejar atrás el pueblo y circular por la carretera nacional de Córdoba durante algo más de dos kilómetros, hasta llegar a una gasolinera, donde preguntó a un labrador si sabía por donde se subía al “Cerro de  loa Infantes”.

            -Pues mire, lo tiene ahí enfrente. Es el “peñón” que sobresale. Pero, para subir hasta el baluarte que desea, deberá tomar el sendero que se ve al fondo. Sabe, que cuando yo era un  niño iba con mis amigos a buscar monedas y piezas de hierro. Y que normalmente hallábamos alguna que otra, que después vendíamos por algunos duros a los coleccionistas que venían de Granada. Una pena, pues si hubiera ocurrido en estos tiempos, con seguridad que poseeríamos un museo en el pueblo. Pero, en el pasado la ignorancia no nos hacia apreciar las riquezas de nuestro patrimonio.

            Tras la grata charla con el campesino, Carmelo se quitó los zapatos para calzarse unas viejas “chirucas”, que siempre le acompañaban. Y así, dejó el viejo 4L bien aparcado y emprendió la marcha hacia el cortijo de “Los Ángeles”, próximo al Cerro y al Castillo de Velillos.

            No llevaría media hora de caminata, cuando se encontró con un rebaño de cabras y su pastor, que vigilaba apaciblemente a los animales, a la  par que ojeaba una revista de “Interviú”, en  la que se mostraba de portada a la difamada Carmina Ordóñez.

            -¡Buenas tardes, amigo! –saludó Carmelo, mientras se aproximaba hacia el pastor, que no dejaba de mirar los  pechos de Carmina- ¿Voy bien encaminado hacia el “Cerro de los Infantes”?

            -Si señor, pero mal día ha elegido para subir. No se da cuenta, que dentro de poco va a comenzar a llover. Yo si no fuera por las putas cabras, ya estaría en mi casa al amparo de la chimenea. Pero, que se le va hacer, me tendré que calentar mirando esta “guarrindonga”.

            Y en aquel momento, deslizó la revista a Carmelo, para continuar diciendo.

            -Pocas “filipinas” que me he hecho con esta tía, desde que era una moza, siempre me ha puesto como una moto. Y en más de una ocasión alguna cabra ha pagado el pato.

            Carmelo que se sintió incómodo por el rumbo que había tomado la conversación, se despidió del hombre como mejor supo y reanudó el atajo, que ahora se hacía más prominente.

            De este modo, llegó hasta la ladera donde se encontraba el “Cerro de los Infantes”, terreno muy próximo a la antigua ciudad de Ilurco. En aquel lugar, posiblemente, se  habrían hallado años atrás, restos de materiales prehistóricos, iberos, romanos y árabes. Testimonios que indicaban que el emplazamiento era de considerable importancia.

            Carmelo, tras detenerse durante unos minutos y observar la necrópolis con respeto, como era su costumbre en estos casos. Alcanzó su mochila, que había dejado sobre una roca, y extrajo una libreta donde tomó algunas notas. Para a continuación, seguir caminando hasta el cortijo de “Los Ángeles”, que se observaba a corta distancia.

            No  llevaría ni veinte pasos dados cuando una suave llovizna empezó a caer sobre el campo, por lo que Carmelo efectuó una rápida carrera hasta las ruinas de la fortaleza, que se hallaban apostadas sobre los derruidos muros de  algunas viviendas. En el interior de una de ellas se protegió de las inclemencias del tiempo, a la par que sacaba nuevamente de la mochila un chubasquero y un librito verde en el que se podía leer: El castillo de Velillos por Mariano Martín García y José María Martín Civantos.

                Abriéndolo por una de sus páginas comenzó a leer:  >> Allá por el año 1073, nos cuenta el historiador árabe Abd Allah en su manuscrito “Al-Tibyan”, cómo fue y el por qué de la construcción del castillo de Velillos. Parece ser que el último rey zirí entró en litigio con el rey Alfonso VI, al que se negaba pagarle tributo. Acto que impulsó  al castellano a aliarse con al-Mu’tamid de Sevilla para combatir en el Reino de Granada, con el fin de hacerse con la capital y adueñarse de los tesoros existentes.

            >>Tras llegar a sendos acuerdos, ambos monarcas acordaron como primera iniciativa la edificación de un castillo en un lugar propicio para emplazarse oportunamente y lograr poner en aprieto siempre que fuera necesario a sus adversarios granadinos. Se eligió un emplazamiento cercano al río Velillos, construyéndose una fortaleza en la que se dejaría una guarnición encargada de hostigar continuamente las alquerías y pueblos cercanos a la capital.

                >>Al retirarse de Velillos las tropas cristianas y los soldados de al-Mu´tamid, que habían custodiado la construcción de la fortaleza, el rey zirí emprendió acciones de guerra y sitio para apoderarse del castillo. Circunstancia que le fue adversa por encontrarse muy bien guarnecido y por recibir ayudas constantemente. Las fuerzas de ambos ejércitos eran muy similares y el granadino comprendió que convenía más aceptar las estipulaciones económicas de vasallaje que le había solicitado el rey Alfonso, a involucrarse en una reyerta que terminaría por aniquilar el Reino de Granada. Años más tarde, concretamente en el 1075 pasaría la fortaleza a ser del Reino de Granada y serviría para que los arquitectos musulmanes de la ciudad de Granada pudieran estudiar las mejoras que posteriormente realizarían en la Alcazaba de Granada.

            >>En un futuro cercano, la fortaleza de Velillos conocería, según nos cuenta Ibn al Jatib, a las tropas del Rey Castellano Fernando III, que en una incursión por tierras de Granada sufrirían una espectacular derrota a manos de Muhammad I en el contorno de la fortificación.

            >>En 1319, según nos cuentan las crónicas cristianas, fueron derrotados y muertos los infantes de Castilla don Pedro y don Juan, que habían sido tutores del rey Alfonso XI en una irrupción realizada a “Val de Velillos”. Años más tarde, en 1361, siguen contándonos los historiadores cristianos en la “Crónica del Rey Pedro I” que, al llegar  a Velillos, derrotaron a las tropas granadinas del que fuera rey Muhammad, y que, no conformándose continuaron hasta el pueblo de Pinos Puente en el que se establecieron.>>



            La vuelta hasta la gasolinera fue para Carmelo algo penosa, pues la suave lluvia se transformó en aguacero y un viento cortante como cuchillos de Albacete empezó a azotar el altozano, lo que convirtió la excursión en una aventura muy desagradable, sobre todo cuando las nubes ocultaron el día, haciéndose de noche cuando aún faltaban un par de horas de sol. Cuando Carmelo llegó hasta el 4L, se encontraba totalmente empapado a pesar del chubasquero de guardia civil que le debería de haber protegido de la lluvia la totalidad del cuerpo.

            Aquella noche, no se encontraba para nuevos lances, ni siquiera culinarios, por lo que volvió tan rápido como pudo al hotel “Montserrat” y tras darse una ducha reparadora, leerse el periódico y ver las noticias de Antena 3, bajó al restaurante del hotel y  pidió la cena.

            El camarero, que era  gordo como una vaca, le coreó todos los platos disponibles en menos que canta un gallo, mientras le servía una copa de vino tinto de marca desconocida.

            -Pues me va a  poner de primero una sopa de picadillo y de segundo una “tortillita francesa” con lechuga. De postre un café con  leche. A ver si entro en calor.

            -Muy bien señor, enseguida le traigo la “sopita”, espero que le guste  y que no le ocurra como al representante de zapatos.

            -¿Qué le ocurrió al representante?- le inquirió Carmelo-.

            - Muy fácil, que nada de lo que le servía era de su agrado. Yo con mucha calma, le fui cambiando los platos uno a uno y a la vez sirviéndole otros. Lo que no sabía el desgraciado era que la nueva sopa iba acompañada de un salivazo y que el filete de ternera había sido pisoteado por todos los cocineros.

            - Conmigo, no va a tener ese problema, le aseguro de antemano, que todo lo que me traiga estará exquisito. Le doy mi  palabra.

            - Pues no sabe lo que me alegro –le confesó el gordo camarero-, ya que me cae usted simpático y no es agradable hacerle feos al cliente.



            A la siguiente mañana y tras pagar la cuenta del hotel y desayunar en el restaurante “La Cruz de Granada”, Carmelo reemprendió nuevamente el camino. En este día iría hasta el pueblo de Moclín y visitaría su castillo y otros significativos lugares. La carretera que llevaba hasta la población, era una comarcal que transcurría paralela al río Velillos y que se hallaba en muy buen estado, y además, las vistas que se podían distinguir en el recorrido eran verdaderamente admirables.

            El día había amanecido para suerte de todos muy abierto y conducir por aquellos parajes resultaba ser  hasta gratificante. Cuando el 4L ascendió el primer repecho y salió de una curva muy cerrada y dificultosa que rodeaba un sembrado de olivos, Carmelo advirtió a un motorista parado en el arcén, que le hacía señas para que se detuviese. El motociclista resultó ser un marchante que se dedicaba al negocio de las legumbres y que se llamaba Rodolfo Martín Martín, era vecino del pueblo de Tiena y por lo que contaba a Carmelo, mientras se desprendía de un casco de motocicleta de color amarillo, iba de vuelta a su domicilio cuando la moto se detuvo en seco.

            -Imagino que será “cosa” eléctrica, pero es que yo entiendo poco de mecánica, sabe usted. Para eso está mi sobrino que es mecánico y tiene un taller en el pueblo, donde arregla desde bicicletas hasta máquinas cosechadoras. Un artista el muchacho de la mecánica.

            >> Me contaba, que se dirigía hacia Moclín. ¿Alguna promesa al Cristo del Paño?

            -No es que estoy recorriendo la zona haciendo una catalogación de todos los monumentos y edificios históricos.

            -Pues por aquí –le expuso el motociclista- no va a encontrar nada más que cuatro piedras, que no sé por qué no las han quitado de en medio.  Imagínese hay en Moclín, un castillo moro que no es más que ruina. Pues bien, una parva de muchachos no hace más que perder su tiempo en intentar arreglarlo, cuando lo más fácil es barrenarlo y edificar algo útil en el terreno.

            Carmelo, ante la tosquedad del motociclista no hizo oídos y se centró en la carretera y en el paisaje, que transcurría entre campos de olivos y tierras en “barbecho”, pues aún no había llegado el tiempo de la siembra.

            En una revuelta de la carretera, el río Velillos se aproximó tanto al asfalto que el agua se podía escuchar desde el automóvil.

            -Esa pequeña cascada que ve enfrente –apuntó Rodolfo Martín Martín, que deseaba reemprender nuevamente la conversación-, la llamamos “La Media Luna”, pues si se fija tiene la forma del satélite. Más allá, en lo alto de la cima que viene, se encuentra la residencia de los propietarios del cortijo de Búcor. Unos señores que viven casi todo el año en Madrid y que vienen a visitar la  tierra nada más que por vacaciones. Si yo fuera el dueño de tal hermosura, no faltaría ni el día de mi muerte.

            En efecto, a los pocos kilómetros hallaron un enorme cortijo que dividía el río en dos poblados y que respondía al nombre de Búcor. Las tierras de la hacienda eran tan espaciosas que se perdían en todas las direcciones de vista.

            Cuando dejaron atrás el cortijo, Rodolfo Martín volvió a tomar la palabra para indicar a Carmelo, que la próxima propiedad que atravesarían era el conocido cortijo de “Enmedio” y que se anduviese con cuidado pues un par de kilómetros más allá debería desviarse para tomar la carretera que los llevaría hasta Tiena y Moclín.

            Un indicador amarillento señalaba el cruce, Carmelo redujo la velocidad del 4L y tras poner el intermitente, giró hacia la izquierda e inició la subida de una empinada rampa que se abrió en la carretera como por sortilegio.

            -No se asombre amigo de la cuesta –expuso Rodolfo Martín-, pues es la misma que años atrás utilizaban las bestias para remontar al pueblo. Cuando construyeron la carretera, supongo que no tendrían más alternativa que ensancharla y darle asfalto. Ahora con los vehículos se puede medio subir, pero tendría que haber visto a los borricos como sacaban la lengua y agachaban las orejas en mis años mozos.

            Tiena era un pequeño pueblo, que se encontraba en mitad de la formidable ladera, donde surgía un collado en sentido opuesto a la calzada. Sus viviendas eran todas rústicas y de perfil similar.

            Rodolfo Martín quiso invitar a Carmelo a tomar una copa de aguardiente con pasas e higos secos en su casa.

            -Verá que la vivienda es muy humilde, pero no falta ni una buena tripa de salchichón ni una buena botella de vino.

            La casa del motociclista y tratante se encontraba en la calle Queipo de Llano, que paradójicamente se situaba en una “pendiente”, que daba cabida a la “Casa del Pueblo” y a la sede del “PC”. Era una vivienda de dos plantas, la primera se utilizaba como recibidor, comedor y atajo por donde meter a los animales hacia los corrales.

            -En mi caso, a la única bestia que hago pasar es a la “Montesa”, que hemos dejado en el balate. ¿Por cierto, le apetece probar esos higos y el aguardiente?



            Sería cerca de mediodía cuando Carmelo, algo achispado y más contento que unas pascuas, reemprendió de nuevo el camino. Ahora, era un trayecto muy corto el que debería realizar. Simplemente, conducir por una empinada cuesta, de vista algo más que impresionantes, que lo enclavaría en la villa de Moclín. Una vez en el pueblo, debería presentarse a don Claudio Cueva, un rico comerciante ya retirado y amigo de Rodolfo Martín.

            Así lo hizo, encontrando a don Claudio en el “Café Moreno”, una bar cercano al Ayuntamiento, donde el displicente acaudalado consumía las horas entre cafés, cervezas y partidas de dominó. El antiguo comerciante, resultó ser un hombre encantador, a pesar de tener un aspecto apagado de tonos pajizos y estar más descarnado que un pabilo de maíz rosetero.

            Carmelo, tras las presentaciones de rigor, le informó que lo había llevado hasta Moclín y si podía servirle de ayuda.

            - Más que de ayuda, amigo mío. Me voy a convertir, si usted me lo permite en el conspicuo panegirista que le narre la historia y monumentalidad de mi pueblo. Por el que dejado la capital, el negocio, los hijos y hasta la mujer para confinarme en sus calles, plazas y bares.

            Así, Carmelo emprendió su tarea en el histórico pueblo, que se ubica en los denominados Montes Orientales y que durante la dominación musulmana adquirió gran importancia.

            -De aquella época –le refería don Claudio Cueva- nos queda la fortaleza, cuya historia se remonta a la segunda mitad del siglo XI, aunque se desconoce con exactitud la fecha de su construcción. Pero si tenemos en cuenta que durante el año de 1246 se perdió Jaén y que en 1280 surgen las primeras citas por  parte de Esteban Garabay, hemos de suponer que durante ese lapso intermedio se construyó la fortaleza de Hins al – Muklin o castillo de las dos pupilas.

            Todo estos acontecimientos los narraba, el canijo de don Claudio, mientras atravesaban un corredor en forma de recodo situado en extramuros, y construido por  los almohades, que sirvió para impedir el  paso a personas no gratas en el recinto amurallado.

            -Para poder acceder al ámbito fortificado –seguía narrando don Claudio-, primeramente vamos a recorrer el sistema defensivo y nos deleitaremos observando el corredor, que dota espléndidamente a la puerta de entrada, que como usted verá se encuentra flanqueada por dos torres y el escudo nazarí. 

            >>Ahora, si le  parece, entremos al albarcar –que es un espacio existente entre las murallas y la alcazaba-, que es de formas singulares, y sufre una leve inclinación al ocupar solamente una vertiente del castillo. Mire usted, como lo protegen las murallas y como se alternan las torres cilíndricas y cuadrangulares.

            Tras la inspección del albarcar, Carmelo y don Claudio, atravesaron el camino real que los llevaría hasta la alcazaba. Para ello, cruzaron una puerta que se hallaba protegida por una estructura en forma de recodo de características similares a la principal, pero más pequeña. Una vez en el interior, ambos visitantes anduvieron por entre el aljibe y se recrearon soñando en la Torre del Homenaje.

            -Este aljibe, es uno de los de mayor tamaño que se han conservado de las fortalezas hispano-musulmanas. Fue realizado mediante el sistema de “tabiya”, que consistía en colocar unos  palos unidos a unas tablas laterales y entre ellos se introducía argamasa. El aljibe era de vital importancia para la población de Moclín en tiempos de asedio. El agua llegaba a su interior, mediante el acarreo de las bestias y por canalizaciones provenientes de los desagües de los tejados.

            >>¿Sabe usted?, que este castillo fue utilizado como cárcel en tiempos de los Reyes Católicos. Y que entre estos muros vivió prisionero el hijo de Boabdil, al que se utilizó como garante.

            >> Bueno –continuó diciendo don Claudio-, le invito a comer, si no le importa en mi casa. Manuela, una viuda que me cuida, ha preparado unas manos de cerdo y  unas tortillas de collejas que despiertan a los muertos. Después, cuando hayamos dormido la siesta, visitaremos la Iglesia de la Encarnación donde se venera la imagen del Cristo del Paño.



Serían las cuatro de la tarde, cuando emprendieron la subida hacia la antigua parroquia de la Encarnación, no sin antes hacer una  parada en el “Café Moreno” donde Carmelo se tomó un café solo, que amargaba como los rayos, y don Claudio una infusión de manzanilla con una gotita de “Anís del Mono”.

La iglesia se sitúa a los pies de la fortaleza y cuentan que fue erigida sobre la que fuera mezquita musulmana, datando de época de los Reyes Católicos, que según cuentan las leyendas fueron sus fundadores.

            -La iglesia en tiempo de la guerra civil del treinta y nueve fue totalmente destruida –refería don Claudio con cierto pesar-,  los daños que se practicaron han sido casi insalvables. Se destrozaron paredes, puertas, techos, retablos, confesionarios, imágenes... Hasta el artesonado  mudéjar de la sacristía que era de un valor incalculable. Todo quedó hecho polvo.

>>Después de la guerra se rehizo totalmente el templo, quedando como se puede apreciar: con una sola nave, que está yuxtapuesta  al campanario y una magnífica portada en la que destaca un arco rebajado sobre el que se iza una espadaña, el ábside sigue siendo el original.

>>Pero la verdadera joya de la iglesia de la Encarnación se halla en aquel lienzo, conocido en el “mundo entero”, es el Cristo del Paño. El paño representa, como puede apreciar, a Jesús Nazareno con la cruz al hombro y punto de  perder el equilibrio. Cuentan las crónicas que el cuadro fue utilizado por las tropas de los Reyes Católicos como estandarte de guerra. Y que tras la conquista de Moclín fue regalado al pueblo.

>> Sin embargo, no llegaría a ser objeto de culto hasta bien entrado el siglo XVII, cuando un sacristán con cataratas recuperó la vista, tras realizarle una limpieza al lienzo y rezarle enfervorecidamente, a la par que le besaba los pies. De ahí, el apelativo del “paño” nombre que se daba a la enfermedad ocular en el pasado.



            Aquella tarde, tras la visita a la iglesia y pasear por las calles  del pueblo, don Claudio ofertó  a Carmelo una amable invitación para que pasara la noche en su compañía. Asimismo, le  mostró en su recorrido el edificio emblemático del “Pósito del Pan”. Una construcción mandada a levantar por el cardenal Cisneros, que reglamentaba el regular abastecimiento de semillas, alimentos y dinerario.

-De esta manera, ponían nuestros antepasados el barro antes de que picara la avispa y se precavían ante las malas cosechas, el acaparamiento y los altos precios. Todo un ejemplo de solidaridad y buena vecindad.


            A la siguiente mañana, el cielo volvió a estar encapotado y Carmelo tras despedirse muy agradecidamente de don Claudio Cueva, que le ofrendó con una bolsa llena de higos secos, para que se entretuviese por el camino. Arrancó el 4L, que se estaba comportando como un verdadero campeón, y puso dirección a Íllora.

            Lo hizo a través de la comarcal que unía los pueblos de Moclín y Puerto Lope, que era una carretera estrecha y serpenteante, aunque se hallaba muy bien asfaltada. Cuando llevaba realizados los primeros kilómetros, una tromba de agua comenzó a asolar los campos y Carmelo notó que el frío empezaba a ser intenso. Probó el mando de la calefacción, y a los pocos minutos el vehículo se volvía tan confortable como la mejor de las “suites” de un hotel. Así, avistó entre caños de agua indelebles para los limpiaparabrisas, el cruce de  la carretera nacional Granada-Córdoba. Giró en dirección a Granada y a los pocos minutos atravesaba el  pueblo de Puerto Lope, en donde hizo un alto para repostar y desayunar.

            Tras la habitual tostada de aceite con tomate y el café reanudó el viaje, ya con otros ánimos a pesar de la lluvia, que seguía siendo intensa. Un cartel indicador le sirvió de contraseña para que tomase una nueva carretera comarcal, que le internaría en unos ejidos de olivares de dimensiones interminables. La carreterita era tortuosa e interminable. Y a pesar de ser corta la distancia, los kilómetros parecían no tener fin. De vez en cuando, el 4L se cruzaba con tractores con sus remolques que escupían el barro de  las ruedas a diestro y siniestro.

            Serían las once de  la mañana, cuando divisó en la lejanía el pueblo de Íllora, una larga recta precedía la entrada. Circunstancia que aprovechó Carmelo para detener el automóvil en la cuneta y sacar el “Alcatel” de  la  mochila y ponerse en contacto con Antonio Salinas, un amigo natural del pueblo vecino de Alomartes y que conoció a  los pocos días de su llegada a Granada.

            -¡Antonio!, soy Carmelo Chinchilla, ¿dónde andas? Yo  me encuentro a la entrada de Íllora y voy a pasar el día aquí. ¿Podemos quedar?

            - Mira, da la casualidad que hoy tengo el día libre. Así, que dentro de media hora estoy contigo. Espérame en la cafetería Arte Nova.

            No habrían transcurrido veinte minutos cuando Antonio Salinas, un viejo “rokero” de “chupa” de cuero y gafas negras se presentaba en la  cafetería y abrazaba efusivamente a su amigo Carmelo.

            -Que alegría me das. Al último que hubiera imaginado por estos parajes es a ti. Dime que te trae por el pueblo.

            Tras una rápida explicación por parte de Carmelo, Antonio “se puso al loro”, quedando muy ilusionado de poder servir de ayudante de mecenas para algo tan importante como la realización de “un inventario sobre la  monumentalidad en la provincia de Granada”.

            -Como sé, querido amigo, que tu pasión son los castillos –le explicó a Carmelo, mientras tomaban un café-, vamos a empezar subiendo a la fortaleza nazarí. Pero si no te importa, primero recojamos al vigilante de  las ruinas.

            Simón era como se llamaba el personaje, un viejo que debería andar más cerca de los ochenta que de los setenta años de edad. Pero que se movía con la agilidad de un gamo y que los subió por pendientes imposibles, hasta llegar a las murallas, donde un transformador de “Sevillana” ocupaba el espacio que antaño sirviera de garita a los guardianes moros.

            La entrada a la fortaleza la realizaron a través de la puerta principal, situada junto a una torre de planta cuadrada y considerable tamaño.

            -La fortificación es de época nazarí y como podrán observar está totalmente destruida –les indicó Simón, mientras saltaba un enorme socavón-, solamente algunos restos de murallas y torres nos hacen imaginar el castillo colosal que pudo existir hace unos cientos de años.

            >>Estoy completamente seguro, que esta fortaleza fue en su tiempo uno de los principales bastiones musulmanes del territorio. Cuentas las crónicas que fue construida durante el siglo IX, y era conocida en todo el Reino por “ el ojo derecho de Granada”.

            Caminaron pausadamente por entre las que fueran dependencias y en una prominencia, que debió ser la zona residencial, Simón se detuvo para sentarse en una piedra cuadrangular y liar un cigarrillo.

            -Imagino que no querréis fumar un “cardo de gallina”, pero es lo mejor que hay para la tos –señaló el viejo entre risas, mientras liaba el cigarro-, me lo recetó el médico hace cincuenta años y me ha ido muy bien con ellos. Entretanto fumo, podéis echarle un vistazo a este libreto que siempre llevo en el bolsillo. En él, copié un artículo, que escribió don Alfonso Gámir Sandoval en 1956, en el que describía muy acertadamente al castillo.

            Carmelo cogió el libreto, que ya tenía las hojas algo rancias y amarillas, y observó la escritura infantil y de las letras redondeada que decían: << ... en la actualidad el recinto del castillo abarca en su diámetro mayor la muralla del castillo, dirección Este a Oeste, unos doscientos setenta metros y en su diámetro menor, Norte a Sur, ochenta metros. Se conservan cuatro torres semiderruidas, de las cuales tres parecen macizas y una hueca. En el centro del cuadrilátero se conserva un muro de argamasa que formaba   parte de la iglesia de San Gabriel, destruida por Sebastián y en la que había una lápida que según  un libro de memorias que se conserva en la actual iglesia parroquial decía: gánose esta villa del poder de los moros por los señores Reyes Católicos el 14 de junio de 1486, viernes a las tres de  la tarde, día de San Anacleto Papa y mártir y dejaron por Alcaide de este castillo a don Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de la Casa de Cabra, Duque de César y Baena. La iglesia se adjudicaba la propiedad del castillo y por cuenta de la  primera se realizaron pequeñas separaciones en el recinto del segundo, hasta muy entrado el siglo XVIII>>.



            Tras la visita al castillo, que duró algo más de una hora. Antonio Salinas y Carmelo tuvieron que invitar al redicho de Simón a unas “cañas” en el “Mesón la Terraza”, mientras hacían tiempo para la hora del almuerzo.

            Una vez estuvieron bien entonados de cerveza y algún que otro vino, se despidieron de Simón y subiendo al 4L se dirigieron al cercano pueblo de Alomartes. A la entrada de esta bellísima localidad, que más que un pueblo parecía un “Belén” al que le faltaba la nieve y los pastores, hallaron la “Venta de los Galgos”, un mesón de lo más animado en donde Antonio Salinas tuvo el “gusto” de invitar a su amigo Carmelo a almorzar algo tan original como: huevos a la Parapanda, unas chuletas de cerdo a la brasa y unas raciones de choto al ajillo. Todo esto, regado por un buen vino de la Ribera del Duero y una agradable conversación, en torno a la música rokera, de la que Antonio era un devoto.

            Al finalizar el almuerzo, ambos comensales tenían pocas ganas de reemprender la “excursión”, pero el deber estaba ante todo y no era cosa de que el motor del 4L se enfriara. Por lo que retornaron de nuevo hacia Íllora, pero antes de visitar la iglesia de la Encarnación, Antonio Salinas le planteó a Carmelo la posibilidad de conocer los alrededores del cortijo de los Duques de Wellintong, una donación que realizó el rey Fernando VII al aristócrata inglés por las ayudas prestadas durante la Guerra de la Independencia.

            -Cuenta la tradición que el rey español le concedió a Wellintong –explicaba Antonio Salinas- todas las tierras que fuese capaz de recorrer en un caballo durante un día. Como verás, más que a caballo tuvo que hacer el trayecto en helicóptero, pues la propiedad es interminable.

           

            De nuevo en Íllora se dirigieron finalmente a la iglesia de la Encarnación. Una edificación de mediados del siglo XVI, mandada a construir en recuerdo de los Reyes Católicos y erigida sobre los cimientos de una antigua mezquita. La estructura del templo era de formas rectangulares, disponiendo de una nave muy extensa, de altura proporcionada y gran solidez. Junto a la nave principal se podían apreciar seis capillas laterales, realizadas por el insigne maestro Juan de Riofrío, soportadas por arcos de medio punto con las dovelas ornamentadas. La Capilla Mayor, junto con la torre cuadrangular, fueron cimentadas por Martín Bolívar, disponiendo la capilla de un sencillo tabernáculo de mármol de diferente colorido. La cubierta de la iglesia se erigió en forma de bóveda de crucería con lunetas, disponiendo para su apoyo de muros, que reposan sobre una cornisa, que los recorre en toda su línea y que se cimentan sobre unas pilastras de gran esbeltez en sus perfiles. La construcción de esta insigne obra se debió al acreditado Diego de Siloé.



            Aquella noche Carmelo pernoctó en la casa de Antonio Salinas, que como sabemos vivía en Alomartes. Y a la siguiente mañana, cuando comenzaba alborear se despidió de sus amigos, para reemprender el camino en dirección Montefrío, uno de los pueblos que conforman la comarca granadina de los Montes Occidentales y que linda con la provincia de Córdoba.

            Para llegar hasta Montefrío, Carmelo circuló a través de una carretera serpenteante y peligrosa, de abrupta vegetación e intrincadas lomas, que le puso el corazón al límite de sus pulsaciones en más de una ocasión. Sobretodo cuando la dirección del 4L no respondía como debiera a causa de  la escarcha  que cubría ciertas zonas umbrías de la calzada.

            Aquel desplazamiento fue el más aventurado, que Carmelo recordara. Por eso, cuando llegó a la entrada de Montefrío, lo primero que hizo, a pesar de no tener costumbre, fue pararse en el “Mesón Curro-Lucena” que se hallaba en la misma carretera y pedir una copa de “coñac”, ya habría tiempo para el desayuno.

            -Mal día para viajar, supongo que la carretera debe estar helada en la mayoría de los recovecos –le manifestó un individuo de unos cuarenta años, tan rubio como un irlandés y que parecía ser hombre ilustrado y de medios económicos-. Me llamo Florencio Figueras, aunque todo el  mundo me conoce en el pueblo por Floren.

            -Encantado, Carmelo Chinchilla, soy funcionario de Diputación y me encuentro haciendo un estudio sobre los más importantes  monumentos de  la provincia de Granada.

            -Ah, muy interesante –le dijo don Florencio Figueras-, mi trabajo en nada se parece al suyo, aunque también es muy sugestivo, por lo menos para mí. Pues me dedico a la cría de ganado caprino y estoy intentando, con la raza murciana-granadina, incrementar la producción de leche de cada unidad. Fíjese, yo que me hice ingeniero agrónomo porque mi vocación eran las plantas y ahora termino de “pastor de cabras”. Pero bueno, no le quiero dar la tabarra con mis cosas. ¿Le importaría que  le acompañara durante la visita que realice a Montefrío? Aunque no soy un licenciado en arte e historia, si le podré ser de mucha ayuda, pues mis ratos libres en el pueblo son muchos y los dedico a estudiar su historia y costumbres. Seguro, que si no fuera ingeniero y ganadero, me habrían hecho cronista. ¿Qué le parece si empezamos nuestra gira, visitando el núcleo urbano y deponemos los arrabales para más adelante?

            -Pues por mí, encantado y muy agradecido.

            Así, dejaron el “Mesón Curro-Lucena” y se dirigieron hacia el pueblo en el “todoterreno” de Floren, que era como le agradaba al ingeniero que le llamaran.

            La primera parada la hicieron en la calle Enrique Amart, donde dejaron aparcado el “Toyota”, para dirigirse bordeando alguna calleja hasta el convento de San Antonio, una construcción de estilo barroco, que había servido de panadería hasta que el Ayuntamiento en fechas recientes lo había adquirido.

            -Una pena, amigo mío, que  una joya como esta haya estado tan desprotegida durante tantos años. El edificio perteneció a la orden franciscana y se cree que data de la segunda mitad del siglo XVIII.

            Mientras Florencio Figueras relataba los infortunios de la abadía, se habían introducido hasta el claustro que era de estilo sobrio y de estructura cuadrada y constituido por arquerías de medio punto que reposaban sobre fornidas columnas dóricas. En el centro del patio una fuente adornaba el conjunto de la dependencia. Carmelo se acercó hasta ella e introdujo una mano, lo que casi le cuesta un constipado por la frialdad del agua.

             A continuación, a través de una oscura puerta se introdujeron en la iglesia del convento y Floren, en voz casi imperceptible, por respeto al lugar, entabló un discurso del que Carmelo apenas si podía escucharlo.

            -Esta iglesia es de estilo barroco, a igual que el resto del convento, como podrá apreciar. La planta es rectangular establecida sobre una nave central y dos capillas laterales que se comunican entre sí. Junto a ellas, hay una Capilla Mayor de estructura rectangular que exalta el resto de la construcción.

            >>Además, la iglesia dispone de una sacristía, que se encuentra allá, en el lateral derecho del crucero. La distribución de todas las estancias es representativamente jesuítica, como se puede comprobar en esas capillas construidas entre firmes puntales que sujetan la nave central. El alzado, en cambio, se logró por medio de pilastras dóricas que se izaron sobre pedestales.

            >>Ahora, sentémonos en uno de los bancos de la nave central y veremos en el centro una gran cúpula sujeta por arcos de medio punto y pilastras dóricas. Esta cúpula se decoró con formas de ópalos y enjutas disposiciones. El tambor se encuentra fraccionado en ocho paños, por medio de pilastras, entre las que destacan los adornos circulares sin ornamentos y las ventanas esféricas que dan luminosidad al conjunto.

            Tras  la visita al interior del convento, ambos salieron a la calle y caminar unos pasos para tomar perspectiva del edificio, continuaron recreándose en la obra.

            - La fachada principal del convento está formada –continuó explicando Floren, que parecía haberse olvidado de las cabras y de la productividad de la leche de éstas-, por dos cuerpos horizontales de formas diferentes, tanto en las dimensiones como en su decoración, que se hayan separados por una cornisa. La portada está diseñada en forma de arco de medio punto establecida sobre pilastras, que alternan con barras.

>>Si observa la clave, podrá comprobar que está guarnecida del escudo franciscano y las enjutas portan angelitos con las alas extendidas. Medias columnas de orden dórico rematan la portada. Fíjese en los pedestales y en su decoración, que por desgracia está muy deteriorada.

>>En fin, el convento se puede considerar un primor del arte barroco, impar para un pueblo como Montefrío.  Una maravilla que no supimos apreciar en su tiempo esplendoroso y que ahora deseamos “enfervorecidamente” rescatar por todos los medios económicos y humanos del “cajón desastre” en que se encuentran tantos prodigios de nuestra cultura.

            >>Bueno, mejor será que vayamos a tomar un café, y nos dejemos de demagogias baratas, que no conducen a nada y ponen a uno de “mala leche”.

            De este modo se dirigieron, caminando entre automóviles que habían aparcado sobre las aceras, a un café muy pequeñito donde servían churros y que se hallaba atiborrado de clientes.

            -¡Mario, pon dos de churros con chocolate! –apuntó Floren a voz en grito-. Verá que churros tan exquisitos “da el Mario”, pero si lo he traído hasta aquí, es para que pruebe el chocolate que está elaborado con la leche de las cabras de mi propiedad, algo inusual pero extraordinario.

            En efecto, los churros y el chocolate supieron a gloria a los comensales, sobre todo, después del frío pasado durante toda la mañana recorriendo conventos. En la cafetería, mientras se relamían de gusto, Floren presentó a Carmelo a don Sabino Rebollo, un “aristócrata” natural de Montefrío venido a menos y que presumía de las hazañas sexuales de uno de sus antepasados, que por lo visto era un magnífico “desbravador de doncellas” y que imaginó durante toda su vida haber sido el primer caballero que se había beneficiado a la reina Isabel II, en una de las ocasiones que visitó Madrid. Todo un bulo que servía al desventurado don Sabino, para continuar viviendo de un recuerdo familiar caduco.

            -Don Sabino es uno de las cabezas más ilustradas de Montefrío, seguro que tiene la amabilidad de  acompañarnos durante parte del recorrido y explicarnos cosas sobre la Casa Ayuntamiento, que perteneció a sus antepasados.

            Muy dignamente, don Sabino los condujo por la calle hasta llegar al Ayuntamiento. Lo hizo caminando muy estirado y cediendo el  paso ante las damas que se le cruzaban. Verlo transitar era una verdadera delicia, sobre todo, por la soltura que empleaba en llevar un viejo paraguas de varillas de madera y de tonalidades grises que en su día debieron ser negras.

            Al llegar frente al consistorio, don Sabino apoyó el paraguas entre sus piernas y mirando a Carmelo con aires de superioridad, le apuntó:

            -Esta  obra arquitectónica data de 1787, y fue construida como casa solariega. Como podrá observar es un edificio de tres pisos, en cuya fachada se advierten ventanas con rejas y un exquisito balcón volado en el segundo cuerpo. A ambos lados  de la fachada, apreciará, unas torres adosadas que encuadran a la portada de perfiles dintelados. Una edificación en conjunto de una concordancia inusual y sencillo estilo, propia de las grandes familias que rigieron la zona durante siglos.

            >>Durante la Guerra Civil –continuó explicando don Sabino, que ahora había encendido un cigarrillo de la marca “Goya”-  el edificio fue saqueado y desvalijado. La fortuna quiso que en 1942 se redactara un proyecto de adaptación y restauración para emplearlo como Ayuntamiento, inaugurándose como tal el 25 de mayo de 1947.

            Después de la visita al Ayuntamiento, don Sabino se ofreció para acompañar a sus insignes amigos hasta la iglesia parroquial de la Encarnación, una muestra del Neoclásico realizada, posiblemente por el madrileño arquitecto Ventura Rodríguez.

            -Esta obra data de principios de 1786 hasta finales de 1802 -comenzó diciendo don Sabino a Carmelo y compañía-, se sabe que para su construcción se emplearon “dineros” de la Cuarta Decimal, para que posteriormente fueran devueltos por la Fábrica Mayor de Montefrío.

>>Si se fijan bien, podrán darse cuenta que el diseñador, don Ventura Rodríguez, tomó como modelo para la obra las construcciones llevadas a cabo durante el período de la Baja Edad Media, que se determinaban por su luminiscencia, simplicidad y pureza, utilizándose planos geométricos básicos.

A la par que disertaba el recalcitrante don Sabino, no dejaba de recorrer y mostrar todas las partes del edificio. Así, caminaron por la zona exterior y vieron la sólida mampostería que la acordonaba por medio de simples perfiles, muros desnudos y vanos sin armazón.

-Esta fachada que es la  principal –señalaba don Sabino con su descolorido paraguas- se halla encuadrada por dos compactos contrafuertes y un frontón triangular. Sobre la puerta, que está dintelada, observarán, una ventana semicircular con reja que sirve para dar luz al interior. En la clave, parte superior, se descubre un escudo.

>>A continuación, pasemos al interior –Ahora don Sabino al igual que le ocurriera a su   paisano Floren en el convento, bajó el tono de voz y siguió refiriendo lo que observaba- y veamos la planta rectangular inscrita dentro de un círculo que conforma el templo y que se abriga con la enorme cúpula que tenemos sobre nuestras cabezas.

>>Allá en el fondo, se encuentra la capilla mayor que es también de formas rectangulares y de cubierta semicircular. Junto a ella, se encuentra la sacristía. A la que no vamos a visitar, pues es más interesante recrearnos en los distintos altares con sus arcos rehundidos y rematados por unas hornacinas.

>>Para finalizar el recorrido por esta  iglesia de la Encarnación, iremos hasta el Altar Mayor, que está realizado en mármol y se compone por de dos columnas dóricas al frente, un entablamento corrido y una cúpula de remate.

>>En fin, esto es todo. Ahora si me lo permiten voy a ir almorzar, pues es la hora.

Y en diciendo estas palabras, don Sabino miró la hora en un viejo reloj de bolsillo, que con seguridad había pertenecido a alguno de sus antepasados, y desapareció tal y como llegó: sutilmente, como es norma de cualquier caballero que se lo  precie.


Floren y Carmelo almorzaron juntos, en el “Mesón Curro-Lucena”, donde se deleitaron primeramente bebiendo un “vermouth”, para a continuación pasar a degustar una tabla surtida de salchichón, morcilla, chorizo y jamón, que alegraron con un vino tinto de Jumilla, que era tan espeso como la sangre y que resucitaba a los  propios muertos.

-Ahora, después de las tapitas –dijo Floren, que ya empezaba a estar contento- nos vamos a tomar unos “sesos al mojeteo”, que ya verás como te sientan, perdona que te tutee, pero es que después de este vino, soy capaz de hablar de tú al mismo Papa de Roma.

>>Para a continuación, pedirnos un “conejo al ajillo”, que la mujer de Curro prepara como nadie. Por último,  finalizaremos poniendo el broche de oro, tomándonos unos borrachuelos y el cafelito. Verás como todo esto te anima para seguir visitando el castillo.


Los restos de la fortaleza de la villa de Montefrío se levantaban sobre la parte más elevada de una roca, que  posteriormente serviría de base a la hora de construir el pueblo. Este castillo, ya en vías de total extinción, fue uno de los más importantes bastiones que protegieron el Reino de Granada de las incursiones cristianas desde mediados del siglo XIV, época a la correspondería su construcción.

-Hoy en día, -relataba Floren a Carmelo, que no sabía donde colocar sus posaderas tras el brutal almuerzo realizado- entre estas murallas abandonadas es fácil poder imaginar la historia de la fortaleza que levantó Yüsuf I para la mejor protección de su reino en el territorio occidental. El rey granadino confió la tarea de elección del lugar y su futura edificación al Alarife Mayor de la Alhambra, que tras recorrer detenidamente la zona fronteriza eligió el ámbito del actual pueblo de Montefrío como lugar más apropiado para erigir la fortaleza.

>> El castillo fue dotado, a conciencia, de un triple recinto, de vastos torreones, de almacenes, de aljibes para el agua y de una formidable plaza de armas. Todo lo necesario para poder resistir con desahogo de las acometidas de las huestes cristianas.

>>Durante mediados del siglo XV, la fortaleza sirvió como refugio del príncipe y Caudillo de los abencerrajes Ismail. En los años que albergó su corte en la zona, la convertiría en uno de los más importantes baluartes del reino nazarí. La fortaleza sirvió de escenario de trascendentales combates por parte del rey de Granada que pretendía expulsar del territorio al caudillo de los abencerrajes, aunque los resultados no fueron nunca los deseados y, años más tarde, el príncipe Ismail de Montefrío se convertiría en uno de los más importantes monarcas de la dinastía nazarí.

>>En fin, me parece que te estoy durmiendo con el rollo que te he marcado, por qué no te vas al “Toyota” y te echas un sueñecito. Mientras, yo me fumaré un par de pitillos, y en media hora te despierto para que vayamos a visitar la iglesia de la Villa, que se encuentra ahí mismo.

Carmelo, no se hizo de rogar y se fue hasta el “todoterreno”, se quitó los zapatos y con la bufanda se tapó los ojos para dormir más cómodamente. Al instante se quedó tan dormido, que cuando pasó media hora y Floren fue a despertarlo hicieron falta varios zarandeos para que recuperara el sentido.

-Sabes tú, que el “Toyota” es más cómodo que el sofá de mi casa.

-Pues me alegro, pues me ha costado un huevo y  parte del otro. Pero anda, espabílate y vamos a la iglesia.

La iglesia de la Villa o de la Encarnación, se encontraba situada en el recinto del castillo, sobresaliendo en lo más elevado de la  población. Se construyó durante el siglo XVI y se puede decir que simbolizaba el triunfo cristiano sobre el musulmán. Parece ser que fue obra de Diego Siloé, que trabajó en ella de modo incansable durante los años de 1543 a 1552.

El aparejo de los muros era de sillería, y la planta rectangular, disponiendo de una nave que acomodaba capillas laterales. Asimismo, cabía destacar una capilla mayor de formas poligonales y una torre campanario en cuya base se hallaba la sacristía.

-La nave central –relataba Floren, ya desde el interior del templo- se encuentra cubierta con una sencilla obra de crucería que está dividida en cuatro ramales similares. Las capillas laterales, se ensamblan dentro de los contrafuertes de los muros, y como podrás comprobar son tres a cada lado. Todas ellas, están cubiertas por bóvedas de casetones. La iluminación de la iglesia se obtiene a través de dos ventanales de medio  punto, que se sitúan en el lateral izquierdo, y  por otro que se halla en la fachada principal.

>>Salgamos de nuevo al exterior y observa la austeridad de su fachada principal, que se encuentra enmarcada por dos enormes puntales y dividida por dos cuerpos horizontales separados por una cornisa.

>>Fíjate en ella, y verás un relieve realizado en piedra que representa a la Encarnación. Está algo deteriorado, lo  que no impide que se aprecie su elegancia y la  perfección con que fue realizado.

>> Veamos ahora las fachadas laterales, que están divididas, una y otra, por dos cuerpos separados por una cornisa corrida a lo largo de todo el frente. El cuerpo superior se compone de grandes apoyos de formas góticas, en cambio, en el cuerpo inferior los contrafuertes quedan interiores entre capillas hornacinas.

>>La circunstancia de que las portadas fueran realizadas con arcos de  medio punto, se debió a que las portadas religiosas se construían, durante el siglo XVI en formas renacentistas, mientras que las que las civiles eran dinteladas.


Cuando finalizaron el recorrido de la parte alta de Montefrío, la noche se venía encima. Y Carmelo, muy previsor, indicó a Floren que le hacía falta encontrar un lugar donde hospedarse, pues deseaba descansar ya que el día había sido intenso.

-Pues el mejor lugar que yo conozco es mi casa, siempre que no te importe. Además, si te quedas vamos a cenar a base de queso de cabra y un buen vino de la Ribera del Duero. Seguro estoy que te agradará.

Carmelo no sabía que decir, desde que había salido de Granada para desarrollar su trabajo, todas las personas que había encontrado en el camino eran de una hospitalidad y gentileza inusual.

-Estaré encantado –fue lo único que se le ocurrió decir-, pero siempre que me dejes poner los postres.


A la siguiente mañana, tras desayunar unos churros en la cafetería de Mario, Floren y Carmelo se despidieron, no sin antes intercambiarse teléfonos y direcciones. Carmelo, nuevamente introdujo su equipaje en la parte trasera del 4L y tras darle un fuerte apretón de manos a Floren, reemprendió el viaje en dirección a Loja.

La distancia a recorrer no era muy larga, unos treinta y tantos kilómetros y el día afortunadamente, en nada se parecía al anterior, lucía un espléndido sol que iluminaba la comarca con mil matices. A la salida del pueblo, un lugareño hacía “autostop”. Era éste, un hombre de unos cuarenta años de rostro muy curtido y que vestía ropas de esas que utilizan los pueblerinos en los días festivos. Carmelo, nada más verlo detuvo el 4L y le indicó que subiese.

-A la paz de Dios amigo –le dijo el hombre mientras se apoyaba en la puerta del automóvil-, voy hacia  Huétor Tájar, pero parece ser que he perdido la “Alsina” y estoy aquí esperando que alguna alma caritativa tenga a bien llevarme.

-Pues nada, yo voy a ser el alma caritativa, suba que le llevo.

El autostopista se llamaba Anacleto Zamora y era natural de Montefrío, aunque vivía en  una cortijada próxima al pueblo, en donde se dedicaba al pastoreo de cabras.

-Perdone que huela de este modo –comentó el pastor algo azorado, al darse cuenta del aspecto repulsivo que había puesto Carmelo, cuando éste se acomodó-, pero  es que el olor a macho cabrio lo lleva uno incrustado hasta en los poros más profundos de la  piel. Ese hecho ha dado motivo en el pueblo para que todos me conozcan, no por mi nombre sino por el apodo del “Macho”.

-Pues que le vamos a hacer, no se preocupe, que todo se soluciona abriendo la ventanilla y echando un cigarro –dijo Carmelo, que acababa de arrepentirse de haberse detenido-.

El viaje hasta Loja fue realmente distraído, primeramente por lo sinuoso de la carretera, que no dio un  momento de respiro al conductor y también por la simpatía de “Macho”, que a parte del olor era un hombre recurrente y abierto. Cuando llegaron a Huétor Tájar el pastor le indicó a Carmelo que detuviese el coche en una venta que había a la entrada del pueblo y que se dejara convidar.

-Qué menos puedo hacer por usted, que ha tenido la amabilidad de traerme y aguantar el pestazo a cabra. Así, que vamos a echar un trago de “aguardiente”, que seguro que le dará fuerza para el resto del día.

Tras el lingotazo de “Machaquito”, que les supo a gloria, se despidieron. Pero, no llevaría Carmelo doscientos metros recorridos, cuando hubo de parar el 4L en la cuneta y buscar una “mata” en donde bajarse los pantalones y limpiar el intestino. El “aguardiente” había hecho un efecto laxante como no recordaba.  Ahora, con el ánimo nuevo y la ropa interior algo deteriorada se dirigió hasta Loja que se hallaba a tan sólo unos kilómetros.

Los orígenes de la ciudad de Loja se remontaban unos mil doscientos años antes de Cristo. Allá, cuando finaliza la Edad de Bronce y surge  un contacto comercial con colonizadores de índole fenicia y posteriormente romanos.

Pero, cuando verdaderamente el lugar adquirió una verdadera dimensión fue tras la llegada del Islam, llegando a convertirse en una ciudad de relevante importancia militar, que protegería a la Vega de Granada de cualquier tipo de incursión.

Antes de que tan ilustre bastión cayese en manos de las huestes de Isabel y Fernando, Loja había contribuido a la historia con personajes tan ilustres  como el polígrafo Ibn al Jatib, el capitán general Alí al-Attar y su hija Moraima que llegaría a ser esposa del afligido Boabdil.


Una vez el 4L se adentró en el pueblo, recorrió unos cientos de metros, a través de una amplia avenida con multitud de pequeños comercios a ambos lados y en la misma puerta de uno de ellos, Carmelo aparcó el automóvil, a la par que extraía de su mochila una vieja guía que le habían regalado meses atrás sobre Loja. Buscó el índice y comprobó que la ciudad se hallaba repleta de construcciones de índole histórica. Por una parte observó la monumentalidad religiosa y  por otra las edificaciones civiles. Ambas parecían interesantes. Así que comenzó  preguntando a un transeúnte por la Iglesia de Santa María de la Encarnación, que era la primera que aparecía en el libro.

Tuvo suerte, la iglesia no se encontraba muy lejana y pudo recorrer la distancia caminando. Cuando llegó, pudo leer que su construcción era del finales del siglo XV, y que se construyó por iniciativa del obispo de Málaga don Pedro de Toledo.

Dos  partes desigualadas y ensambladas conformaban el conjunto arquitectónico. La más  antigua era de estilo gótico-mudéjar y se correspondía con el principio de la obra. En su  interior se podía apreciar una nave que iba desde el Sagrario hasta la  unión con las bóvedas de crucería.

En cambio, la parte más moderna se había comenzado a construir en 1620. Y de ella cabía destacar la cabecera que se unía con la planta basilical, junto con la gran torre octogonal, cuyo campanario finaliza en un frontón triangular, acabado en una cúpula y linterna.

Mientras leía Carmelo esta información, unos niños se le acercaron y le preguntaron si era un “guiri”.

-No “bonicos” soy cordobés, ¿qué os pensáis que todo el que lee un libro delante de una iglesia es extranjero?

Y en espantando a los niños, que se fueron cantando una melodía famosa de David Bisbal, reanudó la lectura a la par que observaba la fachada principal de la iglesia con su  puerta de formas clásicas y el altorrelieve que representaba a la Anunciación.

            Después de la visita a  la Iglesia Mayor o de la Encarnación, Carmelo condujo sus pasos hacia el Ayuntamiento, el que fue Palacio del General Narváez. Y que se trataba de un hermoso edificio del siglo XIX, construido  por un arquitecto francés, que disponía de dos plantas y un ático. La fachada tenía forma irregular y acomodaba dos puertas de acceso casi contiguas. Una de ellas, la principal estaba escoltada por dos columnas que descansaban sobre pedestales de mármol. En el frontispicio de esta puerta se podía  observar el escudo de Loja tallado en piedra con el Corazón de Jesús en blanco sobre fondo de mármol rosáceo.

            El interior del Ayuntamiento ubicaba un ancho zaguán, a través del cual se accedía al patio, donde una hermosa escalinata de mármol dividida en dos tramos servía para coronar el piso superior.

            Un guardia municipal se le acercó a Carmelo, preguntándole qué necesitaba.

            -No necesito nada, muchísimas gracias, estoy haciendo algo de turismo y tenía curiosidad por ver el Palacio del general Narváez.

            >>Pero ya que ha sido tan amable, me gustaría preguntarle si se encuentra cercana la Iglesia de San Gabriel.

            -Pues no se halla muy lejos, pero llegar hasta ella es algo complicado. Así que le voy a presentar a Artemio el “Hojalata”, para que le acompañe. Es aquel gitano, que se encuentra sentado en el banco que hay en el zaguán. Es un buen hombre, aunque está algo trastornado, pues cree ser científico.

            Artemio el “Hojalata” era un gitano de esos que imaginamos en los libros. Alto, apuesto, sencillo y sobre todo con una gracia inusual. A los dos minutos de conocer a Carmelo, lo trataba con la misma familiaridad que si lo hubiera conocido durante toda la vida. Entre tanto le contaba los chascarrillos del pueblo y hasta del resto del mundo. Más que un hojalatero parecía un “periódico hablante”. Igual conocía cuáles eran los gustos culinarios del presidente de gobierno, como la nueva novia de Antonio David Flores.

            -Y es que el cometido de un hombre de ciencia, no es tan sólo crear naves espaciales y hallar virus malignos. Yo, en toda mi vida, nada de ello he descubierto. Pero sí, he logrado arreglar los agujeros a las cacerolas dándoles tan solo un  punto de estaño, cuando lo habitual es suministrar varios.

            >>En fin, ahí tiene la iglesia de San Gabriel. Mientras la visita, lo espero sentado en aquel banco, pues no me gusta tratar con el de arriba. Vaya que se acuerde antes de tiempo de mí.

            Esta edificación era uno de los ejemplos más originales del Renacimiento granadino, según rezaba la guía de Carmelo. Fue construida durante el siglo XVI por el célebre Diego de Siloé.

            El interior del templo era de  una sola nave, sobresaliendo la capilla mayor que se encontraba aderezada de una cubierta con bóveda baída, en la  que se observaba una representación policroma de Dios, los Apóstoles y varios santos.

            Del conjunto destacaba, su portada lateral, que se encontraba dividida en dos cuerpos: el inferior, con dobles columnas jónicas, que se yuxtaponía sobre pedestales y que franqueaban a un arco de medio punto sobre pilastras con imágenes en las enjutas. Un friso nos trasladaba al cuerpo superior, en donde se apreciaba una hornacina que representaba la Anunciación.

           


            Cuando finalizó la visita al templo renacentista, Carmelo se dirigió hasta Artemio el “Hojalata”, que lo esperaba resarciendo una cacerola en el portal de una casa, a la par que daba charla a una anciana señora, vestida toda ella con una bata de “guatiní” de color rosado.

            -¿Qué, ya ha terminado con la visita a San Gabriel?, pues ahora si quiere lo llevo hasta la calle Caridad para que conozca la ermita de nuestra patrona la Virgen de la Caridad. Después podía invitarme a comer, y mientras lo hacemos le comentó las nuevas invenciones de los científicos más afamados del  momento.

            La ermita de la Virgen de la Caridad era de arquitectura barroca y disponía de tres naves separadas por arcos apoyados sobre columnas dóricas cubiertas por bóvedas de medio punto. La nave central mostraba sobre el altar una cripta con óculos que iluminaban el interior y un camarín de la Virgen.

            El santuario fue erigido a finales del siglo XV, construyéndose sobre la que fuera Torre de Basurto y dentro del Hospital de  Peregrinos. La fachada era de estilo clásico y mostraba una puerta de arco de medio punto acabada con un frontón triangular y espadaña de campana.

            -¿A que no sabe por qué esta Virgen de la Caridad es la patrona de Loja? –preguntó Artemio el “Hojalatero” con cierta sorna a Carmelo.

            -La verdad, lo desconozco.

            -Pues muy fácil, porque en el año de 1753 la Virgen libró al pueblo de una terrible plaga de langosta que asolaba a toda Andalucía. Ahora, cumplamos lo pactado y vayamos a llenar la tripa. Que no sólo de cultura y ciencia vive el hombre.

            Fueron a almorzar al restaurante “El Sol”,  que se hallaba en la Avenida Andalucía, y en el que “El Hojalatero” era más conocido que en su propia casa. Artemio presentó a doña Rosario la dueña y ésta muy orgullosa por todos los honores dispensados por el gitano, recitó la carta como si de un poema del propio Lorca se tratara. Al final, decidieron pedirse para comenzar unos caracoles “menuillos” primaverales con su caldo de nueces, hierbabuena y guindilla, que la señora preparaba como nadie en Loja, y un “remojón” de naranjas, para terminar con un “cuchifrito” de chivo.

            Ya en los postres, doña Rosario se acercó hasta la mesa secándose las manos en un  inmaculado mandil blanco y  les ofreció un surtido de dulces de “gloria o bienmesabe”.

            -A los roscos de Loja y el café invita la casa. Imagino que los conoce –dijo la buena mujer a Carmelo-. Por si no lo sabe, yo se lo explico. Estos dulces están hechos de pan de bizcocho,  que se rellena de huevo, además de lustrarse con merengue. Tan ricos están que existen fabricantes que los llevan hasta Madrid y Barcelona, donde se venden en restaurantes de mucho postín.


            Una vez finalizado el almuerzo, Carmelo se dio cuenta que no había tiempo que perder si deseaba terminar de ver las obras restantes, así que se despidió de doña Rosario y le dijo a Artemio que hiciera el favor de llevarlo hasta el castillo, que se hallaba en la parte más elevada de una colina denominada Cerro de la Alcazaba. Las murallas que la rodeaban, recordaban lo que hubo de ser la fortaleza. Un enclave privilegiado a lo largo de la historia como lugar de asentamiento de diferentes culturas. Poblaciones que fluctuarían desde la propia prehistoria, la popular Cultura Algar, hasta el  período musulmán, sin olvidar los asentamientos romanos y la colonización fenicia.

            De nuevo Carmelo recurrió a su guía y pudo leer, a la par que ascendía por entre piedras: << Las excavaciones arqueológicas del  cerro exponen la presencia de diversos bastiones defensivos trabajados en mampostería, aunque con anterioridad existieran otras fortificaciones más primitivas realizadas en  piedra y barro. En este cerro surgirá el embrión de lo que es actualmente el pueblo de Loja. Aunque no tendremos testimonios escritos de su emplazamiento hasta el año 893, durante el Emirato Omeya. Durante los siglos X y XI, la ciudad de Loja desempeñó un importante papel en la defensa de la independencia califal Omeya frente al movimiento rebelde encabezado por Ibn Hafsun. Circunstancias que se aprovecharían para erigir el núcleo central de la Alcazaba.

            >>Ya en las postrimerías de Al Andalus (siglo XIII), la ciudad de Loja se vería envuelta en el continuo ajetreo bélico fronterizo del  momento, así lo demuestra el asalto y la destrucción de su fortaleza por parte del rey Fernando III el Santo. Hecho que debió de suponer un importante golpe para el  posterior desarrollo de la ciudad.

            >>Las torres que en la actualidad se conservan de la quebrantada fortaleza fueron construidas en forma de  planta cúbica, semicircular y octogonal. La técnica que se utilizó para su levantamiento fue el mampuesto calizo con restos de ladrillos a modo de niveladores. La Torre del Homenaje fue una excepción, haciéndose con materiales a base de tapial de cal y canto; ésta dispone de dos plantas en su interior y debió ser el  principal reducto de la fortaleza medieval.

            >>De las dos torres octogonales con que contó la fortaleza, solamente se conserva una, la denominada Torre Ochavada que se halla en uno de los extremos del recinto. El resto de las torres son meramente referencias encontradas en los legajos del Archivo Histórico Municipal>>.

-¡Bueno!, creo con la visita a la fortaleza se puede dar por concluido el trabajo del día –dijo Carmelo, mientras miraba con ojos de asombro a Artemio el “Hojalatero”, que se había entretenido en componer uno de los paragolpes del 4L, entre tanto él había recorrido el castillo-.

-Ni mucho menos –fue la respuesta que le dio el gitano-. Ahora voy a tener el gusto de llevarle hasta los Jardines de Narváez, que se encuentran a unos cuantos kilómetros del pueblo y son un primor. 

Para llegar hasta el  lugar tuvieron que transitar por la antigua carretera de Córdoba y tomar un desvío por el viejo camino de los Yeseros. Un lugar bellísimo regado por las aguas del río Plines, un afluente del río Genil.

-Cuentan que estos jardines fueron realizados al estilo francés durante el siglo XIX–relataba Artemio, mientras bajaba del 4L y se encaminaba hasta la cancela de entrada-, pero yo desconozco si es verdad, pues nunca he estado en Francia y mucho menos he visto sus jardines. Lo que si le puedo decir, y usted tendrá ocasión de comprobarlo, si nos deja pasar “Paco el Casero”, es que son de ensueño.

En efecto, cuando dejaron atrás la cancela y tras saludar al vigilante, Carmelo se topó con un vergel precioso, donde una gran fuente con surtidores y rodeada de un foso octogonal, componía una estructura de espaciosas calles rodeadas de cipreses, pinos, magnolios, tilos y laureles que acogían diversos macizos de boje.

-Todos estos árboles, los trajeron de los jardines de la Granja y de Aranjuez –le explicaba Paco el Casero a Carmelo, que no daba crédito a lo que veía-. Nosotros a lo largo de varias generaciones los hemos cuidado hasta ser lo que se ve. Y es que el señor duque tenía gran gusto, sobre todo a la hora de conjugar el estilo romántico de la época en las plantas con las singularidades árabes de los canales y surtidores.


Tras esta última visita a los Jardines de Narváez, el sol comenzaba a declinar por el horizonte y llegaba el momento de recogerse, sobre todo por el frío imperante en la comarca. Además, a Artemio el “Hojalatero”, le entró la prisa que suele dar a los desocupados.

-Sería bueno que me llevase hasta mi casa, siempre que no le importe –le apuntó a Carmelo-, llevo todo el día fuera y mis “churumbeles” y la mujer estarán inquietos.

De este modo, volvieron nuevamente hasta Loja, adentrándose por el camino que llevaba hasta la estación de ferrocarril, que era donde vivía el gitano.

No sin antes, atravesar el río Genil por su puente, que según le indicaba la guía, a la que volvió a consultar, era la pieza arquitectónica más representativa de la ciudad, y no en balde lustraba una parte del escudo heráldico, junto a dos montañas, una llave y un río.

El  puente databa de 1503, año en que el Ayuntamiento decidió construirlo en  piedra sobre cuatro arcos. Pero en 1533, comenzó a resentirse la obra, circunstancia por la que se utilizó durante muchos lustros como paso peatonal. Después de numerosos arreglos, se desplomó a finales del siglo XVIII, quedando interrumpida la comunicación entre el Barrio y la ciudad.

Sería el conde de Floridablanca quien podría remedio al entuerto, encargando una reconstrucción al arquitecto don Domingo Lois de Monteagudo, que le daría la actual fisonomía, de tres arcos con contrafuertes en forma de quilla.

Una vez en la explanada de la estación, Carmelo y Artemio el “Hojalatero” se despidieron, quedando en llamarse algún día para volver ir a almorzar al restaurante “El Sol”.

-Un último encargo, si va a Alhama de Granada, pregunte por un gitano llamado Serafín Maya. Es constructor y uno de los hombres más ricos de la comarca. Además de ser compadre mío. Seguro que le atenderá como usted se merece.


A la mañana siguiente, Carmelo no madrugó mucho. La habitación del “Hotel Los Abades” en donde había pasado  la noche era confortable y se encontraba perfectamente aclimatada. Así, que tras darse una gustosa ducha, afeitarse y recoger todas sus pertenencias, bajó hasta el comedor donde le esperaba un suculento desayuno inglés.

-Hoy, -pensó, mientras se sentaba en un confortable silloncito verde que conjuntaba con el mantel de la mesa- me olvidaré de las tostadas de tomate y aceite y desayunaré como el más elegante aristócrata inglés.

Con estos pensamientos se dirigió hasta las mesas que conformaban el “autoservicio” y tomando un  plato empezó a servirse todo tipo de “delicateses”. Mezclando, tocino frito con huevos revueltos, salchichas cocidas con lomos de trucha ahumados y hasta algún que otro  pastelillo. Todo esta mezcolanza regada con un enorme vaso de zumo y un café con leche.

Un camarero que lo observaba pensó para sus adentros, que el mozo no había comido desde tiempo de los Reyes Católicos. Y que tres más como ése y el negocio se iba al traste.

Tras el pantagruélico desayuno, Carmelo revisó los niveles del aceite y del agua del 4L y se  puso en marcha tomando la autovía que se encontraba en las inmediaciones. Condujo muy rápido hasta llegar al cruce de Loreto, donde tomó una carretera comarcal que le llevaría hasta su destino, no sin antes atravesar los pueblos de Moraleda de Zafayona, Buenavista, Valenzuela y Santa Cruz del Comercio.

Ya en Alhama de Granada, detuvo el 4L en el “Bar Gregue”, preguntando al dueño que si conocía a don Serafín Maya.

-Por supuesto que sí, es amigo de esta casa y de vez en cuando nos honra con su visita. Si lo desea, le dejo el número de su teléfono. Con seguridad que está en su despacho.

Don Serafín Maya esperaba la llamada de Carmelo, su compadre el “Hojalatero” ya lo había llamado y comunicado la llegada de éste. Y el buen hombre no se hizo de rogar y a los  pocos minutos de colgar el teléfono aparcaba en la explanada del restaurante su impresionante Mercedes Benz 500 SL de color gris metalizado y biplaza.

El rico gitano rondaba la edad de cincuenta años y era de una cortesía exquisita. Vestía de  un modo elegante, haciendo resaltar su vestimenta con un pañuelo de seda natura de vivos colores anudado a su cuello.

Tras tomarse un café solo en compañía de Carmelo, se ofreció para acompañarlo durante el resto de la jornada y mostrarle a su pueblo, al que denominaba “el nido del águila”.

-Lo primero que vamos a ver, será el castillo. Suba usted a mi “utilitario” –le dijo a Carmelo- que será algo más cómodo que su viejo 4L, automóvil del que guardo gran nostalgia. Pues cuando yo era marchante de ganado, recorrí muchas veces Andalucía en uno de ellos. Recuerdo, que el  pobre no tenía ni batería y tenía que arrancarlo a racha. Y es que en aquellos tiempos andaba muy mal de “cuartos”.


El castillo de Alhama de Granada se puede considerar uno de los baluartes más estratégicos que hubo en el Reino de Granada durante la dominación musulmana. Su trascendencia fue esencial en las zonas que conformaban la contienda. Hemos de recordar su notable emplazamiento, tanto a la hora de servir de defensa de un territorio como de ser la  punta de lanza conquistadora. Motivo que llevó a los árabes  a construir una excelente fortaleza, que aunque era de dimensiones relativamente pequeñas, no por ello menos inaccesible.

-La importancia del castillo de Alhama –contaba ya, de un modo apasionado don Serafín Maya- estribó en que su historia navegó paralela a la reconquista de Granada. En ese sentido, los monarcas cristianos se plantearon desde un primer instante la importancia que tenía para la corona poder disponer de una fortaleza fronteriza que les sirviera como núcleo de conexión con otros territorios tomados. Las labores que hubieron de desempeñar las huestes cristianas fueron de simple estrategia a la hora de su conquista, pues aunque la necesidad de hacerse con el territorio era grande, su mantenimiento definitivo era altamente costoso. Por ello, apostaron por la conquista, el saqueo y la retirada.

>>La primera expedición contra esta plaza estuvo capitaneada por don Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, que la condujo en el mayor de los secretos. La sorpresa fue total y en el empeño murieron cerca de un millar de moros y tres mil fueron hechos  prisioneros.

>>Un hecho anecdótico en el asalto, fue el descuido que tuvieron los militares de la alcazaba, que se dejaron sorprender mientras dormían. Cuentan que, tras la toma del pueblo, los cristianos se dedicaron al saqueo y el pillaje, así como hacerse con botines preciosos y no preocuparse de la réplica que le preparaban los granadinos. Por lo que fueron sitiados por las tropas de Muley Hacén y que, de no haber sido por la proximidad del rey Fernando V, hubieran perecido irremediablemente en la fortificación.

>>Las incursiones por uno y otro bando en el pueblo y el castillo se estuvieron produciendo a lo largo de toda la década, cesando cuando la ciudad de la Alhambra pasó a ser definitivamente dominio de los reyes castellanos.

>>En la actualidad la fortaleza, como  podrá apreciar, es una triste ruina, que parece sustentar aquellas torres que un día, hace más de quinientos años, pudieron observar como Juan Ortega de Carrión trepaba por sus muros, convirtiéndose en un héroe de tantos que conforman la historia de nuestro país.

>>Pero en fin, no nos pongamos melancólicos y sigamos nuestro recorrido. ¿Qué le parece si vamos a la Iglesia de la Encarnación? Seguro que le va a agradar. Los alhameños nos sentimos muy orgullosos de ella.

La iglesia era un templo de estilo gótico que fue construido entre los siglos XV y XVI. En cuyo interior destacaba el púlpito de estilo gótico mudéjar y la sacristía, donde don Serafín Maya se presentó al párroco, que fumaba un cigarro habano de grandes proporciones.

-Esta sacristía es famosa por albergar un conjunto de capas y casullas de gran valor, con una serie de bordados que posiblemente fueron realizados de manos de Isabel la Católica.

>>Pero la verdadera joya de la Encarnación es este lienzo, que se atribuye al mismísimo Alonso Cano.

Tras despedirse del cura, que seguía fumando impertérrito, como si la historia no fuese con él. Se dirigieron hacia las mazmorras, que se encontraban en la parte antigua del Barrio Árabe y que se remontaban a la época nazarí.

-Todas estas callejuelas –decía don Serafín Maya-, como podrá comprobar conservan el mismo aire de hace quinientos años. Y los rincones y plazuelas, en más de una ocasión, cuando paseo de noche, me invitan a soñar con los tiempos pasados.

>>¡Mire!, aquella es la calle del Caño de Wamba. Si se fija en la fuente, podrá observar labrados los escudos de armas de los Reyes Católicos y de Carlos I.

Después de dejar la fuente, emprendieron la marcha hacia la Plaza de los Presos, donde se encontraba el Pósito. Un edificio renacentista de formas circunspectas, en el que sobresalía su fachada de sillería y  sus columnas de piedra. Y que fue en su origen sinagoga allá por el siglo XIII.

-Ahora, nos dirigiremos hasta el Hospital de la Reina, que según me he informado fue el primer hospital de sangre del Reino. La construcción como observará es renacentista.

>>Para terminar el  paseo, visitaremos a la Iglesia del Carmen. Que fue construida  a mediados del siglo XVI y, que como observará, posee una planta de maneras manierista y decoraciones barrocas.

Una vez concluyeron de ver la iglesia, la rodearon y llegaron a una solana, desde donde don Serafín mostró a Carmelo las sorprendentes vistas de los tajos de Alhama, una impresionante panorámica digna de ser observada y que en nada desmerecía a la del pueblo de Ronda, a la vez que lo invitaba a almorzar en el restaurante “Los Caños de la Alcaicería”. Para lo que tuvieron que tomar de nuevo “El Mercedes”, pues el mesón se hallaba en la carretera Alhama-Vélez.

Diego Rivera era el propietario del restaurante, que nada más ver a don Serafín Maya se le acercó para saludarle afectuosamente, a la par que le ofrecía la mejor de las mesas, cercana a la chimenea.

-Don Serafín, parece como si alguien me hubiera dicho que iba  usted a venir. Por ello me he dicho: ¡Vamos a prepararle su plato favorito! Y así le hemos guisado una “Olla jameña”.

-Pues no sabes lo que te agradezco la atención. Pero seguro, que nuestro invitado no sabe de que se compone la “olla”.

-Muy fácil –apuntó Diego como si tuviese un resorte en la garganta-. La “Olla jameña” se prepara con garbanzos de las tierras de Alhama, que se cuecen con tocino añejo, morcilla, “coillo” y patatas. Eso, acompañado del “vino del terreno”, el favorito de don Serafín, resucita a los muertos del cementerio que han dejado ustedes ahí al lado.

-¿Y de segundo, con qué nos vas a sorprender?

-Pues si Dios quiere, con un conejito al ajillo. Después les invito a los cafés.

De ese modo transcurrió la comida y parte de la sobremesa, a la que se  unieron unos conocidos de don Serafín que estaban tomando “las aguas” en el balneario.

Estaba oscureciendo cuando abandonaron “Los Caños de la Alcaicería” y don Serafín llevó a Carmelo hasta el 4L. Y aunque era ya de noche, se despidió de su nuevo amigo y reemprendió el viaje en dirección a Santa Fe.

La carretera se le hizo larga hasta llegar a la autovía, pero una vez en ella fueron tan solo unos minutos lo que tardó en llegar hasta su nuevo destino, en donde encontró la pensión de “Reina Josefina”. Un modesto y confortable albergue en la que pasó la noche durmiendo de un tirón. Eran muchos los días que llevaba viajando y ya lo único que deseaba era poder dormir y dejarse de tantos monumentos y sobre todo comidas pantagruélicas.


A la siguiente mañana, Carmelo madrugó bastante, como era su costumbre y se fue a desayunar a la conocidísima cafetería de “Casa Ysla”, donde se tomó su habitual tostada de tomate y aceite y que, en esta ocasión, remató con el “pionono” más exquisito que podamos imaginar.

A continuación se dirigió hasta la cercana plaza del Ayuntamiento, que se acertaba a un centenar de pasos y visitó el consistorio. Un edificio de arquitectura neomudejar, construido en tiempos del rey Alfonso XIII. Desde él, pudo deleitarse con la magnánima iglesia de la Encarnación, una obra iniciada en 1744 bajo la batuta de Ventura Rodríguez y de estilo neoclásico. Junto a ésta se encontraba la Casa Rectoral que fuera Casa Real de los Reyes Católicos. Una placa ubicada en uno de sus muros le recordó que en esta residencia se firmaron las Capitulaciones entre Cristóbal Colón y los Reyes Católicos.

Y es que la historia de Santa Fe corre a la par de la Historia de España, sirviendo de campamento provisional a los reales monarcas antes de dar el paso definitivo para la total conquista del Reino de Granada, corría el año de 1483. Años más tarde, en 1491 establecerían un reducto en piedra y ladrillo. De este modo, germinarían los  primeros cimientos de la actual e  inconfundible ciudad de Santa Fe que, según los cronistas de la época, “fue orgullo y motivo de jactancia para sus constructores”.

El pueblo, una vez torreado y murado, dispondría de una fosa alrededor. Además de cuatro puertas que son las que actualmente subsisten. Cuentan las crónicas que esta trascendental construcción se realizó en el  plazo de ochenta días y que la propia reina Isabel ideó el plano, fijándose en el modelo de campamento romano, que solían ser de formas rectangulares, cruzados por dos calles principales y en la intersección de ambas una vasta plaza de armas. En los extremos de la cruz se situarían cuatro reductos con sus respectivas puertas.

Después de visita a la Casa Rectoral, se recreó inspeccionando el edificio del Pósito, un ejemplo de construcción civil del reinado de Carlos III. Y de este modo tan simple dio por finalizada su visita al lugar, que siglos atrás se  denominara “Ojos de Huécar”.

Iba siendo hora de volver al apartamento de la calle Pío Baroja en Granada y preparar el “segundo itinerario”. Pero con anterioridad, debería lavar la ropa, zurcir los calzoncillos y dormir entre sus sábanas, como cualquier hijo de cristiano que se lo  precie.






SEGUNDO ITINERARIO



            Tras unos días de asueto, que Carmelo aprovechó para descansar, ordenar toda la documentación recavada e informar a su superior, señor López, de todos los logros habidos. El joven funcionario se hizo nuevamente a la carretera con el perseverante 4L.

            Había programado su primera jornada en dirección a El Padul, un pueblo cercano a la capital, situado una vez pasado el Suspiro del Moro, donde según cuenta la leyenda  Boabdil contempló por última vez y  entre llantos la ciudad de Granada. Y es que el pobre moro sabía mejor que nadie lo que dejaba a sus espaldas.


            Cuando Carmelo introdujo el 4L por la bajada que llevaba al centro de El Padul, lo primero que se encontró fue con una yunta de mulos que tiraban de un carro y que transitaban por en medio de la calzada como si el mundo fuera de ellos, pero que a punto estuvieron de llevárselo por delante. 

            Para quitarse el “sobresalto” de encima, detuvo el automóvil en el primer restaurante que  se encontró, que  respondía a las siglas televisivas de CNN y pidió un café con leche. Mientras la camarera, se lo servía, tomó asiento en una mesa cercana a una ventana y extrajo de  una carpeta cierta información de interés del pueblo.

            >> Etimológicamente el nombre de Padul –decía el manuscrito que Carmelo llevaba y que había logrado a través de Internet - tiene su origen en el vocablo latino palus-dis que significa laguna o charca. Posteriormente, ya en tiempo de los árabes, el nombre derivaría a Al Badul, que daría origen al actual nombre de El Padul.

            >>Al ser paso obligado entre la Vega de Granada, la Costa y la Alpujarra, en El Padul dejaron su impronta diversos pobladores, como certifica los notables yacimientos arqueológicos encontrados en sus inmediaciones.

            >>La estratégica situación del Padul queda demostrada en momentos cruciales de la historia, aunque desgraciadamente nunca hubo constancia escrita, pero sí en formas iconográficas como lo atestigua el relieve que figura en el coro de la Catedral de Toledo, en el que se muestra el sitio del Padul a manos de los monarcas católicos.

            -Aquí tiene usted el café con leche que me ha pedido, ¿desea alguna cosita más? –le susurro la camarera con modales muy  profesionales.

            -Nada más, muchas gracias. ¡Bueno sí! -le expresó Carmelo algo azorado-, ¿me podría indicar donde se halla la Casa Grande?


            La Casa Grande se descubría en el mismo centro del pueblo y era una construcción  palaciega del siglo XVI de perfiles civiles, edificada sobre la estructura de una lejana fortaleza. La disposición de este edificio era de estilo barroco. Y como Carmelo comprobó, carecía de ostentaciones ornamentales, lo que le proporcionaba un aire elegante y equilibrado en su conjunto.

            El inmueble se encontraba circunscrito dentro de los denominados Palacios de Asiento, que eran aquellos que disponían de asientos enclavados en su zaguán, para ser utilizados por los pobres que pedían alimento y ayuda.

            Una vez finalizó la visita palaciega, Carmelo que seguía helado de frío, se dirigió a grandes zancadas hasta la plaza de la Iglesia, donde se topó con el cura, al que conoció al momento, no por su sutileza sino porque iba vestido a  la vieja usanza: con sotana. Don Amado, que era el nombre del sacerdote, era todavía un  hombre joven, al que Carmelo le fue  imposible determinar la edad. Igual podía tener treinta y tantos como algo más de cincuenta años. Y es que la edad en los pontificios suele ser indeterminada, como la propia alma.

            Tras una sencilla presentación, don Amado se brindó en mostrarle la Iglesia de Santa María la Mayor a Carmelo.

            -Lo que usted está haciendo, por lo que me cuenta –comenzó diciéndole el cura- es verdaderamente encomiable. Un informe sobre todos los monumentos de la provincia. Muchos funcionarios harían falta como usted. Ya está bien de que sus compañeros se dediquen a ganarse el pan de maneras fáciles e improductivas. Usted, sí es un funcionario de verdad.

            -Muchísimas gracias, don Amado. No sabe los ánimos que me proporcionan sus palabras.

-En fin, ya estamos en la iglesia, que es lo que debe interesarle a usted. ¿No es cierto? Pues bien, esta casa de Dios es el resultado de diversas intervenciones y ampliaciones realizadas durante los pasados siglos. Estas reformas, si bien alteraron sus perfiles originales, acrecentaron en gran medida su potencia monumental y espacial. Así, el templo durante los primeros años solo dispuso de la nave principal, posteriormente y en tiempos venideros se fueron construyendo nuevas plantas en consonancia con la concepción cristiana del  momento. La iglesia de Santa María la Mayor, si se fija bien, y estoy seguro de que  lo hará, es una de las de mayor tamaño de la diócesis. Según  mis averiguaciones debió de erigirse a principios del siglo XVI, pues en el año de 1541 se construyó la torre campanario. Que por cierto, tiene la misma altura y forma de la torre de Alhendín. Un capricho, imagino, de algunos vecinos pudientes, que además quisieron que se rematase con un chapitel de cerámica, cuyos azulejos fueron adquiridos en el alfar de María Robles. ¿Sabe usted lo que llegó a costar la obra?

-La verdad, no tengo ni la más “pajotera” idea, con  perdón.

- Pues fueron siete mil quinientos maravedíes. Una capital para la época. A propósito, de capital. Acompáñeme hasta la Capilla Mayor y verá el hermoso retablo barroco que la compone. Fue realizado durante la segunda mitad del siglo XVIII. No es el único. También puede recrearse en este otro retablo, realizado durante el siglo XVI y perteneciente a la escuela de Machuca. Lo llamamos el retablo de San Francisco.

            >>Por lo demás, la iglesia es rica en imaginería, sobresaliendo el conjunto de Santa Ana, la Virgen y el Niño, un San Joaquín y el Crucificado, meritoria obra de la escuela de Pablo Rojas.

            >>Ahora, venga conmigo. Que para finalizar le voy a mostrar las tallas de la Oración del Huerto, los pasos de los Sallones y el Señor de las Tres Caídas. ¿Qué le parecen?


            Una vez abandonaron la Iglesia de Santa María La Mayor, el cura y Carmelo encaminaron sus  pasos hacia la Fuente de los Cinco Caños. Pero antes hicieron un alto en el camino para tomarse unos “chatos de vino” en una modesta tasca de la que don Amado era cliente habitual.

            Fue entre copa y copa, donde el cura dejó sus aires prepotentes y le contó a Carmelo, que carecía de vocación. Que era sacerdote para darle gusto a su santa madre. Una señora muy devota que comulgaba a diario de las manos de su hijo.

            -Pero sepa usted, amigo Carmelo –contaba el cura, ya un poco achispado por los cuatro “chatos” bebidos-, que el día que fallezca mi venerada madre, cuelgo los hábitos y me dedico a copular más que un negro en el África tropical.

            A un centenar de metros de la taberna se hallaba la Fuente, de  la que dijera Enriquez de Jorquera que era “bizarra fuente que cerca de la villa nace”. Don Amado y acompañante, una vez lograron llegar hasta ésta, dando algún tumbo que otro, se acercaron hasta uno de sus caños y se humedecieron  la nuca.

            -Este es el  mejor medio –decía el cura- de quitarse una buena borrachera. Ahora, ya más frescos podemos ver la fuente y el lavadero.

            La fuente-lavadero se encontraba situada en un rellano, en la zona más baja de la calle, para acceder a ella había que subir por unas estrechas escaleras.

            -En 1987 toda la  fuente se cubrió con esta excelente obra y para complementarla se le añadió el lavadero. En otros tiempos, el agua brotaba del pilar abundantemente y se vertía hasta un canalillo que la transportaba hasta los hermosos caños, para a continuación pasar al lavadero.

            >>Recuerdo que cuando llegué de sacerdote al Padul, la fuente con su lavadero era el lugar de encuentro para las mujeres, que mientras realizaban la colada en sus tablas, se instruían en el noble arte del “cuchicheo”.

            >>¡Bueno!, ya que estamos de nuevo frescos, no quisiera que dejara el pueblo sin conocer un lugar de ensueño, que la mayoría de los vecinos desconocen y es único en nuestra geografía. Se trata de la Vía Íbero Romana.

            >>Así, que tomemos su 4L,  que por cierto me trae muy buenos recuerdos, pues en mi  juventud tuve uno, y acerquémonos hasta la fuente del Mal Nombre, que se halla en las cercanías del cerro de Los Molinos.

            Carmelo hizo caso al cura y a los pocos minutos circulaban por las estribaciones del pueblo, ascendiendo por un camino de tierra que los llevaría hasta un lugar de excepcional belleza, desde donde se veía la depresión del Padul y algunos pueblos del Valle. Allí, entallado en piedra viva se encontraba la que fuera Vía Romana, un antiguo camino por el que los romanos comunicaban las ciudades de Ilíberis y Sexis.


            Después de fumar un cigarrillo con don Amado, observando un paisaje con Sierra Nevada como telón de fondo, volvieron hasta El Padul. Y allí Carmelo se despidió del complaciente cura, para reemprender de nuevo su camino en dirección hacia el cercano pueblo de Dúrcal, al que llegó en unos minutos, gracias a la imponente autovía. Un letrero indicador le señaló el primer acceso hacia el pueblo. Y hacia él condujo el 4L. Después de recorrer unos dos kilómetros llegó hasta la que hubiera sido la antigua carretera, y tras girar a la derecha, encaminó el vehículo hacia la soberbia construcción del Puente de Hierro. Unos de los orgullos del  pueblo y emblema de los durcaleños que fue construido a finales del siglo XIX por  un discípulo de Eiffel y que sirvió durante muchos años para comunicar al pueblo con la ciudad mediante los tranvías.

            Carmelo detuvo el automóvil en sus proximidades y bajó, para ensimismarse de las majestuosas vistas que se podían contemplar. A los  pocos minutos reemprendió la marcha, dirigiéndose hacia el mismo centro de Dúrcal, donde pudo distinguir la Iglesia Parroquial de la Inmaculada. Pero antes de acercarse hasta ella, hizo una llamada telefónica a un conocido, llamado Francisco de Lima, que trabajaba en el Ayuntamiento de Dúrcal como monitor cultural.

            A los pocos minutos se presentaba éste ante Carmelo, al que saludó tan afectuosamente como si hubiera sido su  propio padre.

            -Nunca hubiera imaginado verte por mi pueblo. Vaya alegría  que me das. Dime, ¿qué te trae por aquí?

            Carmelo le explicó a Paco de Lima, mientras almorzaban en el restaurante “La Buhardilla”, la misma historia que solía contar a todos los conocidos que iba encontrando en su quehacer diario.

            -Pues chico, estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que pueda en Dúrcal. Será un honor poner mi sabiduría a tu servicio –le indicó entre grandes carcajadas al hambriento Carmelo-. Lo primero que haremos, una vez hayamos almorzado, será visitar el “Peñón de los Moros”. Ya habrá tiempo de ver el resto del pueblo. Además, esta noche cenas y duermes en mi casa. Seguro que mi mujer se alegrará de conocerte.


            Paco de Lima mostró a Carmelo el “Peñón de los Moros”, sobre un cerro en la  lejanía. Y éste por mucho empeño que puso le fue imposible reconocerlo. Así, que embragó al 4L, metió la primera y siguieron avanzando.

            Al acercarse a las ruinas de la fortaleza, lo primero que   percibió Carmelo, y casi lo engaña, fueron sus formas.

            -Como verás, en la distancia apenas se distingue el castillo. Tan sólo se ve la que debió de ser la torre del Homenaje, que da la impresión de ser un monolito prehistórico en forma de seta.

            >>Será mejor que aparques el coche en aquel corte y subamos hasta la cima caminando. No creo que el 4 latas tenga potencia para hacerlo.

            Tras dejar el 4L lo mejor aparcado que pudieron, ambos amigos se hicieron al camino para ascender por una empinada ladera y de este modo llegar hasta la base de la fortificación. Cuando lo hicieron, les faltaba hasta el alma, pues la pendiente había sido extremadamente empinada. Y aunque ambos eran de campo, no estaban acostumbrados a subir por vericuetos de difícil acceso hasta para las bestias.

            -Si  me viera el alcalde, seguro que me subía el sueldo -manifestó Paco de Lima, entre suspiros-, “manda cojones la cuestecita”. Pero nada más que por las panorámicas de Sierra Nevada que se observan vale la pena subir.

>>Este labrantío debió de ser la fortaleza. Como podrás comprobar se encuentra en un estado de conservación deplorable. Pero mira, si te fijas bien podrás reconocer el aljibe y al fondo la torre del Homenaje, la que tiene forma de hongo, y que ha tenido que ser apuntalada en su base para evitar su desmoronamiento.

            >>En cambio, el aljibe se encuentra en mejores condiciones, y está cimentado sobre formas abovedadas, teniendo una planta rectangular de altura considerable. Los  materiales, según tengo entendido, que hubieron de emplearse para la obra fueron de mampostería en el suelo que se recubriría con estuco. La parte superior fue rematada sobre lascas de piedra.

            >>Ahora, observa bien esta parata de almendros, debió de ser el patio de armas. Aún se pueden distinguir los muros, aunque muchos de ellos apenas levantan medio metro del suelo y la mayoría no pueden mantener el equilibrio. Verás que fueron hechos con piedra de arena, cal y barro.

            >>La fortaleza perteneció al período almohade y nazarí. Y se utilizó para conformar el sistema defensivo  que poseía  el Valle de Lecrín. Una zona estratégica que conducía a la costa y que dominaba las poblaciones de Restábal y  los Guájares.

            >>Y en este momento será mejor que nos marchemos, empieza a hacer un frío de esos en que se “mea  la perra”. Así que te invito a un chocolate con churros en una cafetería de la plaza, y luego nos llegamos hasta la iglesia.


            La iglesia parroquial de la Inmaculada era un templo de estilo mudéjar, con planta de cruz latina. Fue construida a mediados del siglo XVI por Juan Fernández. La edificación disponía de un crucero y tres naves, una principal y dos naves laterales separadas una de la otra por sendas columnas.

-De su construcción primigenia –relataba Paco de Lima- se conserva la armadura de la nave central de formas simples con diez tirantes igualadas con lazos de ocho sobre canes de diseño manierista invertido. La armadura, como verás, pierde el faldón hacia la Capilla Mayor, en donde advertirás un juego de arcos con forma de bóveda que la separan del Altar Mayor.

>>Fíjate Carmelo en el lienzo que corona el altar, es del siglo XVIII y representa el “Descendimiento de la Cruz”. También es bellísima la talla de madera policromada de un crucificado que se halla en la nave lateral izquierda. ¡Vamos a verla!


Estaba anocheciendo cuando Paco y Carmelo se dirigieron hacia la casa del primero, que se encontraba en una bocacalle cercana a la antigua carretera de Motril-Granada.

-Antes de ir a casa –le expuso Paco  de Lima mientras caminaban por una estrecha acera- te mostraré aunque sea sólo  por fuera la Ermita de San Blas. Mira se encuentra ahí mismo. Y destaca por su singular juego de volúmenes, fáciles de apreciar desde aquí. La ermita se construyó en el siglo XVI y dispone de una sola nave, presidida por una imagen policromada y tallada en madera de San Blas, patrón del pueblo, que se halla en el altar mayor. Una pintura atípica que representa al santo en edad muy joven.


            Aquella noche, Carmelo pasó una muy agradable velada con la familia Lima y tuvo la oportunidad de conocer a Catalina, la esposa de Paco. Una simpática cuarentona que lo invitó a degustar unos riquísimos espaguetis hechos con berenjenas, que Carmelo tomó con enorme placer después de una jornada muy atareada y sobre todo movida.

            -Mañana, antes de que continúes tu camino –le comentó Paco de Lima-, y si no te importa, te acompañaré hasta el cercano pueblo de Mondújar. Es una pequeña población de unos cuantos cientos de habitantes, en la que recientemente se han hallado un antiguo poblamiento de la época romana. Seguro que te interesa. Además, verás que clima tan benigno envuelve su entorno, impropio del lugar, pero que te hace sentirte en invierno como si estuvieras en primavera.

            >>Así, que vamos a descansar. Pues mañana, creo que te espera una dura jornada.


            Al siguiente día, madrugaron Paco y Carmelo. Y estaba amaneciendo cuando entraron a la cafetería del hotel Mariami a pedirse unas tostadas de aceite con café con leche.

            -No sería mala idea que les restregáramos unas cabezas de ajo a las tostadas, dicen que es muy bueno para la salud en estos días de frío –sondeó Paco-. El ajo evita que uno se resfríe y es además excelente para el corazón.

            -Te lo agradezco, pero yo prefiero tomar un “zumito” de naranja de esas que tenéis aquí del Valle de Lecrín.

            Después del agradable desayuno, ambos subieron al 4L y se encauzaron por la carretera vieja hacia Mondújar, que se hallaba a unos ocho kilómetros de distancia. El pueblo era mucho más pequeño de lo que Carmelo había imaginado y se lo hizo saber a su amigo, que le indicó que aparcara en la plaza de la iglesia.

            -Mira, vamos aprovechar la hora de la “misa primera” para visitar la iglesia. No creo que le importe a las cuatro beatas ni al cura que lo recorramos.

            Así lo hicieron, encontrando una bello templo de una sola nave dedicado a la Encarnación. La planta de la iglesia era de formas rectangulares, cubierta por armadura mudéjar de color madera, de esa que se conoce por “limas mahomares”. Y que disponía de almizate estrellado con seis tirantes transversales y uno en cada rincón del rectángulo.

            -También posee un coro, acoplado sobre el cancel de entrada. Y en los parámetros exteriores se aprecia el sillarejo. Disponiendo de dos vías con vanos de medio  punto, frontones curvados y adornos barrocos.

            >>La torre-campanario es de planta rectangular y dispone de tres cuerpos embebidos, cubierta a cuatro aguas y vanos dobles sobre alfiz. Pero lo más significativo de esta torre es su Capilla bautismal, que como comprobarás es abovedada y de nervios, con arco de medio punto en su camino desde la nave principal.

            >>El altar principal de la iglesia. ¡Allí junto al cura! Posee un retablo que fue realizado durante el siglo XVII y es de dos cuerpos y tres calles con hornacinas de veneras y algunas  pequeñas esculturas de madera, de las pertenecientes a la escuela granadina, además de una tabla pintada que representa a la Santísima Trinidad. En la calle central, apreciarás el escudo del arzobispo bienhechor, don Fernando Valdés y Llanos, junto a la fecha de 1637.

            >>Ahora vamos fuera. Creo que es buen momento para llegarnos hasta el paraje del Feche, donde se encuentran el antiguo poblamiento romano.


            En el Feche se podían reparar en unas excavaciones arqueológicas, pertenecientes como decía Paco a la etapa romana en la Península Ibérica. En ellas, en medio de la agreste naturaleza se percibía lo que fuera una villa, distinguiéndose muros, habitaciones y hasta unas termas con piscina y “caldarium”.

            -Cuando las descubrieron –decía Paco muy entusiasmado- había en el lugar todo tipo de mosaicos, columnas y estatuas. Que en la actualidad se encuentran en el Museo Arqueológico de Granada. Todo un hallazgo que implica a Mondújar en la historia de nuestra comarca.

            Tras estar un largo rato recorriendo la zona, volvieron al 4L y emprendieron el retorno hasta una de las salidas a la autovía, en donde aparcaron el vehículo, para dirigirse hacia la fortaleza que se hallaba en la cima de un cerro a unos novecientos metros de altura.

            El día era bueno y ambos amigos caminaron despreocupadamente por un estrecho sendero rodeado de naranjos y limoneros. En un momento del trayecto desapareció el camino y se vieron inmersos en una parata de almendros que estaba atravesada por una acequia de aguas suaves y silenciosa.

            -Desde aquí, ya no existe un camino que nos conduzca a la cima, aunque hallaremos a nuestro  paso un sin número de atajos, realizados por el ganado  y las propias alimañas.

            Eligieron una que circundaba un  pequeño barranco, y entre matorrales de tomillo y romero fueron ascendiendo gradualmente hasta alcanzar las ruinas de la que fuera la fortaleza. Una cruz de hierro coronaba la cima, descomponiendo el esplendor del salvaje entorno. Las murallas del castillo se hallaban muy deterioradas, pero había valido la pena ascender. Sobre todo, por la visión del magnífico paisaje que se descubría en la lejanía.

            -Mira y observa los  pueblos de Padul y Nigüelas –le comentó Paco a Carmelo, a la par que recuperaba el “fuelle”.


            La planta del castillo había sido estructurada de un modo desordenado y caprichoso, poseyendo forma de un polígono irregular, que no fue llevada a cabo por extravagancia o  por razones tácticas, sino porque los arquitectos se hubieron de acomodar a la sinuosidad del terreno.

            -Para adentrarnos a la fortaleza –continuó explicando Paco de Lima- habremos de hacerlo a través de la mediana abertura existente en este muro. Desde el interior veremos lo que fuera el aljibe, que es de grandes dimensiones, y la planta de forma rectangular, que como se nota hubo de estar enlucida de color rojo. El aljibe se comunica con el interior de la fortaleza por medio de un arco de medio punto y por una rampa, que con seguridad, tendría por finalidad encauzar las aguas de lluvia.

            >>Toda la obra fue realizada en mampostería en su estructura y data, posiblemente, de finales del siglo XIV, poseyendo todos los elementos de la etapa nazarí.

            Una vez finalizaron la visita, volvieron a bajar hacia el pueblo. En esta ocasión lo hicieron a “campo través”, es decir: saltando entre  los pedruscos y las matas. Y ahora,  pudieron  percibir mucho mejor, los aromas del monte, que con anterioridad no tuvieron ocasión de descubrir, debido al esfuerzo y, sobre todo, a la presencia cercana y soñadora del castillo.

            Se retiraron de la fortaleza y comprobaron un notorio silencio, roto en alguna ocasión por las ráfagas del viento suave y el piar de algunos zorzales que revoloteaban entre los arbustos más próximos.

            Sería mediodía cuando ambos amigos se despidieron. Uno para tomar la autovía con dirección a Salobreña. El otro, de vuelta en una “Alsina Graells” en sentido Dúrcal.

            Pero antes de emprender la carretera, Carmelo conectó su teléfono móvil. Y tras comprobar que no tenía ningún mensaje en su “buzón de voz”, hizo una llamada a su amigo Rafael Calero, un licenciado en filología inglesa, que ejercía sus funciones como profesor de instituto en un pueblo de la costa. Con él quedó a las tres de la tarde para almorzar en el restaurante “El Peñón” de Salobreña.

            El viaje hasta el pueblo costero, conocido por sus bonitas casas blancas y el castillo, fue entretenido y sobre todo renovador. Después de atravesar el puente de Tablate,  la temperatura dejó de ser invernal para convertirse en primaveral. Circunstancia por la que Carmelo detuvo el 4L en la cuneta y se deshizo del suéter que le comenzaba a molestar.

            Cuando reemprendió de nuevo la carretera, reparó en el tráfico tan diverso con el que se cruzaba en su marcha, camiones de gran tonelaje transportando todo tipo de mercancías, turismos de los lugares más recónditos de Europa y otros provenientes del cercano Marruecos,  por lo que le vino a  la mente aquellas palabras de Pedro Antonio de Alarcón: «Este paraje es un foco de caminos, donde se cruzan todos los días los viajeros y trajinantes de la Costa, los de Granada, los del Valle y los Alpujarreños...”.

            En esas estaba cuando se halló circulando en paralelo al río Guadalfeo, haciéndolo en caravana y siguiendo la estela de un camión que transportaba cerdos. El hedor que estos “consanguíneos” nuestros emanaban era tan insoportable que Carmelo decidió detener el vehículo, aprovechando la llegada a un “tenderete” en el que se vendían frutas tropicales.

            Allí compró aguacates de Almuñécar, algunos “mangos” y sobretodo una enorme caja de chirimoyas con las que poder obsequiar a la esposa de Rafael Calero, si lo invitaban por casualidad a cenar.

            Tras este alto en el camino, reemprendió nuevamente la marcha y a los pocos minutos se hallaba atravesando el pueblo de Salobreña en sentido “El Peñón”. En él, lo esperaba su amigo Rafael, algo impaciente, no por la tardanza sino por el hambre que ya tenía.

            -Joroba, creía que no llegabas –le dijo, el joven profesor de inglés que vestía todo de negro y que parecía haber sido sacado de una novela del mismísimo Charles Bukowski, mientras se saludaban efusivamente-. Déjate de explicaciones y vamos a sentarnos en aquella mesa que he reservado junto a la playa, bajo la sombrilla.

            El lugar donde se sentaron era todo un privilegio, desde él podían recrearse de toda la rada, su playa y el pueblo al fondo con sus casas blancas colgando y el castillo coronando la cima. Un olor a pescado asado despertó a Carmelo de su encantamiento, mientras un camarero se aproximaba para tomarles nota.

            Fue Rafa Calero quien pidió, haciéndolo con la seguridad del que suele ser cliente habitual.

            -Antes que nada nos va a  poner una jarra de cerveza –indicó al camarero, un joven lugareño con los brazos muy tatuados, en los que se podía apreciar un corazón con un texto que decía: “amor de madre”-, para traernos a continuación dos raciones de “espetos”, de esos que se están dorando en las brasas. Luego nos preparas un par de calamares a la plancha y como acompañamientos nos pones una ensalada de esas que llevan aguacates, maíz, lechuga y huevo duro.

            Mientras esperaban la comida, Rafa y Carmelo recordaron tiempos pasados, en los que solían ir de copas por la zona granadina de Gonzalo Gallas, recorriendo lugares tan “ilustres” como el “Bamby”, una taberna en donde la cerveza era barata y las tapas magníficas, o el “Pesaor”, otro tugurio en el que la tapa más celebrada era una llamada “Popeye”, un mejunje preparado con espinacas y huevo que en aquellos días sabía a gloria, sobre todo si se amenizaba con una docta charla concerniente a escritores tan turbios como el anteriormente mencionado Bukowski o el propio José Vicente Pascual, un valenciano afincado en Granada que escribe como los ángeles, aunque el es un demonio.

            En éstas andaban cuando el camarero de los tatuajes les sirvió la cerveza y los primeros “espetos”, que para aquellos que lo desconozcan son sardinas pescadas en la zona, ensartadas en pequeñas cañas y asadas entre ascuas. Un manjar delicioso, digno de reyes e indigentes, que en nada desmerece a los más preciados pescados de sofisticada preparación y abusivos precios.


            Tras el almuerzo, ambos amigos pasearon durante unos minutos por la playa, circunstancia que aprovechó Carmelo para quitarse los zapatos e introducir los pies en el agua.

            -Ya que no se puede echar una siestecita, me consolaré con humedecer los “pinreles” en el agua. Es otro modo de relajarse y descansar, ¿no te parece?

            -Me parece de escándalo, pero déjate de tonterías y vayamos al castillo, que en este tiempo anochece antes de lo que uno se espera.


            El castillo de Salobreña se hallaba ubicado en la cumbre de un cerro adyacente a la población. Desde cualquier  lugar cercano se podía distinguir el esplendor de la fortaleza, que a principios del siglo XV sirviera de prisión a Yusuf antes de ser rey de Granada.

            La fortificación de Salobreña, antaño conocida con el nombre de Salambina, la Hins Xalaubina musulmana, ocupó un lugar muy destacable en el Reino de Granada. Su buena situación la convirtió en inexpugnable al hallarse asentada en la enorme peña que la sostiene. En su construcción se utilizaron materiales de cantería y tapial, cuidándose esmeradamente al máximo el conjunto de todo el recinto.

            Cabe destacar de entre sus edificaciones la Torre del Homenaje, minarete imponente decorado exteriormente con unos arquillos ciegos, la plaza de armas y las estancias torreadas.

            -Sabes Carmelo, que los Reyes Católicos conquistaron este baluarte durante las contiendas de 1489, haciéndose con la alcaldía del castillo el fiel secretario de la reina, un tal Francisco Ramírez, que a pesar de haber estado presente en las contiendas contra la Beltraneja, quiso asistir al final del imperio musulmán al lado de su monarca. Ramírez dio muestras de una heroicidad absoluta, cercando en su hacer al rey moro tanto por tierra como por mar. El fiel secretario de la reina, murió unos años más tarde combatiendo en Sierra Bermeja.

            La estructura del castillo de Salobreña es de planta trapezoidal y la forman tres recintos. El principal es el interior, donde se encuentra la alcazaba con sus cuatro torres: la Torre del Homenaje, la Torre Nueva, la Torre del Polvorín y la Torre Vieja. El resto de ellos son totalmente defensivos y fueron construidos  por los cristianos a finales del siglo XV. El primero salvaguarda el frente Este y Sudeste y el segundo defiende la zona Norte. En esta banda se  encuentran varias torres y una construcción denominada del Cubo junto a la Batería de planta pentagonal y la Coracha, una atalaya  defensiva que sirvió  para proteger la toma de agua de la fortificación.


            Una ver visitado el castillo, Rafa Calero y Carmelo volvieron hacia el 4L que se encontraba estacionado al amparo de una sombra. Y desde allí se dirigieron hacia el Museo Histórico “Villa de Salobreña”, ubicado en un edificio de reminiscencias andaluzas, donde se podía ver una exposición que albergaba los seis mil años de la historia de Salobreña. Carmelo y Rafa visitaron en un  principio la Sala de Arqueología, situada en la primera planta. Y se recrearon observando diversos materiales arqueológicos que revelaban la historia del pueblo desde sus orígenes. Así como, dos  maquetas que representaban el entorno del bajo Guadalfeo y el proceso de formación de la línea costera.

            A continuación, y ya muy entusiasmados por lo percibido, que era mucho más de lo que esperaban, subieron hacia la segunda planta, conocida por la Sala de Gabriel Guirado, un salobreñero consagrado en la realización de obras artesanales y que presumía, con toda la razón, de haber construido una espléndida maqueta del castillo, que se exponía en el museo.

            -Veo que estás realmente impresionado con la maqueta del castillo –dijo Rafa Calero a su amigo-, pero seguro que te sobrecogerá, aún más, la planta baja que fuera Cárcel Real. Sígueme, se halla justo al lado del museo.

            La Cárcel Real, se trataba de una cámara rectangular construida durante el siglo XVI, y realizada en obra de mampostería y ladrillo. En su interior Carmelo y Rafa pudieron recrearse admirando una pieza de artillería del siglo XVII, procedente del castillo, y cuatro proyectiles de catapulta.

            -Y ahora, que has visto todo lo que tenías que ver, vamos a tomarnos una cervecita en el bar de la esquina y así hacemos tiempo para que mi mujer te sorprenda con una cena a tu gusto. Seguro, que llevas sin comer decentemente una eternidad.

            La cervecita rápida se convirtió en un llena tras otro, y si no es  por el teléfono móvil de Rafael que sonó cuando el camarero volvía a atestarles otro lingotazo, se habrían olvidado de que Adela los esperaba impacientemente, pues la cena se enfriaba.

            Aquella velada fue inolvidable para los tres. La cena, aunque sencilla, tuvo un encanto especial, ya que el joven matrimonio hizo partícipe a Carmelo de su más preciado secreto: esperaban un hijo. Así, con la dicha de la noticia, acogieron el primer plato, unos espaguetis con ciruelas, que Adela había cocinado en honor a su amigo, y que acompañaron con un caldo de la “Ribera del Duero”.

            -¡Sabes, Carmelo!, que llevo cerca de un día preparando estos espaguetis –le dijo Adela-. Pues para que estuvieran en su punto, he tenido que tener las ciruelas en remojo veinticuatro horas. Luego te daré la receta, pues se lo mucho que te gusta coleccionarlas.

            Y así fue, a los  postres. Mientras degustaban los magníficos chirimoyos, Carmelo pudo tomar nota de  la receta que empleaba la joven para cocinar los espaguetis con ciruelas pasas, que no era otra que cocer la pasta en abundante agua con sal y ponerla al punto “dente”, es decir, que no quedara demasiado hecha. Y a continuación colocarla en una fuente y agregarle las ciruelas pasas remojadas. ¡Ah!, sin olvidar servirla con salsa de tomate y una pizca de orégano. Toda una “delicatese” para aquellos paladares que saben apreciar la pasta.


            El siguiente día amaneció espléndido, como es habitual en la zona costera, y Carmelo tras realizar un desayuno frugal con sus amigos se despidió, para dirigirse nuevamente hacia su inseparable 4L, que se hallaba aparcado ante la puerta de una cafetería-churrería. Tras colocar su sucinto equipaje en el maletero del coche, el joven funcionario decidió alargar el desayuno, entrando en la churrería, para agasajarse con un chocolate con churros. Un día es un día, pensó. Y aunque su costumbre era la habitual tostada con aceite y tomate, los churros le supieron a gloria.

            La carretera que llevaba de Salobreña hasta Almuñécar, próximo destino de Carmelo, era de una belleza inusual, y transcurrían los pocos kilómetros que separaban a ambas poblaciones a través de una calzada repleta de acantilados y parajes únicos, en el que el término mar se trocaba por el más bucólico de “la mar”. Y donde la vista se podía recrear en paisajes guarnecidos desde las inconfundibles “chumberas” descollando en cualquier balate, hasta campos pletóricos y perfectamente cultivados de aguacates o mangos.

            Serían  pocos menos de las diez de la mañana cuando Carmelo llegó al pueblo. Y sin pensarlo dos veces, condujo en dirección al Paseo Marítimo. No era mal momento para caminar un poco y deleitarse de la espectacular temperatura reinante. Así, que aparcó el 4L bajo la sombra de un árbol de nombre desconocido y de tupido follaje y se acercó hasta la cercana playa, a través de la cual transcurría la travesía.

            Mientras caminaba de un modo despreocupado pudo percatarse de los muchos “guiris”, extranjeros a modo coloquial, que tomaban el sol en las terrazas de  las cafeterías, mientras otros, los más avezados lo hacían en formidables hamacas de heterogéneo colorido. A Carmelo, que era de secano, le parecieron extraños reptiles yaciendo tras haber finalizado un gran festín. En esas estaba cuando una joven damisela se le acercó, sin más ropa que la parte baja del bikini y con una locución similar a la empleada por los indios “apaches” en las películas de John Wayne, le pidió que le hiciera una fotografía con el mar de fondo.

            Carmelo, que era bastante tímido por naturaleza, se cohibió por un instante, pero a continuación adquiriendo su aire de “semental ibérico”, tomó la cámara, sonrió como mejor pudo y enfocó. Y no precisamente al Mar Mediterráneo, sino a los ampulosos pechos de la joven, que parecían dos  pitones de Miura apuntando al infinito. Seguro, que cuando se revelaran las imágenes, pensó, el fotógrafo se llevará una sorpresa muy agradable.

            A eso de media mañana, Carmelo dio por concluido el paseo y se acercó hasta un chiringuito que le salía al paso. Se pidió una cerveza bien fría y conectó su teléfono móvil para ver si tenía algún mensaje y a la vez llamar a don José de Benito, uno de los tantos abogados de Diputación, que recientemente se había comprado un apartamento en Almuñécar. De Benito, que era como se  le conocía en Diputación, era un hombre de unos cincuenta años de edad que presumía de conocer la historia y las costumbres de Almuñécar como nadie. Circunstancia que favorecía a Carmelo, pues no era lo mismo ir a descubrir los monumentos de una ciudad sin idea de su localización, que tener a un “mecenas” que te haga de guía.

            -De Benito, me alegro saludarte, soy Carmelo Chinchilla y estoy en tu pueblo, me gustaría verte e invitarte a una cerveza y si lo deseas hasta a almorzar.

            -Pues mira, nos podemos ver en el restaurante “La última ola”, el dueño es amigo y con seguridad que nos tratará como nos merecemos.

            Cuando Carmelo llegó al restaurante, de Benito se hallaba sentado en una cómoda mesa de inmaculados manteles blancos, tomando una copa de vino. Se levantó casi a trompicones para saludar a su compañero. Y con aquella voz, casi femenina que lo caracterizaba, lo condujo hasta el lugar reservado.

            -No sabes la alegría que me das, nunca hubiera esperado una llamada tuya, aquí en Almuñécar. He sabido por algunas fuentes –continuó diciendo con su voz casi imperceptible, que en muchas ocasiones si no tenías los ojos abiertos parecía la de una mujer- que estás realizando un trabajo bastante interesante, de esos que cualquiera no es capaz de realizar. Me alegro por ti. Pero ahora, dejémonos de monsergas y almorcemos.

            -Pues me parece muy bien, ¿qué me recomiendas?

            -Vamos a pedir a base de raciones, seguro estoy que cuando finalicemos tendrás ganas de dormir una buena siesta, y no de que te muestre el pueblo. Así, que vamos a tomarnos una ración de navajas, otra de pulpo seco, sin olvidarnos de unos riquísimos boquerones en vinagre y una jibia en salsa.

            En efecto, cuando finalizaron el almuerzo ninguno de los dos tenía ganas ni de degustar el postre de “pétalos de rosa calamina”, que era la especialidad de la casa y que dejaron para mejor ocasión. Circunstancia por la que se encaminaron hacia el conocido “Classic English pub” para tomarse un güisqui que les bajara el colesterol.

            Aquella tarde, Carmelo se la tomó con calma y cuando quiso darse cuenta era la hora de buscar un hotel. Así llegó hasta el pequeño Hotel Casablanca, donde le dieron una acogedora habitación y pudo “dormir la mona” como un bendito, pues la copa con de Benito se convirtió en una mano que duró hasta que el güisqui del pub inglés se agotó de más de una estantería.


            A la mañana siguiente, la cabeza de Carmelo parecía una jaula de grillos, a la que tuvo que aplacar con una buena dosis de aspirinas y un par de cafés. En cambio, cuando encontró a de Benito esperándolo en la puerta del hotel, éste parecía como si hubiera estado descansando toda una semana. Iba perfectamente “chaqueteado” y con una buena cantidad de “brillantina” en el pelo. Más que un guía de campo, parecía uno de esos ejecutivos emperifollados que suelen pasar largas vacaciones en “Carabanchel” a la sombra.

            -Mira Carmelo, -comenzó diciendo de Benito- Almuñécar es  una pieza muy compleja, que encierra multitud de tesoros y monumentos en su suelo. Querer visitarlos y descubrírtelos al paso, sería realmente complicado. Por ello, he estado pensando que el mejor modo para que puedas conocer y comprender su historia será mostrándote varios recorridos a través de ella. Así, empezaremos transitando por la época fenicia, visitando primeramente la Necrópolis fenicia de Puente de Noy.


            En el paraje de Puente de Noy se asentaba la necrópolis fenicia que daba nombre a la zona. En ella, se habían realizado, durante los últimos años, diversas excavaciones...

            -Como podrás observar se han localizado un importante número de tumbas, en concreto ciento treinta y dos, gracias a ellas y a sus ajuares funerarios podemos tener una idea bastante fidedigna de nuestros antepasados semitas que habitaron el casco antiguo de Almuñécar durante el siglo VIII antes de Jesucristo hasta el siglo I de nuestra era.

            >>Mira esta tumba –continuó diciendo de Benito-, en ella se encontraron los restos de un cadáver ataviado con sus joyas y envuelto en un sudario. El ajuar funerario se hallaba situado en las esquinas de la fosa y estaba compuesto  por vasos de la época, que fueron la clave par a  la datación del enterramiento.

            >>Ahora que te mostrado la etapa fenicia en Almuñécar, vamos a llegarnos hasta el barrio de Torrecuevas. Por él transcurre el río Seco, sobre cuyo cauce se construyó el Acueducto Romano.


            -El Acueducto -contaba nuevamente de Benito- fue erigido durante el siglo I a. C. y su utilidad ha llegado hasta nuestros días como sistema de regadío tradicional. El trecho más importante, visualmente hablando, es el que se halla junto al cauce de este río. De esta obra  de ingeniería, personalmente destacaría  la regularidad de sus trazados, junto con la precisión de la colocación de sus elementos. Gracias a ello, se ha podido mantener en pie durante tantos siglos.

            >>Muy cerca de aquí, se encuentra otro trecho del acueducto, concretamente en la plaza Mayor, junto a la Carrera de la Concepción. Ese tramo sirvió las aguas a la ciudad y  a la factoría de salazones durante muchos siglos. Lo mejor de la excavación, fue el descubrimiento de  unas termas romanas y algunos elementos de índole funeraria.

            Una vez visitadas estas reliquias de la ingeniería romana, ambos amigos se dirigieron hacia la finca del “Majuelo”, donde se encontraba la que fuera factoría de Salazón. En el lugar, Carmelo pudo observar los restos de los malecones portuarios con argollas de amarre y un conjunto de recintos, dentro de los cuales han aparecido multitud de piletas de salazones con restos de pescado macerado.

            -En estas fábricas se sazonaba el “garum”, que era una especie de paté realizado con las vísceras del pescado. Almuñécar a finales del siglo V antes de Cristo –continuaba explicando de Benito-, basaba gran parte de su economía en esta industria, que sería famosa en todo el imperio.

            >>Ahora, si te  parece vamos a coger el 4L para dirigirnos hacia la carretera del Jete. En sus inmediaciones se halla “La Torre del Monje”, un columbario del siglo I.

            Este ingente panteón funerario se descubría intacto tras más de dos milenios de historia. Su estructura era de formas cúbicas y estaba cerrado totalmente al exterior, se le podía ver al otro lado del río Verde, elevándose sobre la ladera de un cerro. La construcción de este edificio funerario se realizó mezclando piedras de pizarra con argamasa y en su simplicidad destacaba un escarpe escalonado con filete por cornisa y una cubierta de forma piramidal recubierta de ladrillo. La puerta, a través de la que se accedía al interior, se encontaba orientada en dirección sur.

            -Me hubiera gustado que vieras el interior, -comentó de Benito a Carmelo- pero se encuentra sellada  la entrada. De todas formas, te diré que es una cámara en cuyas paredes se pueden notar una serie de nichos rectangulares, puestos en doble fila de a cinco. El techo es sobrio y está revestido con bóvedas de cañón.

            >>Ahora, si no te  molesta, voy a echar una meada en el campo, luego volvemos al pueblo y me invitas a tomar un cafelito, si puede ser con tostada.


            Tras el café y  las tostadas en una de las cafeterías cercanas al Paseo Marítimo, ambos amigos volvieron nuevamente al tajo. A la sazón, marcharon hacia el castillo de San Miguel, que se localizaba en  la parte más elevada de un promontorio limítrofe al  mar. Un lugar muy privilegiado en el pasado, y desde las que fueran sus almenas podían divisarse en la distancia, cualquier tipo de artimaña militar, viniera de tierra adentro o del mar.

            -La fortaleza, como evidenciarás no se halla en muy buen estado –comentó de Benito con cierta pesadumbre-, circunstancia que no impide que investigadores de gran prestigio en el ámbito mundial exploren en las inmediaciones de sus ruinas intentando localizar las colonias de origen fenicio de Sexi y Mainake. Recientemente –continuó explicando de Benito, mientras ascendían a través de una empinada cuesta- estos trabajos de verificación han proporcionado recompensas muy valiosas a los arqueólogos. Una muestra de ellas, es la necrópolis fenicio-púnica de Puente de Noy, en donde estuvimos esta mañana, junto con la factoría del Majuelo.

            El castillo de San Miguel tuvo su máximo apogeo durante el tiempo de ocupación en que reinaron los musulmanes. Tras la rendición de Baza fue entregado a los Reyes Católicos en 1489. Pero fue durante la sublevación de los moriscos de la Alpujarra cuando este alcázar jugó un papel primordial, sirviendo de reducto defensivo a las tropas cristianas que se veían atacadas constantemente por el caudillo Aben Aboó, que con tres mil hombres a sus órdenes no lograría tomar la fortaleza.

            En tiempos del Emperador Carlos I, el castillo sufrió una serie de importantes transformaciones que le confirieron el aspecto actual. Para ello se alzaron cuatro torreones abaluartados, un foso y un puente levadizo; de aquellos torreones destacaría una gran torre de planta cuadrada que denominarían “La Mazmorra”, desde la que sería fácil poder dominar el puerto y la población.

            Durante los siglos XVI y XVII, el castillo de Almuñécar soportó diversos ataques y confrontaciones, aunque el mayor descalabro de su historia ocurrió a principios del siglo XIX, con la voladura por parte de los ingleses en 1812 de la Torre del Homenaje. Posteriormente la fortificación pasó a ser un cementerio, uso que se le ha dado hasta hace pocos años en que fue declarado Monumento Nacional.

            -La fortaleza de San Miguel está estructurada en forma de planta poligonal irregular –contaba de Benito con la voz que apenas le salía del cuerpo debido al esfuerzo de la ascensión-, disponiendo de un ancho foso con puente  levadizo. En la zona norte, por donde hemos entrado, puedes ver un torreón de planta circular; en la otra esquina se halla el Torreón del Polvorín de formas abaluartadas. Entre ellos,  se encuentra la entrada principal en forma de dos cubos semicirculares que dan paso al patio de armas, en donde se descubre el torreón del Alcaide, el aljibe y un edificio de usos múltiples.

            >>En el interior del castillo existen otros lugares interesantes como la rampa, desde donde es fácil acceder a una gran batería en la que se observa una torre de planta rectangular que engarza con una segunda fortificación abaluartada. Por último, podemos ver un muro en la zona oeste que incrusta una puerta romana y una cisterna.

            Cuando finalizaron el recorrido  por el castillo, el sol se hallaba bastante alto y los estómagos de ambos exploradores echaban chispas, no de fuego sino de hambre. Por lo que decidieron hacer un alto, almorzar y a continuación reemprender el camino.

            En esta ocasión, debido a  los excesos de la anterior noche la comida fue muy trivial. Almorzando en el restaurante chino “La muralla de Pekín”. A Carmelo no le hizo mucha gracia la decisión de su amigo, pero no deseó ser descortés, aunque la verdad, él hubiera preferido tomarse un simple bocadillo de jamón en un ventorro, a una ensalada de brotes de soja con rollitos de primavera.

            -La carne ni la pruebo en  un lugar como éste –le apuntó con cierta ironía a su amigo de Benito, que ya masticaba un trozo de pollo con salsa agridulce-, pues todo el mundo sabe que son de rata. O por lo menos es lo que dicen, de todas formas yo lo creo, pues no imagino como pueden ofrecer precios tan económicos.

            A de Benito aquella alusión a las ratas le cambió la expresión. Y antes de que Carmelo finalizara el rollo de primavera, ya estaba pidiendo una infusión.


            No serían las cuatro de  la tarde, cuando iniciaron el recorrido diseñado, consistente en visitar lo  más importante de la monumentalidad de la época cristiana de Almuñécar. Para ello, se encaminaron hasta la iglesia de la Encarnación.

-Este  templo –comenzó diciendo de Benito- fue diseñado por el instruido Juan de Herrara, arquitecto de Felipe II, aunque la torre no fuera de su cosecha, sino del granadino Diego de Siloé. La iglesia se erigió en el año de 1600,  sobre  un depósito de agua romano cercano a la Puerta de Granada. Durante el cuatrocientos aniversario de su terminación fue restaurada casi en su totalidad, llevándose a cabo importantes reformas en su altar principal y en una camareta situada en la puerta de entrada, lugar que ocuparía la Virgen de la Antigua desde entonces. Asimismo se realizaron importantes obras en los altares del Cristo Nazareno y de la Virgen de los Dolores, ambas imágenes muy reverenciadas por  los vecinos del pueblo.

>>Ahora, acompáñame hasta la calle Real, en ella se encuentra “El Pilar”, una obra de mediados del siglo XVI, muy interesante por sus formas y además, porque durante los trabajos que se realizaron para su restauración se localizaron restos de las canalizaciones romanas de la  ciudad en un estado inmejorable.

Una vez delante de “El Pilar de la Calle Real”, Carmelo y de Benito pudieron comprobar que la obra se hallaba inspirada en un estilo renacentista, muy en consonancia con la época, mostrando motivos de mascarones de leones, volutas y diosas de la fertilidad. Inspiraciones relacionadas con la simbología de los pueblos mediterráneos, que tan relacionados se hallaban con el municipio tropical del sur de Europa.

Con esta inspección dieron por terminada la visita a los monumentos de mayor importancia de Almuñécar. Ahora había llegado el instante de la despedida, y no quisieron hacerla sin una buena cena y unas copas. Así, que tras tomarse unas cuantas raciones de pescaditos fritos en unos cuantos chiringuitos, se encaminaron, como la noche anterior, hacia “Classic English pub”, donde rindieron culto al güisqui escocés hasta alta horas de la madrugada.


Ya se hallaba el sol muy alto cuando Carmelo despertó al siguiente día. La cabeza le volvía a pasar una mala jugada, doliéndole como si una traca de petardos se hubiera instalado en su interior.  Eran los síntomas propios de una buena resaca, pensó, mientras se dirigía hacia su mochila y extraía un par de tabletas de Aspirinas. Para a continuación darse una buena ducha y pedir al servicio de habitaciones que le subieran un café bien cargado.

-Y no se les olviden, por favor, unas buenas tostadas de aceite con tomate. ¡Ah!, y un zumo de naranja.

Cuando remató estas tareas, eran cerca de las once y media. Buena hora, para emprender su partida hacia Motril, que se hallaba a unos cuarenta kilómetros en dirección Este. La carretera por la que había que circular, ya la conocía, pues se trataba en parte de la misma que recorrió  los pasados días, sólo que ahora en sentido contrario.  Transitar de nuevo por aquellos parajes repletos de terraplenes que bajaban hasta el mar era un verdadero placer. Circunstancia por la que en más de una ocasión detuvo al fiel 4L  y se recreó observando aquel mar de infinita belleza y de aguas calmas, donde era fácil ver algún que otro velero surcar el mar en dirección desconocida.

Al llegar a Motril, Carmelo extrajo de su mochila una guía sobre la localidad que había adquirido durante su última estancia en Granada. Con esta ayuda tan inestimable supo algo sobre la historia de este gran pueblo e importante puerto marítimo. Leyendo de entre sus páginas: «Esta ciudad, entre  el brillante verde de la vega y el azul intenso del Mediterráneo, es a  la vez antigua y moderna. Antigua por su cultura, por su historia, por sus tradiciones y su urbanismo de indudable sabor morisco. Y moderna por los motrileños, gentes amables y abiertas, siempre con ilusión de futuro, siempre renovando  la ciudad, constantemente adaptándose al presente, haciendo gala de ese carácter acogedor que siempre ha definido a las gentes de Motril».

En esas andaba Carmelo cuando un transeúnte con aire algo chulesco y fanfarrón se le acercó, para preguntarle:

-Yo te conozco, tú trabajas en Diputación de Granada. Tú eres el filólogo que contrataron para no sé que historia. Soy Victorino Puebloviejo, el maestro de adultos que os solicitó una subvención para publicar una novela. ¿Me recuerdas ahora?

-Si hombre, ahora caigo –le dijo Carmelo, que no recordaba para nada a aquel tipo baladrón y de pelo blanco-. Me alegro mucho de volverte a ver.

-Dime que te trae por Motril y estaré encantado de poder servirte.

-Pues mira, estoy haciendo una compilación sobre todos los monumentos de la provincia y busco la Iglesia Mayor de la Encarnación.

-Está aquí al lado, vayamos dando un paseo.

La Iglesia Mayor de la Encarnación era el monumento más antiguo que se conservaba en la ciudad, sus obras fueron iniciadas en 1510 y finalizadas cuatro años más tarde. Aunque a lo largo del tiempo se le fue añadiendo dependencias  y capillas, lo que le ha proporcionado  un aspecto irregular. Artísticamente se puede considerar como una intrincada creación de estilos que van desde el mudéjar original hasta el renacentista, pasando por el barroco y el gótico. La fisonomía externa del templo era la de un fortín y dispuso en la antigüedad de almenas, parapetos, saeteras, troneras y puertas que montaban rastrillos y fosos. Además, todo el conjunto se hallaba cercado por una muralla repleta de torreones, de la que aún hoy se conserva la llamada “Torre de la Vela”, que fue erigida empleando el antiguo almenar de la mezquita Alixara.

El interior del templo era de formas mudéjares, aunque presentaba algunos adornos góticos finales, tales como los arcos apuntados de su nave principal. Fue diseñada por el maestro Alonso Márquez y disponiendo su estructura de tres naves con bóvedas de arista reforzada con nervaciones. Durante el siglo XVI se amplió, construyéndose la nave de crucero de formas renacentistas. En la pasada Guerra Civil (1938), la iglesia, debido a la explosión de un polvorín, sufrió importantes daños en su estructura.

Con la visita a la iglesia, Carmelo esperaba que Victorino Puebloviejo se diera por satisfecho de su encuentro y se despidiera de él. Pues el joven filólogo ya empezaba a cansarse de la conversación del maestro, que no parecía tener más tema, que hablar del estado “anatómico” de las mujeres. En la hora que llevaban juntos, les describió a más de una docena de señoras, con nombre y apellido. Todas, según contaba, habían pasado por su “piedra”.

-Y es que yo soy un magnífico semental y ninguna mujer se resiste a mis encantos.

Carmelo en su desesperación y por cambiar de conversación, le preguntó por la Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza y Victorino Puebloviejo, sin pensárselo dos veces se ofreció acompañarle hasta el cerro donde se ubicaba el edificio.

-Te contaré –le dijo a Carmelo, mientras caminaban por una estrecha calle colmada de establecimientos a uno y otro lado de la acera-que en los aledaños del cerro, me beneficié cuando aún era un crío a una moza de ojos oscuros y pechos suntuosos. El destino quiso que aquella muchacha con los años fuera mi cuñada. Yo me casé con su hermana menor, una santa que llegó virgen al matrimonio. Como debe ser. ¿No te parece?

Carmelo no contestó, y haciéndose el despistado, abrió nuevamente la guía y leyó:

>>La Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza es la patrona de Motril. Cuenta la tradición, que durante los primeros años del siglo XVI unos marineros portugueses robaron en Corinto la imagen de la virgen. Y que tras hacerse a la mar con el botín a bordo, sufrieron una tempestad. En el temor de perecer ahogados si el barco se hundía, se prometieron, si llegaban a salvarse, construir una ermita a la virgen sustraída en el primer  lugar donde desembarcaran. Al cabo de seis días de tormenta, la nave encalló en la playa de Motril, los marineros en acción de gracia, cumplieron la promesa y trasladaron a la efigie hasta el cerro donde se erigían las ruinas de la alcazaba musulmana, en él levantarían una pequeña ermita donde venerarían a la virgen.

>>Durante el siglo XVII la ermita fue convertida en convento de franciscanos, para posteriormente pasar a ser propiedad del Ayuntamiento de Motril y rehecha por el arquitecto don Isidro la Chica. Tras la Guerra Civil de 1936, el conjunto sufrió nuevas reestructuraciones y mejoras, aunque siempre se respetaron sus formas primigenias barrocas. La iglesia consta de una sola nave, cuya capilla mayor se cubre por una hermosa cúpula semiesférica y asienta un retablo, obra del escultor Manuel González Ligero.

>>La Virgen es una talla del siglo XV muy bien esculpida a la forma oriental. Se acomoda en un camarín de estilo barroco, muy bien decorado con yeserías que revelan la leyenda de la aparición de la Virgen.

Tras aquella inspección a la Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, Victorino Puebloviejo no parecía muy conforme en echar el día visitando iglesias y monumentos. Lo suyo eran las mujeres, las cervezas y la cháchara y no aquellas “mariconadas” de templos y obras de arte, así que le planteó  a Carmelo ir hasta el puerto a tomarse un par de cervezas.

-En el restaurante “Chafarina” ponen un pulpo seco “acojonante”. Seguro estoy que en tu vida lo has probado. Más tarde tendrás tiempo de seguir haciendo tus inspecciones.


Ya por la tarde, cuando el sol se encontraba en su máximo apogeo, Carmelo y Victorino se despidieron, no sin antes el primero haber tenido que aguantar un  par de horas de la más impúdica charla por parte del maestro. Victorino se marchó tal y como había aparecido: de improviso. Y Carmelo aprovechó para dirigirse hacia la iglesia de la Victoria, que se encontraba en la zona sur de Motril. Tras aparcar el 4L, Carmelo extrajo nuevamente de su mochila la “guía sobre Motril” y empezó a  leer:

>> En 1580 se  levantó el convento de los Frailes Mínimos de la Victoria, del que actualmente solo se conserva su iglesia. El conjunto fue fundado por don Alonso de Contreras, marqués de Algarinejo. La estructura del templo es de formas rectangulares, disponiendo de una sola nave dintelada con capillas laterales embutidas entre pilares. La techumbre en su día fue de formas mudéjares, una de las mejores de Andalucía, aunque durante la Guerra Civil de 1936 fue destruida. Su  Capilla Mayor destaca por la cúpula semiesférica elevada sobre pechinas aderezadas con policromados escudos heráldicos pertenecientes a las familias fundadoras. También destacan en los laterales dos ménsulas que perpetúan la memoria de don Alonso de Contreras y doña Ana Gutiérrez, fundadores de la obra.

>>Mientras, en el exterior se puede observar la magnífica portada realizada en piedra, obra de Pedro Cano.


Una vez finalizada esta expeditiva visita a la iglesia de la Victoria, Carmelo aprovechó el tiempo que le restaba de día para acercarse hasta la popular Casa de la Palma, una pequeña industria que en su tiempo fuera fábrica de azúcar y que en  la actualidad ha sido reformada por el Ayuntamiento como Centro de la Cultura motrileña. La historia de este inmueble data del siglo XVI, en que fue construido por el  morisco motrileño conocido por “El Ceutini”. En 1634 “La Palma”, tras la expulsión de los moriscos, cambió de propietario y pasó a manos de Lucas Palma, de quien recibiría su apelativo. Este industrial aumentaría la capacidad de producción de azúcar de la fábrica y ampliaría las dependencias del conjunto.

Años más tarde “La Casa de la Palma” sería adquirida por el genovés Antonio Chavarino, que a su vez la vendería a Juan de Victoria durante el siglo XVIII. A esta familia pertenecería hasta finales del siglo XIX en que don Pedro de Victoria y Ahumada lo legaría al Ayuntamiento de Motril para  que diera aforo a un colegio.

Para Carmelo, el edificio no tenía nada en su conjunto notable, por tratarse de una construcción de tipo industrial en el que se apreciaba numerosos cambios realizados a través de los siglos. En el interior destacaba un pequeño artesonado mudéjar y algunos zócalos tallados del  mismo estilo.

En la zona exterior, Carmelo quedó algo impresionado al recorrer la zona ajardinada, en la que pudo contemplar su diversa  flora y los sorprendentes árboles traídos de ultramar hacía más de un siglo.


Después de terminar el recorrido por los jardines, salió nuevamente a la calle y preguntó a una señora, que iba cargada de bolsas de comida y que apenas podía respirar, por el emplazamiento del Ayuntamiento.

-Eso –le dijo, con mucha educación- pregúnteselo a mi marido, que viene ahí detrás paseando al perro.

El  marido, era un individuo bajito y con aspecto feliz, que tiraba de la correa del perro con el mismo ímpetu que si éste fuese un león, mientras el chucho se orinaba en los neumáticos de todos los vehículos por los que iba pasando.

-El Ayuntamiento está ahí mismo –le indicó-, siga la calle derecha y al finalizar tome la primera a la izquierda, continúe caminando por el callejón y al finalizar encontrará la plaza.

En efecto, tras recorrer la distancia indicada, Carmelo se topó con el actual Ayuntamiento que se ubicaba en una importante plaza de formas perfectas. De nuevo extrajo de su mochila la “guía de Motril” y comenzó a leer:

>>...En el año de 1621 un ataque turco rompió las defensas de Motril, siendo derruida gran parte de la muralla de la ciudad. Los otomanos en su avance llegaron hasta la Plaza Mayor donde se encontraba el Ayuntamiento, que fue incendiado juntamente con  una serie de casas que hallaron a su paso. Esta circunstancia motivó que diez años más tarde se comenzara la construcción de la nueva Casa Consistorial, proyecto que se encargó al acreditado Isidro la Chica.


Con la visita por el Ayuntamiento de la villa, Carmelo dio por concluido el día y se encaminó hacia el 4L, para buscar hotel. Un transeúnte al que preguntó le indicó que si deseaba descansar de verdad, el mejor lugar era el “Gran Hotel de Motril”, que se hallaba en Playa Poniente.

En efecto, el hotel valía la pena y aunque superó bastante la dieta asignada, Carmelo se permitió el lujo de pasar una buena noche, descansando y reponiendo fuerzas para el siguiente día. Sin salir al tranco de la  calle y aprovechando para ver un rato “Las crónicas marcianas” en la televisión, mientras tomaba un gran vaso de leche acompañada de unos magníficos bollos rellenos de chocolate. 

A la siguiente mañana, ya muy descansado y algo confuso por la cuenta que había tenido que abonar al recepcionista, Carmelo se dirigió hacia la iglesia y convento de Capuchinos, situado en el paraje que fuera ermita de San Antón. La iglesia había sido erigida en 1641 a partir del santuario primigenio y mostraba un estilo mudéjar construido sobre una sola nave. De nuevo extrajo de la mochila la “guía” y comenzó a leer:

>>La iglesia fue realizada basándose en hiladas de ladrillo y mampostería. La Capilla Mayor se encuentra cubierta por una sencilla cúpula de estructura semiesférica. La portada tiene forma de arco de medio punto con adornos característicos del mudéjar. Esta iglesia fue favorecida como lugar de enterramiento de todos los Corregidores y Regidores de Motril.

>>Del que fuera convento, solamente se conserva su fachada principal de estilo barroco y que nos muestra un arco rebajado. El conjunto dispone de un alzado de dos cuerpos, separados por una línea de moldura que recorre a lo largo de la fachada.

Tras finalizar el examen del conjunto, recordó haber visto la anterior tarde el edificio del Teatro Calderón de la Barca. Y aunque su descripción no venía en la “guía”, se mostró interesado por averiguar algo sobre su historia.

Y pudo hacerlo, pues en la puerta de entrada del edificio, un bedel que fumaba un pitillo, le informó lo mejor que pudo, sobre todo al saber que Carmelo Chinchilla no era un visitante cualquiera, sino un “funcionario de Diputación” que realizaba un recuento de  los monumentos más significativos de la provincia Granada.

-El Teatro Calderón de la Barca se construyó en 1880, copiando las formas de los teatros italianos, en los que predominaba un amplio escenario, tres niveles de palcos y dos proscenios.

>> La decoración –le seguía indicando el bedel, mientras le mostraba el interior del edificio y le preguntaba si su nombre aparecería en el informe- es de formas neoclásicas y se pueden apreciar columnas de fundición y techo de madera, este último cubierto de lienzo, en donde surgen pinturas al óleo que simbolizan musas. El Calderón de la Barca fue diseñado por el arquitecto motrileño Díaz de Losada, y se puede considerar como uno de los teatros más emblemáticos de Andalucía.

Con la visita al teatro, Carmelo dio por consumado su periplo por Motril y se encaminó, una vez más hacia su inseparable 4L para emprender de nuevo la carretera. En esta ocasión, rumbo Este, en concreto hacia el pueblo de Castell de Ferro, en donde sabía de la existencia de una fortaleza de origen árabe.

La distancia entre ambos pueblos no era muy larga, unos diecisiete kilómetros aproximadamente. Así que Carmelo circuló pausadamente a través de una carretera envuelta por interminables campos de caña de azúcar en un  principio. Para más tarde adentrarse en los desérticos llanos de Carchuna, que gracias al tesón de sus habitantes y la agricultura sistemática de los invernaderos, habían dejado de ser una zona inhóspita y  pobre, para dar paso a un edén en donde se cultivaban con gran acierto todo tipo de verdura y hortaliza.

Una vez quedó Carchuna atrás, el 4L se adentró en el pueblo de Calahonda e inició una intrépida subida hacia los acantilados que bordeaban la carretera. Y así, de un modo casi fantasioso por la magnificencia que ofrecía el mar desde las alturas, llegaron a los aledaños de Castell de Ferro.

Carmelo detuvo el automóvil en una altiplanicie cercana al arcén y bajó para observar el castillo que se veía en la lejanía con el mar de fondo. Fue entonces cuando se le aproximó un hortelano que llevaba un mulo de reata y sin más presentación comenzó a hablarle.

-Mi nombre es Telesforo Muñoz, aunque todos  me conocen por “Bigotes”, del apodo no hace falta que le expliqué el por qué –le indicaba mientras se azuzaba los mostachos-. Soy el vecino que más cosas sabe sobre el pueblo y sus alrededores. Y creo que usted está interesado en que se lo demuestre. Así que escúcheme.

>>Diversos han sido los nombres que ha tenido Castell de Ferro a lo largo de su historia, y todos ellos han estado relacionados con su fortaleza. El primero del que nos hicimos eco fue el denominado “Ara de Quellarnach”, derivación de su origen latino. Posteriormente, ya en tiempos de los musulmanes se le otorgó el nombre de “Marsalferruch”  que en cristiano quiere decir Puerto de Hierro, para más adelante conocérsele como “Arain y Sayena”, este último citado por el alcaide Abul-hacey en  una carta dirigida a Aben Abóo, en la que afirmaba estar escribiendo desde el castillo de Sayena.

>>El actual nombre, Castell de Ferro, es conocido desde principios del siglo XIX, en el que hubo un gran éxodo de catalanes hacia Andalucía, tras la Guerra de la Independencia, y que posiblemente reformaron la palabra “Castil” por la catalana “Castell”.

Mientras comentaba estos últimos hechos, “Bigotes” se aupó al mulo y le indicó a Carmelo que si deseaba subir hasta la fortaleza que lo esperara en lo “alto del pueblo”.

-Entre tanto llego, tiene usted tiempo para tomarse una cervecita en la plaza. Pero no abuse de las tapas, pues son malas para caminar entre piedras –le expuso entre carcajadas y mirando con ojos de pillo-.


Carmelo y “Bigotes” se encontraron en las postrimerías de la parte alta de Castell, justamente en donde se emplazaba la última de las casas. Desde allí, iniciaron el ascenso hacia la fortaleza, que aunque no se hallaba muy lejana, si lo estaba lo suficiente para que el corazón de Carmelo comenzara a latir como una locomotora.

-Por lo que veo, no está usted muy hecho a trepar entre riscos. Espero que no le ocurra como a don Juan Bautista Berruezo, que vino al pueblo a veranear y se fue metido en un “pino” tras darse un atracón de pimientos el día de la Virgen del Carmen.

>>¿Sabe usted?, que el  origen de  la fortaleza se remonta a tiempos de  los romanos, aunque con posteridad sufrió todo tipo de remodelaciones hasta llegar al ensamblaje actual que es de origen almohade –le ilustraba “Bigotes”, mientras ambos subían por una estrecha trocha-. Según testimonios del geógrafo árabe al-Edrisi, a mediados del siglo XII durante un viaje que éste hizo desde Almería a Málaga, nos pormenorizó como surge en una angosta ensenada el puerto de Marsalferruch.

>>En toda la descripción que hizo al-Edresi no habla nada de que en el ámbito que ocupa actualmente Castell de Ferro hubiera ningún tipo de alquería. Probablemente habría un simple castillo y el embarcadero. El puerto, que en su origen fue natural –continuaba relatando “Bigotes”, que parecía no tener necesidad de “respirar” y menos de descanso, entretanto trepaba como un gamo entre los riscos-, serviría como lugar de embarque de todo el mineral de hierro procedente de las minas de la Sierra de Lújar. Pretexto idóneo para la construcción de una fortaleza que impidiera un posible ataque enemigo para apropiarse del estimado mineral.

>>El castillo de Castell de Ferro podría integrarse entre los que se denominan «ribat», que fueron fortalezas de pequeñas dimensiones que se alzaban en los lugares estratégicos para defensa del lugar. El concepto de «ribat» se podría definir como el de una institución castrense y religiosa dedicada a refugio y defensa de los espacios deshabitados, siendo muy populares en las costas y las fronteras. Las «ribat» solían ser edificaciones de formas rectangulares, con un patio central en el que se situaban cuatro naves, en el caso de Castell de Ferro serían dos, emplazadas a lo largo de sus lados mayores y fraccionadas en celdas sin ventanas al exterior.

En estas andaban cuando, por fin llegaron a la cima y pudieron descansar en un pedrusco que impedía, en parte, la entrada a la fortaleza. “Bigotes” que parecía poseer un gramófono en su interior, sin apenas hacerse con aire, continuó relatándole su sapiencia a Carmelo.

-El castillo de Castell de Ferro fue entregado por los árabes a los Reyes Católicos durante el invierno de 1489. No existe en la actualidad ningún vestigio que lo atestigüe, aunque gracias al maestro Rodrigo Alemán tenemos constancia de aquel hecho en la Catedral de Toledo, concretamente  en el tablero cuarenta y dos de  la sillería del coro en que está representada la escena. En el panel se puede apreciar al rey don Fernando montando a caballo y recibiendo las llaves de la ciudad, de manos de sus alcaides, siendo testigo de la escena el cardenal Mendoza.

>>Y ahora que le he contado, mucho más de lo que imaginaba sobre la fortaleza de Castell de Ferro, ¿qué le parece si emprendemos el retorno y le invito a almorzar? No me vaya a decir que no, pues me sentiría ofendido. Así que andando.


“Bigotes” llevó a Carmelo hasta un restaurante, al pie de  la misma playa, que se anunciaba como “Rompeolas”. En aquel lugar, entre bromas y saludos pidió para los dos.

-Si le parece, como voy a ser yo quien  pague, también seré el que  pida. Sé que es una falta de cortesía, pero de este modo no nos equivocaremos en la demanda.

>>¡Mira muchacho! –le dijo al camarero, que era un joven barbilampiño, que no se enteraba muy bien de con quien estaba hablando-, de  primero tomaremos un puchero de garbanzos, que es muy parecido al madrileño –le indicó a Carmelo- y que lleva morcilla, chorizo, espinazo, tocino, verduras, hinojos, repollo y judías verdes. De segundo nos pones, aunque no pegue, unos pescaditos fritos. Seguro que al señor le agradarán. Para el postre, ya veremos si te pedimos, pues no creo que lleguemos...

Y no llegaron, pues el ágape había sido demoledor, sobre todo el primer plato, que aunque les supo a gloria, no tuvieron arrestos, una vez dieron con él, para continuar.

            Después del almuerzo, “Bigotes” se despidió, de igual modo que había aparecido unas horas antes: como  por arte de magia. Carmelo, entre tanto emprendía de nuevo la carretera, sin saber aventurar si aquel campesino había sido real o un  producto de su imaginación. Pero  debió de ser real, pensó, si no, no tendría aquellos ardores estomacales que le habían producido la morcilla y el “mojeteo” en el tocino.

            En esas andaba cuando atravesó el pueblecito de Castillo de Baños, donde se detuvo para despabilarse y caminar alrededor de la fortaleza costera que daba nombre a la población. El castillejo databa del siglo XVI y había sido construido, como tantos otros, con carácter defensivo. No había mucho que ver, por lo que se acercó hasta el restaurante “Las Gaviotas” y se  pidió un café.

            -Por favor, que esté muy cargado.

En la Mamola, que fue el pueblo que vino a continuación, se deleitó caminando por  la arena de  la playa y observando las numerosas embarcaciones que se encontraban varadas al pie de la torre árabe de “Cautor”. Realmente se hallaba muy a gusto,  por lo que decidió prolongar su estancia y pasar el resto de la tarde recorriendo las radas más cercanas.

Cuando el sol le anunció, que el día ponía su fin, se sentó en la arena y gozó sintiendo la brisa marina y la energía de los últimos destellos solares sobre su cuerpo. Había que encontrar un lugar donde pasar la noche.

No le fue difícil, acertando con el hostal “Puga”, un pequeño establecimiento, donde aparte de cama te ofrecían comida y conversación. Fue cenando en aquella hostería donde conoció a don José Luis Martín, un agente comercial, que recorría la costa granadina representando a una conocida marca de chocolate y que se entretenía mostrando revistas de automóviles y hablando a la par de su viejo SEAT 131.

-Una reliquia, amigo mío, de las que ya no se fabrican. Ahora los automóviles son de plástico. Se estropea  una pieza, ¡ala!, a tirarla y poner una nueva en su lugar –le decía a Carmelo, mientras sorbía la sopa de picadillo-. Eso no es bueno, como no lo es tanta autovía de múltiples carriles. Donde se ponga una buena carretera con sus baches y arcenes, sin olvidarse de las curvas. Para que tanto coche, si luego las carreteras no tienen curvas. Todo es una mariconada. ¿No lo cree usted así?

-Pues...

-¿Cómo que pues? Definitivamente sí. Porque no me dirá usted que es socialista. Ya me lo  parecía.

Así estaban las cosas cuando llegaron al final de la cena. Y Carmelo excusándose, antes de que  la conversación llegara a mayores se retiró a su cuarto a descansar. Mañana sería otro día.

             

            El siguiente día amaneció algo nublado, aunque sin trazas de que fuera a llover. Carmelo empaquetó todos sus bártulos y tras pagar al recepcionista abandonó el hostal “Puga” rápidamente, pues no deseaba volver a encontrarse con el representante de chocolates, que casi le amarga la velada con sus sarcasmos y mal talante. De este modo, tomó la carretera en dirección a Almería y circuló relajadamente durante varios kilómetros, atravesando las poblaciones de Los Yesos, Melicena y La Rábita, que fuera en su día lugar de retiro para los derviches musulmanes y que en la actualidad se asentaba en la desembocadura de La Rambla. Un río seco en la actualidad y que en un pasado muy lejano debió verter sus caudalosas aguas a un Mediterráneo agreste y temperamental. La Rábita contaba con los restos de una fortificación construida en el siglo XII, que sirvió de vigía para los soldados musulmanes que patrullaban la costa.

            Pasado el pueblo, Carmelo abandonó la vía principal para adentrarse en una carretera secundaria que lo condujo hasta Albuñol, en donde tenía pensado visitar la “Cueva de los Murciélagos”. Una asombrosa gruta así llamada por la ingente cantidad de murciélagos que la habitan y que confinó en su interior, durante muchos miles de años, un revelador enterramiento del periodo Neolítico.

            Como desconocía el lugar donde se hallaba la caverna, condujo el 4L hasta una plaza, preguntando a un anciano que se recreaba tomando el sol de invierno, como si aquellos rayos fueran los últimos.

            - Si lo desea –le respondió el jubilado-, yo  mismo le acerco hasta el lugar. Pero le aconsejo que vaya al colegio y pregunte por don Ángel “el director”, es la persona que mejor conoce la “Cueva de los Murciélagos”, recientemente ha publicado un folleto sobre ella, que le han publicado en la Universidad de Granada.

            Don Ángel Benedicto era el nombre del “acreditado arqueólogo”, y en cuanto Carmelo le explicó el  motivo que lo había llevado hasta Albuñol, se brindó en mostrarle la cueva y explicarle todo relacionado que en ella.                       

            Para ello, hubieron de trasladarse hasta el “Barranco de las Angosturas”, que se encontraba por el antiguo camino de Murtas, en las proximidades del paraje conocido como  “La Majada de los Campos”.

            -En 1857, el arqueólogo Manuel de Góngora –comenzó relatándole el profesor-, vino hasta el pueblo para explorar la cueva, que con anterioridad había sido descubierta por un agricultor que buscaba estiércol de murciélago. En su investigación, que para más señas fue algo accidentada, don Manuel se topó con un enterramiento que contenía sesenta y nueve cadáveres, ataviados con túnicas, gorros y calzados de esparto. En la primera fosa que contaba con tres muertos y que se hallaba, justamente, a la entrada de la gruta, había un esqueleto que llevaba una gran diadema de oro.

            >>Más en el interior, se halló una segunda cámara, donde había tres cadáveres que habían sido enterrados junto a cestas de esparto que contenían cereales, corolas de amapola y mechones de cabello. En su exploración, el arqueólogo localizó una tercera cámara, donde había un grupo de esqueletos pertenecientes a doce muchachas dispuestas en semicírculo en torno a una mujer adulta, que vestía un manto de piel atado al costado y que se adornaba con un collar de conchas, un colmillo de jabalí y pendientes de piedras negras.

            >>Por último, al final de la cueva, descubrió medio centenar de esqueletos de varones, que portaban hachas pulimentadas y cuchillos de pedernal, junto con una variada cerámica.

            >>Además de los enterramientos, la “Cueva de los Murciélagos” ha puesto al descubierto un sinnúmero de hallazgos como flechas con punta de pedernal, armas de guijarro, vasijas de barro, punzones de hueso y cucharas de madera. Todo un lujo que posiblemente, usted no habría ni imaginado. Pero, es que donde menos lo espera uno, salta la liebre.

            >>En fin, la cueva está toda vista. Así que volvamos a Albuñol y  le muestro el resto del pueblo, aunque sea de pasada. Estoy seguro que le gustará.

            Cuando llegaron al pueblo, estaban dando las doce del mediodía en el reloj de la Iglesia de San Patricio, que según le contó don Ángel Benedicto a Carmelo, era de estilo dórico y había sido edificada a principios del siglo XVII, aunque reconstruida siglos más tarde por el arquitecto Juan de Mata Velasco, disponiendo de tres naves en cruz latina, dos torres y una bóveda en el presbiterio.

            -El hecho de que Albuñol tenga por patrón a San Patricio, patrón de Irlanda, tiene su explicación. Pues, según cuentan los viejos, la imagen del santo fue encontrada en la costa, tras el naufragio de un barco irlandés que, al parecer sus ocupantes, huían de la represión religiosa inglesa.

            >>Otra curiosidad en Albuñol –siguió refiriendo el maestro- es la casa de las Margaritas, actual vivienda parroquial, que sirvió de morada  durante su estancia en el pueblo al insigne escritor Pedro Antonio de Alarcón. Según cuenta en ella, escribió parte del libro “La Alpujarra”.

            >>¡Bueno!, ahora que está todo visto le invito a un vinito de los nuestros en la bodega de Serafín, mientras, me cuenta todos sus proyectos.


            El vinito se convirtió en almuerzo y cuando Carmelo quiso darse cuenta eran más de las cuatro de  la tarde cuando reemprendía el viaje en dirección a la Alpujarra Baja granadina. El primero de los pueblos con que se tropezó en su recorrido por la Sierra de la Contraviesa fue Albondón, conocido en toda la comarca por  su magnífico vino y sus cultivos de almendras y vides. Pero no se detuvo, prefirió continuar a través de aquella carretera encrespada en dirección a Murtas.

            Mientras lo hacía, recordó a Alfredo, un compañero de instituto, hijo de un guardia civil que era natural de Albondón. Y que en muchas ocasiones le había contado anécdotas sobre el pueblo. Lo hacía siempre que volvía de pasar los veranos con sus abuelos. Contaba que Albondón era de origen árabe y que conoció sus momentos de mayor magnificencia durante la etapa árabe-andalusí. Tras la reconquista de los cristianos y la expulsión de los moriscos, las tierras quedaron baldías y la comarca se despobló. En aquellos siglos, Albondón fue señorío del Conde de Cifuentes.

            Repentinamente, una curva mal trazada hizo que el 4L estuviera a punto de dar con sus “chapas” en un barranco,  muy cercano a la conocida “Venta del Tarugo”. Así que Carmelo extremó su velocidad hasta llegar a Murtas. A la que pudo observar por vez primera de un modo sinuoso, envuelta entre colinas y con las casas amontonadas unas en otras. En el conjunto destacaba una iglesia, la de San Miguel.

            Tras enfilar una pendiente y recorrer varias calles muy estrechas, el automóvil se aproximó hasta unas tapias en donde Carmelo con mucha destreza lo estacionó. Una niña que jugaba a la comba se le acercó para preguntarle si era un “guiri”.

            -No guapa soy nacional, para más señas de Lucena, un pueblo de la provincia de Córdoba.

            La iglesia de San Miguel era un edificio de estilo neoclásico, construido a finales del siglo XVIII, de proporciones enormes para su emplazamiento, siendo la mayor iglesia de toda la Alpujarra. En su  interior, que Carmelo visitó con gran recogimiento, se podían apreciar tres naves, enlosadas pulcramente con mármol blanco extraído de las Canteras de Macael.

            Una vez finalizada la visita, Carmelo que había aprendido a viajar sin prisa, pues sabía que igual daba finalizar el informe una semana antes que después, dirigió sus pasos hacia una pensión que había en la misma Plaza de la Iglesia y que se anunciaba como “Nuevo”. Y pidió una habitación.

            -Doble o individual –le preguntó una joven que respondía al nombre de Eugenia y que era hija de los propietarios, que regentaban un café-restaurante colindante-.

            -¿Qué diferencia hay de precio?

            -Ninguna si viene solo.

            -Pues dámela doble y al ser posible con televisión.

            -También le voy a facilitar una guía sobre la Alpujarra que ha escrito un señor muy simpático, que vino por aquí viajando en una moto de esas que salen en las películas americanas, y que nos hizo muchas preguntas sobre el pueblo y su historia.

            Carmelo recibió el libro con más entusiasmo que si le hubieran ofrecido un trozo del conocido queso de almendra que elaboraba la prestigiosa cooperativa “La Murteña”. Y observó la singularidad de su portada, que mostraba al escritor sobre una motocicleta negra y blanca, descubriendo un paisaje impar de la Alpujarra. El autor en cuestión firmaba el libro con el nombre de José María S. Osuna y decía ser un aventurero que recorría el mundo creando libros que nos mostraran sus bellezas naturales y humanas.

            Cuando Carmelo subió a su habitación, que era tan confortable como la de  un  hotel de cuatro estrellas, se tumbó en  una de las dos camas y abrió el libro por la página que se correspondía con el pueblo de Murtas y leyó:

            >>Los primeros datos que se conocen de la presencia de nuestros antepasados en estar tierras se corresponden con el período neolítico. Así lo atestiguan  el importante número de objetos encontrados en lugares como en la finca de “La Centena”, la “Cueva del Patio”, el “Molino de las Cuartillas” y el cortijo de “Fuñez”. Estos poblamientos prehistóricos tuvieron continuidad hasta la época hispano-goda.

            >>Sería con la dominación musulmana cuando la alquería de Murtas comienza a revelar su presencia, formando parte desde 1347 de la Taha Nazarita de Sahil y quedando integrada en la organización social, militar y religiosa del Castillo de Juliana.

            >>A  principios del siglo XVI, tras la huída de los moriscos al norte de África, la Alpujarra quedó despoblada. Circunstancia que aprovecharon los Reyes Católicos para ordenar la repoblación, imponiendo a  los moriscos que se convirtieran al cristianismo y que renegaran de ritos y costumbres  propias. Los alpujarreños, en total desacuerdo, se rebelarían años más tarde contra Felipe II, lo que ocasionaría una guerra entre cristianos y musulmanes.

            >>Murtas se vio implicada en el problema, volviendo a padecer grandes desastres como la tala de bosques, incendios de campos y la destrucción de viviendas y molinos, que ocasionaría un período de penurias, miserias y muertes entre  los vecinos.

            >>En el bando cristiano, no fueron menos duras las secuelas, originándose a la par la destrucción de casas, iglesias, telares y fincas, junto con el asesinato de cristianos viejos y religiosos.

            Cuando Carmelo finalizó la lectura de aquellas páginas, apenas podía mantener los ojos abiertos, el cansancio del día le pasaba factura. Por lo que aprovechó para pedir a Eugenia que hiciera el favor de subirle un vaso de leche con unos dulces y después ofrendarse con  la cama, hasta el siguiente día.


            Sobre las ocho de la mañana, despertó Carmelo. Un sol resplandeciente iluminaba toda la habitación, por lo que se levantó sin pereza, se aseó en un coqueto cuartito de baño, recogió sus pertenencias y bajó hasta la recepción. Eugenia, la recepcionista, limpiaba el polvo de los muebles con un arte singular. Cuando lo vio bajando las maletas, dejó la bayeta en un rincón y se ofreció para ayudarle.

            -No te molestes, puedo yo solo –fue lo único que se le ocurrió decir a Carmelo, que habitualmente se azoraba con las jóvenes-.

            -No es ninguna molestia –le indicó Eugenia, mientras se hacía con la mochila-, supongo que tendrá ganas de desayunar. Pase al saloncito y enseguida le llevo el café con leche.

            El desayuno que tomó, fue el habitual. Café con leche y tostadas de tomate con aceite. Pero al final, la joven hostelera lo sorprendió con un surtido de dulces artesanales, con claro sabor morisco. A base de “soplillos” de almendra, calabaza confitada y turrón de almendra. Confites que trasladaron el sentido del gusto de Carmelo a tiempos tan remotos como los de Aben Humeya.

            -Estas delicias son para que se lleve  un dulce recuerdo del pueblo y de sus gentes. Están elaboradas por mi madre, y no solemos ofrecérselos a todos nuestros clientes, solamente a los más especiales.

            Una vez desayunado, Carmelo reemprendió nuevamente su camino, en esta ocasión en dirección al cercano pueblo de Ugíjar, donde lo esperaba Constantino González, el novio de Eugenia que se había ofrecido en mostrarle el pueblo tras recomendación de ésta.

            El paisaje que mostraba la carretera hasta la Capital de la Alpujarra era de aspecto insólito, sobre todo al  paso por las aldeas y cortijadas que irrumpían ante la  mirada curiosa de Carmelo, colgadas de cerros imposibles y alturas inefables. Así, llegó el 4L hasta una altiplanicie al pie de Sierra Nevada, donde se ubicaba el pueblo de Ugíjar, asediado en la lejanía por altozanos de invicta altitud.

            Carmelo tras aventurarse por una recortada avenida, preguntó al primer transeúnte que se echó al paso por la Plaza de los Caños, donde estaba citado con Constantino González. Y éste, como es costumbre entre las gentes de los pueblos, le indicó la dirección explicándosela como mejor sabía.

            -Tome la calle y siga recto hasta arriba, después tuerza a la derecha y cuando vea un cruce gire a la izquierda. Siga derecho hasta la panadería y allí  pregunte. Pero si lo prefiere, yo mismo le acompaño, pues me dirijo hacia allí.

            El novio de Eugenia ya lo estaba esperando, y en cuanto vio el 4L se dirigió hasta Carmelo para presentarle sus respetos. Pues, según le había hecho saber su novia, iba a tener la oportunidad de “codearse” con  un señor muy “culto”, de esos que escriben libros y trabajan junto a  los  políticos que salen en el periódico.

            Constantino era el propietario de la discoteca “El Cine” y parecía, a pesar de su profesión, un joven atento y afable, que enseguida se hizo con la confianza de Carmelo.

            -Deseará, imagino, que comencemos cuanto antes el recorrido   por los diferentes lugares históricos del pueblo. Creo que le voy a ser de gran utilidad, pues a  pesar de ser actualmente un discotequero, anteriormente realicé estudios universitarios de Informática. Lo que ocurre, es que no me veía preparando oposiciones y siendo profesor de chiquillos, o trabajando de informático en cualquier empresa. Así, que me vine al pueblo, monte un “pub” y a continuación me hice con la discoteca.

            >>Ahora, en mis ratos libres confecciono una página “Web”,  para el Ayuntamiento. En ella, incluyo toda la información histórica que a usted le interesa. Así, que empecemos por la iglesia parroquial la Anunciación de María.

            La iglesia, que era de proporciones sorprendentes, se hallaba cercana a la Plaza de los Caños. Había sido construida durante el siglo XVI y era de estilo gótico. Para su mejor conocimiento entraron a su interior y de este modo pudieron recrearse reparando en las once capillas laterales.

            -La Capilla Mayor –le hizo saber Constantino a Carmelo- es en la que se ofrenda culto a San Cecilio, obispo y patrón de Granada. Como podrá comprobar, dispone de un magnífico tabernáculo de estuco y dos cuerpos de sacristía de gran amplitud.

            >>En la otra capilla cercana se venera a Nuestra Señora bajo la identidad de Martirio, que es la patrona de Ugíjar.

            >>La iglesia fue instituida como colegiata en el año de 1501, gracias a la bula papal de Inocencio VIII y por petición de los Reyes Católicos. Durante aquel siglo causó la admiración de la cristiandad, motivo por el que en una revuelta ocurrida en 1567, fue destruida por los moriscos, que prendieron fuego a  la Capilla Mayor y al archivo que guardaba cuantiosos y valiosos documentos que hacían referencia a  la época. Y lo que fue más terrible, durante la rebelión la imagen de la Virgen fue vilipendiada, dañada, arrojada al fuego y por último tirada a un  pozo. De este pozo se rescataría, y cuenta la tradición que fue gracias a un milagro de la propia Virgen, que puso voz en boca de la imagen: “¡Martirio me llamo!”.

            >>Un decreto, anunciado el 12 de abril de 1842, ponía fin a la institución como  colegiata, quedando sujeta a simple iglesia parroquial, lo que es en la actualidad.

            Una vez finalizada esta visita, Constantino condujo sus pasos hasta la Fuente del Arca, para mostrarle a Carmelo un abrevadero de fábula, construido con piedra de cantería, en el que vertían sus aguas seis hermosos chorros de agua.

            De  la fuente marcharon hacia el Convento Franciscano y en el deambular por las calles, tuvieron ocasión de ver la Fuente de la Estrella y la Plaza de los Caños, que ya conocía Carmelo. Mientras erraban hacia el monasterio, Constantino reveló algunos hechos de la historia de Ugíjar a su acompañante.

            -El pueblo, ya era conocido durante el siglo I de  nuestra era. Así  lo atestiguó Estrabón, que hablaba de una ciudad fundada por Ulises, el héroe griego protagonista de la “Odisea”, donde ya se erigía un templo dedicado a  la diosa Atenea. En la  misma “Odisea” habla Homero de una ciudad cercana a Adra, al otro lado de las montañas, que con seguridad se correspondía con Ugíjar.

            >>Pero sería durante el período musulmán cuando Ugíjar alcanzaría su máximo esplendor y su actual fisonomía, al ser “cabeza de Taha” con jurisdicción sobre las poblaciones de la Alpujarra.

            >>Tras la reconquista cristiana, pasó a ser feudo de Boabdil, por disposición en las capitulaciones de Santa Fe, recibiendo el título de ciudad de manos de  los Reyes Católicos. Posteriormente sería alzada a Alcaldía Mayor en el reinado de los Austrias y Cabeza de Partido Judicial desde mediados del siglo XIX.

            En esa charla andaban cuando llegaron hasta las puertas del antiguo Convento Franciscano, que en  la actualidad había sido restaurado y mostraba un aspecto espléndido.

            -El convento desapareció tras la desamortización de Mendizábal –empezó a relatar Constantino de forma pausada a Carmelo, que lo escuchaba atentamente- durante el siglo XIX, convirtiéndose en “Colegio de Humanidades”. En aquellos años, ostentó una gran importancia y así lo refrendó Pascual Madoz en su “Diccionario geográfico, histórico y estadístico”, que precisamente llevo en  mi cartera para poderle informar con todo detalle.

            Instante que aprovechó Constantino para comenzar a buscar en un viejo libro, encuadernado en piel. Y que tras unos segundos de exploración entre sus  páginas leyó en voz alta:

            - «...hay un edificio que fue convento de religiosos franciscanos, bajo el título de San Juan Bautista y fue fundado en 1646  por el R. P. Fr. Francisco Soriano, consignándose después y a  petición L. Sr. D. Fr. Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Granada, cédula del rey D. Felipe III, dada en Madrid a 27 de agosto de 1617. En este edificio se halla establecido  un colegio de humanidades o de segunda enseñanza bajo la inspección de un director: su creación se debe al benemérito joven profesor D. Sebastián Pérez y Aguado en el año de 1839, quien desde luego supo organizarle de la manera más útil y brillante. En él, además de enseñarle todas las materias asignadas por el  plan vigente de estudios a las clases superiores y elementales de instrucción  primaria, hay cátedras de latinidad y filosofía, y sus alumnos incorporan los años de estudio a cursos eclesiásticos en la Universidad de Granada. Los discípulos que hasta el día han salido de este utilísimo establecimiento, al sufrir sus exámenes en dicha  universidad, han llamado singularmente la atención pública por sus sólidos conocimientos en las materias cursadas, haciendo el honor debido a la grande erudición y excelente método del director empresario. El número de alumnos asciende a  unos cuarenta: la dotación del director consiste en siete mil reales anuales cuyo  pago corre a cargo de una empresa particular».

            >>Con estos hechos, habrá comprobado que  Ugijar ha sido y es mucho  pueblo, por algo se le conoció durante siglos como la Capital de la Alpujarra. En fin, un  orgullo para cualquiera de nosotros. ¡Ande, sígame! Y veremos la iglesia de la abadía, que fue construida en forma de cruz latina y que como verá, dispone de  una sola nave. Aunque lo más curioso es la cripta que se abre en el subsuelo y que sirvió como lugar para enterramiento de los frailes.

            >>También, es digna de mención la cúpula situada en el transepto y que se eleva sobre pechinas ricamente decoradas, con escudos y adornos en forma vegetal, que suponemos estuvieron pintados, según se aprecian en algunos lugares. La iglesia pertenece, y usted lo sabrá mejor que yo, al estilo barroco. Ubicando en su interior un importante número de obras místicas y un extenso registro de documentos de índole histórica.

            >>En fin amigo Carmelo, aquí en Ugíjar está todo visto. Y como sospecho, tendrá intenciones de continuar camino de Cádiar, el pueblo de mis padres. Así, que si no  le importa, le acompaño, le invito a comer en mi casa y luego le muestro algo del pueblo.

            -Por mi encantado, aunque poniendo dos condiciones. Una que nos dejemos de formalismos y empecemos a tutearnos, y la otra, que me permitas tener un detalle para con tus padres. Pues ya que vamos a pegar la gorra, que no se note mucho.

            - Me parece bien, así que si quieres quedar como un rey con mi madre, que para más señas es una excelente cocinera, regálale unos soplillos de almendra y unos trozos de calabaza confitada. Es su pasión, y estoy seguro que cuando tú los pruebes también será la tuya.


            Tras una quincena de kilómetros por una carretera de inauditos paisajes, verdes prados y collados adyacentes. Carmelo y Constantino llegaron hasta Cádiar, a la que el eminente Gerald Brenan llamara “el ombligo de la Alpujarra”, por encontrarse ubicado el pueblo en el centro de la comarca. La familia del novio de Eugenia, para más señas Constantino, vivía en una casa de trazas alpujarreñas, en el inconfundible “Barrio Bajo”, muy cerca del edificio que fuera antigua posada y las plazas del Calvario y de la Ermita.

            La madre de Constantino esperaba en la puerta de la vivienda, a  pesar de no haber sido avisada por nadie.

            -Es que está acostumbrada a que venga a visitarla todas las semanas el mismo día y a la misma hora.

            Se llamaba, la buena mujer, Catalina y vestía de negro riguroso, por el fallecimiento de su suegro diez años atrás. Además, Catalina se ataviaba con un pañuelo del mismo tono que se anudaba constantemente a la barbilla. A Carmelo aquel ejercicio le recordó a un tal “Pocholo” famoso de la televisión que hacía lo mismo con su pelo, sólo que el  mozo se lo recogía en coleta o moño, según encartaba y el guión lo requería.

            Para almorzar hubieron de esperar la llegada de Toribio, el cabeza de familia, que había estado labrando unos bancales y se había retrasado por culpa de la  mula que había perdido una herradura durante el trayecto de vuelta.

            -Esta tarde, cuando la compaña se haya marchado –le decía a su hijo-, deberías echarme una mano a colocarle el ramplón a la “Marcela”, pues bien sabes que el herrador no viene mucho por el pueblo. Y no es cosa de tener al animal sin hierros.

            El almuerzo lo realizaron en el corral, bajo la sombra de un fabuloso naranjo, que según refirieron a Carmelo, no daba apenas naranjas, pero a cambio proporcionaba una generosa sombra. Comieron migas alpujarreñas, esas que se realizan con sémola de trigo y aceite de oliva. La comida favorita, según decían “del Constantino”, y que acompañaron de pimientos y tomates secos y fritos, rábanos, gazpacho y unas sardinas asadas. Los pimientos secos, además estaban aderezados con unas aceitunas negras aliñadas y unos trozos de bacalao que llamaban “molío”, que se presentaron con una salsa de ajos crudos y vinagre. Todo un lujo gastronómico propio de la tierra y que a Carmelo le supo a gloria.


            Una vez finalizados  los postres, Carmelo y Constantino tuvieron que contentar a Catalina echando “una siestecita” en el sofá de  la salita, que estaba reservado para los invitados. Aunque no fue muy  larga, sirvió  para que entonaran nuevamente el cuerpo y tomaran fuerzas para reemprender el recorrido, que iniciaron yendo hasta el “Cadi”, un hostal, bar, restaurante donde se tomaron un café solo con una copita de pacharán. Momento que aprovechó Constantino  para explicar  sucintamente la historia del pueblo.

            -Cádiar ha sido a lo largo de los tiempos, el lugar de confluencia  de los diversos caminos que se adentraban en la Alpujarra. Pero nunca se le conoció  por esta circunstancia, sino gracias a su industria de seda y su producción agrícola durante la época musulmana, además de  la importancia que tuvo durante la sublevación de los moriscos en 1570.            >>Durante el período nazarí –continuó contando Constantino-, Cádiar perteneció a la extensa Taha de Jubiles, junto con otras dieciséis aldeas, que sirvieron de escenario de gran parte de los acontecimientos anteriormente mencionados. Entrado el siglo XVI, Felipe II le otorgó la distinción de villa.

            >>¡Pero bueno!, dejémonos de monsergas y vamos a ver la iglesia de Santa Ana, que se encuentra ahí mismo.

            Este espléndido templo se había construido  en la segunda mitad del siglo XVI, concretamente entre los años de 1562 a 1566. Siendo una obra de estilo visigótico, así lo manifestaba su planta cruciforme, el empleo de materiales de piedra y su bóveda de medio cañón.

            -Los muros de la iglesia –refería Constantino a su acompañante- están construidos con mampostería de pizarra, teniendo contrafuertes en la nave central y refuerzos en las esquinas con sillares. La cubierta, como podrás comprobar, está montada sobre tejas curvas.

            >>Ahora, dejemos la iglesia y acerquémonos hasta la Casa Ayuntamiento, como verás es una edificación con solera.

            En efecto, la tenía, habiéndose construido sobre un solar que en su pasado había albergado la que fuera vivienda de “El Zaguer”, un tío de Aben Humeya. El actual Ayuntamiento había sido edificado durante el siglo XVIII y correspondía a un estilo barroco. Disponiendo de tres plantas, la primera de ellas se encontraba rematada por unos frontones curvos, propios de la época. En la planta intermedia, donde se ubicaban las oficinas del Ayuntamiento, se hallaba decorada con jabalcones de rejería, realizados en hierro. Y  por último, la tercera planta daba cabida a las instalaciones de la televisión local.

            -En el exterior –comentaba Constantino a Carmelo, mientras cruzaban la puerta de salida- nos vamos a recrear en  la fachada principal del edificio, que como verás se halla cubierta de ladrillo con gavetas de cal y canto, y nos muestra vanos dintelados de formas rectangulares. Así como  en la puerta principal de doble hoja claveteada con herrajes.


            Con esta observación de la  puerta del Ayuntamiento dio Constantino por finalizado el recorrido por Cádiar. Ahora tan sólo restaba a los amigos despedirse, para que Carmelo pudiera reanudar su viaje nuevamente en dirección a Órgiva, que se hallaba a una treintena de kilómetros.

            -Será bueno que emprendas el viaje cuanto antes –le apuntó Constantino-, la carretera no es muy buena y de aquí a nada anochece. Así que dame la mano, y decirte que ha sido un verdadero placer haberte hecho conocer  un poco de mi tierra.

            En efecto el viaje hasta Órgiva se hizo algo molesto, sobre todo porque a los pocos minutos de dejar Cádiar, la oscuridad se hizo presente y conducir por aquella carretera repleta de curvas  no fue muy agradable. Asimismo fue una pena que Carmelo con lo aficionado que era en recrearse con los bellos paisajes, no pudiera percibir lugares de hermosura única, que a tantos e importantes hombres habían cautivado a  lo largo de la historia.

            Cuando el 4L descubrió la señal que anunciaba el pueblo, eran cerca de las nueve de la noche y comenzaba a “chispear”. Así que se detuvo ante un mesón que se anunciaba con luces de neón, y que respondía al nombre de  “Venta el Puente”. En él decidió tomar un “tentempié” y pedir información sobre algún hotel.

            Fue Paco el dueño del establecimiento a quien encontró Carmelo tras la barra. Un hombre afectuoso, simpático y con muchas ganas de agradar, sobre todo si el parroquiano tenía trazas de no haber comido en horas.

            -Creo que lo mejor que puede hacer usted es sentarse en aquella mesa cercana a la chimenea y dejar que lo invite a  un vino –le ordenó Paco nada más hablar dos palabras-. Ahora después le digo lo que puede tomar de cena y le informo sobre lo que usted necesite.

            Y así fue. A los  pocos minutos Carmelo tenía hecha una reserva en el hotel del pueblo y a la par se defendía con una cuchara del puchero de hinojos que el mesonero le había servido.

            Aquella noche lluviosa durmió en la confortable habitación del “Hotel Mirasol”. Y cuando al  siguiente día se despertó,  descubrió  una espléndida terraza, desde la que se podían ver unos singulares y cautivadores paisajes, a pesar de la lluvia, que caía de forma intermitente, confiriendo al ambiente un aspecto muy invernal.

            Lo  primero que hizo Carmelo fue abrigarse y enfundarse en un chubasquero que parecía aislarlo del ambiente y le proporcionaba un aspecto casi espacial. Así, cuando  lo vieron aparecer por recepción, los presentes no sabían si darle los buenos días o pedirle  un autógrafo de esos que firman los astronautas de la NASA.

             En Órgiva no conocía a nadie, pero a cambio contaba con un pequeño librito de viaje que explicaba la historia de la  ciudad. Así supo que los primeros vestigios del pueblo se remontaban a la época ibérica, unos tres mil quinientos años antes de Cristo. Y que posteriormente sería habitada por los griegos que fundaron la colonia de Ulisea. En el devenir de los tiempos, también lo harían  los romanos, que dejarían a su paso calzadas, acueductos y termas.

            Pero serían  los musulmanes, quienes a partir del siglo XI dejarían una impronta muy marcada en toda la comarca de la Alpujarra, transfiriendo una cultura que se ha mantenido hasta nuestros días. De esta época permanecen un sinnúmero de fortalezas y viviendas de planta cuadrangular de techo plano y paredes de barro. Además de usos tan comunes como el pastoreo de ganado y el cultivo del olivo y la higuera.

            Después de la conquista de Órgiva por los Reyes Católicos, muchos de sus pobladores se convirtieron al cristianismo  para evitar ser expulsados y otros, llegaron provenientes de tierras tan lejanas como las de Castilla o Galicia. Estos eran labradores y serranos de costumbres rudas y espíritu belicoso.

           

            Tras esa efímera información, Carmelo encaminó sus pasos hacia la Iglesia de Nuestra Señora de  la Expectación que había sido construida durante la segunda mitad del siglo XVI. Aunque durante los años postreros sufriera importantes añadidos en el crucero y la capilla mayor, junto con el adosamiento de dos naves a través de arcos de medio punto.

            En 1762 la cúpula sería decorada con hojarascas propias de la época, y los laterales se enriquecerían con unos hermosos altares. El motivo ornamental más significativo es la rocalla, que se  observa en el púlpito y en los retablos laterales. De este mismo  periodo constructivo son las dos esbeltas torres de formas renacentistas, que están inspiradas en las de la Basílica de Nuestra Señora de  las Angustias de Granada. Rematándose el conjunto con la fachada de piñón ondulado y su portada en  piedra.

            Entre 1858 y 1868 se modificaría el presbiterio y se alzaría el camarín del Cristo de la Expiración. En ese interior tan esplendoroso, es fácil reconocer imágenes muy notables como el Cristo de la Expiración de finales del siglo XVI, el Cristo Yaciente, el Nazareno y la Virgen de los Dolores. La talla más preponderante es la del Triduo de Santa Ana, la Virgen y el Niño.


            Una vez finalizada esta visita, Carmelo se encaminó hasta la popular Cruz de Hierro que, según cuenta  la tradición del pueblo, fue donada por Don Juan de Austria, tras extinguir el segundo levantamiento morisco en 1569.

            -De ese modo –le relataba un vecino que se había acercado hasta nuestro hombre- dejó constancia de que en esta tierra había concluido la etapa de la Reconquista. Pero la verdadera historia de la Cruz de Hierro, nada tiene que ver con las tradiciones. Pues se sabe, que cuando el Señorío de Órgiva pasó a los Córdoba durante el siglo XVI, éstos conmemoraron al pueblo erigiendo esta Cruz.

            -Y ya que sabe usted tantas cosas de la historia de Órgiva, ¿no sería tan amable de mostrarme la fortaleza?

            -Con mucho gusto, pero antes que nada le diré que no se trata de una fortaleza, propiamente dicha. Sino de una casa-castillo. Aunque antes de ir hasta ella, me gustaría presentarme, pues estamos aquí en medio  de  la calle como dos pasmarotes, soportando una lluvia de “cojones”, sin saber nuestros nombres. El mío es Anastasio Cubrelomas, de profesión cartero retirado y natural de Pórtugos, aunque llevo toda la vida viviendo en Órgiva.

            -El mío es Carmelo Chinchilla, natural de Lucena y de profesión funcionario de Diputación –le explicó mientras le tendía la  mano, mientras la lluvia arreciaba con fuerza-.

            >>Y ahora que nos conocemos, le invito a tomar café. Espero que mientras tanto no desaparezca la casa-castillo y sí deje de  llover.

            Llovía a cántaros cuando llegaron a la fortaleza que era una construcción del siglo XVII, mandada a edificar por don Cristóbal Fernández de Córdova y Alagón, conde de Sástago y nieto del Gran Capitán y en la que sobresalía su torre cuadrangular rematada por veintiséis almenas y el tejado con formas cuadrangulares y cubierto por cerámica árabe.

            -Esta casa-castillo –comenzó a relatar como mejor sabía Anastasio Cubrelomas-  fue erigida sobre las ruinas de otra fortaleza, que sirvió de reducto a más de un centenar de cristianos vecinos de Órgiva, que se encerraron en ella para protegerse de las iras Abenao, un caudillo morisco muy conocido en la zona durante las sublevaciones de 1568.

>>Este hecho histórico nos lo relató perfectamente Pedro Antonio de Alarcón en su libro la Alpujarra. Y entre otras cosas decía –momento que aprovechó Cubrelomas para sacar el libro de uno de los bolsillos de su gabán, como por arte de magia, y comenzar a leer-:

“...La cosa fue que, no bien cundió la noticia de los primeros horrores cometidos por los moriscos  contra las autoridades, sacerdotes y demás cristianos viejos de otros pueblos de la Alpujarra. Sarabia, alcaide de Órgiva, hizo recogerse a  la villa todos los fieles del distrito a su mando.

              Reuniéndose, pues, allí unos ciento sesenta hombres, mujeres y niños, agrupados en torno a doce curas, beneficiados y sacristanes, condenados todos, desde el primero hasta el último, a sufrir los más crueles suplicios y al fin  la muerte, tan luego como llegase a aquella tierra el huracán revolucionario que la rodeaba por todas parte.

            Pero Sarabia nos lo había llamado  para que muriesen, ni estaba dispuesto a dejarse matar tan impunemente; si no que ya tenía formado un  plan de defensa, que consistió en apresar a cuantas moriscas notables y moriscos pequeñuelos halló a mano, mezclar esta gente con las familias cristianas, y encerrarse en la mencionada torre con todo aquel complicado personal, a esperar socorro del Capitán General de Granada o de la Divina Providencia no sin enviar antes a los padres y maridos de aquellos preciosos rehenes un mensaje por este orden: «Yo no pienso hacer daño alguno a las débiles criaturas que os he arrebatado, y que os devolveré si salgo de aquí; pero tampoco pienso entregar la torre sino al Marqués de Mondéjar, que me confió su custodia: por consiguiente, si los monfíes le ponen fuego a la torre arderán a la vez las mujeres y los niños de ambas castas, y si nos faltan víveres, todos moriremos juntos de sed o de hambre».

            Resultado de tan atrevida determinación fue que, cuando los rebeldes, capitaneados por Farag-Abén-Farag, entraron en Órgiva y bloquearon la torre, los moriscos de la población tuvieron buen cuidado de proporcionar sigilosamente a los cristianos todo linaje de municiones de boca y guerra, por cuyo medio pudieron resistir un día y otro, aunque sin dormir ni dejar de pelear un momento los furiosos ataques de millares de monfíes. Hasta máquinas de  las empleadas en la antigüedad construyeron éstos, una para acercarse a minar y volar la torre, y otras para asaltarla; pero piedras enormes, aceite hirviendo, aguarrás inflamado, alquitrán, demonios vivos, reemplazaban entonces al arcabuz y la flecha, y destruían las trazas de los sitiadores. El valor y los recursos de Sarabia no tenían término. El valor se  lo suministraba su corazón animoso: los recursos... los parientes de las moriscas.

            Llegó al cabo con muchas tropas el Marqués de Mondéjar y liberó enseguida a aquellos héroes y mártires, quienes no se descuidaron tampoco en devolver a sus respectivos dueños, sanas y salvas a las secuestradas moriscas, ni en entregar a sus respectivos padres aquellos aprendicillos de infieles que tales méritos tenían ya que alegar ante Mahoma”.

            Y con la lectura de ese capítulo de  la Alpujarra  de Pedro Antonio de Alarcón, Anastasio Cubrelomas dio por finalizada la visita a la casa-castillo de Órgiva, haciéndolo entre un mar de lluvia que no sólo empapó los huesos de ambos visitantes, sino que despedazó las páginas del libro como si hubieran sido confeccionadas en harina y no con papel.

            -Ahora si le parece bien le invito a comer en mi casa, pues sé que mi hija, que está soltera y vive conmigo desde que falleciera mi esposa hace unos años, ha preparado unas “papas a  lo pobre” de esas que “no las salta un galgo”. Y sería para mi un verdadero honor compartirlas con usted tomando un “vino de la tierra”.

            Tras tan sincero ofrecimiento Carmelo no tuvo otra alternativa que aceptar, además lo  hizo con mucho gusto, pues se encontraba hambriento y no tenía muchas ganas de almorzar solo en la barra de un bar.

            La hija del   cartero retirado y anfitrión de las “papas a lo pobre” se llamaba Bernardeta.

            -El nombre fue idea de mi madre que era muy devota de  la Virgen de Lourdes –le explicaba con cierto rubor al recién conocido la joven mientras colocaba los platos en la mesa de un modo inconsciente-.

            Era ésta una muchacha de esas que cuando van a la ciudad tienen aspecto de ser de pueblo, por muy modernas que quieran parecer. Andaría rondando los treinta años y estaba de muy buen ver, pensó Carmelo, que hacía varias semanas no se fijaba en ninguna mujer.

            -Las patatas están muy sabrosas –fueron las únicas palabras que Carmelo logró articular cuando Bernardeta se aproximó hacia él  para servirle un par de huevos fritos-, supongo que freírlas será toda una ciencia.

            -No diga esas cosas don Carmelo, que me va hacer sonrojar. Lo único que hago es seguir las lecciones de mi madre, que no eran otras para las patatas que usar un buen aceite y freírlas muy lentamente, casi como si se estuvieran cociendo.

            El almuerzo resultó satisfactorio, congeniando ambos jóvenes desde que Bernardeta le sirviera los huevos fritos con tanto primor. Y es que a un hombre el mejor modo de ganarlo es a través del estómago, pensaba Anastasio Cubrelomas mientras preparaba un par de copas de licor de orujo.

            Tras la sobremesa, Carmelo se despidió de Anastasio y de su hija y reemprendió su camino en busca del 4L, que se hallaba aparcado sobre una acera cercana. No llevaría una docena de pasos dados, cuando sintió que lo seguían. Al volverse se encontró con Bernardeta.

            -¿Te importa que te acompañe? –le insinuó la joven de un modo terminante-, no tengo nada que hacer y me agradaría visitar contigo “El Castillejo”.

            Las ruinas del antiguo fortín se hallaban a unos tres kilómetros de Órgiva, en dirección a Motril, sobre el margen izquierdo del río Guadalfeo.

            -Este lugar era el favorito de mi  padre cuando mi madre aún vivía –le hizo saber la joven-, se le conoce como el Barranco del Castillejo. Aquí solíamos venir la familia muchos domingos cuando yo era una niña. Pero desde que murió mi madre no había vuelto. Ese es el motivo por el que mi  padre no te ha acompañado.

            El desolado castillejo se alzaba sobre una pequeña colina, desde la que se dominaba el curso del río y las estribaciones de acceso al valle de Órgiva. El estado de  la obra era ruinoso pero ofrecía un aspecto romántico, a pesar de un fortín interior que había sido construido durante la última Guerra Civil.

            Carmelo y Bernardeta caminaron por entre las rocas que habilitaban una estrecha vereda y así pudieron ver el aljibe y la que fuera torre del homenaje, que se hallaba semiderruida.

            -Cuentan los vecinos que en la antigüedad, el lugar era muy rico en cerámica, y que se encontraron en los alrededores un sinnúmero de jarrones de grandes dimensiones y tejas procedentes del período Almorávide.

Fue en ese momento, cuando la joven tropezó y apunto estuvo de dar con sus huesos en el suelo, si no es por la mano instintiva de Carmelo, que logró asirla del talle y levantarla con cierta dificultad. Instante que ambos jóvenes aprovecharon para besarse en un acto de pasión desenfrenada. Lo que vino posteriormente, mejor será no contarlo y dejarlo a la imaginación de cada uno de ustedes.


Aquella noche, Carmelo durmió de nuevo en el “Hotel Mirasol”, haciéndolo muy relajado, tanto que ni se despertó cuando sonó el despertador a las siete y media de la mañana. Y es que para dormir bien, no hay nada mejor que “padecer el mal de amores”. Serían las once cuando salió de Órgiva por la quebrada carretera que lo llevaría hasta el cercano pueblo de Lanjarón, donde por vez primera esperaba su llegada una máxima autoridad. En concreto, el alcalde don José Rubio, un lugareño agradable y muy preocupado por la prosperidad del pueblo y de sus habitantes. A don José Rubio, había tenido la fortuna Carmelo de conocerlo en Diputación cuando inventariaba la comarca de la Alpujarra, brindándose el edil en facilitarle cuantos datos necesitara para finalizar su trabajo. Carmelo que no estaba acostumbrado a tanta cortesía, se lo agradeció invitándolo a un café en la cercana Castellana, y de ahí nació cierta simpatía por ambas partes.

El señor Rubio lo esperaba en el  Ayuntamiento, un edificio de formas destartaladas y algo “pasado” para los tiempos que corren, pareciendo estar sacado de  una de  las películas de Berlanga y no correspondiéndose con la categoría del pueblo.

-Es que no te puedes imaginar el poco presupuesto que tenemos –se excusó el alcalde, que debió darse cuenta lo que debía estar pensando Carmelo-. Pero dime, ¿qué te trae por Lanjarón?

Carmelo, le informó de la  “misión que arrastraba” desde hacía unas semanas y que le había hecho recorrer un buen número de pueblos.

-Ahora espero, que tengas un poquito de tiempo y me muestres los vestigios históricos más importantes de Lanjarón.

-Estaré encantado, pero antes déjame que desconecte el teléfono móvil, es el único modo para que nos dejen tranquilos.


La primera visita que realizaron en el pueblo fue al castillo, que se encontraba en un lugar privilegiado, aunque algo retirado, rodeado de barrancos y sito en  la confluencia del río Lanjarón.

-No es mucho  lo que se conoce –empezó a decir el alcalde-de esta sencilla fortaleza árabe y de su enclave, pero es fácil poder imaginar que bajo sus cimientos se encierran una abundante relación de hazañas ocurridas a lo largo de la Historia.

>>El castillo fue edificado durante los primeros años en que reinó en Granada la dinastía de los Alhamares –continuó relatando-, allá por el año 1231. El primero de estos reyes fue el conocido Mahamate Abuzaid Ibn Alhamar. Tanto él como sus descendientes construyeron numerosas fortalezas y castillos por el reino granadino. Entre ellas, se cuenta la de Lanjarón, la de Vélez Benaudalla, Mondújar y Salobreña. La fortaleza de Lanjarón no fue nunca residencia real, pero sí ocupó un destacado lugar en el entorno bélico. Así lo confirman las diferentes citas históricas recogidas en las crónicas de la villa, en las que es fácil poder reseñar las hostilidades llevadas a cabo entre castellano y musulmanes durante algo más de medio siglo.

            >>Cuentan –continuó narrando el alcalde con gran fogosidad, mientras se aproximaban hasta las murallas, donde se apreciaba un paisaje vertiginosamente bello- que durante la primavera de 1490, fue este alcázar conquistado por los cristianos al mando del rey Católico, aunque ésta no sería la única vez que Fernando tomaría la plaza, pues una década más tarde, en 1500 volvería a estar presente en  la toma del castillo, tras una sublevación de los  moriscos. La causa no fue otra, que una protesta de índole religiosa por parte de  los musulmanes bautizados, que seguían pretendiendo mantener sus creencias religiosas en  la fe a Mahoma.

>>¿Quién hubiera dicho al monarca cristiano en aquellos días, que setenta y nueve años más tarde su biznieto Felipe II, tendría que intervenir nuevamente en la zona para sofocar otra rebelión? Delegando a mitad de la sublevación en su hermano Juan de Austria, que en escaso tiempo puso fin a  la insolencia con resultado favorable.

En la actualidad la fortaleza de Lanjarón se encuentra muy deteriorada, tan sólo es la evocación de un pasado remoto que nos sirve para reflexionar sobre la grandeza de una zona. Sus espesos muros derruidos muestran restos de grandes salones y alojamientos, divididos en tres secciones:  la primera está enclavada en la parte sureste y tuvo que ser la mayor; la segunda, la mejor conservada, estuvo dedicada como lugar donde llevar a cabo condenas y castigos, lo que explica su condición subterránea con pasadizos que conducían al exterior, actualmente se halla enterrada por los escombros; y la tercera se encuentra en la parte norte, lugar en donde estuvieron emplazadas las principales garitas, de las cuales hoy se alzan dos y una inclusive con su techo. En esta sección se ubicaba la torre albarrana, desde donde se aprecia el patio general con su camino de ronda.

Observando detenidamente los restos de la fortaleza, podremos evidenciar la eficacia del castillo con su barbacana, palenque, foso y puerta principal. Un detalle singular, digno de mención, es el que nos ofrece esta puerta al mostrarnos las estrías verticales por las que se deslizaban las partes laterales de la poterna, las cuales cerrarían herméticamente el acceso al castillo.


Una vez finalizado el recorrido por la fortaleza, Carmelo dejó de tomar notas y guardando la libreta en la  mochila, sugirió al alcalde acercarse hasta Lanjarón y visitar el balneario.

-No tengo inconveniente en que vayamos y tomes un vaso de agua, pero creo que será mejor para  tu salud que te invite en  la “Venta el Buñuelo” a tomar unas cervezas con unas tapas de “fritailla”, seguro que tu estómago te lo agradecerá más que si bebes unos tragos de agua Capuchina y te vas de bareta. Luego te acercaré hasta la iglesia de la Encarnación y haremos un poco de historia.


Cuando llegaron a la parroquia eran cerca de las seis de la tarde, pues la cerveza con tapa se convirtió en un interminable “picoteo” que no tuvo punto y final. Así,  tapearon la “fritailla”, para a continuación pedir un revuelto de ajetes, una ración de calabaza frita con longaniza, un conejo frito con tomate y hasta unas costillas adobadas.

-Una buena combinación la que hemos hecho hoy –le decía don José a Carmelo-, por una parte la cultura histórica y por otra la cultura gastronómica. Ambas complementarias, y la histórica imposible de realizar sin  la compañía de la otra. Te imaginas lo que hubiera sido un piquete de obreros construyendo esta iglesia sin un bocado de pan que llevarse a la boca. Pues más inadmisible hubiera sido un maestro constructor bosquejando un templo sin una buena jarra de cerveza acompañada de una buena tripa de chorizo.

>>En fin, dejémonos de filosofías baratas y veamos la iglesia de Nuestra Señora de la  Encarnación, que no sé si sabrás, fue construida sobre la que fuera mezquita en tiempo de los musulmanes. Pero, parece ser que a los  moriscos aquel escarnio no les hizo mucha gracia y decidieron quemarla. Circunstancia por  la que se hubo de reconstruir nuevamente, haciéndolo el tracista y visitador del arzobispado, Ambrosio de Vico. También se sabe, que durante el siglo XVII, participaron con su trabajo los escultores Marín de Aranda y Ginés López, ambos pertenecientes a la escuela granadina de la época. Ya en el siglo XIX se construyó la actual torre junto con la puerta lateral.

>>Para finalizar, te mostraré el  interior del templo, que como  verás, es de una gran belleza, destacando el altar mayor, que en su parte inferior es de estilo barroco y se halla pulimentado en oro. En cambio, su parte superior es de formas churriguerescas ricamente pulimentadas.


Con la visita a la iglesia de la Encarnación dio por conclusa Carmelo la visita a Lanjarón y tras despedirse del alcalde, reemprendió en el curtido 4L la  vuelta hacia Granada, dando así  por finalizado el segundo de los itinerarios, que por cierto se le hizo sempiterno, pues fueron muchas las localidades recorridas y más los kilómetros realizados. Aunque, había valido la pena, pensó Carmelo mientras embragaba el automóvil que comenzaba a avanzar lentamente por la autovía que lo llevaría hasta la ciudad de la Alhambra. En ella, recuperaría fuerzas en su apartamento de la calle Pío Baroja, ordenaría toda la documentación elaborada durante las últimas semanas y se  prepararía para acometer un nuevo derrotero.






TERCER ITINERARIO



Justamente a la semana de su  llegada a Granada, Carmelo tomó una vez más sus maletas y se encaminó hacia su inseparable 4L, para de este modo reemprender el recorrido, que tendría como primer punto de llegada el cercano pueblo de Alfacar, asentado una de las laderas de la sierra de la Alfaguara y conocido en toda la provincia por la riqueza de las aguas y su pan.

En Alfacar lo esperaba un viejo conocido que respondía al apelativo de Marqués de la Parra, por su afición al buen vino, aunque lo que en verdad le gustaba de la vida eran las mujeres. El Marqués rondaría el medio siglo y, a pesar de ello, seguía siendo estudiante de Farmacia. Por que su padre, un rico  hacendado de la Vega granadina le hizo jurar en su lecho de muerte que debería finalizar la carrera costara los años que costara. Y el Marqués que era un hombre de honor, jamás dudó que la concluiría.

-Hace varios años que adquirí la farmacia, y tengo contratado de titular a un compañero que no tenía medios para hacerse con una. Y aunque, no logro poner punto y final a los estudios, sigo insistiendo. Ya me he matriculado en mil facultades y en todas voy perdiendo las convocatorias. Pero, la palabra es la palabra. Y yo se la di a mi padre.

>>En fin, no creo que hayas venido a Alfacar para que te hable del “gran problema” como lo llaman mis amigos. Imagino que desearas saber cosas sobre el pueblo. En esa materia soy un docto y te voy a ser de gran utilidad. Así, que comencemos hablando un poco sobre la historia, mientras caminamos en dirección a la iglesia parroquial Nuestra Señora de la Asunción.

>>¿Sabías?, que las primeras noticias que se tienen sobre Alfacar se remontan al período Neolítico. La causa no es otra que la gran cantidad de objetos hallados en la zona alta de “Las Canteras”, donde se han encontrado distintas variedades de material arqueológico, como hachas de piedra pulimentadas, punzones tallados de hueso, lacas de sílex, restos de cerámica y hasta huesos humanos.

En éstas andaban, cuando vieron  la iglesia que en su día fuera mezquita, un edificio construido sobre sólidos muros de piedra extraídos de las  canteras del pueblo.

-La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción –comenzó relatando el “Marqués de la Parra”, que caminaba a buen paso y no dejaba de fumar cigarrillos de la marca “Ducados”- es de estilo mudéjar y fue realizada en cantería, como era habitual en las construcciones de la zona durante el siglo XVI. Ésta en concreto, se comenzó a erigir en 1557, dedicando su culto a Santa Maña de  los Ángeles.

>>El templo, como comprobarás es de formas rectangulares, disponiendo de una única nave, en cuyo extremo se une otra de planta cuadrada y de mayor altura, en donde se sitúa la Capilla Mayor y el Presbiterio. Ambas naves están separadas por  un arco principal, que dispone de dos gruesos pilares exentos de base y de estilo gótico al igual que el arco.

>>De esta pieza, destaca la cubierta con su magnífico artesonado de madera tallado con entrelazos.

En el otro extremo de la iglesia, se hallaba el coro, al que se dirigieron caminando quedamente, mientras observaban algunas obras de arte de gran valor, como un “Ecce Homo”, encontrado bajo el suelo de la Plaza del Prado, en cuyo lugar se levantó una cruz; una imagen de Jesús Nazareno del siglo XVIII atribuida a José Ruiseñor; y una Dolorosa.

-El coro fue acoplado en este lugar sobre un alforje –relataba el Marqués de la Parra a Carmelo, mientras estrujaba un cigarrillo entre las manos, en un intento  de vencer la ansiedad-, hallándose protegido por un pasamano de lado a lado.

Una vez visitada la totalidad del edificio, ambos se dirigieron de nuevo hasta la puerta lateral que en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción era la principal. Ya en el exterior, Carmelo y el Marqués se dirigieron hacia una casa de la Placeta del Baño, donde se encontraban las pocas huellas existentes de los Baños Musulmanes.

-Fueron construidos durante el siglo XIII y sobresale la bóveda de ladrillo de una de las salas. Cuenta la leyenda, que en estos baños se aseaban los dignatarios religiosos antes de ir a  la oración.

>>Pero la verdadera riqueza histórica de Alfacar, es la relacionada con el agua. Motivo por el que vamos a recorrer las distintas fuentes sitas en los  lugares más principales del pueblo. Así, que empezaremos por la de mayor importancia la Fuente de Aynadamar, que en la actualidad se le conoce con el apelativo de Grande, y que se encuentra en la plaza que lleva su nombre.

>>Esta fuente –le explicaba el marqués, mientras Carmelo introducía tímidamente una de sus manos en las cristalinas aguas- es la primigenia de las fuentes, y sus aguas, además, de abastecer al propio Alfacar, fueron encauzadas a través de la Acequia de Aynadamar para ser llevadas a la capital del Reino.

>>La acequia fue mandada a construir por el emir zirí Abd-Allah. En su recorrido pasaba por los pueblos de Víznar, el Fargue y el propio Albaycín. Desde allí, la acequia se ramificaba hasta la Puerta de Elvira, abasteciendo en su discurrir un sinnúmero de aljibes y paratas de jardines, viñedos y olivares.

>>Una vez conquistado el Reino de Granada por los cristianos, la acequia siguió utilizándose. Así, lo confirmaban las Ordenanzas de Granada, que decretaban un regular suministro y distribución de las aguas por las diferentes parroquias.

>>Actualmente la Acequia de Aynadamar sigue transportando las aguas de  la fuente hasta la población del El Fargue. Y si te fijas, verás en la carretera que va de Alfacar a Viznar, la forma original de la acequia.

>>El manantial de la Fuente Aynadamar, también se le conoce por el nombre de las “Lágrimas” y se encuentra situado en la parte alta del pueblo, justamente a los pies de la sierra de la Alfaguara. Su cronología se remonta al siglo XI y recibió el nombre de Ayn, que según creo significa ojo en árabe y Damar cuyo significado es lágrima en el mismo idioma, por generalización de “donde manan las lágrimas”.

>>La importancia de esta fuente –continuó refiriendo el Marqués de la Parra, que  parecía haber cogido carrerilla en su alocución- y su entorno fue alabada por los más significativos eruditos e historiadores musulmanes. Así, nos lo atestiguó el gran Ibn Al Jatib en un texto que me hicieron aprender de niño y decía algo así: «...tiene gran abundancia de agua, que se conduce por una acequia al lado del camino y disfruta de una situación maravillosa con huertos deliciosos y jardines incomparables, un clima benigno y un agua muy dulce, además de unas vistas panorámicas espléndidas. Es un paisaje cubierto por mirtos, se encuentran allí palacios bien protegidos, mezquitas donde acuden multitud de gente y edificios altos y fortificados».


Tras esta inspección al más importante de los manantiales de Alfacar, el Marqués de la Parra, también conocido por el “Compadre”, por su afición en llamar a todos sus vecinos con ese tratamiento, y Carmelo dirigieron sus pasos en dirección a la parte media del pueblo, en concreto al lugar conocido por “Las Canteras”. Allí, se encontraba el segundo de los manantiales en importancia, al que se le conoce por Fuente Chica.

-Actualmente –comenzó a contar el marqués, que nuevamente había encendido un “Ducados”- la fuente tiene un caño que está ahí, bajando las escaleras. La Fuente Chica, en los orígenes del pueblo fue  indispensable, si me apuras, más que la de Aynadamar, pues sirvió para abastecer a los primeros pobladores del agua necesaria para sobrevivir. En este momento, el manantial suministra agua a la zona sur del municipio y provee a los campos de regadío cercanos al pueblo.

Otras fuentes de relevancia en Alfacar eran las del Morquil, en la zona norte, la del Rincón de la Haya y la del Piojo, conocida por hallarse bajo un espléndido arco de construcción romana. Pero éstas solamente las refirió el Marqués de la Parra de corrido, ya que comenzaba a notar una rara sensación  en el estómago.

-Me parece compadre –le hizo saber a Carmelo- que ha llegado la hora del almuerzo. Por lo menos es  lo que dicen mis tripas, así que dejemos la historia y vayamos al restaurante “Las Encinas” y nos convidamos a almorzar.

El restaurante se encontraba en un buen lugar, y el Marqués nada más entrar se hizo notar, emplazando con cierto aire al mesonero, que debía conocer las ínfulas del Compadre pues no se lo tomó a mal, sino al contrario, pareció alegrarse de verlo.

-¿Qué te trae por aquí Manolo?-que era el nombre de pila del Marqués de la Parra-.

-Pues imagina compadre, el  olor de tus guisos. Que como le digo a mi amigo son los mejores de la zona y si me apuras de la comarca. Así, que déjate de monsergas y dinos que nos vas a dar de comer.

-Pues mira, de primero sería lo suyo que tomarais un alimoje con bacalao, que tanto te gusta. Y a continuación os puedo recomendar un choto con ajos. Luego para  los postres os invito a unos roscos de vino con una copa de aguardiente.


Serían algo menos de  las seis cuando Carmelo se despidió en las   puertas de “Las Encinas” del “Marqués de la Parra”, tras pasar con él unas horas inolvidables recorriendo el histórico y desconocido pueblo de Alfacar, del que se llevó un recuerdo inolvidable tanto ilustrativo como gastronómico.

Y reemprendió una vez más el camino. En esta ocasión tomando la cercana autovía del 92 con dirección al soberbio pueblo de Guadix, cuna de importantes eruditos y tierra firme donde las haya.

El trayecto se le hizo a Carmelo muy corto, la autovía en aquellos días se encontraba en un estado óptimo. Y así, le fue fácil disfrutar del bello  horizonte de la Sierra de Huétor y recordar alguna que otra excursión realizada al paraje de “Las Mimbres”, muy cercano a la Venta del Molinillo, donde había vivido durante largos años el santón de la zona.

Igualmente le cogió en ruta el pueblo de Purullena, conocido en gran parte de Andalucía por sus bazares de cerámica. Y que en la actualidad andaba de capa caída, no por el mal hacer  de sus artesanos, sino por los efectos de la  nueva autovía, que habían dado al traste con la mayoría de  los negocios.

En Guadix lo esperaba uno de sus hijos ilustres, el profesor don Pascual Isidro, catedrático de literatura y erudito donde los hubiere. Don Pascual era un individuo singular, que rondaría el medio siglo, aunque en muchas ocasiones cuando se le escuchaba hablar parecía ser el padre de la humanidad. A Carmelo, siempre que lo veía le recordaba a Ramón María del Valle Inclán, aunque sin barbas. También se daba aire con Antonio Gala, aunque a lo provinciano. Ahora, eso sí, a don Pascual no se  le podía tildar de homosexual, pues a parte de la literatura y su perra ciega, eran las mujeres lo que más  le satisfacían.

El profesor vivía en una destartalada casa muy cercana a la alcazaba, y en ella había quedado con Carmelo. Ambos se conocían desde hacía años, pues Carmelo solía asistir a gran número de las conferencias que don Pascual ofrecía en Granada.


-Mi querido amigo, no sabe lo que me alegra verle por vez primera en mi pueblo –le dijo a Carmelo con cierto aire de prepotencia- donde soy un ignoto de la administración. Pero, por desgracia, nadie es profeta en su tierra, y mucho menos en la de Guadix donde has de ser difunto para ser  prestigiado.

>>Pero, pase a mi humilde morada y cuénteme en que puedo serle útil. Aunque, por la misiva que recibí en las pasadas fechas, lo imagino. Mi buen Carmelo, usted desea que ponga mi sabiduría a su disposición. Y no tengo inconveniente, siempre que lo cite en su “memorándum”, no es por vanidad sino por necesidad de reconocimiento administrativo.

Aquella noche Carmelo durmió en el Hotel Comercio, pero antes de hospedarse en la habitación que tenía reservada, disfrutó de un primer contacto de la cultura accitana con don  Pascual Isidro, que le detalló en su estudio y ante una magnífica copa de “brandy” los pormenores históricos del pueblo.

-La comarca de Guadix está considerada como uno de los  lugares de asentamiento humano más antiguos de la Península Ibérica. La Prehistoria así nos lo confirma con una serie de vestigios neandertales, a los que siguen otros mucho más copiosos del Paleolítico Superior y de la Edad de los Metales. Las motivaciones de nuestros antepasados para elegir este territorio, no fueron otras que el emplazamiento natural de las rutas que comunicaban el Levante con el Valle del Guadalquivir, por una parte, y las costas almerienses con la Meseta Central por otra.

>>Guadix fue significativo durante la época romana, gracias sobre todo, a la importante red de calzadas  que circundaban el territorio, localizadas muchas de ellas por donde transcurría la Vía Augusta. La fundación de Acci se corresponde con el gobierno del emperador Julio César, allá por el año 45 a.C., que le otorgó el rango de colonia con el nombre de Colonia Julia Gemela Acci. En ella, se instalarían los soldados veteranos de las legiones Prima Vernácula y Legio Secunda, disponiendo sus habitantes del rango de ciudadanos romanos y la ciudad de fabrica de moneda propia.


Al siguiente día, que amaneció espléndido para más señas, no serían las nueve cuando don Pascual Isidro esperaba a Carmelo en la recepción del hotel.

-¡Buenos días!, tenga usted por la mañana –fueron las primeras palabras que le apuntó nada más verlo bajar las escaleras-. Me encontraba tan impaciente por comenzar el recorrido, que me dije: >>Voy a recoger a don Carmelo al hotel. Y aquí estoy.

Una vez desayunados, don Pascual y Carmelo comenzaron su itinerario visitando primeramente la alcazaba árabe. Una construcción del siglo XI sita al sur de la ciudad y que según algunos testimonios debía sus orígenes a una fortificación anterior a la época romana.

-Una de las más antiguas fortalezas de nuestra provincia–comenzó relatando don Pascual, al que se le veía muy en su papel de mecenas- es esta de Guadix, que se levanta en la que fuera acrópolis de la ciudad. Sus orígenes se remontan a etapas tan lejanas como fueron la ibérica y la romana. Los diversos estudios realizados en el lugar –continuó don Pascual refiriendo a Carmelo, que escuchaba con aspecto de bobalicón- confirman que durante la ocupación ibérica el paraje primigenio fue el de una plaza, que subsiguientemente y durante la ocupación romana se transformaría en un castillo que serviría como baluarte de defensa de la ciudad.

>> Con posterioridad y durante muchos siglos la fortaleza de Guadix vivió diversos cambios de culturas y de razas, sus muros y sus piedras así lo atestiguan. Aunque fueron los árabes los más solícitos en estructurarlo a su conveniencia. Más tarde, durante la época califal, la fortaleza experimentó una serie de transformaciones que la trasmutaron en alcázar. Los diferentes señores que la habitaron fueron añadiendo a su estructura nuevos torreones, murallas y parapetos que servirían para una mejor protección de la alcazaba.

>>Tras la reconquista –seguía incasablemente don Pascual refiriendo-, el recinto abarcaba lo que es actualmente el Seminario, la iglesia de San Agustín y el palacio de los Pérez de Barradas, además de la zona en donde se halla la parroquia de Santiago. Hasta que por una solicitud de los regidores de Guadix a  la reina doña Juana, los terrenos anteriormente mencionados pasaron a ser propiedad privada y de  la Iglesia. De ese modo, se pudo mejorar el aspecto de  la ciudad con la construcción de bellos templos, hermosos palacios y grandes caserones.

>>Uno de los personajes más ilustres, tras la reconquista, que ocupó el castillo y tuvo el  honor de ser su alcaide fue don Fernando de Mendoza, padre del adelantado Pedro de Mendoza, fundador de la ciudad de Buenos Aires. Con posterioridad, el título recayó sobre los condes de Montijo, aunque por aquellos tiempos la denominación era de índole honorífica.

>>Actualmente, y como puede ver amigo Carmelo, la  conservación del recinto no es la mejor, siendo  la mayoría de su estructura del siglo XIII, ulterior a la fecha de las murallas que datan del siglo XI, y que se conservan en mejor estado que el resto de  la edificación, y concreto de sus torreones, restaurados de un modo antiestético y desatinado.

>>Ahora, si me lo permite, nos vamos a acercar hasta el que fuera antiguo Pósito Municipal, que se encuentra ahí mismo en la calle Ancha.

Para llegar hasta la calle Ancha, don Pascual y Carmelo tuvieron que caminar durante un centenar de metros asediando los restos de muralla que surgían al paso. En uno de éstos, se hallaba el pósito, adosado a un edificio que tenía su entrada por la Plaza de las Palomas.

-El pósito tenía gran trascendencia –contaba don Pascual- para la vida económica de la ciudad. Su finalidad no era otra, como usted sabrá, que evitar la carencia de grano, sobre todo de trigo, durante los años de carestía, controlando en la medida de  lo posible la inflación del precio del cereal y del pan.

>>El inmueble, como observará, es sobrio en su construcción, destacando los ventanales del piso superior, que se corresponden con una hilera de balcones sitos en el piso inferior, y que actualmente están algo estropeados. En el centro de la fachada se observa la heráldica, realizada en piedra, y que data del tiempo de rey Carlos III, que regía en los años en que se construyó el edificio.

>>A continuación y aprovechando nuestra buena situación, le voy a mostrar una de las obras más emblemáticas de Guadix, que no es otra que el Balcón de Corregidores, que se encuentra justamente en lado noreste de esta plaza de  las Palomas.

>>Las noticias más eficientes que de él disponemos, se deben a unos de nuestros conciudadanos ilustres: don Carlos Asenjo Sedano. Quien tras años de ardua investigación, llegó a la conclusión de que el balcón se construyó allá por el año de 1604, siendo rey de España Felipe III. El  proyecto se sabe que fue obra de Juan Caderas de Riaño, que intentó reflejar el Palacio Comunal de Medina del Campo.

>>La obra se realizó trayendo, para la ejecución de las columnas, mármol blanco de las canteras de los Filabres en Almería. Así como, mármol de la mejor calidad para las cornisas y entablamentos de los pueblos de Mula y Macael. La piedra común fue traída del cercano pueblo de Bogarre.

>>El Balcón de Corregidores se asentaba sobre una crujía con doble arquería abierta, con finalidades más ornamentales que de utilidad. Su empleo fue el de ser utilizado por los corregidores, regidores, obispo y autoridades militares, que disponían de lugares asignados, para presenciar en primera línea las procesiones, corridas de toros y espectáculos de cierta prestancia.

>>La fachada principal se encontraba formada por ocho arcos rebajados en la planta baja y de medio punto en la principal, rematados por  un vasto friso, con los escudos de España, Granada y Guadix.



            Después de esta visita, don Pascual tomó la determinación de volver hasta el convento de la Concepción y retomar la ruta que se había trazado la noche anterior, y que no había seguido en un principio al querer enseñar a Carmelo el edificio del Pósito.

            -El convento de  la Concepción se fundó durante el reinado de Felipe II, cuando era obispo de Guadix don Melchor Álvarez de Vozmediano. Su construcción data de los siglos XVI y XVII y lo más destacable del conjunto es la fachada exterior que se realizó a base de ladrillo visto, sujeto por formidables puntales sobre los que cargan los arcos interiores que sostienen la bóveda de cañón.

            >>Los contrafuertes, como verá, muestran valiosas portadas barrocas, con pedestales de piedra y columnas acanaladas que parecen escrutar el capitel dórico superior. Las columnas se construyeron en ladrillo y fueron revestidas de yeso. Sobre las portadas se eleva el friso, de construcción afín a la anterior y donde se muestran una serie de hornacinas para las imágenes, junto a los frontis quebrados.

            >>En el lugar más elevado del edificio se pueden ver un conjunto de ventanales, todos ellos con molduras de ladrillo y frontones angulares. La portada del convento nos muestra una serie de detalles marianos de la Purísima Concepción.

            Muy cercano al convento se hallaba el Palacio de Peñaflor, al que llegaron caminando por la calle Barradas. Este inmueble perteneció durante varias generaciones a la ilustre familia Pérez y Barradas, que fueron unos de los primeros repobladores de la comarca, a cuyos miembros se les designó regidores  perpetuos de la ciudad.

            -El palacio es una obra del siglo XVI –comenzó explicando don Pascual a Carmelo, mientras se apretaba el nudo de la bufanda, pues el frío se volvía intenso- y fue construido dándosele formas de fortaleza. Su cimentación se llevó a cabo sobre terrenos usurpados a la Alcazaba.

            >>Como advertirá, la fachada es bastante sobria, levantada sobre un poderoso muro. El palacio, en un principio fue de formas más sencillas, pero al añadírsele el ala izquierda, tomó el perfil actual, sobre todo gracias a su famoso balcón. Este frontispicio se encuentra imbuido entre dos torreones de estructura similar a los del Palacio de Villalegre y es tan parco que sus únicos adornos son las ventanas enrejadas. La fachada que da a la Plaza de Santiago, nos muestra unas formas temperadas, que se adaptan a las alineaciones de la muralla y de los torreones que se iban acomodando, de ahí sus entrantes y salientes.

            >>Ahora, acompáñeme al interior y vea el bello patio central,  mientras subimos por esta escalera que nos llevará a la primera planta, donde podremos conocer la gran sala artesonada  con  heráldica de la época, atribuida al maestro Bartolomé Meneses.

            Finalizado el recorrido por el palacio, don Pascual invitó a café a Carmelo, y  hablaron de literatura, una de  las pasiones del accitano. Así supo Carmelo de dos accitanos ilustres de las letras. Por una parte del profesor don Antonio Enrique, personaje muy conocido en los círculos literarios granadinos y autor de obras tan significativas como “La armónica montaña”, “Kalaat Horra” o “El tratado de la Alhambra hermética”. Y también, del versado don Carlos Asenjo Sedano, de quien Carmelo había leído el libro “Por tierras de Granada”, obra que recogía una visión global de los pueblos y tierras que componen “La Accitania”.

            Una vez finalizado el sencillo tentempié de media mañana, ambos se dirigieron hacia la cercana iglesia de Santiago, sita en la plaza que llevaba el mismo nombre del edificio. Donde sobresalía la portada de estilo plateresco, obra de Siloé. Y pudieron admirar los dos cuerpos de ésta, coronados por un remate con heráldica del emperador Carlos V.

            -El primer cuerpo –comenzó a narrar don Pascual Isidro- se fundamenta a base de pilastras sobre pedestal y friso, encajándose en hornacinas dobles. En el segundo destaca una hornacina central que da cobijo al apóstol y se flanquea con la heráldica del obispo don Antonio del Águila y copiosa ornamentación de candelieri, grutescos y medallones.

            >>El interior de la iglesia está compuesto, como puede comprobar, por tres naves, con   presbiterio y sin crucero. Comunicándose las naves entre sí, a través de arcos ojivales de mampostería, que descansan en columnas de fuste liso sobre pedestales redondos. Siendo el  ladrillo el elemento de mayor utilidad. A  los pies de  la iglesia, se advierte el coro, desde donde se abre el convento de las clarisas.

            >>Ahora, si nos fijamos en el presbiterio, veremos una talla del Santísimo Cristo de Luz, al que los accitanos llamábamos “Cristo Crucificado”, que fue destruido durante la Guerra Civil al igual que un magnífico retablo de Diego de Siloé.

            >>El presbiterio, además, cuenta con importantes capillas que acogen imágenes tan devotas como las del “Llavero” y la de Nuestra Señora de las Lágrimas. Aunque, posiblemente, lo más representativo del interior de la iglesia de Santiago sean las cubiertas, en concreto la central, que dispone de  un rico artesonado de par y nudillo, ochavado y decorado con suaves lacerías.

            Unas calles más allá, se encontraba la iglesia de San Torcuato, lugar a donde se dirigieron tras dejar la plaza Alta. Los orígenes de este edificio se remontaban a principios del siglo XVII, cuando llegaron a  la ciudad una colectividad de jesuitas, gracias a la licencia concedida por el obispo Juan Fonseca y Guzmán.

            -La iglesia se levantó a partir del año  de 1615 y se finalizaría veinticinco años después –comenzó narrando don Pascual Isidro, mientras encendía un pitillo de marca inglesa que hizo recordar a Carmelo su infancia-. Lo  más sobresaliente del conjunto se encierra en su interior. Así, nos lo muestra su admirable planta de cruz griega y la nave central.

            >>Es el crucero el lugar de mayor notabilidad, con su cúpula de media naranja elevado sobre pechinas, y los cuatro brazos de  la cruz griega cubiertos con bóvedas de cañón, que poseen  una profundidad mínima. Preside la iglesia un magnífico retablo de estilo barroco de dos cuerpos, en el que sobresale el juego de luces y sombras a los que nos induce la disposición de las columnas salomónicas.

            >>Si se fija bien, estimado Carmelo, podrá observar a ambos lados del retablo unos ventanales simulados, sobre ellos la iniciales F e Y, que imaginamos sean las iniciales de los Reyes Católicos.

            >>Cuando en 1776 se expulsaron de España a los jesuitas, la iglesia y el colegio acogieron las dependencias del Hospital Real de Caridad.

            >>Y ahora, por fin, visitaremos el noble e insigne monumento de Guadix, que no es  otro que su magnífica Catedral. Pero mientras llegamos  hasta sus postrimerías le voy a ir contando algo sobre su historia.

            >> Los orígenes de la catedral se deben –empezó a relatar don Pascual Isidro, mientras caminaba con buen paso a través de una callejuela muy estrecha, de la que Carmelo no llegó apreciar el nombre- a la misión apostólica llevada a cabo en esta comarca de Andalucía por   parte los Varones Apostólicos. Uno de ellos, Torcuato, instituyó la silla episcopal de Acci, cuyos herederos disfrutarán de una gran trascendencia en los eventos ocurridos durante el Concilio de Elvira.

            >>Anteriormente a estas fechas, y hablamos del siglo X, se piensa que en el entorno hubo una basílica paleocristiana. Que con la llegada del pueblo árabe se convertiría en mezquita, hasta que en el año de 1489 fuera tomada la ciudad por  las huestes cristianas. Posteriormente, el Gran Cardenal de España Pedro González de Mendoza, libraría en Granada, concretamente en la Alhambra, una bula para el levantamiento de la Catedral de Guadix, que sería dedicada a Santa María de  la Encarnación.

            >>En esos años, en España se instruye una nueva  corriente artística, que se designará con el nombre de Renacimiento. Y en ese estilo actual es en el que se comienza a diseñar la catedral, por el afamado artista Diego de Siloé. Corría el año de 1549. Siloé en sus apuntes trata de respetar lo ya construido, resolviendo los  problemas de espacio desde el punto de vista longitudinal, cambiando la cabecera y proyectando una capilla para San Torcuato.

            >>En los primeros años del siglo XVI la obra catedralicia se paraliza por causas económicas, junto con el problema de expulsión de  los moriscos. Se debería esperar hasta entrado el siglo XVIII para continuarla, gracias al apoyo recibido de Felipe de Anjou, que impulsa el proyecto con una serie de medidas económicas de gran importancia. Contratándose una serie de maestros de la categoría de Gaspar Cayón de la Vega y Vicente Acero, que funden sus conocimientos y estilos. La resulta futura es una obra, que ahora podrá apreciar, llena de equilibrio y armonía. En ese período se diseñan las portadas laterales, en deferencia a los santos Torcuato y Santiago.

            En esas trazas andaban cuando  llegaron a la Catedral, justamente a la zona de la fachada de la Encarnación. Y de nuevo don Pascual Isidro comenzó sus explicaciones de un modo tan natural, como la vida misma.

            -Se apunta que este frontispicio se alzó en la última etapa de la construcción de la catedral, allá por la segunda mitad del siglo XVIII, siendo Gaspar Cayón y Vicente Acero los maestros constructores. Aunque, el punto  y final lo pondría el arquitecto Domingo Thomás.

            >>Para poderle explicar de un modo acertado las formas y estilo de la portada,  vamos a imaginarla dividida en tres cuerpos de una forma horizontal, que se fragmentarán uno de los otros gracias a las cornisas y a sus calles verticales aisladas por pilastras. En cada una de esas calles se encuadra una portada.

            >>Fijándonos en el primero de los cuerpos, podrá observar, amigo Carmelo, que es bastante sobrio, pero muy poderoso en los contrastes que ofrece de luz. Las portadas se encuentran dinteladas en sus laterales y la central, arqueada y levemente peraltada. Presentando nichos en las caras de las pilastras.

            >>El segundo cuerpo –continuó explicando don Pascual, a la par que limpiaba las gafas- se subdivide en otro escalonado con un menor número de oquedades, observándose más esplendoroso, gracias a la mayor ornamentación vegetal y geométrica, los contornos quebrados rociados de pináculos y el empleo de tallones. Un estilo, en definitiva, muy en consonancia con el final del barroco.

            >>En el tercer cuerpo, podemos percibir el escudo real, sobre el que figura una lápida en latín dedicada a los ilustres Reyes Católicos y sus insignes descendientes de la dinastía de Borbón.

            >>Como colofón de esta espléndida portada, cabe subrayar la escalinata y la verja. Realizadas en la última década de siglo XIX y donde están  presentes los escudos de armas de la catedral, así como los del obispo Pontes y Cantelar, plasmados en bronce.

            Después de admirar quedamente, durante unos segundos la fachada, Carmelo le recordó a don Pascual que se iba acercando la hora de  buscar un restaurante y comer.

            -Me sentiría muy honrado pudiéndole invitar, así que espero que acepte.

            -Sin ningún problema, estimado amigo, en casa no tengo a nadie que me espere a excepción de mí estimada “Clotilde”, una perrita fox-terrier que lleva diecisiete años compartiendo su vida conmigo. Ella ha perdurado por encima de amoríos, lances y desventuras. Y está acostumbrada a vivir muchas horas en soledad. En eso, nos parecemos bastante. Y es que  pienso, que los perros terminan siendo iguales que sus dueños, o posiblemente los dueños se parezcan a los canes. Por mucho que  lo medito, nunca llego a una conclusión perecedera.

            >>Aunque, antes de irnos a almorzar, vamos a poner punto y final en la catedral viendo las portadas de Santiago y San Torcuato, que aún nos quedan.

            La portada de Santiago se encontraba en la parte más meridional de  la catedral, y se distinguía por su doble escalinata de acceso.

            -Este pórtico fue trazado por Vicente Acera, aunque su ejecución la llevó a cabo Francisco Moreno –comenzó explicando el docto profesor-. Abriéndose mediante un arco sobre pilastras dóricas, en el que culmina la clave. Entre el arco y el frontón partido se observa  un altorrelieve en forma de  jarrón de azucenas, las formas del frontón son características de la época barroca y enmarcan una hornacina con la imagen de Santiago.

            >>La portada se aprecia encuadrada entre dos columnas, una a cada lado, y sitas en dos planos heterogéneos, que ofrecen sensación de profundidad. El conjunto de  la decoración se realizó, basándose en elementos geométricos y vegetales. Para finalizar diré, que  la fachada fue concluida con una amalgama de hojas de acanto, remates piramidales y florones propios de los gustos de la época.

            >>Ahora, cambiaremos de lugar y nos dirigiremos hasta  la parte septentrional de la catedral. En ella se encuentra la portada de San Torcuato, que fue creada por Gaspar Cayón. Y que se abre mediante un arco que descansa sobre pilastras dóricas enmarcadas por columnas que se alzan sobre pedestales cuadrados.

            >>Como verá usted –decía don Pascual, que de nuevo había tomado el ritmo en  las explicaciones y parecía haberse olvidado de que era la hora del almuerzo- se halla esta fachada coronada por una hornacina donde se encontraba una imagen de San Torcuato, pero a éste parece que no  le fue muy bien durante la Guerra Civil y lo liquidaron.

            >>Bromas aparte, se percatará, que tanto la fachada como la portada fueron concebidas de un modo muy clásico. Ahora, si nos dirigimos hacia la parte derecha veremos una pequeña  imagen de San Torcuato y una sucesión de óculos que revelan el acceso a  la torre.

            >>¡Bueno!, esto es todo de momento. Ahora vamos a “mandungar”, como dicen los gitanos.

            Don Pascual y Carmelo dejaron atrás la catedral y tomando la dirección hacia el centro del pueblo, donde se encontraba el restaurante. Al paso, hallaron el Palacio Episcopal y don Pascual no  pudo reprimir una explicación.

            -Se trata de una construcción destinada para ser vivienda habitual de los obispos de Guadix, su aspecto actual difiere totalmente al que presentara durante principios del siglo pasado. Pues a raíz de  la Guerra Civil, la parte más antigua fue derribada, levantándose un nuevo edificio en dos plantas y ático. Como verá, un jardín separa el palacio de la calle. Limítrofe al episcopado, se halla el edificio de  la curia diocesana, también de la misma época, que hospeda las dependencias de la Escolanía de Niños Cantores de la Catedral.


            El restaurante donde don Pascual llevó a Carmelo para que  lo invitase a comer se encontraba algo alejado del casco histórico. Y más que restaurante se trataba de una tasca que respondía al nombre de  una ciudad sudamericana. Don Pascual se hizo rápidamente de una mesa cercana a un fogón de incandescentes  ascuas, muy cercano a una ventana desde la que se podía observar la calle. Una joven de hermosos pechos y cara de caballo se les acercó para preguntarles que iba a ser.

            -Pues mira, guapa –le dijo don Pascual con cierta malicia y complicidad, mientras no dejaba de observar con cierto disimulo los pechos de la joven camarera-, queremos comer el “plato del día”, que es el mejor modo para que no nos equivoquemos.

            -Muy bien don Pascual, pero le ruego que me mire a  los ojos y deje lo demás para otro momento.

            >>Tenemos de primero pepitoria de pollo, de esa que hace mi  “mama” y que a usted le gusta tanto. De segundo, les vamos a poner   un cordero a la miel, que  con seguridad les va a hacer que se chupen los dedos y de postre unos tocinitos de cielo. ¿Va bien? ¡Pues ale!, a comer y dejarse de tonterías y miradas para otro momento. Y si no, vayan al quiosco de enfrente y compren el “Interviú”.


            Una vez finalizaron el almuerzo, don Pascual  y Carmelo no se entretuvieron mucho en hacer la sobremesa, sino que se dirigieron de nuevo al “corte”, como dicen los de pueblo, y reanudaron la tarea por el Palacio de Villalegre, una construcción del siglo XVI ubicada en la calle de Santa María del Buen Aire.

            -El palacio debe su nombre al marqués que lo habitó en el siglo XVIII, tratándose de una gran mansión señorial de mampostería, donde resaltan su fachada y el patio interior. Como verá, la fachada se halla escoltada por dos torres gemelas, y entre ambas  se encuentra un balcón central con abundantes escudos heráldicos alusivos a los Fernández de Córdoba.

            >>El patio interior se fundamenta en dos cuerpos –seguía explicando don Pascual, mientras pasaban al interior del edificio-, el superior  con galería corrida, donde se observa una columnata de mármol, heráldica en los capiteles y cubierta de madera.

            >>Este edificio, al igual que tantos otros del pueblo, sufrió importantes quebrantos durante la Guerra Civil, pues en aquellos años era la sede de la Guardia Civil, que eran aliados de los “nacionales” y sufrieron significativas represalias por las topas republicanas, que en más de una ocasión los ametrallaron.

            Muy cercano al Palacio de Villalegre, en el denominado Paseo de la Catedral, se encontraba el Torreón de Ferro, un monumento del siglo X y de estilo nazarí, que nuestros investigadores visitaron cuando en el reloj de la catedral marcaba las cinco de la tarde.

            Al torreón, se le conocía popularmente con el patronímico de la Torre Gorda. Pero, durante el siglo XVIII le cambiaron el nombre en honor a Jacobo Ferro, un maestro que ejercía su profesión ejemplarmente en las obras de la catedral.

            -La construcción se trata de una típica torre nazarí cimentada en elementos tan básicos como el agua, la arena y la cal, muy propios de la época. La atalaya fue de una importancia relevante en el sistema defensivo de la ciudad.

            >>Pero no nos detengamos y sigamos caminando hasta la Iglesia de San Miguel, que es aquella que se ve al fondo.

            >>Este conjunto es el primero de  los recompuestos tras la toma de la ciudad, dejando de ser mezquita para convertirse en iglesia. Corría el año de 1500. El edificio se planteó fundamentándose en un estilo gótico-mudéjar, trabajando en su proyecto varios maestros, entre los que sobresale Juan de Arredondo. Un tipo curioso, que ordenó demoler todo lo gótico-mudéjar construido para proyectar una nueva obra fundamentada en el estilo renacentista. Pero, el edificio  no llegaría a terminarse, unas veces por la falta de medios económicos y en otras ocasiones por problemas de índole técnica. Por lo que se reducen las dimensiones de la construcción, resultando un templo casi cuadrado, con planta similar a  la cruz griega.

            >>Con la portada ocurriría igual que con el resto de la edificación, no llegándose a finalizar. De este modo, carece de acceso directo a la torre, que como puede ver es pobre hasta en altura.

            >>Así, que vámonos de aquí, que esta construcción no se  la   merece Guadix.

            Precisamente, lo hicieron entre una algarabía de calles que los condujo hasta la calle Real de Santo Domingo, donde se hallaba la iglesia de la Magdalena, justamente en un barrio muy popular durante la Edad Media, al ser medina mahometana y arrabal mozárabe.

            El templo, según comentó don Pascual Isidro, era de orígenes algo confusos y disponía de una nave basilical y presbiterio en el cabecero.

            -Fue construido durante 1558 por un tal Francisco Roldán, pero no se llegaría a finalizar hasta el siglo XVII, cuando se remató la fachada. Del conjunto destaca la portada, que como habrá podido comprobar es de estilo renacentista. Asimismo, estos fresco algo estropeados que ornamentan el presbiterio y aquellas capillas laterales.

           

            Una vez vista la totalidad de la iglesia, ambos investigadores marcharon en busca de un nuevo templo al que visitar. En concreto al de San Francisco, que se hallaba algo lejano, pero gracias a la pericia de don Pascual recorriendo calles, el trayecto no se hizo del todo dilatado.

            -Este templo de San Francisco es de características muy similares al de otros de Guadix, en concreto al de Santo Domingo. Hasta el siglo XIX fue propiedad de  los franciscanos descalzos, hasta que  les fue arrebatado durante el proceso desamortizador, pasando a ser asilo de ancianos.

            >>La iglesia dispone de una nave central y un presbiterio, separados ambos mediante un arco de ojiva. Además tiene un coro y un conjunto de capillas laterales que conjugan perfectamente con sus semejantes del lado opuesto. Una gran mayoría de estas capillas presentan bóvedas sobre pechinas y altares en los paños de cerramiento para los santos titulares de los mismos.

            >>La pieza más sobresaliente del templo es la cubierta de la nave central y la del presbiterio, de estilo mudéjar. Siendo el artesón de par y  nudillo y decorado en  una parte con lacería. La cubierta del presbiterio, de forma casi ochavada, nos hace imaginar una bóveda poligonal, carente de tirantas y alfardas.

            >>Ahora, acompáñeme y le mostraré la imaginería más destacada, que son los santos Francisco Solano, Bernabé y Buenaventura; junto con las tallas barrocas de  los Santísimos Cristos de  la Misericordia, de la Humildad y de la Flagelación. Sin olvidarnos de  la Dolorosa barroca, atribuida a Torcuato Ruiz del Peral.


            Cuando abandonaron la iglesia se encontraban muy cerca del Hotel Comercio, donde residía  Carmelo, y como ya había anochecido, decidieron dejar el resto de las visitas para el siguiente día. Pues ambos colaboradores, ya se encontraban muy fatigados y no tenían fuerzas ni para invitarse a café.

            Carmelo, nada más llegar al hotel y tras darse una reconfortante ducha, cenó lo mejor que pudo en la cafetería. Para a continuación subir a  la habitación, encender la televisión y ver algo de “Crónicas Marcianas”, el programa de  Javier Xardá, que le produjo una somnolencia total, sobretodo, cuando Boris Izaguirre se bajó los pantalones y el público comenzó a corearle.


            A la siguiente mañana, don Pascual y Carmelo habían quedado en la cercana puerta de San Torcuato, una de  las más vetustas tranqueras que permitían el acceso a la ciudad. Bajo la oquedad de su arco, comentó don Pascual Isidro, habían pasado en la antigüedad los más significativos corregidores, visitantes y  obispos. Al mismo tiempo, la puerta ejercía una función de vigilancia y de inspección aduanera a comerciantes y viajeros poco recomendables.

            La puerta se hallaba compuesta por un gran paño de mampostería rectangular y resguardaba en su interior  una pequeña ermita. Artísticamente, destacaba la heráldica imperial que se podía advertir en su fachada.

            -Cuentan  los vecinos, que antaño, cuando era nombrado un nuevo obispo, hacía su entrada  pasando bajo el arco, que para la ocasión había sido pintado y ataviado de los más vistosos ornamentos.

            Unas cuantas calles más “abajo” de  la Puerta de San Torcuato se encontraba la iglesia de Santa Ana, construida sobre las ruinas de una mezquita, como era habitual en la época tras la reconquista. La iglesia era de planta basilical, de proporciones intermedias y forma rectangular, aunque  dividida en tres naves.

            -Muy curioso en esta construcción –comenzó a contar don Pascual, que acababa de apagar un cigarrillo para adentrarse en el templo- es el arco que separa el presbiterio del resto del conjunto. Que como apreciará es de planta octogonal. Ahora, volviendo nuestros pasos hasta el pórtico, observaremos a la izquierda una hornacina que guarda la imagen de Nuestra Señora del Pilar. Fronteriza a la celdilla se halla una puerta lateral, de una calidad excelente, gracias a su armonía y composición. Como verá, está formada por un arco, dos columnas corintias sobre pedestales y el conjunto rematado por una cruz, follajes y candelabros. En la hornacina se ve una estatua de Santa Ana, patrona del templo, un escudo  con las divisas e iniciales de los Reyes Católicos y en la parte superior, unas letras que parecen decir “Maese Jacobe”.


            Con la visita a la iglesia de Santa Ana, don Pascual Isidro y Carmelo dieron por finiquitada su recorrido por  los monumentos de Guadix, no porque estuviesen todos  vistos, sino porque el pueblo era de tal riqueza arquitectónica, histórica y monumental que recorrerlo detenidamente les hubiera llevado una semana. Así que con gran pesar por su parte, don Pascual se despidió de Carmelo, mientras éste arrancaba el 4L, que  parecía estar dispuesto, como fiel caballo de batalla, a transportar a su señor en busca de otra nueva lid, que en esta ocasión se llamaba Jérez del Marquesado. Un cercano pueblo que debía sus orígenes a la época prehistórica, concretamente a la Cultura del Algar.

            Jérez del Marquesado se hallaba situado en la cabecera de dos ríos que arrastraban sus aguas desde la sierra, circunstancia que facilitó el asentamiento prehistórico al que antes hacíamos mención. Muchos siglos más tarde, durante la dominación musulmana, la población fue de establecimiento doble. Por una parte se encontraban los habitantes autóctonos, y por otra, la de  los nuevos vecinos musulmanes, que se instalaron de un modo pacífico en las proximidades. Los primeros calificaban al lugar con el nombre de Alcázar, los segundos con el apelativo de Xerís. Ambos emplazamientos compartirían historia hasta el tiempo de la  reconquista de un modo acorde y tolerante, aunque, gradualmente va dejando de tener fuerza el patronímico de Alcázar a favor de Xerís.

            Durante el siglo XII, Xerís fue una alquería musulmana numerosamente poblada y de tierras fértiles, en la que destacaba sobre todo el cultivo de  la vid. Por esos años, Xerís se convertiría en una de las villas de mayor relevancia de la zona, en la que los reyes nazaríes de Granada gozarían de importantes propiedades dedicadas al cultivo de  la vid y de  la morera, plantaciones estas últimas que servirían como fuente alimenticia de los gusanos de  la seda.

            Xerís durante los últimos siglos de dominación musulmana sufrió un importante grado de inmigración, debido al cerco cristiano que pululaba por  todo el  Reino de Granada.

            En 1489, Xerís dejó de ser musulmán para convertirse en señorío del Gran Cardenal de España. A pesar de ello, fue una zona de gran congregación de moriscos y judíos. Recordando esas generalidades llegó Carmelo hasta las inmediaciones del pueblo y lo primero que percibió, cuando aparcó el 4L en una de  las calles, fue la solemne iglesia de la Anunciación. Un revelador edificio mandado a construir por el Marqués de Zenete a mediados del siglo XVI, y que sería la más significativa obra realizada en la comarca.

            -Asombroso, ¿verdad? –fue la  voz  que llevó a Carmelo a  la realidad, mientras se presentaba don Bonifacio Trespollos, el párroco jubilado de la localidad, que había decidido pasar sus últimos años en compañía de sus antiguos feligreses, como uno más del pueblo-, este templo dedicado al misterio de la Anunciación, de quien recibió el nombre,  es digno de cualquier diócesis y su antigüedad nos lleva al siglo XVI, cuando se erigió su planta basilical de tres naves sobre el solar de la antigua mezquita. Si lo desea le puedo mostrar el interior.

            -Estaré encantado don Bonifacio –le hizo saber Carmelo al cura, mientras  éste, que ya no iba de sotana, sacaba del interior de su pelliza un ajo y comenzaba a pelarlo-.

            -El ajo es lo  mejor que hay para el reuma y para aliviarse de los constipados. Antes, cuando ejercía como párroco, apenas los comías. Pues sabe usted, que su aroma no es muy agradable para el olfato y mis feligresas no se dejaban ver mucho por el confesionario con la excusa del ajo. Ahora que estoy jubilado, no tengo que dar cuentas a nadie y me lo paso en grande mascando todo el día “dientes”.

            >>Pues como  le decía, cada módulo de  la planta basilical está separado un del otro, a través de una arcada de medio punto que descansa en pilares de ladrillo de sección compuesta. Como verá,  la nave central, la de mayor envergadura, está cubierta por un excelente arnés mudéjar que se extiende en ochavo hasta la capilla mayor, separada por  un arco de los denominados de diafragma. En los extremos, se nos muestra una rasa portada mudéjar, levantada en ladrillo y agradablemente ornamentada en el lado de la epístola con piedra de cantería y de perfiles renacentistas.

            >>La iglesia de la Anunciación venera, como es de suponer, a una imagen de la Santísima Virgen en el ministerio de la Purificación, declarándose patrona del pueblo con el apelativo cariñoso de la “Tizná”.

            >>Ahora, si me lo permite,  lo voy a  llevar hasta el Balcón.

            Para llegar hasta él, Carmelo y don Bonifacio caminaron por unas cuantas calles, y pasando la plaza del Ayuntamiento en dirección al antiguo Colegio se hallaba el “Balcón”, que según el cura había sido construido durante el siglo XIX y estaba considerado como patrimonio de interés turístico en Jérez del Marquesado.

            Al pie del balcón, don Bonifacio y Carmelo se despidieron, pues al primero le entró cierta prisa por marcharse, algo inexplicable en el cura, que hasta el momento se había comportado con cierta cachaza y parsimonia en sus actuaciones. Pero es que un desarreglo intestinal lo tiene cualquiera y más un cura jubilado, que como único esparcimiento tiene el rezo y mascar dientes de ajo, considerados como un excelente purgante.

            De este modo, Carmelo se quedó sólo y sin compromiso en medio del pueblo. Por lo que decidió buscarse la vida como mejor  sabía: preguntando.

            -Oiga amigo –demandó a un campesino que parecía volver del campo a  lomos de un mulo castaño-, ¿sabe dónde se encuentra el castillo?

            -Imagino que se referirá al castillo de los moros. Ése se localiza en una loma cercana al barranco del Alhoria, por debajo del pueblo y encima del río. Coja usted esa calle y al llegar al final del pueblo, continúe el camino. Lo llevará hasta el sitio.

            La fortificación nazarí de Jérez del Marquesado era una construcción del siglo XIII, de  la que se conservaban los restos de una muralla de tapial que unía varias torres cimentadas con piedras de laja y mortero de argamasa. Además, en su interior Carmelo pudo descubrir un aljibe realizado en hormigón y escalar sobre una torre cuadrangular, que debió ser la del homenaje, y que en la actualidad se hallaba semiderruida.


            Cuando finalizó las pesquisas en la fortaleza, Carmelo se dio cuenta que sus tripas le reclamaban algo tan fundamental para continuar su trabajo como era la comida. Así que tomó el 4L, que se hallaba al amparo de la sombra de un olivo y se encauzó en dirección al cercano pueblo de Lanteira, donde don Pascual Isidro le había recomendado una hospedería llamada la “Posada del Altozano”.

            Y en efecto, a menos de seis kilómetros y a los pies de Sierra Nevada, se hallaba la hospedería, en concreto en el Camino de Fuente de  la Parra. El hotel se resguardaba en la cara oculta de la sierra y ofrecía un aire patrio, propio de las cortijadas del Marquesado de Zenete, cercado por  una espesura rica en follaje y de plantas autóctonas. Su propietario don Prudencio Martínez nada más escuchar el sonido del 4L salió hasta el exterior del edificio, que formaba una estructura solapada de apartamentos con sus respectivas terrazas  construidos con materiales propios de la zona, y se dirigió hasta el automóvil como si los que llegaban fueran los propios Reyes de España.

            -Déjeme que le ayude con las maletas, pues  supongo que habrá tenido una jornada dura.

            -Gracias, muchas gracias –fue lo único que atinó en decir Carmelo, ante tanta amabilidad-. Pero, lo que necesito es un buen almuerzo que me haga recobrar el cuerpo y el espíritu.

            -Pues sígame y lo llevaré hasta el restaurante, tiempo habrá de instalar el equipaje.

            El restaurante de la “Posada del Altozano” era acogedor, luminoso y muy caldeado. La decoración en nada rompía con el exterior, y así conjuntaban los suelos de pizarra con las paredes en blanco, los tabiques en piedra y el artesonado en madera. Carmelo nada más verlo se sintió como en su propia casa y se fue directo hasta  la cercana mesa sita junto a  la chimenea.

            -El plato del día –le informó un camarero muy agradable y perfectamente ataviado- es arroz con conejo. Creo que le gustará y si lo desea puede repetir. No creo que haga falta un segundo plato, con los postres tendrá más que suficiente.

            -Pues vamos –dijo Carmelo, recordando la expresión del difunto don Camilo José Cela-, manos a  la obra. Pero, mientras viene el arroz, sírvame un buen vaso de vino con aceitunas, se lo agradeceré.

            Tras los postres, que fueron suntuosos y muy apetecibles, sobre todo los borrachuelos y los roscos fritos, Carmelo deshizo el equipaje en el pequeño apartamento con terraza que le asignaron y tomó el sol de la tarde durante unos minutos, mientras hacía la digestión.

            A eso de las cuatro y  media, muy a su  pesar, arrancó el 4L y se dirigió hacia el cercano Lanteira, para visitar lugares tan simbólicos como sus baños árabes, que no se hallaban en el núcleo urbano, sino cercanos al barranco del Barrio, lugar que anterior a  la ocupación musulmana debieron ser unas termas romanas, que daban servicio a los mineros establecidos en los yacimientos de plata. Las “casillas de los moros”, como se conocen popularmente los baños, estuvieron abandonados durante un largo período en el siglo XVI, pero gracias a la magnanimidad de los Marqueses de Zenete fueron puestos en uso, sirviéndose las gentes de Lanteira y Alquife que carecían de baños propios.

            Tras la visita a  las “casillas de  los  moros”, Carmelo fue hasta el centro del pueblo, para dirigirse hasta la  iglesia, una construcción de tipo mudéjar medianamente conservada, que contaba con una soberbia imagen del Santo Cristo de  las Penas, patrón del pueblo, muy venerado y  querido por todos los vecinos del pueblo.

            A continuación, como el día parecía dar para más, preguntó a un hombretón que caminaba por la calle, llevando a  una vieja bicicleta “Orbea” del manillar, si  sabía donde se hallaban los castillos.

            -Pues claro, hombre, no lo voy a saber. Mire el castillo de la Reina o del barranco del Secano, como usted quiera llamarlo se encuentra ahí abajo, entre las cañadas del Pueblo y de los Molinillos. Pero usted no va a saber llegar, así que le acompaño.

            El castillo se hallaba situado en lugar estratégico, desde donde se podía dominar la hoya de Guadix y casi todo el Marquesado de Zenete, en concreto desde Jérez hasta La Calahorra. Su estado de conservación no era muy bueno, aunque se distinguía perfectamente todo su perímetro. Sus murallas, habían sido levantadas sobre la roca, y eran de mampostería de lajas. Las torres se hallaban adosadas a  los muros y pertenecían a una época más tardía.

            -Mire amigo, ésta debió ser  la puerta principal, que según tengo entendido estaba orientada al Sur y protegida por un torreón. Ahí,  un poco más en el interior se encuentra el aljibe, que como verá se excavó en  la  roca. ¡Manda huevos!, como trabajaban aquellos desgraciados. Porque para hacer  un socavón de ese tamaño hay que tener muchos cojones.

            Una vez finalizaron el recorrido del Castillo de  la Reina, se dirigieron en dirección al cementerio de  la localidad y justamente sobre él, se encontraba la pequeña fortaleza conocida por Castillo del Barrio. La estructura de esta construcción era de planta cuadrangular y sus  muros habían sido levantados con mampostería de lajas.

            -Observe las cuatro esquinas del rectángulo –decía el hombretón de  la bicicleta- con sus torres. Aquella la situada, según dicen en el extremo sureste debió ser la principal.

            -La torre del homenaje –le aclaró Carmelo-, es su nombre y era aquella donde moraban los señores del castillo.

            -Pues para ser señores, o como se llamaran, no vivían de puta madre, y perdone por la expresión. Pero es que mandan cojones imaginar estas cosas. Además, si los amos vivían en aquellas condiciones. Me pregunto, ¿cómo vivirían los siervos?


            Aquel día Carmelo volvió temprano a la “Posada del Altozano”, pues en Lanteira había poco que hacer en las calles, y tras realizar una cena ligera se confinó en el  pequeño apartamento que a mediodía le habían proporcionado, que se hallaba, para más señas, muy caldeado y confortable. A continuación, extrajo de su mochila su libro favorito, que solía acompañarle en todos sus viajes, y que no era otro que “Don Quijote de la Mancha” y como era su costumbre, lo abrió al azar. Casi se lo sabía de memoria. Comenzando la lectura por el capítulo XI, el que trataba de unos contingencias que tuvo don Quijote con unos cabreros. Pero, no llevaría dos páginas leídas cuando un sopor se apoderó de su ánimo, invitándolo a dejar el libro, apagar la luz y soñar con Dulcinea del Toboso.


            A la siguiente mañana emprendió la ruta en dirección al pueblo de La Calahorra, conocido por ser  la capital del señorío de  los Mendoza, como  lo pregonaba su castillo a los cuatro vientos, la ostentación de algunas de sus casas y la holgura de sus calles.

            Carmelo, detuvo el 4L en  las inmediaciones de la Plaza de la Constitución, donde se hallaba la iglesia parroquial, y caminando se dirigió hasta ella, a la par que contemplaba el porte solemne de su exterior, en que resaltaba la torre campanario cubierta por un chapitel metálico. Cuando llegó hasta la puerta principal, intentó acceder hasta el interior, no pudiendo hacerlo por encontrarse ésta cerrada.

            -Es que hoy no está el cura –fue la observación que le hizo un niño que jugaba con “una game boy” sentado en el tranco de la acera-. Pero si  quiere voy y le pido la llave de entrada a mi abuela, que es quien la guarda cuando el cura se ausenta.

            -No muchas gracias muchacho, pero me parece que voy aprovechar para ir hasta el castillo.

            -Pues hágalo en el coche, si no se le van a salir los ojos subiendo hasta el cerro.

            Este singular castillo fue mandado a construir por don Rodrigo de Vivar y Mendoza, primer marqués de Zenete a principios del siglo XVI, concretamente entre los años 1509 y 1512. Presentando un aspecto en  su estructura exterior algo tosca, pero no así en su interior que guardaba importantes exuberancias artísticas y ornamentales.

            Don Rodrigo de Vivar y Mendoza, primogénito del Gran Cardenal de España, fue a igual que su castillo un personaje peculiar y conflictivo para su tiempo. Representando en los anales de la historia el símbolo de intransigencia feudal, así lo pudo leer Carmelo en una placa sita en un lugar preferente de la fortaleza: «Labróse para guarda de los caballeros a quienes los reyes quisieron agraviar». Fue una continua réplica la que mantuvo este noble con la monarquía, infligiendo en determinadas ocasiones agravios de profunda importancia a la corona, como la de su colaboración en el levantamiento nobiliario de Archidona.

            El castillo de La Calahorra se distingue por su pesada e indefinida construcción, propia de una época en la que es preponderante una arquitectura con pautas de estilo gótico-mudéjar andaluz. Aunque son las cúpulas de los cuatro cubos que esquinan los espesos muros exteriores los que dan a  la fortaleza un aspecto hosco y anticuado. Apariencia que nada tiene que ver con el interior, en el que se observa la riqueza propia de un palacio señorial, con los mayores refinamientos de arquitectura civil que pudiéramos soñar. La obra fue dirigida por el maestro Lorenzo Vázquez, que intentó combinar la espaciosa escalinata genovesa y una decena de salones, capilla y opulentos aposentos, con los calabozos, caballerizas, mazmorras de tormento, puentes, fosos y baluartes.

            La fortaleza, vista desde el exterior, presentaba la apariencia de  un voluminoso conjunto de estructura cuadrangular, con gruesos cubos en los ángulos y cuerpo saliente en  la parte posterior. El adarve, de formas voladas, rodeaba por  una parte a las torres y otro cubierto, remataba la ordenación general. Los vastos muros, en su conjunto, presentaban  una fisonomía de bloque, aunque disponían de ventanas de forma cuadrangular.

            La puerta de acceso era única, con formas sencillas de medio punto. A través de ella, Carmelo pasó a un recinto, bajo los tiros de las almenas interiores en un largo zaguán, en cuyo final surgía el patio, en el que se distinguían unas formidables escaleras, que lo condujeron hasta una galería de arcos. Desde allí, pudo acceder a través de  una puerta que lo condujo hasta  los adarves y a los depósitos de munición.

            -¡Que contraste –murmuró Carmelo en voz muy queda y para sí - el que se puede apreciar en relación con todo lo visto en los pisos nobles!, chimeneas, abalaustradas, portadas, arcadas... Lo más bello del renacimiento italiano.


            Serían algo menos de las doce del mediodía cuando Carmelo abandonó el pueblo de La Calahorra, con la intención de iniciar la ruta hacia Baza.  Para llegar hasta la antigua “Basti”, tenía dos alternativas, una de ellas era la de volver hasta Guadix y conducir una media hora por la Autovía del 92. La otra era de emprender la aventura de adentrarse en una carretera secundaria y que fuera lo que Dios quisiera. La respuesta no fue complicada, decidió transitar por  la segura y rápida autovía. Ya eran muchas las semanas que llevaba recorriendo la provincia de Granada, para arriesgarse a una nueva aventura por una de esas carreteras, en las que no vuelan ni los pájaros.

            No fue media hora  el tiempo que tardó Carmelo en llegar a Baza, sino cuarenta minutos. De todos modos daba igual, pues hasta las una del mediodía no había quedado con Alfonso Hervás, un viejo amigo licenciado en Bellas Artes y devoto de la monumentalidad de la famosa Batistania romana.

            Como era su costumbre, Carmelo llegó puntual a la cita con Alfonso en la Cafetería Avenida. Alfonso que era un tipo alto como un chopo y desgarbado como un quijote, no se extrañó de esa diligencia de puntualidad de su amigo, pues en los años que se conocían, jamás se había hecho esperar, aunque la distancia fuera larga, el tiempo no acompañara o las causas fueran excusables. En nada se  parecía este amigo, en relación con la puntualidad, pensó mientras se apuraba la cerveza, a esa otra amiga llamada Encarna y que era de la cercana Olula del Río, que siempre llegaba tarde y con una excusa oportuna.

            Tras los saludos de  rigor, Alfonso comenzó a parrafear  sobre la admirable Baza, lo hacía sentado en un taburete en postura algo crespa, como si  fuese el protagonista del lienzo de algún pintor cubista.

            -Mira Carmelo, empezaré contándote la historia desde el principio. Como sabrás, Baza es una de las ciudades más antiguas de la Península Ibérica, remontándose sus orígenes a  la vetusta Batistania en la antigua Baza Ibérica, donde representaría un importante papel en la Andalucía Oriental y el Sureste murciano-manchego, controlando  las rutas que comunicaban la costa mediterránea con la Alta Andalucía y la zona minera circundante a Cástulo.

            >>De esa etapa es la necrópolis conocida por el Cerro del Santuario, donde se encontraron gran cantidad de piezas de  origen griego, que formaban parte de los ajuares de  las tumbas, en las que se pudieron estudiar y poner de manifiesto los singulares ritos de enterramiento de los bastetanos. Un ejemplo de ello, lo tenemos en la Dama de Baza, estatua-urna donde se depositarían las cenizas de un muerto de alto rango social;  o la estatua del Guerrero de Baza, escultura del siglo II o I antes de Cristo, también concebida como urna funeraria, que nos muestra a un guerrero encumbrado a la categoría de héroe.

>>Ya, durante el imperio romano en el siglo II antes de Cristo –continuó explicando Alfonso Hervás, a la par que encendía un cigarrillo de marca americana y bebía una cerveza sevillana- mantuvo Baza un importante papel de carácter rural, como  lo demuestra la centuriación o parcelación agraria en el Campo de Jabalcón. Además, de desarrollar una significativa actividad minera, basada sobre todo en la extracción de oro y plomo.

>>En la época musulmana, Medina Baza volvió a recobrar la magnificencia que ya había tenido durante la etapa ibérica, innovándose en el cultivo del azafrán y en las producciones artesanales como la industria de la seda.

>>Tras ser tomada por  los cristianos en el año de 1489, poco años antes de la conquista de Granada, Baza experimentó cambios radicales en la forma de propiedad y explotación de la tierra. Así, se abandonaron las huertas para dar paso a  las grandes roturaciones en  los secanos, donde  el cereal sería el cultivo por excelencia. Circunstancia, que junto a la falta de trabajadores especializados fueron sumiendo a la comarca en un  proceso de estancamiento al que no se ha podido hacer frente hasta fechas actuales.

>>Toda este amalgama de acontecimientos han hecho de Baza un monumento histórico vivo. Así lo podremos comprobar recorriendo sus calles de trazas árabes y sus edificios de carácter musulmán que conforman gran parte del casco urbano.

            >>Así, que apúrate la cerveza, que nos vamos a acercar al antiguo barrio de la judería.


            En la judería, hoy barrio de Santiago, se encontraba los baños árabes, que según recientes estudios arqueológicos se sabe que datan del siglo XIII, cuando estaban asentados en el  poder los almohades.

            -Esta construcción es un magnífico ejemplo de baños árabes urbanos –comenzó diciendo Alfonso Hervás a Carmelo-, como  podrás comprobar se encuentran en un óptimo estado de conservación cada una de sus tres dependencias.

>>A la primera se le llamaba “bayt al-barid” o sala fría, a  continuación se encuentra el “bayt al-watani” o sala templada y para finalizar la sala caliente o “bayt as-sajum”.

>>Por último, te diré que gracias a la excelente labor realizada con las excavaciones, actualmente se pueden admirar el resto de  las dependencias, como la puerta principal de acceso al “maslaj” o vestíbulo, la sala del horno, la leñera, la caldera... Lo que ha  llevado a apuntar que los Baños Árabes de Baza sean considerados como uno de  los más completos de nuestra geografía.

Una vez concluida esta primera  visita, ambos amigos se dirigieron hasta el Palacio de los Enríquez, un fiel ejemplo de la arquitectura renacentista en  Baza. Y que en su tiempo se construyó como villa de campo al modo italiano, que serviría de residencia a don Enrique Enríquez y  a su esposa doña María de Luna, tíos de  los Reyes Católicos.

-El palacio a lo largo de los siglos ha sufrido diversas modificaciones, hasta llegar a su estado actual. Como apreciarás, sus techumbres albergan importantes armaduras mudéjares, todas ellas ricamente ornamentadas con motivos renacentistas.

Junto al palacio se hallaba otra construcción mandada a erigir por los Enríquez-Luna, se trataba del Monasterio de San Jerónimo juntamente con su iglesia.

-De este modo, los nobles señores podían acudir a  los oficios religiosos sin grandes esfuerzos, haciéndolo a través de una algorfa o pasadizo secreto que  los comunicaba directamente con la capilla mayor.

La iglesia de San Jerónimo se concluyó en 1690, aunque las obras de ésta como del monasterio se iniciaron en 1502.

-Del monasterio –decía Alfonso con cierta resignación- que tuvo sus años florecientes entre los siglos XVI al XIX, en la actualidad se conservan pocos restos que están integrados en un domicilio particular. En cambio en la iglesia se realizan actualmente reformas, motivo por el que no podemos pasa a su interior.

Cuando finalizaron la visita al monasterio, era ya bastante tarde para seguir en la brecha y Alfonso Hervás invitó a su amigo a que  lo acompañara hasta su apartamento a tomar un tentempié, instalarse y “echar una siestesita”, posteriormente irían a ver  las ruinas de la Alcazaba y le contaría algo sobre  la fortaleza.

Muy pocos eran los restos que Alfonso Hervás pudo mostrar a Carmelo  sobre la Alcazaba de Baza, algunas torres y tramos sueltos de murallas eran lo que quedaban de la que fuera una fortaleza casi inexpugnable. Así, que lo único que pudo hacer fue narrarle la mayoría de los acontecimientos acaecidos en la ciudad durante la dominación musulmana y la reconquista.

-Baza, durante la dominación musulmana, ocupaba un lugar estratégicamente perfecto en el Reino de Granada; sus ricas huertas, edificios, torres, murallas y fortaleza así lo atestiguaban –comenzó relatando Alfonso con su aire despreocupado y su dicción arrastrada-. Motivo por el que  los reyes cristianos, durante la etapa de la reconquista pusieron gran interés en ocuparla y trasladar allí el campamento cristiano. Muchos fueron los intentos que se realizaron y todos infructuosos, a  pesar del cerco existente en toda  la zona. Por lo que se tornó a otra solución posiblemente más efectiva, la tala de árboles. La tarea se encomendó a Gutierre de Cárdenas, que con una tropa superior a once mil hombres entre caballería, peones y taladores, desforestaron la zona de fértiles y compactas moreras en menos de cuarenta días.

>>Las maderas cercenadas fueron utilizadas para construir empalizadas en las inmediaciones de la fortaleza y en las entradas estratégicas de la ciudad. Aquella situación  se volvió realmente alarmante e insostenible para los habitantes y tropas del pueblo. Circunstancia que aprovechó el rey católico don Fernando para que el “Zagal” le concediera las capitulaciones, era el 4 de diciembre de 1489 y las tropas conquistadoras atravesaban la Puerta de la Magdalena y cerraban una amplia etapa de la historia de nuestra ciudad.

>>El  primer gobernador de la alcazaba fue don Enrique Enriquez, el tío de los Reyes Católicos, el  mismo que se construyó el espléndido palacio que este mediodía hemos visitado.

>>El carácter militar del castillo de Baza no finalizó con la conquista cristiana –seguía relatando Alfonso Hervás, que ahora hacía señas a Carmelo para que lo siguiera hasta un banco próximo donde tomar asiento para descansar los huesos, que  ya comenzaban a estar algo enervados de tanto sube y baja por  las calles bastitanas-, pues a lo  largo del siglo XVI la fortaleza fue utilizada por diferentes regimientos militares que hicieron uso de ella como centro estable de las tropas que auxiliaban las costas granadinas. En ese mismo siglo, secundado por el pueblo bastetano, la fortaleza sirvió de bastión inexpugnable donde proteger a las autoridades y sus familiares de las amenazas de las tropas reales, que comandadas por el emperador Carlos V derrocaron a los insurrectos, no sin antes destruir adarves, torres y murallas.

>>Durante el año de 1531, el castillo de Baza sufriría su más dura batalla, en esta ocasión contra la propia naturaleza. Un terremoto lo asoló causándole graves destrozos en su estructura. Aquel nefasto día de septiembre más de mil personas perecieron, muchas quedaron sin casa y otras hubieron de abandonar la ciudad, que por cierto, presentaba un aspecto desolador.


Una vez hubieron descansado al amparo del asiento de hierro, se dirigieron hasta el Real Pósito, un mediano edificio construido en 1762, cuando reinaba en España Carlos III. Tras acceder al interior a través de su  puerta principal, donde contemplaron la heráldica real, la del corregidor y la del alcaide, llegaron a un hermoso patio con galería.

-La finalidad de este pósito, al igual que tantos otros, que seguro has ido encontrando a lo largo de tus recorridos, era el de servir como depósito de cereales. También, su estructura sirvió como local donde realizar representaciones teatrales.

Del Real Pósito fueron hasta el Palacio del Duque del Infantado, una mansión con estructura  de  casa-torre medieval, erigida por  los cristianos en 1491 tras  la toma de  la ciudad. La distribución de la vetusta mansión mostraba una fachada de sillares muy macizos y pocos vanos. Sobresaliendo en el conjunto su ornamentación plateresca y la heráldica del propietario. La visita fue rápida pues Alfonso deseaba mostrarle a su amigo la Iglesia Mayor de Nuestra Señora Santa María de la Encarnación antes de que anocheciera. Y así fue.

La antigua colegiata había sido comenzada a cimentar sobre los restos de una antigua “aljama” en 1529. El estilo que emplearon para alzar tan magnífica construcción fue gótico, aunque un terremoto ocurrido durante el año de 1531 y que asoló todo Baza, la derribaría en casi su totalidad, quedando en pie solamente su cabecera conformada por dos capillas absidiales con arcos apuntados y pilastras góticas.

-Ese mismo año el Cabildo bastetano –continuó narrando Alfonso Hervás, mientras se acicalaba el bigote de formas románticas que lucía desde casi su niñez- encomendaría su reconstrucción a Alonso Covarrubias y al  maestro cantero Rodrigo Gibaja, que iniciarían la obra con trazas renacentistas.

>>El conjunto dispone de tres plantas, que como observarás, se hallan cubiertas por bóvedas de crucería y girola. La torre, que se encuentra situada al pie del templo, ubica cinco tramos, de los que los tres últimos pertenecen a la segundo mitad del siglo XVIII, y que se llevaron a cabo, no por gustos estéticos sino por  la sacudida de otro fuerte terremoto.


Cuando abandonaron la iglesia Mayor, había anochecido totalmente en Baza, circunstancia que aprovecharon para finalizar la  jornada e irse a tomar unas copas. Pues Alfonso Hervás no era hombre de  grandes cenas y sí, muy aficionado a la tertulia ante un “cubalibre”. El lugar que eligieron se llamaba “Pub Ronda-59” y en él acabaron con la represión cubana, gracias a los litros de cubalibre que se metieron entre pecho y espalda. Durante el tiempo que duraron las rondas, de las que perdieron el control cuando iban por la cuarta, Alfonso le contó a Carmelo algunas anécdotas de su último viaje a Egipto, donde estuvo ilustrándose sobre la necrópolis de Saqqara y en concreto de su pirámide escalonada de Zoser, que fue descubierta por la aventurera y viajera Amelia Edwards.

-Todo un mérito, que una mujer en el siglo XIX osara a viajar en un país lejano y además, para más “inri” de científicos e historiadores, descubriera uno de los  monumentos más emblemáticos del Antiguo Egipto.

>>Fíjate si es antigua esta pirámide escalonada, que tenía ya unos cuantos siglos cuando el rey Keops comenzó a construir la suya y unos miles de años cuando nació Abraham.

En estas andaban cuando el camarero se les acercó y con la educación que da la experiencia, les indicó que iban a cerrar. Pero, que  si lo deseaban se tomaran una última copa, que él los invitaba.


A la siguiente  mañana, tras desayunarse unos churros con chocolate, para quitarse la resaca, ambos se dirigieron como mejor pudieron hasta la iglesia de la Merced, que a su vez era convento. El conjunto que había sido construido en el siglo XVI, durante el período almohade, sobre una ermita mozárabe, disponía  de una planta con tres naves y con capilla mayor cubierta por una bóveda de crucería y coro alto.

-Desde este lugar podremos acceder hasta una portada que fue construida a finales del siglo XVIII en mármol gris. Si te fijas –continuó relatando Alfonso, que ya parecía haber dejado la resaca en alguno de los lugares por donde habían concurrido-, la cabecera acoge un camarín muy llamativo de estructuras barrocas que alberga una imagen de la Virgen de la Piedad, que por si no lo sabes es la copatrona de Baza. Al convento nos es imposible entrar, pues está ocupado por una congregación franciscana.

>>Ahora, si te parece, nos vamos a acercar hasta el convento de Santo Domingo, ahí si tendremos oportunidad de visitar su interior.

Este monasterio era desconcertante arquitectónicamente, pues a    lo largo de toda su historia había padecido todo tipo de transformaciones y pérdidas, y a pesar de todo, aún conservaba  importantes elementos en su conjunto. Destacando, muy especialmente su magnífico claustro con dos órdenes de bóvedas erigidas sobre columnas toscanas.

-Asimismo, vale la pena fijarse –seguía comentando Alfonso Hervas, mientras caminaba a través del corredor- en su escalera monumental cubierta por una bovedilla, por la que se accede al interior del convento. Y  no nos olvidemos de la portada y sobre todo del bello alfarje del sotocoro.

>>En fin, querido amigo, te veo un poco cansado de tanta iglesia y convento. ¿Qué te parece, si las alternamos con otro tipo de edificaciones? Seguro que me lo agradecerás.

De este modo se aproximaron hasta el conocido Ayuntamiento Viejo, una edificación del siglo XVI, única en sus formas renacentistas en la provincia de Granada. Y que en un principio, además de consistorio, era la casa del regidor y la cárcel.

-Dispone de una fachada de dos cuerpos de alzada, en los que destaca la galería de arcos de  medio punto con columnas corintias cubiertas por un bello alfarje que nos permite acceder al interior del edificio. ¡Vamos, sígueme!

>>Ahora, desde el  interior podrás recrearte en el artesonado de la sala capitular, cubierto por una artesa con decoración renacentista, aunque con ínfulas de tradición mudéjar. El conjunto realizó las funciones de Ayuntamiento durante 450 años, hasta que en 1998 lo convirtieron en Museo Municipal de Baza, que es en la actualidad.

A continuación fueron hasta  las Antiguas Carnicerías, un edificio construido en 1568. Magnífico ejemplo de la arquitectura mudéjar, en el  que prevalecía una balconada de madera con galería  de  pies derechos sobre canes y una algorfa volada sobre la calle sostenida por una columna de mármol y un pie de madera.

También tuvieron la oportunidad de disfrutar conociendo las Casas con Balcones de Palo.

-Estas casas son de disposición mudéjar y fueron construidas en el siglo XVI –explicaba Alfonso Hervás, mientras hacía señas a su acompañante para que se fijara en los detalles-, justamente en los límites que marcaban la zona cristiana con la morería. El interior de las viviendas se halla totalmente remodelado, no así sus fachadas que conservan su estructura original, en donde se pueden valorar los balcones de madera sobre canes con pies derechos y celosías.

>>Y ahora, que nos hemos tomado un respiro conociendo edificios de índole civil, volvamos nuevamente a visitar más iglesias. La mayoría son tesoros de nuestra tierra y no debemos postergarlas. La primera que veremos es la iglesia de los Dolores, que también se le conocía como Antiguo Oratorio de  San Felipe Neri.

Esta iglesia se podía considerar como la única de formas barrocas sita en el pueblo de Baza. Su construcción databa de 1702 y junto a ella, adosado, se levantó en 1775 el Palacio Episcopal. El templo había sido construido con forma de cruz  latina, disponiendo de una bóveda de media naranja en el crucero y tres naves.

-La mayor de estas naves es la central, que  tiene una bóveda de medio cañón y lunetos –seguía explicando Alfonso, que en ningún instante perdía el interés de darle explicaciones a su amigo-. La portada está estructurada por dos cuerpos, que disponen de columnas salomónicas en la parte inferior y semicolumnas corintias en la parte superior. Si te fijas en la cabecera, observarás un portentoso camarín rococó de talla en madera, altamente valioso.

>>Como punto y final al conjunto de arquitectura eclesiástica de la ciudad, te voy a  enseñar la iglesia de Santiago, que fue construida en el arrabal de la Marzuela a principios del siglo XVI. Se puede considerar el mejor ejemplo de las construcciones mudéjares en Baza. Su estructura dispone de tres naves y coro alto a los pies. La nave central se halla cubierta por una fenomenal armadura mudéjar. Mientras las laterales lo hacen mediante bóvedas de crucería y yesería.

>>Al aproximarnos a la capilla mayor, verás que se encuentra separada de la nave central a través de un arco toral, que se apoya sobre pilastras góticas de sillería, fíjate la belleza y esplendor que encierra su impresionante cubierta de armadura mudéjar octogonal de lazo, decorada con angelotes tallados y policromía de “candelieri”. Para mi gusto esta iglesia de Santiago es uno de los mejores ejemplos del estilo mudéjar de la provincia de Granada. Por ello, he querido dejarla para el  final de nuestro recorrido monumental eclesiástico.

>>Ahora, si te parece, te invito a un trago de agua en nuestra Fuente de  los Caños Dorados, vale  la pena acercarse hasta ella dando un paseo.

Esta fuente se encontraba situada junto a la Puerta del Peso y fue construida durante el año de 1607, sirviendo como aguadero para los visitantes que llegaban a Baza y sobre todo para los bastetanos que trillaban las mieses en las cercanas eras.

-La fuente dispone de un largo pilar de cuatro caños –explicaba Alfonso, a  la par que intentaba beber agua de  uno de  ellos- tras el que se eleva un paño con pilastras toscanas muy ricamente adornado con perfiles heráldicos.

>>Y bueno, esto se acaba. Así que para rematar la faena y como colofón a estos días de trasiego, te invito a conocer el Parque de la Alameda, que se halla situado en lo que fuera el “Macaber” o Cementerio Nazarí.

Cuando llegaron al parque era algo más de mediodía, encontrándose el sol de invierno en su máximo auge. Lo que les hizo tomar asiento en uno de  los bancos situados en el entorno del sugestivo jardín francés.

-El parque tuvo sus orígenes en el siglo XVII –explicaba Alfonso-, cuando la acaudalada familia Enríquez cedió los terrenos a la villa. Los jardines actuales fueron diseñados a principios del siglo pasado y para el orgullo de los bastetanos, no solo son el pulmón verde Baza, sino que su superficie encierra una rica flora vegetal de singular valor y belleza.

Con el paseo al Parque de la Alameda, Carmelo Chinchilla dio por terminada su estancia en Baza, y muy a su  pesar se despidió de su amigo Alfonso para nuevamente reemprender su ruta. Pues se acercaba la fecha límite, que le habían dado en Diputación para entregar su memorando sobre la monumentalidad en los pueblos granadinos. Y aún faltaba mucho que ver y muchos más que redactar en los informes pertinentes.

Con estos pensamientos puso en marcha al fiel 4L y abandonó Baza en dirección al cercano pueblo de  Castilléjar, sito a unos treinta y siete kilómetros en dirección a Huéscar.


Castilléjar  debía el origen de su nombre a  la existencia de una pequeña fortaleza, sita en las Eras Altas, justamente encima de las conocidas Cuevas de la Morería entre las confluencias de los ríos Guardal y Galera.

Ese fue el primer punto de destino al que se dirigió Carmelo, tras su llegada al pueblo. Pues conocía de la existencia del emplazamiento, gracias al libro de don Mariano Martín García titulado “Inventario de arquitectura militar de la provincia de Granada”, un importante ensayo que recogía todas las fortificaciones y torreones ubicados en la provincia.

Para llegar hasta el lugar, lo primero que hizo fue preguntar a un vecino que arrastraba una cabra de pelaje blanco y ubres sonrosadas.

-Por  lo que  usted pregunta, lo  conocemos aquí en el pueblo con el nombre del “Murallón”, si me deja que lleve la cabra hasta mi casa, que está ahí mismo, le acompaño.

Cuando llegaron hasta el lugar, la decepción de Carmelo fue total, pues todo el paraje que  ocupaba la antigua fortaleza se encontraba totalmente abandonado, lleno de basura y herbajes.

El lugareño que debió de ver la cara del  recién conocido, le dijo, con cierto aire irónico.

-¿No esperaría encontrar el palacio de Comares?

En efecto, aquello en nada se parecía a cualquier edificio visitado. La dejadez era total y para colmo se habían construido a lo largo de los tapiales, algunas viviendas cueva.

El labriego de la cabra, resultó llamarse Salomón y daba honor a su nombre, y en pocos minutos sacó a Carmelo de su desencanto, invitándolo a conocer el pueblo en su compañía.

-Sepa usted, Carmelo, que en los años cincuenta yo iba para maestro, pero las circunstancias de la vida me extraviaron, al dejar preñada a la Matilde, que ahora es mi mujer y madre de nueve hijos varones. Así, que aunque no  lo parezca por mi aspecto, algo rústico, poseo cierta cultura. La suficiente para conocer la historia del pueblo, mejor si me apura, que hasta el propio cura.

>>Y como no deseo que se vaya usted con malos recuerdos de Castilléjar me pongo a su entera disposición para enseñarle lo que haga falta y un  poco más.

Así llegaron en el 4L hasta el templo parroquial. Una construcción de 1657, de formas mudéjares toledanas, que había sido construido en  lo que fuera una mezquita árabe.

-La iglesia fue edificada –comenzó relatando Salomón, que a    pesar de su cultura hedía algo a cabra- sobre muros de mampostería, aunque las esquinas fueron trazadas con ladrillos y piedras. En cambio, la torre al igual que el resto de la construcción se alzó en mampostería.

>>Un detalle de la torre a destacar es el reloj de sol, hecho en mármol. Aprecie además, querido amigo, el dintel de la puerta de la torre, que fue tallado en piedra y que es de estilo renacentista con detalles vegetales y animales. En los que destaca una rosa, símbolo de Arzobispado de Toledo.

Ya en el interior, Salomón mostró a Carmelo con cierto orgullo, una cabeza de Cristo, tallada en madera policromada, realizada en la escuela granadina; una imagen de la Virgen del Rosario, hecha asimismo en madera policromada, perteneciente a la escuela valenciana; una Custodia de estilo gótico, un Porta-Paz de formas platerescas y por último, una concha bautismal en plata vieja repujada.

-Espero, que todo esto le haya quitado el mal sabor de boca con el que se fue de la fortaleza. Ahora, si lo desea, nos invitamos a un “chato” y le informo sobre la historia de Castilléjar. Pero antes, vamos a echar un vistazo al exterior de  la Casa-Tercia del Duque de Alba, en donde percibirá un escudo nobiliario de la familia.


El “chato” lo tomaron en el bar de “Emilio”, donde apoyados en  la barra y entre copa y copa, Salomón fue refiriendo sus conocimientos sobre Castilléjar.

-En nuestro pueblo, la primera ocupación humana de que se tiene noticia perteneció al final del período Neolítico, así nos los atestiguan los restos hallados en la Loma Cerrea.

>>Ya, durante la Edad de Bronce, se encontraron una serie de testimonios pertenecientes a la cultura del Argar, tales como cuencos semiesféricos y parabólicos, hoces realizadas en silex, etc. Todos fueron descubiertos en la cercana Loma de la Balunca. Posteriormente, durante la supremacía Ibérica, se han encontrado vestigios de asentamiento en la cueva de Torcuato Encinas y otros, en la Loma de la Costa.

>>Con la llegada de los romanos –continuó explicando Salomón, mientras daba instrucciones a Emilio, para que  les llenase una vez más los vasos- se encontraron un sinnúmero de hallazgos arqueológicos repartidos por diferentes lugares. Ejemplo de éstos, los tenemos en la Sacristía, el Genovés, Tarquina y en los Cortijos de Santa Catalina. De esta ciclo son las diversas acequias que conforman nuestra comarca y un sinfín de piedras de molino encontradas en lugares  muy apartados.

>>Pero sería con la dominación árabe, cuando Castilléjar se estructuraría urbanísticamente, conformándose de un modo similar al actual, en estos años predominarían las viviendas de tipo cueva, gracias al escalonamiento de las calles y al gran número de barrancos existentes.

Cuando Salomón dio por concluida su disertación eran cerca de las seis de  la tarde, con la conversación y la bebida  se habían olvidado del almuerzo, circunstancia que arreglaron en un santiamén, pidiendo a Emilio que les sirviera una merienda-cena, de esas que no se salta ni un galgo. Tras el refrigerio, que duró poco, Carmelo sin tomarse  mucha demora en galanterías con su nuevo amigo, puso rumbo hacia Galera, ya que estaba a punto de anochecer y  la carretera no estaba en muy buenas condiciones, según le informó Salomón mientras le despedía.

En Galera, hizo noche en una de las  cuevas artificiales dedicadas para alojamiento, en concreto en  “La Pisá del Moro”. Un albergue singular donde los hubiere, que reunía todas las comodidades propias de una hospedería y además, proporcionaba al viajero un entorno exclusivo de la zona.

Las cuevas-viviendas se excavaban desde tiempos inmemoriales en Galera, sus principales constructores fueron las familias de jornaleros agrícolas, que con rudimentarios picos y palas escarbaban en los túmulos de tierra para crear su propia vivienda. Estas cuevas artificiales se caracterizaban por mantener una constante temperatura en su interior, que aislaba a sus moradores de la rigurosidad del clima.

A la siguiente mañana, tras desayunarse un plato de migas con melón y café con leche en un pequeño bodegón de la gruta, Carmelo emprendió la jornada con más vigor que un toro bravo. Y es que  las  migas con melón le habían puesto los pilones para el resto de la  jornada. El primer lugar al que se dirigió, a base de mucho preguntar, fue al Castellón Alto. Un cerro, en el que se hallaba ubicado un yacimiento de la Edad del Bronce, perteneciente a la popular Cultura Argárica y descubierto en 1983.Gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas, el yacimiento había proporcionado a los investigadores una idea exacta de cómo debieron ser las  viviendas y las prácticas funerarias de enterramiento, que se realizaban inhumando a los muertos en posición fetal y cortejados de sus ajuares, en la mayoría de las ocasiones compuestos por alhajas, armas, cerámica e incluso alimentos.

Aquellos pueblos se dedicaban habitualmente a la agricultura y la ganadería, cultivando cereales y legumbres y pastoreando cabras, ovejas y vacas. Asimismo fueron hábiles en las labores del esparto, la lana y del  lino, junto con los trabajos de artesanía.

Recientemente, en  una de  las últimas excavaciones, se encontró una sepultura con restos momificados de una persona adulta. Un hallazgo que supuso un importante acontecimiento arqueológico en la zona.

Una vez concluida la inspección al Castellón Alto, Carmelo se dirigió de nuevo hasta el 4L y tomó la dirección del Cerro del Real. En él encontraría otra serie de  importantes vestigios que lo transportarían a las culturas desarrolladas en Andalucía durante los últimos 4.000 años. Así lo atestiguaban los fragmentos de cerámica argárica, ibérica, romana, griega y árabe encontrados durante las últimas décadas, junto a piedras de molino, teselas de mosaicos y silos para conservación de alimentos.

Además, el enclave, según testimonio de sus más importantes arqueólogos, Schüle y Pellicer, legitima una ocupación ininterrumpida desde la Edad del Bronce y que alcanzaría su mayor esplendor durante los siglos III a. C. y IV de nuestra era, con la ciudad íbero-romana de Tútugi. 

De la ciudad de Tútugi se conocía, sobre todo, su necrópolis que comprendía gran parte de  la zona descubierta, hallándose compuesta por más de ciento treinta sepulturas de importantes dimensiones, como pudo comprobar Carmelo mientras recorría con cierto asombro y admiración el entorno. La mayoría de  los hipogeos que iba encontrando al paso eran de planta cuadrangular, disponiendo de una  cavidad que normalmente se abría en el suelo  para contener urnas cinerarias.

Del conjunto funerario, resaltaba el túmulo número 75, con su  planta cuadrada y un corredor de acceso, todo ello elaborado en sillería y cubierto por enormes losas de piedra. Alrededor, un desnivel de piedra daba forma al basamento de tierra, auxiliado por unas hiladas horizontales de piedra.

Cuando Carmelo llegó hasta el centro de la cámara, observó un enorme pilar que servía de apoyo a las piedras del techo. En cambio, el corredor debió cubrirse con una falsa bóveda formada por dos sillares transversales y una losa horizontal.

De estas excavaciones realizadas en Galera a principios de siglo XX, se distingue entre las piezas halladas la “Diosa de Galera”, descubierta en el túmulo número 20 y que se halla expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La pequeña escultura apareció junto a un ajuar compuesto por cuatro vasijas gemelas de diferentes tamaños, dos redomas de vidrio, una copa ática esmaltada en negro y el asa de una jarra de bronce; el conjunto data del siglo VII a. C., aunque no sería hasta las últimas décadas del siglo V a. C. cuando se depositaría en la sepultura.

La “Diosa de Galera” simboliza a Astarte, la deidad fenicia de la fecundidad. La representación aparece sentada junto a dos esfinges, manteniendo un gran recipiente en su regazo. El busto de la figura es hueco, de modo que podía verterse líquidos a través del orificio abierto en el extremo superior de  la cabeza, que posteriormente manarían desde los pechos hasta la pila.

            Una vez en el pueblo, Carmelo se acercó hasta la Iglesia Parroquial de la Anunciación que fue declarada monumento nacional en 1983. Se trataba de una edificación construida en el siglo XVI, en la que destacaban el bello artesonado de madera y de estilo mudéjar, la capilla del “Santo Cristo de  la Expiración” realizada en yesería y de formas barrocas, y el retablo del Altar Mayor realizado en el siglo XX, que es  una copia del original que fue destruido en la Guerra Civil.

Cuando ultimó su visita a Galera, eran cerca de las dos de  la tarde y Carmelo sin pensárselo mucho volvió a reemprender su itinerario, no sin antes detenerse en un mesón de carretera, para “llenar la tripa” con unas deliciosas tapas de cangrejos de río y un plato de olla de matanza acompañado de un vino del país que le avivó el colesterol y le devolvió  la felicidad para el resto de  la jornada.


Eran cerca de  las seis de  la tarde cuando Carmelo llegó al pueblo de Orce, conocido por sus importantes excavaciones arqueológicas realizadas en sus dos pedanías de Venta Micena y Fuente Nueva.

Tras realizar una entrada triunfal con el 4L, en la que por pocas atropella a un anciano que tomaba el sol en una silla en medio de la calle, se dirigió hasta el bar “Matagato” donde había quedado con  un Gerardo Roca, un amigo granadino que tenía por costumbre pasar los fines de semana en la casa familiar.

Gerardo, que era simpático y servicial como pocos, le invitó a tomar un “cacharro” de esos que tanto agradan a los obreros de la construcción,  para a continuación llevarlo hasta el hostal “Maricruz”, donde le tenía reservada una habitación.

-El lugar es muy tranquilo y limpio y sobre todo económico –le hizo saber Gerardo-, el único inconveniente es que en su planta baja está la discoteca del pueblo, pero no te preocupes, hoy no es fin de semana y podrás dormir.

Una vez instalado Carmelo en su nuevo aposento, la primera visita que realizaron fue a la iglesia parroquial de Santa María, una construcción del siglo XVIII erigida, posiblemente, sobre los cimientos de una antigua mezquita. Les fue imposible recorrer su interior, ya que se hallaba cerrada, por lo que se acercaron hasta el Palacio de los Segura. Una importante edificación con más de cuarenta metros de fachada con dos plantas y solana, emplazada en la parte alta del Paseo de los Caños. 

-Lo más sobresaliente de la mansión –comenzó explicando Gerardo, que se había documentado todo lo que  pudo sobre la historia de Orce, para quedar como Dios manda ante su amigo- son las forjas de las balconeras y las ventanas de la parte frontal. Aunque, el interior también es notorio, sobre todo el patio, que como verás es de formas rectangulares y acomoda seis columnas de mármol blanco, todas ellas redondeadas manualmente, motivo por el que observarás alguna que  otra irregularidad.        

>>Estas columnas sujetan una espaciosa galería de madera protegida por una representativa y primorosa balaustrada de estilo castellano. El palacio fue residencia de los Segura, una familia de nobles hacendados, que llegaron a Orce en las postrimerías de  la reconquista. Se sabe que eran muy ricos y que se dedicaban al negocio de la ganadería lanar. También cuentan de ellos, que en más de una ocasión tuvieron problemas con la Inquisición, por su afición a los aquelarres y sortilegios, que realizaban en las estancias de la Casa de los Duendes, sobrenombre con el que se conocía al palacio.

Tras dejar el Palacio de los Segura se dirigieron hacia la Plaza Nueva, donde se encontraba el Palacio de  los Belmonte-Segura, otra edificación ostentosa realizada en 1775 y conocida por los vecinos con el  nombre de Casa Vieja o Casa Grande.

-La Casa Grande, que es el nombre con que  la conocemos en el pueblo, fue habitada en el pasado –comenzó a contar Gerardo con aires de guía turístico y aspecto grave- por el ilustre matrimonio orcense de doña Pascuala Belmonte Carreño y el coronel don José Villalobos Cabrera, si te fijas en la fachada verás el escudo nobiliario. Actualmente la vivienda es privada y sus propietarios son muy reacios a mostrarla.

Cuando finalizaron esta visita comenzaba a anochecer y el  frío era intenso en Orce, por lo que decidieron guarecerse en el restaurante “El Salero” para tomar unos aperitivos y a continuación cenar, pues Gerardo no dejaba de insistir en que deseaba invitarlo para informarle sobre los últimos acontecimientos paleontológicos de la zona.

Una espléndida chimenea jalonada por la cornamenta de  un ciervo presidía el restaurante. Manuel el propietario nada más ver entrar a Gerardo Roca, se dirigió hasta él para indicarle que todo estaba  preparado y que tenía la mesa dispuesta.

-Te acuerdas Carmelo, que en cierta ocasión te dije en Granada que me visitaras a Orce te iba a sorprender con el mejor asado de cordero que uno se pudiera meter entre pecho y espalda. Pues por fin ha llegado la ocasión, y gracias a mi amigo Manuel vas a tener ocasión de degustarlo. Pero aún, es temprano, así que vamos a tomarnos mientras tanto una botellita de Ribera del Duero y de este modo damos tiempo a Manuel para que vaya cocinando el cordero.

Con el vino que era de la marca “Torremilanos”, cosecha de 1999, les sirvieron una ensalada para dos, especialidad de la casa, que llamaban remojón de aceitunas con bacalao. Algo realmente exquisito que hizo las delicias de Carmelo y que le devolvió el color a la cara, que hasta entonces la tenía algo pajiza por el frío.

De esta forma, mientras ambos mojaban en la salsa que rezumaba la ensalada, Gerardo emprendió un soliloquio sobre Orce y su territorio.

-En la comarca de Orce, cañadas de Vélez y el Salar se hallan una de  las  mejores zonas paleontológicas y arqueológicas de Europa, en ella se han encontrado testimonios de una importancia vital para reconstruir la historia de la humanidad en el período que abarca entre tres  y un millón de años.

>>Durante aquella etapa, la depresión de Baza, como sabrás, era un inmenso lago. En la comarca de Orce y en concreto en las pedanías de Fuente Nueva y Venta Micena las concentraciones de fósiles son muy abundantes. Actualmente se han excavado de  un modo preciso cinco yacimientos en los márgenes del antiguo lago, en concreto en las zonas pantanosas y en los meandros de los ríos.

>>La más antigua de estas vetas es  la de Fuente Nueva, ubicada en la cañada de Vélez, los vestigios recogidos en sus limos se han fijado en el período comprendido entre los 2,5 y los 2,2 millones de años, localizándose fósiles pertenecientes a gacelas, caballos de formas muy toscas y pequeños roedores. Estos animales solían vivir en las cercanas tierras del lago, en las que abundaban pequeñas charcas y donde el clima era árido de ambiente estepario.

En esas explicaciones andaba Gerardo, cuando se acercó Manuel con una fuente humeante de cordero segureño, que desprendía un aroma capaz de resucitar al mismísimo “fósil” del hombre de Orce y que les hizo olvidarse del discurso paleontológico, para centrarse, como Dios manda, en las tiernas y jugosas chuletitas.

Sería en los postres, y ante unos roscos de nueces, cuando volverían a  reemprender  la conversación que una hora atrás habían dejado sin finalizar.

-Los restos descubiertos en el yacimiento de Venta Micena, por el equipo dirigido por el investigador catalán Joseph Gibert –siguió relatando Gerardo Roca, mientras deleitaba su paladar probando un huevo de nieve-, se corresponden, los de mayor valor, con un fragmento craneal con  parte del occipital y los apriétales. Por su estructura y dimensiones, se piensa que pertenecieron a un  niño con la edad comprendida entre los cinco y seis años, que fue devorado por un animal de gran tamaño, posiblemente una hiena.

>>Estos restos se les atribuye la antigüedad de 1,5 millones de años, lo que quiere decir, que  son los vestigios humanos más remotos de Europa y Asia. Asimismo, se  han hallado en el lugar, una diáfisis humeral de un niño y el fragmento de un húmero perteneciente a  un individuo adulto.

>>Durante el año 2001, los arqueólogos encontraron la pelvis de  un elefante en los yacimientos de Fuente Nueva, de 1,2 millones de años de antigüedad, junto con un asta de ciervo muy bien conservada en el yacimiento de Barranco León.

>>Todas estas circunstancias atestiguan, junto con los centenares de piezas de la industria lítica encontradas, que las excavaciones de Orce afectan a una de las primeras oleadas humanas que dejaron África para seguir la trayectoria estacional de los grandes herbívoros.


A la siguiente mañana quedaron muy temprano, pues deseaban desayunar tranquilamente y realizar un  paseo por el pueblo hasta que abriesen las puertas del Museo de Orce que se ubicaba en la fortaleza, en concreto en la que fuera la Torre del Homenaje. Cuando llegaron hasta sus proximidades y antes de iniciar el recorrido, Gerardo le hizo saber a Carmelo, que había sido  una suerte que la alcazaba estuviera dentro del recinto del pueblo, pues ello había contribuido a que se haya podido conservar mejor la edificación y además, lograr un aprovechamiento acertado para la ubicación del museo.

-No sé si sabrás, que esta fortaleza es conocida por el nombre de “La Alcazaba de las siete Torres” y que fue erigida durante el año 1252 cuando era rey de Granada Muhammad I al-Ahmar. Fue este mismo rey quien levantaría en contra de la corona de Castilla a  todos los mudéjares vasallos, desde Jerez hasta Murcia. El dominio de Muhammad en  la zona fue efímero pues en el 1285, la  milicia conocida por Orden de Santiago se apoderó de Orce y de  las diversas villas cercanas.

>>El castillo de las Siete Torres es una construcción musulmana posterior a la época califal, así lo atestiguan si te fijas sus formas, que abandonan la estructura rectangular para ajustarse a las del cerrete, que engastada entre los muros le sirve de soporte. Los recintos de estas fortalezas suelen corresponderse a una figura de conformación triangular, en cuyo ángulo superior se encuentra la Torre del Homenaje. La base es una gran muralla flanqueada por cuatro torreones de  forma troncopiramidal, entre dos de ellos –le mostraba Gerardo con el brazo- se halla la puerta de entrada. En la parte Oeste y Este existen indistintamente un torreón, lo que hace que sumen siete torres, por lo que recibían el nombre de las Siete Torres este tipo de edificaciones medievales.

>>Hacia el año de 1325, el rey granadino Abu-I-Walid Ismail I derrota a los cristianos emplazados en la comarca de Huéscar, Orce y Galera. Lo hace poniendo sitio y utilizando por vez primera la artillería. La Orden de Santiago ha de retirarse a las sierras de Segura, y la comarca que hasta entonces había pertenecido a la cora murciana de Tudmir pasa a ser granadina.

>>Durante este período la alcazaba de Orce se refuerza con la edificación de la torre del homenaje, de formas nazaríes, que le da un aspecto vanguardista, como diría en sus “Apuntes de las Historia de Orce” el sacerdote Carayol Gor.

>>Con  posterioridad, ya a mediados del siglo XV, Orce vuelve a ser reconquistada por los castellanos, en esta ocasión de manos de don Rodrigo Manrique, padre del poeta. Para doce años más tarde, volver a ser de dominio musulmán, y así, hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos, en que se entregó la plaza junto a la de Galera y los Filabres. Orce pasaría a ser señorío de don Enrique Enríquez, tío del rey y mayordomo de la reina.

>>Enríquez y sus descendientes mejoraron la torre del homenaje, añadiéndole un  par de plantas y rematando el resto de la edificación con almenas. Allí, en la torre, hizo vida el gobernador que era el representante oficial del poder señorial de Orce y Galera.

>>El castillo de Orce soportó durante los siglos posteriores diversos tipos de estragos, pero quizá el mayor fue el día 30 de septiembre de 1531, en el que un terremoto destruyó un lienzo oriental con su torre. Desde entonces, como podrás comprobar, la alcazaba de  las Siete Torres tuvo solamente seis.

>>Actualmente la alcazaba es Monumento Histórico Artístico y en ella se aloja el Museo “José Gibert” de arqueología y paleontología, que es el que te voy a mostrar a continuación.

El Museo se hallaba ubicado en la que fuera Torre del Homenaje y según rezaba en una placa conmemorativa había sido creado en 1987, disponiendo de tres grandes salas temáticas. La primera de ellas se dedicaba a la fauna, la segunda a fracciones completas de yacimientos y  la tercera a la industria lítica y a los restos humanos.

Gerardo y Carmelo comenzaron la visita por  la sala primera, la que se dedicaba a la fauna. En ésta pudieron observar las cuatro vitrinas expuestas con restos craneales y postcraneales de las principales especies encontradas en los yacimientos. Sobresaliendo los restos de dos especimenes de tigres de dientes de sable, los extintos megantereon y  homoterium.

Ya en la segunda sala, se deleitaron reparando en las fracciones completas de los diversos yacimientos, con sus secciones completas de caliza y sus abundantes fósiles.

-Éste yacimiento –le indicaba Gerardo a Carmelo- pertenece a un cúmulo de cráneos, que como verás, todos se hallan rotos en sus partes occipitales. Hecho, que hace pensar, que los homínidos que los reunieron los hicieron para extraerles sus cerebros y posteriormente comérselos. Y es que en Orce siempre hemos sido muy sibaritas con nuestra alimentación, ¿no crees?

Una vez finalizaron el recorrido por la sala segunda, pasaron al tercer y último recinto del museo, que estaba destinado a archivar toda la industria lítica recogida en la zona de Fuente Nueva y Venta Micena.

-Fíjate que la  mayoría de los huesos, -decía Gerardo- fueron quebrados por seres humanos para la extracción de su médula, así lo demuestran las fracturas en forma de V.

En otra de las vitrinas se encontraban el fragmento craneal del  niño hallado en el yacimiento de Venta Micena, en el que se podían apreciar las marcas de haber sido devorado por un carnívoro de gran tamaño.

-Los paleontólogos piensan que el “chiquillo” debió ser víctima de los colmillos de  una hiena, y que los  restos son, arqueológicamente hablando, de una importancia suprema, al ser los más antiguos encontrados hasta la fecha en toda Europa.

Era la hora del mediodía cuando abandonaron el museo para dirigirse hasta un cercano bar, en el que pidieron un par de cañas que  los devolviera a  la realidad.

-No tendrás queja de todo lo que has visto –le decía Gerardo, mientras empinaba su segunda caña y prendía con un palillo una aceituna más grande que el propio plato-, personalmente estoy dispuesto a no tener relación con la historia en un par de años. Hay que ver a lo que da tiempo  un día bien aprovechado. En fin, ahora me imagino que viajarás hasta Huéscar, pues cuando llegues, ve a esta dirección y pregunta por Paco. Es un amigo que hizo filología inglesa en Granada y está dando clase de inglés en el instituto. Es un  poco coñazo, pero vale la pena que lo conozcas, ya que es de esos “tíos” que saben de todo y  podrá serte muy útil.

>>¡Ah!, antes que se me olvide, tiene un pequeño defectillo, bueno dos. Uno es que habla sin parar y el otro es que come como una lima. Así que procura no invitarle, pues  con seguridad que en  un almuerzo se come las dietas correspondientes a una semana tuya de trabajo.


De esta forma Carmelo volvió a reemprender su aventura una vez más. Ahora circulando en dirección nuevamente hacia Galera para a continuación tomar la A330, que lo llevaría hasta Huéscar. El viaje le resultó agradable, sobre todo,  gracias a tropezarse con una pareja de estudiantes vascos que hacían “autostop”, esperando que alguien tuviera la caridad de llevarlos hasta Huéscar,  donde los esperaban unos amigos que habían conocido a través de un “chat” de Internet y  que los habían invitado a pasar   unos días en Andalucía.  Los jóvenes, que para más señas se llamaban Iñaki y Arantxa, estaban algo “alucinados”, sobre todo Arantxa, que no llegaba a comprender como el mundo podía ser tan despejado paisajisticamente hablando.

-Yo, acostumbrada al verde profundo de Euskadi, con sus montañas suaves y próximas –le comentaba a Carmelo con cierta nostalgia-, no puedo concebir un mundo tan agreste y seco a  la vez como el que hemos encontrado a lo largo de Castilla y ahora, en Andalucía nos topamos con otra desproporción, que son esos interminables campos de olivos. Nunca lo hubiéramos imaginado. ¿No es así Iñaki?

>>Y es que si quieres conocer mundo –decía  la chica en su  ignorancia-, no hay nada mejor que viajar. Personalmente nunca lo había hecho en mis dieciocho años de vida. Y creo, que esta experiencia de dos días, me ha dado mayor conocimiento que los tres años que llevo “chateando” con Iñaki.

De ese modo llegaron hasta las estribaciones de Huéscar, donde Carmelo, por indicación de los dos jóvenes ínternautas, hubo de detenerse en una venta para ser convidado a tomar un café.  Circunstancia que aprovecharon éstos para  ir al baño y asearse, no era plan de llegar al pueblo oliendo a oso, pues como decía Arantxa, la primera imagen es la que cuenta en  la vida.

Aquella tarde, Carmelo no llamó a Paco “el filólogo”, sino que tras dejar a  los autostopistas a  la entrada de Huéscar, preguntó a  un grupo de mujeres que caminaban por la carretera a paso de legionario para así bajar el colesterol, donde podía encontrar una buena hospedería. La más avispada de ellas, que debería rondar los cincuenta años y se embuchaba en unos pantalones de licra, que le asemejaban con la “vidente” Aramís y no con la “maruja” que era en realidad. Le informó que el hostal más próximo era la “Ruta del Sur”, que fuera de parte de “Toñi la del camionero” y que preguntara por Rosita.

-“De seguro”, que lo atenderán como a un rey.

Rosita resultó ser la recepcionista, camarera y en muchas ocasiones hasta hacia las funciones limpiadora.

-Y es que como está la vida, una tiene que saber de todo. Fíjese usted –le decía a Carmelo, mientras le hacía rellenar la hoja de inscripción-, mi padre, que en paz descanse, era  de la villa de asturiana de Abantro. En el pueblo todo el mundo le conocía por ser el cartero, aunque su verdadera profesión era la de barbero. Él compaginaba ambas profesiones, a la par que iba repartiendo cartas por las calles cortaba el pelo si se lo solicitaban. El problema estaba, cuando varios vecinos requerían el servicio el mismo día. Entonces la correspondencia se retrasaba lo que hiciera falta, pues mi padre, sepa usted, era muy formal con el horario de trabajo. Y nunca trabajó un minuto más del que marca la ley.


A la siguiente mañana Carmelo, como era su costumbre, madrugó todo lo que pudo y a eso de  las ocho se encontraba desayunando en la cafetería del hostal. La persona que le sirvió las tostadas de aceite con café, no fue  otra que la incombustible Rosita, que a pesar de la extemporánea hora, ya tenía ganas de conversación. Pero Carmelo, muy hábil la desairó muy finamente, solicitándole el “Ideal”.

-Lo siento mucho Sr. Chinchilla, el periódico de hoy no ha llegado, pero si desea le puedo ofrecer el de ayer.

Después del desayuno, Carmelo salió a la calle en busca de Paco “el filólogo”, con quien había quedado telefónicamente la noche anterior en verse a eso de las nueve menos cuarto junto a la Colegiata de Santa María la Mayor, pues desde allí comenzarían su recorrido.

Carmelo llegó al lugar antes de hora y mientras se recreaba reparando en las formas renacentistas de  la basílica, un joven de algo menos de treinta años pero con apariencia de sesentón se le acercó con aire cansino y aspecto enfermizo.

-¡Buenos días!, supongo que usted debe ser Carmelo. Yo soy Paco Muñoz o Paco “el filólogo” que es como todo el mundo me conoce. Hasta mis alumnos en vez de llamarme señor Muñoz me llaman señor “filólogo”. Perdone ante todo, que me presente algo desaseado, pero es que he tenido que pasar gran parte de la noche corrigiendo unos exámenes. De este modo, he sacado libre el día para poderle acompañar en el recorrido por Huéscar. Sepa  usted, que un deseo de mi amigo Gerardo Roca es una orden para mí.

En aquel instante comprendió Carmelo el primer problemilla de su nuevo cicerone, recordando las palabras de Gerardo: “habla mucho pero come más”.

-Si le parece, podemos iniciar el recorrido viendo primeramente a  la Colegiata de Santa María la Mayor, que tenemos a nuestra vera. El conjunto fue construido durante el siglo XVI y como  podrá comprobar por sus formas es de estilo renacentista –le comentaba Paco “el filólogo”, mientras pasaban al interior del edificio-, aunque también dispone de algunos detalles góticos. Su cimentación se inició durante el año de 1501, y los maestros artesanos que trabajaban en su obra siempre la imaginaron con celo catedralicio.

>>El interior fue ideado como el de una iglesia gótica de tres naves sin girola. A esta época pertenece la portada de  la “Sacristía Vieja”, que se halla en el lado opuesto por el que hemos entrado. Durante la segundo mitad del siglo XVI –continuaba contando Paco “el filólogo”, que ya iba teniendo un aspecto menos abatido- se modificaron los estilos constructivos, aplicándose formas renacentistas. Así, si se fija en la portada exterior, comprobará que se halla rematada por un frontispicio trapezoidal.

>>La Colegiata de Santa María la Mayor fue ultimada a finales del siglo XVI, aunque durante los siglos posteriores soportó algunas intervenciones de cierta  prestancia.

Ya de nuevo en la calle, Paco “el filólogo” cambió el  tono de voz, y mientras encendía un cigarrillo de la marca “Fortuna”, le  propuso a Carmelo tomarse un “cortado” en la cafetería de “La Perla”, que se  encontraba en la calle santa Adela,  mientras lo hacían tomaron asiento en  una mesita muy coqueta que había junto a  la entrada y Paco tras dar  un sorba al café  le apuntó a Carmelo.

-Sabe usted, que Huéscar y los municipios de su comarca poseen un rico patrimonio de yacimientos arqueológicos. El motivo no es otro que la magnífica ubicación del lugar, cruce de caminos de las culturas prehistóricas de los Millares y el Argar.

>>Así lo demuestra el abrigo natural con pinturas rupestres de “Piedra del Letrero”, del período Neolítico, hallado en 1915 por el increíble abate francés H. Breuil, todo una personalidad en el estudio de la prehistoria.

>>De la época romana, tenemos testimonios con algunas inscripciones latinas, como las de la calle Alhóndiga, que fueron realizadas sobre lápidas y que  posteriormente los musulmanes las emplearían para la construcción de la Alcazaba.

>>Es a partir del siglo XIII cuando tenemos los primeros datos escritos del asentamiento urbano de Huéscar. Siglo en que Muhammad I rey de Granada, se vio obligado a reconocer el dominio cristiano en la frontera. Aunque sería por poco tiempo, pues en 1252 el rey Alhamar, tras sublevar a  la morería se haría con las fortalezas de Cúllar, Galera, y Orce. Un toma y daca que finalizaría en 1488, año en que se incorporaría a la Corona de Castilla. Así lo hizo saber el Marqués de Cádiz al rey Fernando, en una carta en la que narraba como el alcaide de Huéscar acompañado de otros  moros le ofrecían la ciudad.

>> Bueno, dejemos  la historia para más adelante, si le parece, y vayamos de nuevo “al pie de obra” como se suele decir. Pague usted el café y yo le espero en la puerta.

            De nuevo  en  la calle, marcharon tranquilamente en dirección al Antiguo convento de Santo Domingo, un noble edificio convertido en teatro, que databa del siglo XVI y en el que sobresalía una bellísima y espléndida armadura. Una vez visto, reemprendieron el camino hacia la Iglesia de Santiago, situada frente a la torre del homenaje de la Alcazaba.

            -La iglesia se halla situada sobre los cimientos de la antigua mezquita –comentaba Paco a  la par que se subía el cuello del chaquetón, pues un suave e  invernal airecillo empezaba arreciar-, fue construida a finales del siglo XV y en 1504 la convertirían en parroquia . Lo atrayente, para mi gusto de este lugar, es la Alcazaba, de la que desgraciadamente solo queda la torre del homenaje. Si se fija, verá que dispuso de tres plantas y que la baja se levantó con restos de antiguas construcciones romanas, entre cuyas piedras ciclópeas sobresalen varias con inscripciones, un gran dintel y un fuste de formas redondas, todo de  un enorme valor histórico. En el resto de las plantas fueron construidas con muros de tapial.

            >>La Alcazaba en sus orígenes fue un antiguo castillo roquero,  conocido en la comarca con el apelativo de “Uxkar”, se cree que fue destruido por la artillería de Ismail I. El mismo  monarca sería quien mandaría a edificar un nuevo asentamiento de forma rectangular, que dispondría de foso y muralla. Así nos lo atestiguan los restos de muralla encontrados en la plaza de  toros y en diversas casas cuyas fachadas se orientan en dirección a la carretera de  la Puebla de don Fadrique, en cuya encrucijada se observan los restos de  una antigua puerta de acceso a la fortaleza.

            >>Ahora, que conoce la Alcazaba, es el momento de retomar la conversación que dejamos pendiente con el café. Recordará, que  el alcaide, acompañado de  otros moros relevantes, ofreció la ciudad a los cristianos. Fernando  el Católico, muy satisfecho por su nueva incorporación a la corona, envió a Rodrigo de Manrique para que  ocupara la plaza como gobernador, en recuerdo de su familiar que había conquistado el lugar en 1434.

            >>Los Reyes Católicos concedieron a  los  musulmanes vecinos de Huéscar unas capitulaciones en las que serían respetadas sus costumbres, religión y la villa nunca sería entregada a señor alguno. Acuerdos que años más tarde quedarían en “aguas de borrajas” al ser conferida Huéscar como señorío al Condestable de Navarra.

            >>Y esto es todo lo que yo sé sobre el pueblo. Espero que sea suficiente y que le sirva para el  proyecto que está llevando a cabo. Ahora, si le parece me invita a comer. Creo que me lo he ganado.

            Para almorzar fueron al “Mesón Felipe”, un típico lugar ambientado con motivos labriegos, que estaba regentado por Felipe, el  propietario y que nada más verlos aparecer los obsequió con un vino Picoso, el vino del país, mientras les ofrecía la mejor de las mesas, pues como decía el buen hombre, no todos  los días da uno de comer a gente con cultura.

            -La cocina oscense -le comentaba el  mesonero a Carmelo que se interesó por  la gastronomía del lugar-, está influenciada por la cocina levantina. Al ser Huéscar nexo de comunicación entre Andalucía y Levante. Además, nuestra cocina tiene a su vez reminiscencias  Navarro-Aragonesas como consecuencia de la repoblación de la comarca tras la reconquista. Así, que si lo desean puedan elegir una variedad de platos imposibles de imaginar.

            >>Personalmente les recomendaría el “Relleno”, un plato que en su día fue celebrado por nuestro inolvidable don Camilo José Cela. Muy típico del lugar y está compuesto de magro de cerdo, panceta salada, paletilla seca, pollo, pavo, conejo, azafrán, pimienta, clavo, canela, molla de pan reposado, sal, huevos y mucho, mucho zumo de limón y ajo.

            >>De segundo lo mejor sería que tomaran un poquito de bicarbonato, pues lo van a necesitar. Es broma, espero que no lo necesiten. Pues creo que con el “Relleno” tendrán más que suficiente. Aparte, mientras lo preparo les voy a obsequiar con unas tapitas de nuestro típico remojón de San Antón, que lo cocina como nadie mi mujer y está realizado a base de patatas asadas, pimientos secos, bacalao asado, cebolla, huevos duros, aceitunas negras y todo aliñado por un inmejorable aceite de oliva. Además todo lo vamos a regar con una jarrita de este vino Picoso, tan excelente con que Dios ha dotado a esta tierra. Sepan ustedes que el vino es de una pequeña plantación de uva gordal que tengo a las afueras del pueblo y que me proporciona las arrobas suficientes para atender a mi clientela durante todo el año.

            Lo que comieron Paco “el filólogo” y Carmelo durante aquella jornada no tuvo nombre, Carmelo lo recordaría durante muchos días, más que un almuerzo fue una orgía romana sin vomitorio incluido. Pero como disfrutaron con el “Relleno”. Y es que como todo el mundo sabe, don Camilo, que en paz descanse, tenía muy buen ojo para elegir sus menús. O mejor dicho, muy buena boca. Por lo menos hasta que conoció a Marina Castaño que lo puso en ristre.


            Una vez terminaron de almorzar en el “Mesón Felipe”, Carmelo como era su costumbre reemprendió de nuevo “carretera y manta”, tomando la que lo llevaría hasta la vecina población de la Puebla de don Fadrique, donde conocía a un escritor bohemio, que había dejado años atrás las comodidades de la vida, para instalarse placidamente en el apartado pueblo. Se llamaba Fernando Herraz y decía ser natural de Ciudad Real, aunque nadie sabía si era cierto o no, pues era éste un hombre tremendamente singular que eludía dar a conocer sus interioridades, aunque fuera a sus más afines.

            La Puebla de don Fadrique era un pueblo de sencilla apariencia, rodeado de campos en los que se veía despuntar los cereales por aquellos meses. Carmelo para llegar hasta él tuvo que conducir el 4L, no sólo por los labrantíos anteriormente mencionados, sino por  interminables eriales de almendros y alguna que otra acequia de aguas cristalinas.

            La Puebla, como se le llama en la comarca, era el punto de encuentro de cinco provincias y durante muchos lustros fue la puerta de Andalucía, remontándose su historia a la época ibero-romana y musulmana. Tras la reconquista por los Reyes Católicos, fue repoblada por cristianos traídos de Navarra por el Conde de Lerín, que encontraron una pequeña aldea habitada por mudéjares.

            En 1512, tras la  muerte del Conde de Lerín se le concedió el señorío del territorio a don Fadrique Álvarez de Toledo, Duque de Alba, circunstancia que no gustó a los mudéjares, que eran mayoría en estas tierras. Por lo que don Fadrique hubo de refugiarse con  un puñado de cristianos viejos en la aldea de Bolteruela, a la que  dio el nombre actual de Puebla de don Fadrique.


            En el mismo centro del pueblo, junto a  la Iglesia parroquial de Santa María lo esperaba Fernando Herraz, que nada más ver aparecer el  automóvil de Carmelo comenzó hacerle señas, con una gorra tipo “Mao” que siempre llevaba para cubrirse la solitaria calva.

            -Por Dios que alegría volverte a ver, no sabes las veces que me he acordado de ti en este lejano pueblo. Recibí tu telegrama el mismo día que  lo cursaste. Y aquí  me tienes a tu disposición.

            -Igualmente te digo, pero si te  parece déjate de monsergas –le dijo Carmelo, con algo menos de entusiasmo-, y empecemos por visitar la  iglesia ya que la tenemos aquí al lado.

            -Muy bien, como tú mandes. La iglesia parroquial de Santa María de  la Quinta Angustia –comenzó explicándole Fernando- es de estilo renacentista y fue erigida durante el siglo XVI. Y como imagino que sabrás, su construcción corrió pareja a  la de  la Colegiata de Huéscar.

            >>Pero pasemos al interior, que deseo mostrarte el conjunto principal con sus tres naves construidas a  igual altura. Y sobre todo el ábside gótico, muy similar al de la colegiata pero de menor riqueza ornamental.

            Una vez vista la parroquia, Fernando Herraz, aprovechando aún la luz del día, llevó a Carmelo hasta la señorial Casa de los Patiños, una vivienda en la actualidad de propiedad privada, obra del siglo XVI, en  la que resaltaba su monumental patio interior y los corredores, todo cincelado en madera.

            Cuando concluyeron de ver la vieja casona, el sol había desaparecido por el horizonte y un frío glaciar comenzó a envolver el lugar. Carmelo se subió todo le que pudo el cuello de su trenca, y ganas le dieron hasta de ponerse la capucha. Pero lo pensó mejor y desistió, no fueran a confundirlo con un monje.

            -Sabes tú –le dijo Fernando, mientras se enfundaba aun más la gorra, en un intento de proteger al máximo la calva del frío-, que la verdadera cultura de este pueblo, no está sólo en lo poco que has visto de su  patrimonio histórico. Yo he descubierto que su sabiduría reside en  la gastronomía, la trajeron durante el siglo XVI los repobladores navarros, adaptándola a sus nuevas necesidades que eran sobre todo de  índole climatológica. Los inviernos en el pueblo son de un frío que te “pelas” y la mejor forma de combatirlo es comiendo y bebiendo.

>>Y para bien comer nada más socorrido que criar un buen cerdo, hacer   una buena matanza y dejar que las chacinas se oreen como Dios manda, luego servirán para acompañar platos tan suculentos como las migas de matanza, el gazpacho, los andrajos de liebre, el  ajo de aserradores, la tortilla de collejas y hasta  las tortas fritas.

>>Seguro que ya tienes la boca hecha agua, ¡pues hala!, vamos al bar “El Corteza”, seguro que Domingo nos obsequia con alguna de esas exquisiteces.






EPÍLOGO


            Era algo más de mediodía, de un sábado, la fecha  en que Carmelo llegó a Granada procedente del último de sus  itinerarios. Un gran vacío le recorrió todo el alma cuando detuvo el 4L en la calle Pío Baroja y  paró el motor de su viejo compañero. Comprendió que aquel trabajo tan intenso vivido durante los últimos meses había finalizado y que con él, dejaba atrás momentos vividos inolvidables que recordaría el resto de su  vida. Habían sido unas semanas algo más que intensas, tanto en el ámbito cultural como humano. En estas jornadas imperecederas había conocido a gentes de muy diferentes estamentos sociales y culturales que le habían ayudado de un modo totalmente desinteresado a comprender la cultura de cada uno de los pueblos visitados. En su memoria estaban hombres tan impares como don Antonio Orejón, Anastasio Cubrelomas, Alfonso Hervás, “el Marqués de la Parra”, don Sabino Rebollo y todos  los demás.

            Ahora, había llegado el momento de retenerlos en la memoria y perpetuarlos del único modo que podía: realizando un informe sobre la monumentalidad de la provincia de Granada, del modo más acertado y técnico posible. Esa sería la  mejor forma de rendirles un culto a la labor desempeñada desde el impávido anonimato.

            Los días siguientes a su llegada a Granada fueron, por una parte para poner en orden su antigua vida, de la  que casi se había  olvidado. Y por otra, en dar forma a  la multitud de notas e informes que había ido acaparando en sus sempiternos itinerarios. Sabía que contaba con muy pocos días para presentar el informe definitivo al diputado de cultura, así, que durante la siguiente semana apenas salió de su apartamento en la séptima planta, pasando casi todas las horas del día y gran parte de las de la noche, ante la pantalla y el  teclado de su ordenador, transcribiendo la enormidad de notas recopiladas. No deseaba, de ninguna de  las formas redactar el informe en su puesto de trabajo, no se hallaba preparado para ello, prefiriéndolo hacer en la intimidad de su hogar.

            A los diez días de su regreso, dio por finalizada la labor de recopilación y mientras ponía su impresora “Hewlett Packard” a sacar hojas, se preparó un almuerzo de comida enlatada, de esos que habitualmente toman los gatos y ahora están de moda entre los humanos. En los postres dejó de  sonar la impresora, Carmelo se acercó hasta ella y comprobó que todas las historias compiladas durante aquellos meses se hallaban reproducidas momentáneamente en un conjunto de folios. Los tomó entre sus manos y leyó la primera página, que le pareció interesante.

           

            A la siguiente mañana se levantó temprano. Y como era su costumbre fue hasta la cercana cafetería de Barrón, en donde realizó su habitual desayuno. Una vez finalizado se fue en busca del viejo 4L, había llegado el momento de devolverlo al parque móvil de la Excelentísima Diputación. La despedida del viejo “cacharro” no fue tan dolorosa como había imaginado en un principio, no porque no lo sintiera, sino por  una resulta de altivez ante uno de los mecánicos presentes.

            -Vaya putada la que le gastaron, dejarle a esta “pava” para viajar tantas semanas por la provincia.

            -Lleva usted razón –le dijo Carmelo al mecánico, que no hacía otra cosa que limpiarse las manos con una gamuza manchada de tizne-, tuvieron muy poca vergüenza en enviarme a recorrer tantísimo kilómetro en esta vieja tartana –le comentaba al buen hombre, a  pesar de no tener ese sentimiento, pero no iba ir diciendo que el viejo 4L, más que un automóvil había sido un compañero. No era cosa de estar en boca de todos los compañeros-, mientras otros viajan en “cochazos” con chofer y encima ganan en una semana lo que yo en un mes. Pero, en  la viña del Señor siempre ha habido obreros y soberanos. Y nosotros, por desgracia pertenecemos a  la primera casta.

            Una vez abandonó el parque móvil, Carmelo con su cartera de piel mal curada, de esas que venden en los zocos  marroquíes a buen precio y que huelen a posadera de oveja, se encaminó hacia el Área de Cultura de Diputación, donde tenía cita con el  jactancioso señor López, secretario del diputado.

            De nuevo, como meses atrás, fue Isabel quien lo recibió e invitó a tomar asiento en el sempiterno sofá de polipiel blanca que había frente a la mesa de la joven.

            -Señor Chinchilla, cuanto tiempo sin verle por aquí –le dijo la  joven  mientras cruzaba sus largas piernas, esas que hacían enloquecer a Carmelo-, ya me he enterado que ha estado realizando un informe por  toda la provincia. Espero que le haya ido bien. Yo en algunas ocasiones lo he recordado.

            En esas estaban cuando el secretario del diputado, señor López, entreabrió  la puerta de su despacho. Y como si no hubiera transcurrido nada de tiempo desde la última ocasión en que se vieron, le hizo un ademán con las gafas bifocales que llevaba en la mano derecha para que lo acompañara.

            -El señor diputado nos espera en su despacho, creo que desea hablar con usted personalmente. Así que démonos prisa y no le hagamos esperar.

            -Ya sé que el tiempo de ustedes es oro, intentaré ser lo más conciso posible.

            El despacho del señor diputado de cultura en nada había cambiado en aquellos  meses, seguía manteniendo su estilo renacentista de no se sabía cuantas generaciones atrás y el reloj dorado hostigaba con su sonido el silencioso ambiente.

            -Me alegro volver a verle, mi querido Chinchilla –le expresó el señor diputado de cultura con la mejor de su sonrisa-. El señor López  me ha informado de que  ha realizado un magnífico informe sobre la monumentalidad granadina.

            Carmelo en aquel instante se quedó algo perplejo, pues, ¿cómo sabía el señor López que había realizado un “magnífico informe”, si éste aún se encontraba en su cartera de piel de camello y nadie lo había leído?

            Pero Carmelo, prefirió asentir al señor diputado de cultura, en vez de llevarle la contraria. No era cuestión de liar las cosas después de tanto trabajo.

            -Sepa usted –continuó el señor diputado de cultura- que en esta casa todos estamos muy orgullosos de su trabajo. ¿No es así López?

            -Si señor diputado, lleva usted razón.

            -Pues bien, en este momento resulta que ese informe que usted tan satisfactoriamente ha plasmado no es necesario. No, porque no sea de mi utilidad, que lo es. Sino por cuestiones políticas que usted no comprendería. Así que olvídese de él momentáneamente y reemprenda, a partir de mañana, sus compromisos que dejó abandonados con anterioridad. De todos modos muchas gracias –le apuntó el señor diputado de cultura, mientras caminaba hacia él, tendiéndole la mano en modo de despedida- y espero que  pronto tengamos ocasión de volver a colaborar.


            Carmelo abandonó el despacho, el edificio de Diputación, caminó por las calles adyacentes, se distrajo viendo algunos escaparates, entró en una librería de Gran Vía, hojeó una decena de libros y no  podía creer la situación que estaba viviendo. Todo aquel esfuerzo, todos aquellos días de abnegación por realizar un trabajo meritorio,  todas aquellas ilusiones puestas en el maldito informe no habían servido para nada, por una serie de razones políticas que no estaban al alcance de su entendimiento. Un desánimo general se apoderó de todo su ser y por momentos se sintió desfallecer. Necesitaba tomarse una copa y fumarse un cigarrillo, así que entró a la primera cafetería que le salió al paso.

            -Póngame un güisqui, por favor y llévemelo a la mesa de  la esquina. Ah, por cierto, ¿me puede invitar a un cigarrillo?

            -Es Fortuna, espero que le agrade –le dijo el camarero mientras le tendía el pitillo-.

            Sentado en la mesita, con el cigarrillo y la copa de güisqui, Carmelo se serenó y empezó a meditar más sosegadamente. Instante en que recordó el refrán que siempre su abuelo paterno le decía cuando lo veía triste y compungido a la vuelta del colegio: “No hay mal que por bien no venga”.

            En efecto, pensó: El mal ya está hecho y es irremediable. Ahora, debo hallar el lado positivo de la cuestión y encontrar el bien. Y la fortuna, no  la del tabaco, sino la propia pareció coligarse con su persona en el mismo instante en que abría el periódico “Ideal” por una de sus páginas de cultura, donde pudo leer que Ediciones Osuna, una floreciente y emprendedora editorial granadina había creado una nueva colección de libros en la que se publicarían obras relacionadas con Granada y su cultura.

            -No me lo puedo creer –fueron las primeras palabras que atinó en decir Carmelo, mientras le daba un lingotazo al güisqui-, debo ponerme en contacto con la mayor brevedad con la editorial, seguro que le interesa el manuscrito que llevo en la cartera.


            A los pocos meses de volver de su viaje por la provincia de Granada, Carmelo Chinchilla se había convertido, además de en un oscuro empleado de Diputación, en afamado escritor y su libro titulado “La ruta de los pueblos de Granada”, alcanzaba la quinta edición. Ahora su tiempo libre era más floreciente, pues constantemente era invitado por  los diferentes alcaldes de la provincia para que presentara su obra en los ayuntamientos.


            Aquélla tarde, mientras conducía el 4L, que había logrado adquirir a Diputación por seiscientos euros, en dirección a Órgiva, con el propósito de “pelar la pava” con su prometida Bernardeta, que todos recordaremos conoció en su itinerario por la Alpujarra, le sonó el teléfono móvil. Una voz lejana y aflautada emergió del aparato.

            -Señor Chinchilla, le llamamos de Diputación de Jaén. Le paso con el  señor diputado de cultura.

            -Muchas gracias, señorita –le dijo Carmelo mientras aparcaba el 4L en una cuneta cercana al pueblo de Lanjarón-.

            -Soy Francisco Aguilar, diputado de cultura de Jaén, recientemente he leído su libro “La ruta de los pueblos de Granada” y me ha resultado muy interesante e ilustrativo. Aquí en Diputación, tanto mi equipo como yo estaría interesados en que nos realizara un informe específico de las mismas características de su libro. Me gustaría que tuviéramos una entrevista y nos dijera sus condiciones económicas. ¿Cree que le puede interesar trabajar para nosotros?

            -Pues creo que sí, señor diputado de cultura. Todo es cuestión de que nos entendamos económicamente. ¿Qué le parece si nos vemos la próxima semana?

            -Estaré encantado, llámeme.

            El 4L abandonó la cuneta y reemprendió nuevamente la carretera, a la par que Carmelo sonreía colmado de satisfacción. El informe sobre la monumentalidad de los pueblos había valido la pena.


                                   Armilla/Granada a 11 de septiembre de 2003. Con un recuerdo especial a la ciudad de  Nueva York.